06. Metafísica del amor
Jesús se movió incómodo por el despacho. Estaba preparando la reunión con Ariel. El día anterior no habían podido trabajar por la mañana. Anna se había caído; se había hecho un chichón, y Jules, había entrado en pánico. Llamando a su amiga que tuvo que salir corriendo. Por suerte, todo había sido un susto sin importancia, pero su hermano era tan dramático que les iba a volver a todos locos. Así que habían tenido que acabar trabajando el sábado. En menos de pocas semanas, Ariel y Jules, se iban de gira, la primera tras la paternidad de Z-Lech. Su amiga estaba decidida a acompañarle y no dejarle solo. Anna era demasiado pequeña para viajar tanto. Por eso, él se quedaría con Anna. Algo que le hacía bastante ilusión. Su sobrina era adorable, preciosa y maravillosa. Además, esperaba que David viniera algunas semanas. Su casa estaría repleta de vida y diversión como hacía años que no pasaba. Una sensación que le ilusionaba.
—El segundo punto, es la clarificación de cuentas. Tenemos que abordar la cuestión de la contabilidad desde un punto de vista más transparente que... —decía Ariel, pero la mente de Jesús estaba por otras cuestiones. Su amiga se dio cuenta, así que hizo un rollo con los papeles y le dio un coscorrón—: ¿Se puede saber en qué piensas? Hoy estás en la luna...
—Estoy... bueno, un poco disperso. Perdona, Ariel, es que he dormido poco —musitó. Algo que no era mentira. Había dormido poco y mal. Se había pasado la noche dando vueltas, evitando pensar en un tema, en el que no podía evitar pensar.
—¿Quién te roba el sueño? —preguntó Ariel en tono bromista, pero Jesús solo se rascó la nuca. Su amiga le miró perpleja—: ¿Hay alguien que te roba el sueño? —se la veía emocionada. Con ganas de saber más. Jesús quería contárselo, quería hacerlo. Pero, solamente negó agobiado. No era el momento. Tenían que centrarse.
—Jules me la quita. ¿Y si le pasa algo a Anna en su ausencia? Me ha pedido informes detallados de... —Ariel puso los ojos en blanco y le cortó con un gesto.
—Desde que ha dejado de ser un bebé, está insoportable.
—Por fin te das cuenta. Yo hace treinta que lo sé que es un crío insoportable —Ariel le pellizcó y Jesús se echó a reír.
—Me va a volver loca. Ya se le pasará cuando se dé cuenta de que hay muchas cosas que él no va a poder evitar. Anna tiene que aprender por su cuenta. Los padres están para levantarle a uno de sus caídas, no pararlas. Le irá bien pasar un tiempo separado. Creo que tiene ansiedad por separación. Creía que pasaba a la inversa —dijo Ariel sentándose en la mesa—. Pero, Anna es muy independiente. Le gusta ir a su bola. Que tiemble el mundo a medida que crezca —musitó divertida—. En fin, ¿acabamos de preparar la dichosa junta?
—Sí, un segundo voy al baño —Jesús salió por la puerta. Necesitaba darse un paseo. Sus pensamientos le agobiaban, pero también el no poder compartirlos. Fue hasta el baño y regresó, momento que aprovechó para mirar el móvil. Tenía varios mensajes sin leer de Alejandro. Al final, optó por llamarle. Hacía días que no hablaban—: ¿Qué ocurre?
—Nada. Solamente te he escrito para saber si vendrás a verme hoy al final. Mi exmujer y su marido quieren ir a cenar luego y me gustaría... me gustaría que me acompañarás, Jesús —el tono de su amigo era de súplica y él sintió una extraña opresión en el pecho. ¿Es que no podía decirle que no y olvidarse? Solamente para ahondar en la herida, indicó—:
—¿Te acompaño como amigo? ¿O como alguien, a quien te gusta follarte, y luego decirle que no se enamore de ti? —Alejandro resopló.
