Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

09.Alehp

Jesús había insistido a sus hermanos que se marcharan. Pero, no logró convencer a Eva, que se quedó a su lado toda la noche. Fueron durmiendo a ratos. Le seguía doliendo la cabeza, a pesar de los calmantes. Además, se sentía tan agotado, que no conseguía conciliar el sueño. Cuando salió el sol, la vio hecha un ovillo frente a la ventana. El corazón de Jesús se encogió. Al verla dormida, le pareció que ella era muy joven y frágil. Nunca se había dado cuenta de ello, de esa vulnerabilidad. O quizá fuera que, al saber la verdad sobre ella misma, la veía distinta. Eva abrió los ojos, como si hubiera presentido su mirada, y le sonrió.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te duele? —Jesús hizo una mueca, aunque negó—. No creo que tarden en venir a curarte.

—Eva... —ella se sentó más erguida para prestarle atención, Jesús pensó en su hermano. En lo que ella le había contado hacía pocos días. En cómo tuvo que vivir todo eso siendo tan joven. Y cómo, luego, lo había guardado dentro de sí misma, para que nadie más le hiciera daño manchando ese recuerdo—. Sé que no te gusta hablar de ello, pero... cuéntame cosas de Nico —Eva sonrió. Era una sonrisa extraña, porque era de tristeza.

—¿Qué te gustaría saber de mi hermano? —a Jesús se le hizo un nudo en la garganta. Nunca había pensado que ella tuviera algo así. Algo que le hiciera brillar los ojos de esa manera. Y, tampoco sabía qué le quería preguntar, así que soltó:

—¿Qué le gustaba? 

—A Nico le gustaba todo. Le gustaba la vida, aunque se le hiciera tan difícil —dijo sonriente. Él vio que a su amiga le brillaban los ojos de lágrimas contenidas, y guardó silencio—. Adoraba el color amarillo, el amanecer, ver películas e ir al teatro. Sin duda, se moriría de celos porque soy amiga de Owen Larraga. Un gran actor. Aunque estoy segura de que Nico hubiera llegado a ser un actor tan bueno como él —una lágrima escapó de su ojo cuando guardó silencio, Jesús se la recogió con su mano buena—. Ayer me asusté mucho, Jesús, cuando me dijeron que habías tenido un accidente. No vuelvas a hacerme algo así —ella se apoyó contra su pecho y él le pasó la mano sana por su ensortijado cabello. Eva sollozaba contra su cuerpo—. Este fue el mismo hospital donde fui cuando Nico tuvo el accidente —susurró ella —. Y, también, el mismo del que me llamó mi madre, cuando pasó lo de Nico. Acababa de cumplir los dieciocho y recorrí el pasillo como si estuviera ciega. Me eché a reír cuando me dieron aquella pequeña caja que contenía su reloj, su pendiente y poco más. Nico adoraba la vida, por eso seguí viviendo. Seguí viviendo por él, y ahora ya no me arrepiento —Jesús lloró en silencio con ella. Con su amiga, a la que tanto quería. Con quién podía ser sincero, sin miedo, ni vergüenza.

—Eva, me siento tan perdido y confuso. He estropeado todo lo que tenía con Alejandro —Jesús sollozó más fuerte y ella le abrazó. Con un aplomo y cariño que sabía que jamás nadie sentiría. Su relación era muy especial—. Yo... quiero... quiero que él entienda lo que me ocurrió. Porque soy así —Eva le sujetó contra ella y ambos se miraron. Rotos y enteros a la vez—. Te quiero mucho, Eva. Gracias por estar aquí.

—Y yo a ti. Mucho. No vuelvas nunca a darme estos sustos. No quiero volver a recorrer los pasillos de este lugar jamás —le dijo besándole en la frente.

Fuera, el día amanecía. El sol estaba oculto en las nubes. El viento agitaba los árboles. Era de todo menos un día de verano. Eva salió un momento a llamar a Tonik, mientras le curaban la mano. Eva no era aprensiva, pero sabía que las enfermeras trabajaban mejor, tranquilas. 

—¿Cómo estás, enana? —la voz de Tonik sonaba cansada. Supuso que tampoco había sido una gran noche para él.

—Bien, he dormido un poco, pero estoy bien. Esta noche ya descansaremos. Por tu voz notó que ha sido también movida para ti —dijo divertida.

—No recordaba lo que era tener un bebé —indicó Tonik, aunque se le notaba divertido—. ¿Vienes pronto?

—Ariel vendrá en media hora a sustituirme y vendré a casa —Eva guardó silencio. Sonriente, acabó por indicar con picardía—: ¿Crees que habrá pasado por casa el sexy patrón de las tortitas? —Tonik hizo un sonido agotado, pero ella escuchó los muelles de la cama al levantarse. Ilusionada, colgó.

Dio un pequeño paseo por el pasillo. El hospital estaba desierto a primera hora de la mañana. Algunos pacientes aún dormían. Otros, en cambio, se despertaban lánguidamente. Eva odiaba esos sitios, pero claro, a nadie le gustaban. Nadie estaba allí disfrutando. Y todos debían tener una situación difícil y dura. Suspirando, se apoyó en la pared. Le sorprendió oír pasos y se giró alerta. Esperaba encontrarse con quien fuera, menos con ella. 

—Hola, hermanita. Hacía tiempo que no te veía —dijo Lorena. Eva se dio cuenta de que estaba cambiada. Se la veía diferente. Quizá fuera la ropa, iba en chándal y llevaba el pelo recogido—: ¿Qué haces aquí?

—Podría hacerte la misma pregunta —Eva se separó de la pared y observó el pasillo—. Jesús, mi amigo, tuvo ayer un pequeño accidente y tuvieron que operarle. Esperamos que entre hoy o mañana vuelva a casa. ¿Y tú? ¿Va todo bien? —sorprendiéndola, Lorena se echó a llorar a moco tendido. Eva la abrazó entre incómoda y preocupada—. Lorena...

—Papá, está muy enfermo. Tuvo un ictus hace dos semanas. Tan joven... —Eva abrió los ojos como platos. No era muy mayor y era un hombre tan activo. Eva no se lo podía imaginar—. No creo que... se reponga. Al menos, no para que sea él mismo.

—Lorena... yo... lo siento mucho —Lorena se apoyó en el pasillo a su lado, secándose las lágrimas. 

—No tienes que disculparte. ¿Sabes? Nunca me he portado bien contigo. No lo hacía aposta, suelo ser desagradable con todo el mundo. Tú lo sabes. Y por eso, supongo que he apartado a todo el mundo de mi camino. Pero... ya no soy una niña —dijo con tristeza—. Mamá se portó muy mal contigo ocultándote la carta de Nico. No tenía derecho a hacerlo. Me enfadé mucho con ella, por eso y otras cosas —musitó en un susurro—. No sabía que ella la tenía, y que por ese motivo venías. Yo creía que ... de cierta manera, éramos una familia. Disfuncional, pero familia. Pero, vi que no. Lo que te hicimos, ella te hizo, es algo malo. Sin embargo, aunque sea una persona egoísta, a su manera te quiere. No sabe hacerlo, pero lo hace. Yo la entiendo porque también soy así. No sé querer. Al menos, no como ha de ser.

Lorena se fue a cambiar. Usaba los lavabos del hospital. No se separaba de su padre. Antes de irse, le había dicho que su madre venía a media mañana si quería verla. Si quería hablar con ella de lo que había ocurrido. Eva tenía que pensárselo. No sabía bien aún cómo sentirse al respecto.

Cuando entró, Jesús parecía más repuesto y estaba desayunando. Ella se sentó a su lado. Él pareció percatarse de su estado de ánimo. Eva no sabía si contárselo o no, pero al final lo hizo. Se desahogó y le contó aspectos de la relación con su madre que no había contado a nadie. A nadie, excepto Tonik. Y le sentó bien. Le sentó bien tener con quien aligerar ese peso que siempre la acompañaba. Jesús la escuchó atentamente.

—Creo que deberías ir a verla —dijo muy serio, cuando Eva se quedó callada. Vacía, al fin.

—No lo sé. No sé qué siento al respecto, pero no quiero que... Ella crea algo que no es.

—Eva, no creo que debas guardarte esto dentro. Para seguir adelante, para pasar página y para sentirte tú misma, creo que deberías ir —indicó.

—Jesús, ¿te han dicho alguna vez lo buen amigo que eres? —Jesús resopló.