—Mira la cagué. Cometí un error. Somos amigos. Me gusta el sexo contigo. Nos entendemos en ese aspecto y me gusta quedar contigo. Fui un capullo, pero de verdad me gustaría que vinieras y... —Alejandro suspiró—. Mira, no sé por qué me gustas. Pero lo haces. Me gusta pasar tiempo contigo. Y no quiero seguir planteándome que va a pasar. No sentimos nada romántico, ninguno de los dos, así que vamos a mirar de disfrutarlo.
—De acuerdo. ¿A qué hora quedamos? —Jesús oyó como, aliviado, Alejandro le contaba el plan para esa anoche. Se notaba que le hacía ilusión. Jesús sonrió con más tranquilidad. Volvió al despacho para acabar de pulir la reunión para el lunes. Su mente en calma, como no lo había estado momentos antes.
Eva sonrió como una boba ante la torre inmensa de tortitas que había preparado Tonik. Los sonoros pasos de pies descalzos del pequeño le sacaron de su sopor. El día anterior habían ido a buscar juntos a Iván al colegio. Se tomó con mucha ilusión la aventura de vivir en casa de Eva. Se pasó la tarde en su nuevo cuarto, jugando con sus juguetes y poniendo las cosas a su gusto. Ella admiró lo buen niño que era. Estaba bien educado y era independiente. Cenaron los tres en la terraza e Iván no paró de contarle las aventuras de su semana con su madre. Se notaba que la adoraba, y que la echaba de menos. Eva entendía esa sensación, la había experimentado durante gran parte de su infancia. Las ganas de ser importante en la vida de alguien que te consideraba, bueno, no una carga, pero tampoco su mejor pasatiempo. Ahora de adulto, notaba un pinchazo al ver a Iván con esos mismos sentimientos. Tras la cena había dejado a padre hijo el televisor y ella se había acostado temprano. El olor a tortitas la despertó. Iván entró corriendo, despeinado y con esos ojos aun de sueño. Le gustó verle así, pensó. Era la primera vez, y era enternecedor.
—La magia de las tortitas también pasa aquí —dijo con una enorme sonrisa de ilusión. Iván ya era mayor para crear en cuentos de hadas, pero parecía que le gustaba seguir haciéndolo. Eso era bueno, que apurará la ilusión de la infancia un poco más.
—¿La magia de las tortitas? —preguntó Eva. Tonik se apoyó en el umbral encogiéndose de hombros. Se le veía tranquilo y contento.
—Sí —dijo Iván, muy serio, sirviéndose una tortita—. Estaba preocupado. Desde pequeño, un sábado al mes, viene el patrón de las tortitas —musitó, explicándole muy serio la cuestión a Eva que se sentó en la mesa—. Es un amigo de la tita Ariel. Hicieron una promesa de meñique. Si la noche del viernes se ponía en un bol, un huevo y un azúcar, el patrón vendría a hacer tortitas. Ayer papá y yo pusimos el huevo y el azúcar. Tenía miedo que no nos encontrará.
—Vaya, me alegra que el patrón de las tortitas haya encontrado mi hogar. Porque me encantan —Tonik se despegó de la puerta en un gesto que a ella le alteró el corazón. Era atractivo, incluso sin pretender serlo. Se sentó a la mesa entre ambos y se sirvió dos grandes tortitas, un poco quemadas. Eva sonrió al ver el gesto—. ¿Qué planes tenéis para hoy?
—Mamá iba a ver hoy conmigo «Parque Jurásico». Ella nunca la ha visto —Eva fingió escandalizarse. Iván la miró muy serio—. Lo sé, yo tampoco lo entiendo —tenía siete años y era cada día más divertido. Entraba en la edad que más le gustaba a ella. Esa edad donde se podía empezar a hablar con ellos. Ella le guiñó un ojo.
—Entonces, tenemos plan —dijo ilusionada. Tonik la miró sorprendido, aunque no dijo nada. Eva señaló algo más seria—: Pero, primero, creo que tendríamos que salir de expedición y comprar suministros. No se puede ver una película como está sin palomitas.
—Ni gomitas de dinosaurios —dijo Iván con tono suplicante girándose hacia su padre. Tonik puso los ojos en blanco y asintió. Desayunaron con voracidad entre risas y planeando sus compras. Cuando el pequeño anunció que tenía que ir al baño, ellos dos se quedaron solos. Eva recogió.