—Me gusta más cuando me dicen lo de amante, la verdad —ambos se rieron. Ariel les interrumpió en ese momento. Eva se despidió de su amiga con un cariñoso beso en la frente. Les dejó a ambos, sus mejores amigos en el mundo, riéndose de ella. Eva hizo lo que nunca pensaba que fuera a hacer. Ir a buscar a su madre para intentar aclarar las cosas. 

Alejandro había dormido muy poco. Por decir algo. Porque, en verdad, no había dormido nada. Todo el tiempo, una extraña opresión, le cerraba el pecho y le dejaba sin respirar. Sin embargo, intentó aparentar que todo en su vida seguía su curso normal. Se levantó a las ocho. Se fue a correr. Cuando llegó, se duchó y se preparó para ir a trabajar. Fue, justo antes de salir, que llamaron al timbre. Abrió algo sorprendido. Sin embargo, cuadró los hombros cuando lo vio entrar. Jules había ido a su casa sin máscara, nada que denotará la persona famosa que él sabía que era. Quizá eso era peor. Le miró con curiosidad.

—Buenos días, no sé si te pilló en buen momento —le dijo. Alejandro dejó la taza de café en la mesa y ofreció una a Jules. Él aceptó—. Disculpa, no he mirado la hora al venir. Dejé a Ariel en el hospital y, como en un impulso, he venido a verte. Helena me dio tu dirección —Jules cogió el café y le echó azúcar. Alejandro no se dio cuenta de dónde, pero se sacó un pequeño brownie que partió y mojó en la bebida. Eso le relajó un poco—. ¿Por qué te fuiste sin entrar a ver a mi hermano?

—No quería que supiera que había estado ahí, ni tampoco incomodarle —se sinceró Alejandro. De nada valía soltar estupideces o mentiras—. No quería causarle más problemas.

—¿Por qué se los ibas a causar? —Jules le miraba con atención. Alejandro se removió incómodo ante esa mirada. Esos ojos que parecían saberlo todo—. No le dijimos que habías venido. He respetado tu decisión.

—Lo agradezco —respondió Alejandro, nervioso y sin saber qué decir. Aunque soltó como un torbellino—. Sé que si has venido es porque sabes que no soy ajeno a tu hermano. Jesús es un hombre maravilloso por el que... siento algo muy profundo. Por desgracia, no correspondido.

—Mi hermano te quiere —dijo Jules muy serio. Alejandro negó y chasqueó la lengua. Ya sabía que Jesús le quería, pero no era eso. No era suficiente—. No debería decírtelo yo, pero creo que en el fondo lo sabes. A veces, sé que se quiere de maneras diferentes. Eso lo tendréis que hablar entre vosotros. Solo quería decirte que... sé que le gustaría verte. Que le gustaría hablar contigo. Y que, aunque todos digan que soy un metomentodo, tú también quieres verle —Alejandro asintió imperceptiblemente—. Mi hermano, además de Ariel y mi hija, es una de las personas que más quiero en el mundo. Le quiero y admiro profundamente. Y daría la vida por él si me lo pidiera. Si él y mi hija creen que tú eres el indicado, no me interpondré. Bueno, en el caso de Anna sí. Es mi niña y nunca habrá ningún hombre suficiente para ella —Jules consiguió que Alejandro sonriera. Se levantó y le dio una palmada en el hombro—. Nos vemos, Alejandro.

—Nos vemos, Jules. Gracias por venir. Lo tendré en cuenta —dijo a modo de despedida. 

Su madre se sorprendió de verla, tanto que se puso a llorar. Gracias a Lorena, Leticia dejó de dar hipidos, y recuperó un poco la compostura. Fue Lorena quien les recomendó que fueran a la cafetería, sentarse un rato alejadas de la habitación de su padre. Ahora, ambas ahí sentadas, parecían dos desconocidas. Fue Eva la que carraspeó para decir algo.

—Lamento mucho lo que le ha sucedido a Pedro. No se lo merece —Leticia negó consternada, como si aún no supiera qué decir ante lo que había pasado. Eva se forzó a preguntar—: ¿Cómo estás, mamá?

—La vida es así. A veces una es feliz, y lo olvida. Luego, lo pierde todo. Empiezo a acostumbrarme —Eva asintió sin saber qué responder en ese momento—. Pero, estoy bien. Tengo a Lorena que me está ayudando mucho. Ha cambiado.

—Ya lo veo —respondió Eva. Apretó la taza de su café con leche sin saber qué decir al respecto.

—Trabaja por las tardes en una floristería y los fines de semana en un bar. Gana un buen dinero y ayuda en casa. Desde que le ha pasado esto a su padre, es otra. Pero bueno, no hablemos más de nosotras. Cuéntame a ti cómo te va —Eva le habló de las clases, de su inminente mudanza, y del libro—. Lo compré. Tu libro, digo. Lo tengo en casa. Lo he leído ya un par de veces. Escribes muy bien.

—Gracias, mamá —a Eva le picaron los ojos. Su madre nunca le había hecho un halago. Nunca como ese.  

—Soy muy consciente de que no hice las cosas bien contigo. Ni siquiera cuando eras pequeña. Nunca te faltó de nada, pero no he sido una buena madre. Eso lo sé —Leticia lloraba y Eva miró a otro lado incómoda—. Sé que si no hubieras tenido a Nico, nada hubiera sido igual entre nosotras. Sin embargo, os veía y me decía que estaba bien. Vosotros os teníais a vosotros, yo me tenía a mí. Una se convierte en madre sin instrucciones. Aprende sobre la marcha y, a veces, no se está preparado o no se sabe ser. No todo el mundo vale. En eso estoy de acuerdo. Y yo no valía. Fui madre porque se esperaba de mí eso, y luego, nunca quise aceptar que lo hacía mal —Leticia se secó las lágrimas—. Sé que lo que le pasó a tu hermano, fue culpa de tu padre y mía —Eva la miró sorprendida, quiso decir algo, no sabía qué. Pero Leticia la cortó—. Ambos lo sabemos. No supimos ver cómo era. No le tratamos bien. Nunca le tuvimos en consideración. Y lo del accidente... nos superó a todos. Pero... tu padre no estaba ahí. Yo estaba ahí. Estaba en esa misma casa cuando saltó. No le vi. No le vi nunca —Leticia se agarró el pecho con las manos. Una herida profunda no curada—. Tenías todo el derecho a estar furiosa. Yo lo estaba conmigo.

—Mamá, no tienes que... —dijo. Eva notó su voz cortada. Las lágrimas furiosas que pugnaban por salir de sus ojos. 

—No te he tratado bien, Eva. Cuando te fuiste, tras su pérdida, yo fui una egoísta. Solo pensaba en mi dolor. Nunca pensé en ti. Me convertí en una mala persona. Te negué lo único que quedaba de Nico, solo por el placer de seguir teniéndote. De seguir viéndote. De seguir sintiendo que no había fracasado del todo, aunque todo fuera fingido —musitó con rabia. Eva se sintió tan extraña en su piel—. Cuando Pedro y Lorena se enteraron de lo que había hecho, me rogaron que te dejará en paz. Fue tu novio, Tonik, quien les abrió los ojos y me los abrió a mí. Me hizo darme cuenta de lo que te había hecho. De cómo te había forzado. No merecías lo que te hice —dijo Leticia—. No merecías que te castigara a ti por algo que había hecho yo. Te perdí antes de que te marcharas, solo que no quería verlo. Lamento mucho, Eva, todo lo que te he hecho.

—Mamá, en algo tienes razón, eres humana. Todos cometemos errores, pero... lo importante es aprender de ellos. Con Nico y conmigo, nunca pudiste... bueno, no fuiste una madre muy buena —dijo sonriendo con tristeza—. Pero, para Lorena y Alba, eres la mejor. Aprendiste y las has cuidado como tal. Sé que Nico no querría que cargaras con ese peso para siempre. Él querría que te perdonarás y yo también lo quiero —Leticia le dio un abrazo y ambas se separaron.

A Eva su madre se le antojó frágil en ese abrazo. Y cuando la vio irse, también se dio cuenta de que era mayor. Había envejecido mucho esos meses. Ya no era la mujer que recordaba. Como quizá, tampoco, ella ya era la niña que corría buscando su aprobación. Mendigando su cariño. Meditabunda, condujo de regreso a casa. Sorprendida por el griterío que había, abrió la puerta, pescando al vuelo a Anna que corría con un peluche entre sus manos.