—Dile al patrón de las tortitas, que se me da de muerte hacerlas, si tengo una buena masa. Me puede llamar y le echaré una mano encantada —Tonik le sonrió y negó por lo bajo.
—Ariel es la artista de estas cosas. Pero que quedé claro que me defiendo. Aunque algunas se me hayan chamuscado —Eva se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Tú concentra tus esfuerzos en esa deliciosa tortilla prometida —Tonik se levantó y ambos quedaron muy juntos. A Eva le latía fuerte el corazón. Parecía que ambos lo estuvieran escuchando.
—Sé hacer otras cosas deliciosas también —eso había sido un golpe directo. Eva se puso roja, pero sacando su carácter más chulo, le miró divertida.
—Estoy segura de que sí. Espero probarlo —Tonik no se lo esperaba, se dio cuenta. Al menos, no que ella entrará al juego, por lo que sorprendido y pícaro, le acarició el rostro.
—Te vas a hartar —los pasos del pequeño les separaron. Eva se fue a vestir con los nervios, recorriéndole todo el cuerpo. Dos simples frases y le había hecho temblar de deseo. ¿Es que tenía un superpoder? Ningún tío había conseguido ponerla tan nerviosa como él lo hacía. Suspiró. Se cambió y se puso unos tejanos negros, con sus bambas negras y su camiseta de «Parque Jurásico». La había comprado en su excursión al parque de atracciones. Le iba tres tallas más grandes, lo que secretamente le encantaba. No tenía ningún sujetador limpio, además estaba decidida a estar cómoda, por lo que pasó de él. Salió a buscarles—: ¿Lista? —le preguntó Tonik al verla aparecer por el pasillo. Ella asintió.
Los tres se fueron al supermercado más cercano. Iván llevaba la lista y les leía las cosas un poco como le convenía. Tonik le dejó a ella la función de ir cogiendo los suministros. Con el pequeño se hincharon a comprar cosas prohibidas y pasaron un poco de lo que su padre les había puesto en la lista. Estaba siendo la compra más divertida de su vida. Aunque ella vio con ternura como Tonik, ponía en el carro algunas de las cosas que ellos olvidaban mencionar o coger. ¿Cómo tenía tanta memoria? ¿Para qué les había hecho la dichosa lista? Ese hombre era un misterio que le encantaba. Al momento de pagar, Eva se adelantó y pagó con su tarjeta. Tonik la miró molesto. Parecía enfadado. Aunque no supo por qué. Cuando llegaron a casa, él seguía en silencio. Agobiada, se dispuso a preguntarle. Tonik se giró molesto en la cocina, mirando si estaban solos.
—¿Por qué has pagado? Nosotros somos dos y tú una. Casi todo esto es nuestro —musitó en tono contenido, señalando la encimera—. No tenías por qué...
—Esta semana me toca a mí y la siguiente a ti —dijo sorprendida por su preocupación y molestia. Tonik se giró y siguió colocando las cosas. Ella le tocó el brazo—: ¿Por qué te molesta?
—Porque... joder Eva. Sé que vas mal de pasta. Has aceptado aguantarnos porque vas justa. Vi lo que le dejaste a tu madre. No quiero que pases apuros o ... —Eva le miró sorprendida y se echó a reír. Tonik la miró como si estuviera loca, lo que probablemente fuera cierto—: ¿Qué te hace tanta gracia?
—Eres la primera persona que se preocupa por mis finanzas. Estoy bien. Si pagó es porque puedo. Te lo prometo. No soy tan descerebrada y... —Tonik le tapó la boca algo más animado, aunque con picardía.
—¿Loca consciente? —ella asintió muda. Iván regresó a la cocina nervioso. Tenían que empezar a preparar su preciado día de «Parque Jurásico» o no les iba a dar tiempo de todo. Ambos sonrieron como dos bobos.