—Mami, Anna no deja de robarme las cosas —le gritó Iván, cogiéndose a sus piernas. Eva le revolvió el pelo con cariño.

—Me gudtan, tita Eva —dijo Anna, mientras Eva la devolvía al suelo—. También son mías.

—No, estas son mías. Vete a tu casa —le replico Iván. Sacándole la lengua.

—Iván —le recriminó, enfadado su padre, que entraba por el pasillo. Iba despeinado y con profundas ojeras—. Hola, cariño. El patrón de las toritas vendrá mañana. Hoy ni siquiera he logrado llevarles al colegio.

—Si Anna no va, yo tampoco —replicó Iván. Tonik puso los ojos en blanco ante ese inválido argumento.

—Venga, vamos —dijo Eva, cogiendo a Iván y a Anna—. Todos al salón —susurrando le dijo a Tonik—. Jules vendrá en veinte minutos a recogerla.

—Dios mío, qué buena noticia —dijo Tonik, apretando a Eva contra él con ternura. Ella se deshizo entre sus brazos. 

Efectivamente, Jules llegó poco después. Anna se fue, aún chinchando a Iván, que recogía quejoso su desorden. Eva y Tonik se sentaron en el sofá, donde ella le contó lo sucedido. Tras comer, lograron convencer a Iván de ir un rato al parque. Ambos se sentaron en la cafetería a disfrutar de una horchata, mientras Iván jugaba en el parque que estaba al lado. Eva miró a Tonik, sonriente. Así, con la camiseta blanca y sus hermosos brazos tatuados. Las gafas de sol puestas, atento a su hijo, que corría jugando con otros niños. Le parecía más guapo que cualquier otro hombre del planeta tierra.

—¿Qué me miras tan atenta? —preguntó él, desviando la mirada para centrarla en ella un momento.

—Te respondo con sinceridad, si tú me respondes a mí, luego —le dijo Eva. Tonk dio un respingo. Ambos se acordaron de esas primeras noches de convivencia. Donde se preguntaban sus primeras intimidades, tonteando con descaro. Él asintió lentamente—. Me muero de ganas de volver a casa, cenar cualquier cosa y acostar a ese tremendo paleontólogo actor. Solo para tumbarte en la cama y lamerte entero —Tonik miró a los lados entre avergonzado y divertido por su descaro. 

—Eres mi loca favorita. Y, si también me muero de ganas, por ello —dijo riendo, volviendo la atención hacia su hijo—. Y tú, ¿qué quieres saber?

—¿Quieres tener un bebé conmigo? 

Ariel se había ido hacia la hora de comer, cuando justo había venido un rato a verle Owen con David. Habían pasado un buen rato charlando, pero Jesús estaba cansado. Le apetecía estar un rato a solas y descansar. Les pidió que le dejaran solo por la tarde y lo hicieron. Jules le mandó un mensaje diciendo que si le necesitaba, le llamará e iría. Había intentado hablar con Alejandro un par de veces, pero el móvil le salía desconectado. O tenía el móvil apagado o, finalmente, le había bloqueado. Esperaba que no fuera la segunda opción. Sin embargo, poco podía hacer si así era. A las siete le trajeron la cena. Él nunca comía tan temprano y removió con acritud la crema de calabaza. Al menos, al día siguiente le darían el alta.

—Vaya, esto no es a lo que estás acostumbrado, eh niño pijo —Jesús alzó la mirada entre sorprendido, ilusionado y molesto—. Esta comida no dice nada excitante o sorprendente. Solo dice: «cómeme y cúrate».

—¿Tú crees? —dijo Jesús. Notaba su voz tensa y carraspeó para aliviar esos nervios—. Yo creo que dice: «cómeme y no preguntes» —Alejandro se rió y su corazón latió acelerado. Dejó su comida aparte—: ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Helena me avisó de lo que había pasado. De hecho, ayer ya estuve aquí —musitó Alejandro con voz tensa, él le miró con atención—. No entré porque no quería... ponerte en una situación incómoda —a Jesús, le dio un vuelco el corazón, al conocer lo que ese hombre estaba reconociendo. Lo que él le importaba. Sin embargo, estaba completamente mudo—. Me diste un susto de muerte, ¿sabes? No sabía cómo sentirme y... cuando vine aquí, joder me temblaba todo. Lo pasé fatal. Lo pasé muy mal y lo peor es que no quería que estuviéramos sin hablarnos o...

—Fuiste tú quien decidió que no quería hablar conmigo —dijo molesto. Alejandro le miró y, agotado, se acercó. Con cuidado se sentó a su lado.

—Jesús, ya sabes por qué lo decidí. Joder... me costó meses aceptar que era gay y que, encima, estaba loco por ti. Pero, desde que lo acepté, mi sueño era vernos juntos. Salir a cenar, presentarte a mis amigos, a mi familia —indicó muy serio—. No somos unos críos que estén jugando. No somos unos adolescentes. Ya somos hombres maduros. Y la vida pasa rápido. Demasiado. Demasiado como para no aceptar que... 

—Tienes razón, Alejandro. En todo. De verdad. Y pido disculpas por ello. Yo... había algo que nunca me había planteado. Algo que nunca he hablado abiertamente con nadie y... —Alejandro le miró atentamente. Jesús sintió que ese era el momento. Ese y ningún otro, aunque no fuera como lo había planeado. No era romántico o precioso, pero era como debía ser. Era el momento de ser sincero—. Siempre fui un niño callado y complicado. Empecinado en ser el ojito derecho de su padre. Un padre obsesionado con la riqueza, que maltrataba a su mujer y a sus hijos —Alejandro hizo ademán de interrumpirle, pero Jesús le silenció. Necesitaba sacarlo todo y punto. Necesitaba que él lo entendiera—. Mi padre me pegaba cada vez que hacía algo que él consideraba incorrecto. Por eso, cuando... cuando, con trece años, me pilló con un amigo, esperaba el golpe. Un golpe que nunca llegó. Solo hubo una fría decepción, asco y desdén. Desde ese día, ya no hubo más golpes. Ni correcciones, ni aprendizajes. Mi padre se olvidó de mí, y yo me lo tomé como que había decidido no cederme su lugar. Yo ya nunca podría ser su ojito derecho, su sucesor, su hijo predilecto. Al principio, me rebelé contra él. Cogí una carrera que no aceptaba. Salía de fiesta y me metía en peleas. Él pasaba de mí. Intenté hacerme ver, pero me ignoraba. Pensaba que no me importaba...

—¿Pero... te importaba? —preguntó Alejandro ante su silencio.

—Más que respirar. Cambié. Si ser el malo no le hacía verme, cumpliría. Sería el hijo perfecto. Tendría que reconocerme. Empecé a vivir para cumplir con todo lo que mi padre me había enseñado. Para demostrarle que yo era digno y él estaba equivocado. Que aquello había sido solo un... desliz. Un juego de descubrimiento. Una mala etapa. Es cierto que entonces, mi padre empezó otra vez a... hablarme y alabarme. Me casé, incluso tuve un hijo. Alejandro... todo eso... bueno, lo hice yo, claro. Pero no por mí. No era mi deseo. No sé cómo decirlo. No me arrepiento, pero no era dueño de mí mismo. Creo que no lo he sido desde los trece años —Jesús notó cómo las lágrimas corrían por su rostro—. Luego, murió. Llegué a creer que, entonces, recuperaría el control de mi vida. Pero desde entonces, me he limitado a vivir bajo la estructura que heredé de él. Su casa, su despacho, su trabajo. Sí, hago cosas yo, pero no soy yo. No lo fui hasta que... hasta que te besé. Y, entonces, volví a ser yo mismo. Como si despertará de un largo sueño. 

—Jesús, yo... —Alejandro no sabía qué decir y se miraba las manos nervioso.

—Alejandro. Tuviste razón desde el principio. Te besé porque eras un impertinente molesto y bocazas —dijo con un poco de rabia, Alejandro sonrió ante ese recuerdo—. Quería callarte esa boca presuntuosa y mal hablada. Luego me buscaste y supe que serías mi perdición. Cuando empezamos a acostarnos con otras, bueno, la verdad es que solo lo ansiaba por ti. Por estar contigo. Quería que fueras mío, pero tenías razón al decir que eso no era suficiente. Temía que... mi familia me rechazará como mi padre. Era algo que no había superado, pero que estos días he intentado... Todos saben que te amo.