A las siete en punto, Alejandro apareció para recoger a Jesús. Nervioso, aprovechó antes de abrir, para revisar su aspecto en el hall de entrada. Jesús se había puesto un traje oscuro y camisa gris. Elegante y formal. Él siempre iba así, no era muy imaginativo con la moda. Ni tampoco optaba nunca por prendas cómodas e informales. Negó y abrió la puerta. Alejandro iba muy parecido. Ambos se miraron nerviosos. Como si fueran dos críos que no supieran qué hacían. No se dieron dos besos, ni un apretón de manos. Ambos fueron conscientes de ello.
—¿Cómo estás? —dijo Alejandro, cuando Jesús subió al coche. Su amigo conducía concentrado.
—Bastante bien. Un poco cansado. Esta mañana me tocó trabajar y... —Jesús le habló de su trabajo, de su familia y de poco más. Alejandro también habló de su trabajo. Cuando llegaron, le dio su entrada, y entraron en la sala donde se hacía la exposición. Tras presentarle a Luis, el marido de su pareja de baile, Alejandro se despidió de él. Ambos se sentaron a contemplar a los bailarines. Luis era un tipo divertido y educado. A Jesús le cayó muy bien al instante y se sintió cómodo.
—Es la primera vez que Alejandro tiene público —musitó con confianza y alegría—. Normalmente, no invita a nadie. Debes ser un buen amigo.
—Lo somos —dijo Jesús, aunque se removió incómodo por el término usado. Pero, ¿qué podía decir? Ni siquiera sabía que eran en verdad.
—Ya veo. Bueno, está bien que tenga a gente en su vida. Lo pasó mal cuando se separó de mi mujer. Lo entiendo. Ambos se amaban mucho tanto personal como profesionalmente. Habían construido su vida juntos. Cuando se separaron, los amigos en común que eran todos se sintieron incómodos. Alejandro no quería que Rocío perdiera a nadie. Él se apartó elegantemente, hasta que volvieron a ser pareja de baile. Aunque, realmente, nunca ha sido igual, claro. Tiene a Emilio y su familia, pero dejó que ella fuera quien se quedará con su grupo. A veces... me daba pena —a Jesús le dio un vuelvo el corazón. Esa parte de Alejandro, tan noble y dulce, era extraña. Pero le gustaba. Les vieron bailar. Rocío y Alejandro se compenetraban muy bien. Se movían casi como si fueran un solo ser. Se movían al compás y se sonrían sin parar. Ese día era solo una demostración. No competían para nada, pero si hubiera sido así, Jesús estaba seguro de que hubieran ganado. Él estaba espectacular con el pantalón negro y la camisa blanca a conjunto. Se estremeció cuando noto como Alejandro movía las caderas. Cuando acabó, Luis y él les esperaron para cambiarse. Rocío fue la primera en salir. Llevaba un vestido blanco y besó a su marido, para luego intercambiar dos besos con Jesús. Se presentaron con educación. Alejandro salía justo en ese momento.
—¿Qué? ¿Nos vamos a cenar? Estoy muerto de hambre —musitó. Rocío le tendió el brazo y él se lo cogió. Entre bromas y confidencias, fueron a un restaurante costumbrista, que hubiera sido las delicias de su hermano Jules. Aunque Jesús no solía entrar en sitios así, ese día se dejó llevar. Mandaba Alejandro. Pero, la verdad es que la comida, estaba diez mil veces mejor que en cualquier otro lugar. Alejandro le miró divertido—: ¿Está bueno, niño pijo?
—No soy pijo —replicó molesto por el término—. Me gusta que la comida sea una experiencia diferente. Un arte propio, realmente.
—Nunca he ido a un sitio así —replicó Rocío con una sonrisa. Mientras Alejandro les contaba alguno de los menús que habían compartido—. Me encantaría probarlo dicho así.
—Yo os invito. La próxima vez, elijo yo —dijo divertido y más relajado. Alejandro le pasó un brazo sobre los hombros antes de que trajeran el postre. Se le veía relajado y divertido. Además, esos gestos cariñosos... le estaban volviendo locos. Cuando Luis y Rocío se marcharon, ellos se quedaron a tomar una última copa.
—¿Decías en verdad que habrá una próxima vez? —preguntó Alejandro algo tenso. Se notaba que esa respuesta le importaba más de lo que quería reconocer.
—¿Y por qué no? —dijo Jesús mirándole con intensidad— ¿No te gustaría?
—Me encantaría, niño pijo —Alejandro le miró con seriedad y a él se le aceleró el corazón—. La verdad es que me encantaría salir contigo, siendo sincero. Tenías razón en muchas cosas el otro día. Fui un capullo integral. Pero, me gustas, Jesús. Me gustas de verdad, y me da un poco de miedo que yo a ti no. Pero, me gustaría conocerte —Jesús no sabía qué decir. Ese hombre le despertaba muchos sentimientos diferentes y no tenía claro como sentirse al respecto—. Si quieres, claro.
—Hablas como... ¿pareja? —necesitaba confirmarlo. Necesitaba oírselo decir, para creérselo.
—Bueno, ¿por qué no? Una pareja no deja de ser sexo y amistad. Ambas cosas las tenemos. Solo nos queda construir lo demás. Confianza y lealtad. Y creo que... bueno, creo que podría funcionar. Joder... al final sí que voy a ser maricón —dijo agachando la mirada.
—No lo digas así. Digamos que esto es un experimento para ver ... si funciona. Al fin y al cabo, ¿a ti te gustan más hombres? —Alejandro negó —. Ten claro que a mí tampoco —eso les hizo sonreír a ambos.
—Entonces, veremos donde vamos.
Eva se dejó caer en el sofá exhausta. Nunca había pasado un día tan agotador. Le parecía, que hacía mil años, desde que se había levantado por el olor de tortitas. Sin embargo, se sentía ligera. Había sido muy divertido pasar el día con Iván y Tonik. Estaba cansada, pero no tenía sueño. Unos suaves pasos le hicieron levantar la cabeza. Tonik había regresado al comedor. Iba en pijama, con el pelo revuelto y descalzo. Era íntimo verse así, pensó. Verse de esa forma tan cómoda y sin máscaras.
—Se ha quedado dormido, al fin —dijo fingiendo agotamiento, aunque bueno, quizás no fuera tan fingido —: ¿Te apetece hacer algo? Es sábado noche.
—Estoy muerta. ¿Cómo lo haces para no quedarte sin energía? —él la miró misterioso y puso los ojos en blanco. Se sentó a su lado. Había espacio suficiente, pero él se sentó pegado a ella. Eva le miró—. Eres un superhéroe, patrón de las tortitas.
—No soy ningún héroe, enana. Soy un hombre normal y también estoy agotado —le indicó, dejando caer la cabeza en el sofá. Ella se estremeció, pero no de frío—: ¿Estás nerviosa por las clases? He visto que repasabas el programa a escondidas esta mañana. Tienes que desconectar, también. Además, estoy seguro de que lo harás genial.
—No eres objetivo —dijo ella nerviosa—. Me tienes aprecio. Eso no cuenta. Y, sí, estoy nerviosa. No, histérica. Nunca he sido profesora universitaria y no sé si lo haré bien. Me da miedo olvidarme de explicarles algo. Esto no es como el instituto.
—Práctica conmigo. Cuéntame las cosas que tienes que explicar. Seguro que las sabes de memoria —ella le miró indecisa e insegura. Tonik acercó su rostro al suyo—. Vamos, me apetece. Prueba conmigo —Eva se levantó, y se sentó al frente, en la mesa que tenía de centro. Necesitaba espacio. Aunque él la observaba muy cerca, ya que apoyó sus codos en las rodillas.
—¿Sabes que Nietzsche y Platón son dos polos opuestos que han definido la rotura en filosofía? —Tonik negó divertido. Algo sorprendido de que ella aceptará hacerlo—. Platón, es evidente, que es el filósofo entre los filósofos, el padre de todo, el big boss por así decirlo. No hay otro como él. Es su pensamiento el que construye todo el pensamiento occidental. Y, por culpa de sus filias y fobias, hemos construido un relato diferente. Si Platón no hubiera existido, el mundo sería totalmente distinto —Tonik levantó la mano como en el colegio. Ella le dio permiso.
—¿Cómo puedes afirmarlo tan categóricamente? —preguntó.
—Hay que entender el pensamiento de Platón, para entender esta afirmación. Pero sobre todo, entender en contra de quién pensaba y por qué. Él tiene sus maestros, desde los que construye su propio razonamiento. El principal es Sócrates, pero si te fijas, no nos llega nada escrito por Sócrates. Todo lo escribe Platón. Él escribe lo que pensaba su maestro. ¿Eso no te da que pensar? —Tonik la miró dubitativo —. Si es cierto que todo lo que escribe de Sócrates lo deja inacabado. Su maestro no llega a ninguna conclusión, porque ya no está ahí para darla, y Platón no es quién para hablar por él —Eva respiró profundamente —. Pero el pensamiento de Sócrates es el único que llegas escrito, el único que se tiene en consideración. Como si antes de él no hubiera otros pensadores. Además, alguien muy importante para Platón, también es Parménides. Parménides indicó: «El ser es y el no ser no es». Esto que parece banal es trascendental. Indica que no hay un término medio. La realidad es una sola, inamovible y para nada cambiante.
—Pero eso es cierto —dijo Tonik atrapado por el relato, ella sonrió—. La realidad es una.
—La realidad es interpretada, Tonik. Tu realidad no es mi realidad, por tanto, no puede ser una —a pesar de eso, asintió—. Pero, tal como tú indicas, para Platón es cierto. La realidad es una. Es metafísica. Las cosas son, no pueden cambiar. Hay unas ideas reales e inmovibles, universales y eternas, que se comparten entre todos. El pedagogo es quien llega por la senda de la razón para encontrar estas ideas. Por eso divide el mundo en dos: el mundo sensible, que es el que captan nuestros sentidos. Un mundo que Platón considera falso. Y el mundo real, que es un mundo abstracto al que podemos llegar mediante la senda de la razón. Y, por eso, otro maestro muy importante para él es Pitágoras. Las matemáticas sirven para demostrar la realidad metafísica. En los principios matemáticos no hay interpretación.
—Eso es verdad —dijo Tonik reclinándose en el sofá. Cómodo por hablar de algo que entendía—. La matemática pura es como un lenguaje propio. Como un camino hacia la verdad.
—Cierto y no. La matemática, también, ha tenido preceptos incorrectos y cambiantes. También han surgido necesidades en ella. Pero, es verdad que la matemática expresa la verdad metafísica. Para Platón la metafísica es cierta, por lo que el mundo se separa en dos —Tonik asintió—. Platón y Pitágoras eran orfistas. Ellos creían que el ser es la suma de un cuerpo y un alma. El cuerpo es débil. Son los sentidos falsos que nos engañan, un obstáculo para el objetivo del alma. El alma pura que ve el Bien y la realidad. Que tiene como objetivo trascender al mundo de las ideas. ¿No te suena de algo todo eso?
—Joder, Eva... —él la miró impresionado e interesado. Eva le sonrió divertida.
—Eso no es todo. Platón era enemigo del cuerpo. Creía que el cuerpo no era más que una prisión. Delegó las sensaciones del cuerpo a meras absurdeces. Por eso vivimos negando el cuerpo, nuestra única forma de vida, para creer en una vida, que puede no existir —Eva le miró con intensidad—. Negar el cuerpo supone negar nuestra existencia. Otros pensadores dirán que Platón se equivoca. Sentimos, y eso es lo único real. Somos porque tenemos ojos que ven, nariz que respira y detecta olores. Somos porque oímos el mundo a nuestro alrededor —Tonik se incorporó, estaba muy serio, sus ojos no se movieron de los de ella, pero Eva notó la proximidad—. Somos porque notamos el gusto de las cosas en nuestra boca —él se acercó más, mirándole los labios—. Somos porque nuestra piel nota el calor y el frío. La suavidad o la aspereza —Tonik rozó con delicadeza su pómulo, hasta tocar sus labios—. Somos porque sentimos.
—Eres increíble —dijo con voz ronca y profunda, que ella sintió muy dentro de sí misma—. Vas a dejarlos cautivados —ambos se miraron, como dos desconocidos y conocidos a la vez. Su cuerpo expuesto a cualquier estímulo. Fue ella la que se separó un poco. No podía ser. Con él no podía caer en una tentación así. No podía actuar como siempre. Él no era un ligue cualquiera.
—Gracias. Eso espero. Espero hacerlo bien. En fin, muchas gracias por escucharme. Buenas noches, Tonik.
—¿Sabes cómo se despiden los químicos? —Eva negó ya en el umbral del comedor—. Ácido un gusto.
Él la observó irse a su dormitorio sonriendo por el tonto chiste. Su creciente erección apretando contra el pantalón. Frustrado, dejó caer la cabeza entre los cojines del sofá. ¿Cómo podía ser tan imbécil, de intentar seducirla, cuando ella estaba, claro, que solo le veía como un amigo? Debía dejarse de tonterías. Estaba haciendo el tonto. Él ya no estaba en el mercado. Por el amor de Dios, tenía un hijo; tenía una vida ya muy complicada. Ella lo había podido ver ese día. ¿Quién iba a querer todo el lote completo? Revisó su móvil y vio el mensaje del decano. Le ofrecía otra cuantiosa suma más alta que la anterior por la docencia. Solamente tenía que hacer el máster. Podría ser profesor de universidad. Comprarse una casa, quién sabe, incluso un coche más grande. Negó. Él no era así. A él no le interesaba la docencia. No quería una casa más grande o un mejor coche. Quería volver a su desvencijado piso en el barrio. Trabajar como freelance sin responsabilidades. Dedicarse a su hijo, a hacerle feliz. Negó y se incorporó un poco, dispuesto a acostarse. Aunque su mente se negaba a dormir.
¿Cómo sería su vida con una mujer al lado? Bueno, no con cualquier mujer. Con Eva a su lado. Ella daría clases, él la escucharía. Una noche como esa, él la tumbaría con delicadeza en la cama y se enterraría bien hondo dentro de ella. Tan hondo que haría que los ojos de ella se iluminarán hasta volverse borrosos de placer. Se dormirían abrazos. Escucharía su respiración hasta quedarse dormido. Se levantaría temprano para prepararle un desayuno bien rico. Ella le miraría con alegría y compartirían confidencias, hasta que unos pasos le alertarán de la llegada de Iván. Que saltaría a los brazos de su mujer. Él les miraría hasta cansarse. Aunque nunca creía llegar a cansarse de esa imagen. El móvil de Eva vibró. Se lo había dejado en el salón. Sorprendido, y con curiosidad, vio la pantalla. ¿Por qué era tan cotilla? Quizá fuera genético. El dichoso gen Carjéz.
«Tengo ganas de verte», le escribía Jesús. Puso los ojos en blanco. Ella decía que eran solo amigos, pero... quién sabía. Quizá hubiera algo más entre ellos. Algo que ella no quería contarle. Tonik no sabía como se lo tomaría. Estar conociéndola no le estaba poniendo las cosas fáciles. Otro mensaje parpadeó. Era un número desconocido. Le escribía: «¿Estás libre el viernes? Me apetece verte y...», el resto del mensaje se perdía. Tonik imaginaba lo que le apetecía. No hacía falta ser muy listo. Aunque tampoco sabía como se lo tomaría si el viernes venía un hombre a casa. Sin embargo, sabía que ella no haría algo así. No por él, sino por Iván. Un chico guardado como ligue desconocido le había escrito: «¿Te apetece vernos, cariño? No dejo de pensar en ti». Agobiado apartó la mirada. En fin, ella no perdía el tiempo. Ya lo sabía. Él sabía que en su vida había muchos hombres. Muchos ligues. Ninguno importante. Pero... aun así le escocía. Le escocía pensar, que, algún día, llegaría uno que no fuera desconocido. Alguien que a ella le pudiera importar de verdad. La pantalla volvió a tintinear. Esa vez ea una alarma. «Aniversario Nico», un corazón negro. Él miró la caja plateada que tenía en la vitrina. En ella tenía grabado el nombre Nico.
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