—¿Qué? —preguntó Alejandro, abriendo los ojos como platos. Sorprendido y nervioso—. Por eso ha venido...

—¿Quién? —le preguntó alerta. 

—Nadie, da igual —musitó divertido, él tuvo sus sospechas—. Jesús, yo... no sabía nada de esto. No podía imaginarlo. Pareces siempre tan entero, tan seguro de ti mismo. Como si siempre supieras cuál es tu lugar y papel a la perfección. Nunca he visto una inseguridad en ti y eso me molesta a veces, aunque también me da tranquilidad. Eres un ancla a la que aferrarse siempre que hay temporal —Jesús apartó la mirada—. No sé cuándo me enamoré de ti, pero creo que la primera vez que me di cuenta fue cuando cenamos solos y bailamos. Cuando te dije tantas gilipolleces y me echaste de casa. Pero bailar contigo... en la cocina. Sentí que es como debía ser siempre. Como siempre he buscado que sea.

Alejandro le besó en la mano y se quedó con él a cenar. Fue a por un bocadillo que estaba igual de soso y malo, como su crema de calabaza. Pero eso les hizo reír y bromear juntos, y supo que siempre lo recordarían. Fuera se hizo muy de noche. Jesús le cogió la mano con fuerza.

—Quédate —le pidió—. No quiero que te vayas —Alejandro asintió.

—Lo haré, cariño. Me quedaré contigo —se sentó a su lado y le dio un largo beso—. Todo el tiempo que quieras.

—Quiero que vivas conmigo —musitó Jesús convencido, aunque estaba diciendo una locura enorme. Se acababan de reconciliar—. No quiero que nos separemos más. Te he echado mucho de menos. Demasiado. Quiero verte cada día, molestarte cada día y besarte cada mañana y cada noche. Ese hogar es enorme para mí y vacío sin ti.

—Pero no vives solo —dijo Alejandro con suavidad—, ¿no crees que debas preguntarle a David? 

—Ya lo he hecho. Ya ha aceptado. Solo faltabas tú por saberlo —le dijo Jesús, Alejandro sonrió. De esa forma que solo usaba con él y con Anna. Era una sonrisa que le creaba arrugas en los ojos. Que le llenaba el rostro y que a Jesús encantaba.

—Como siempre, niño pijo, me lo cuentas al final —luego, se acurrucó a su lado, hasta que Jesús se quedó dormido. Al fin, tras muchas noches, con su alma en paz. Feliz e ilusionado por un nuevo inicio. 

Tonik se había quedado perdido en la pregunta que le había hecho esa tarde. Eva le quitó importancia y ambos siguieron bromeando. Pero, una parte de él seguía en esa pregunta: «¿Quieres tener un bebé conmigo?». ¿Bromeaba o iba en serio? Cenaron en extraña conversación, porque parte de su mente seguía anclada en esa cuestión. En fin... no llevaban tanto tiempo juntos, pero Tonik no era un niño. Ni ella tampoco. Ambos eran adultos responsables. Él había pensado en ese cuarto por si pasaba. Era algo que podía pasar. Cuando, logró que Iván se durmiera, fue a su dormitorio. Ella ya le esperaba en ropa interior, y su cuerpo revolucionado, calmó su nerviosa mente. La besó, la acarició, pero antes de seguir, Tonik supo que debía preguntar:

—¿Hablabas en serio esta tarde?

—Bueno... me dio un poco de miedo que, tras una noche con dos, te tirarás para atrás. Yo... bueno, me gustaría ser madre —ella le miraba en serio y él se dio cuenta de lo que debía haber parecido a sus ojos. Tonik se rió—: ¿Qué?

—¿Tan aterrado me viste esta mañana como para creer que desistiría?—ella asintió—. Eres boba, enana. No hay nada que me hiciera más feliz que ser padre otra vez, contigo. Además... nuestro bebé no sería un diablo como el de mi hermana —Eva rió, y él absorbió esa risa con anhelo. Esa risa que él adoraba provocar desde el primer día—. Claro que anhelo ser padre contigo. Pero quiero disfrutarte un poquito más.

—¿Qué te parece un año? —Tonik se lo pensó y ella musitó—: Cuando Iván diez.

—Me parece un buen trato. Un año —dijo sonriente—. Aunque... mejor empecemos a practicar. Los niños se hacen con práctica. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro