06. El secreto
Eva corría en zapatillas como si la llevara el diablo. Bien, no estaba asustada ni corría por algún peligro. Estaban jugando con los conejitos. Se habían dado cuenta, divertidos y emocionados, de que a Orión le gustaba jugar a pillar. Corría detrás de ellos para saltarles a los pies con rapidez y salir corriendo en dirección contraria. Iván y Eva no podían parar de hacerlo. Era desternillante. Tonik les grababa en el salón, con Nebula acurrucada a sus pies. La escena era tan casual, tan familiar y tan alegre, que Eva lo repostó sin dudarlo. Ella no colgaba muchas cosas en redes sociales, pero desde que había empezado a hacer más fotos de Iván y sus mascotas, le gustaba tener un lugar donde ponerlas y guardarlas. Lo hacía más por ella, que por los demás que pudieran verlas. Olfateó divertida para la cocina, donde una enorme tortilla de patatas se enfriaba. Era domingo, y en menos de una semana, se acababan las clases. Era domingo, y en menos de una semana, se mudarían los tres a su nuevo piso. Era domingo, e Iván acababa el colegio en menos de cinco días, como ella acababa sus clases. El verano se presentaba repleto de felicidad e ilusión. Repleto de nuevas aventuras que querían vivir.
Al final, la obra se había alargado un par de semanas más. Jesús no había estado muy participativo para nada. Tenía la mente en las nubes. Borrascosas, por supuesto. Seguía peleado con Alejandro y ninguno de los dos parecía dar su brazo a torcer. Ella había quedado un par de veces con Jesús, pero no le había querido contar nada. Se sentía algo agobiada por ese silencio y esa sensación de impotencia. De saber que él lo estaba pasando mal y no podía hacer nada para ayudarle. Su amigo era muy hermético en algunos temas, y era imposible sacarle nada en claro. Ella esperaba que, en algún momento, Jesús se abriera y pudiera decir lo que le angustiaba. Pero de momento, esperaba. Todos ellos lo hacían. Y con ello hubo algunos pequeños problemas en obra y demoras que no se solucionaron. Ni Tonik ni ella le dijeron nada. Esperaron a que Jesús lo resolviera cómo debía hacerlo. Ninguno de los dos quería presionarle. Finalmente, en cinco días, ya vendría el camión de mudanza. La casa parecía un auténtico caos, pero era un caos gustoso. Era un caos alegre.
—Venga, dejad ya al pobre conejo. Os está ganando siempre. Sois unos pardillos —les soltó Tonik divertido, enarcando una ceja. Tras eso apretó a Eva entre sus brazos, que le sonrió feliz. Ese hombre era maravilloso, todo lo era. Tanto que empezaba a estar asustada de verdad. ¿El amor no se suponía que era complicado? ¿No se suponía que dolía? ¿No se suponía que era difícil? Quizá eso era cuando no era correspondido. La verdad es que no lo tenía nada claro. Pero le asustaba la facilidad en que era feliz, en que las cosas salían bien entre ellos.
Comieron en la terraza y luego se tumbaron a hacer una siesta. Aunque, por supuesto, ninguno de los tres durmió. Se dedicaron a molestarse, a chincharse y a reírse. A pesar de no dormir, se levantó renovada. Descansada. Repleta de energía. Como siempre. Supuso que cuando las cosas iban bien, uno se sentía más repleto. Iván decidió hacer un torneo de juego de mesas y se puso a prepararlo. Estaban en ello, cuando llamaron al timbre. Eva fue a abrir algo confundida. No esperaban visita.
—¿Sí? —dijo al interfono.
—¿Está Tonik? —Eva se puso nerviosa en cuanto escuchó la voz. Era Lucía. Buscó a Tonik con la mirada—: Quería hablar un momento con él a solas. Y si subo...
—Ahora baja —respondió Eva más segura de lo que se sentía. En susurros le contó a Tonik lo que sucedía. Este le acarició la mejilla y bajó con Lucía. Eva debería haberse ido con Iván y desconectar. Pero, como estaba entretenido preparando la mesa, ella cometió el terrible error de quedarse escuchando. El error de ser la absoluta cotilla que siempre era.
Tonik no bajó apresurado las escaleras. Es más, fue lento a posta. Lo último que le apetecía ese día, era estropeárselo con Lucía. Se presentaba una tarde maravillosa de juegos, en los que pensaba ganar a Eva sin dudar. Le encantaba ver cómo arrugaba la nariz molesta por perder. Era muy competitiva, pero él también. Aunque Tonik cediera muchas veces por Iván. Pero esa tarde no. Esa tarde iba a molestarla y hacerla picar. Tras ello, les haría una estupenda cena. Y dormiría tempranito a Iván. Lo que le dejaba un par de horitas para ellos solos. Esas horas que alargaría infinitamente toda la noche si pudiera. Y se deleitaría en reírse de ella, en mimarla y besarla. Abrió la puerta y se apoyó en el umbral de mala gana.
—¿Qué ocurre, Lucía? —dijo muy serio. Ella mostraba un aspecto triste. Una parte de él, como siempre, se sintió compungida. Lucía había sido el amor de su vida, era la madre de su hijo. Le daba una extraña opresión cuando la veía triste. Pero, ella también le había hecho daño. Le había dejado, sin mirar atrás, a él y a su hijo. Nunca sabía bien cómo sentirse respecto a ella.
—No ocurre nada. Bueno, sí, ocurre todo. No lo sé —dijo acercándose a él—. Mira, hoy me han hecho la primera ecografía —le mostró la imagen. A Tonik se le emocionó el cuerpo al recordar la primera ecografía de Iván. Lo muy felices que se habían sentido cuando le vieron por primera vez, cuando oyeron su corazón—. Va todo muy bien. Aún es pronto para saber qué será, pero yo creo que será niño. Siempre sueño con que es un niño.
—Me alegro, Lucía. Me alegro de que todo vaya tan bien —reconoció Tonik. Era verdad, nunca desearía que le ocurriera nada malo. Ni a ella ni a Luis, por mucho daño que le hiciera en el pasado.
—Mister nerd, no va todo bien. Va todo mal. Va todo fatal —dijo agobiada. Tonik le tendió la mano y le apretó con ternura. Verla tan desconsolada le partía el corazón. Pero, con las emociones tan a flor de piel, era normal que se sintiera confusa.
—¿Por qué dices eso? ¿No está todo bien con el bebé? —preguntó algo preocupado.
—Sí, sí. No es eso. Es que yo... yo ya no quiero a Luis, mister nerd. Le detesto. Es verle y me da... repulsión. Yo no quería ser madre y ahora mira, mira a esa cosa que crece dentro de mí —dijo ella y sonriendo como una boba—. Es perfecta y la adoro. Le quiero incluso antes de verle —eso aligeró la tensión del cuerpo de Tonik. No hubiera soportado que ella odiara a su bebé, que dijera algo malo—. Pero... no puedo querer a Luis. Él cree que esto resolverá los problemas de nuestro matrimonio. Que nos iremos a Galicia y que irá todo bien. No va a ser así. Tú y yo sabemos muy bien que un bebé solo complica las cosas.
—Pero Lucía... no puedes no... —negó aclarándose la mente—. Deberías hablarlo con Luis. Deberías decirle cómo te sientes. Incluso antes de esto, deberías haberlo hecho.
—Mister nerd, ¿es que no lo entiendes? ¿No ves lo que te llevo diciendo desde hace tiempo? No puedo amar a Luis, porque me he dado cuenta de una cosa. Me he dado cuenta de que yo... de que sigo enamorada de ti —le espetó Lucía. Tonik se quedó de piedra y no dijo nada. No se sentía capaz de decir nada. Su cuerpo sentía varias emociones encontradas, pero ninguna positiva—. Verás, todo este tiempo... en verdad, estaba perdida. No sabía qué quería. Éramos muy jóvenes cuando nos conocimos. Todo fue muy rápido y yo quería... bueno, quería vivir un noviazgo diferente. Al fin y al cabo, desde el primer día que te conocí, ya eras de alguna manera, padre. Ya eras alguien con responsabilidades. No teníamos libertad, ni juventud.
—Ya me conociste así, tú lo has dicho. Nos enamoramos así y siempre pensé que nunca te molestó. Que siempre lo entendiste. Además, no sé qué tiene que ver el pasado con el presente —le indicó molesto—. Mira, Lucía, necesitas aclararte. Las hormonas...
—Esta es nuestra última oportunidad. Fui una ingenua, una estúpida y una inmadura. Pero con este niño, podemos volver a empezar. Con Iván... los tres seríamos felices. Los cuatro. Una familia. No tendría que irme lejos, estaríamos juntos. Lo que siempre soñamos, mister nerd —Tonik la miró incapaz de decir nada. Era tan bonito, pero era tarde. Todo eso llegaba demasiado tarde. Él ya no era ese Tonik, ni ella esa Lucía. Ya no era ese sueño que siempre compartieron. Su sueño estaba arriba, esperándole para jugar con su hijo. Ella se tomó su silencio como revelador y se abrazó a Tonik, incluso le besó. Él la apartó molesto por su tacto, por ese gesto.
—Lucía, basta de tonterías y gilipolleces. Ya no somos unos niños. Bueno, en mi caso, hace años que no lo he sido. Tenemos un hijo en común, pero nada más. Nuestra relación hace años que se acabó. Años. Tú lo acabaste y yo lo acepté —musitó molesto, cerrando las manos que le temblaban—. Lo pasé mal, pero entendí que era lo mejor. Tú no me amabas como debías, ni yo a ti. Éramos jóvenes y, sí, ilusos. Quisimos creer que un hijo solucionaría nuestro matrimonio roto. Y nunca me he arrepentido de ello, pero tú sí. Huiste y lo acepté. Volviste y lo acepté. Formaste tu vida con Luis, algo que siempre me pareció bien, y lo acepté. Y, mientras yo seguía ahí, sin nadie, estabas feliz —le espetó entre incómodo y sincero. Dispuesto a decirle la verdad, aunque nunca más volviera a hablar con la madre de su hijo—. ¿Sabes qué ha pasado? Pues que he rehecho mi vida, Lucía. Y no soportas pensar que pueda ser feliz. Desde que viste lo que sentía por Eva, me has perseguido, mentido y tentado. No sé en qué momento tu amor se convirtió en esto, pero no lo quiero. No quiero nada de eso contigo. Si te vas a Galicia, adelante. Iván se quedará en su casa, ya lo sabes. Y jamás impediré que lo veas. Pero, renunciaste a su custodia cuando lo abandonaste. Y permití que le vieras, porque eres su madre. Pero no confundas eso, con que sienta algo por ti. Ahora, hazle un favor a Luis y, si no lo amas, díselo.
—Tonik yo... —la dejó con la palabra en la boca y subió hasta su hogar.
No iba a darle ni un instante de duda. Tenía razón. En todo lo que le había dicho. Él ya lloró bastante por ella. Cunado le dejó solo con un niño de nueve meses, para irse a vivir. Así se lo dijo. Y él lo aceptó. Lo aceptó porque Iván era su vida. Y antepuso su papel de padre al de hombre. Tuvo que aguantarse tantas veces la sensación desesperada de haber fracasado como marido. Y ahora... ahora que había recuperado su felicidad. Que había encontrado a alguien que le llenaba por completo, que le hacía feliz. Ella pretendía que lo dejará todo, para volver a algo, que ambos sabían que nunca funcionaría. Con la tentación de ser una familia perfecta. Para que se sintiera culpable de rechazarla. Para forzarle a hacerlo por su hijo. Un chantaje emocional, para volver a dejarle en la estada. Pero no, eso se había acabado. Tonik respiró profundo y suspiró. Sabía que su hijo iba a perder a su madre, pero eso era la decisión de Lucía. Si ella no anteponía a su hijo a sus necesidades, era cosa suya. Tonik había tomado su decisión.
Eva había dejado de mirar como la cotilla que era, en cuanto Lucía le besó. Ofuscada, se giró dispuesta a marcharse. A deshacerlo todo. A increparle. Pero, se quedó quieta en el pasillo, observando a Iván que predisponía la mesa con ilusión. No, ella no iba a montar ninguna escena ni hacer nada. Ella no tenía derecho a increparle por algo que había cotilleado sin su consentimiento. Además, eso era decisión de Tonik. Si él amaba a Lucía, si decidía irse con ella... bueno, tendría que respetarlo. Ella ya lo sabía. Siempre lo había sabido. Ambas eran dimensiones diferentes. Eva era una mujer, pero Lucía era la madre de su hijo. Eran de otras esferas. Con ella elegía una relación, pero con Lucía elegía una vida. Una vida preciosa. Una familia. Suspiró y se cogió el corazón. Había sido demasiado bonito para ser real. Así era. Y como todo en su vida, lo bueno debía acabar. La felicidad no podía ser para ella. Tenía que ser para otros. Ella lo había aceptado hacía años, pero dolía volver a sentirlo. Atrapó a Nebula entre sus brazos, para disimular el temblor de sus manos. Regresó al salón junto a Orión.
—Ya lo tengo todo —dijo Iván ilusionado. Pero al verle la cara, la miró muy serio. Ella intentó corregir su expresión, pero Iván parecía leer sus ojos—: ¿Va todo bien, mami? —Eva asintió y bromeó. Ni siquiera fue consciente de lo que dijo. Iván la volvió a mirar muy serio—: ¿Dónde está papi?
Por suerte, Eva se ahorró en responder. Tonik acababa de entrar. Ella evitó mirarle. No quería leer sus expresiones, ni ver reflejada la pena en su cara. No quería sentir que eso a él le costaba. Tener que decidir le debía hacer daño. Pero así era. Tonik también debía pasarlo mal, porque ella sabía que la quería. No le había mentido nunca sobre sus sentimientos. Ella sabía lo duro que debía ser tomar esa decisión. No era justo, pero la vida era así. Cuando llegó hasta ellos, miró el móvil. Fingió que la llamaban y se metió en su cuarto. En dos minutos, tuvo tiempo de sobra para prepararse una pequeña maleta. Salió deprisa, poniendo su perfecta máscara y chocó con Tonik. La miraba preocupado.
—¿Va todo bien, enana? —le dijo sonriente. Esa mirada relucía de alegría y ella negó confundida. Luego, asintió sin saber qué hacer. Apartó la mirada incómoda.
—Sí, sí. Pero me acaba de llamar Almudena. Necesita que vaya a echarle una mano con Vanessa. Han discutido terriblemente y... bueno, ni se hablan. Todo un drama adolescente —dijo poniendo su perfecta y despreocupada máscara. La que siempre usaba cuando quería sentirse valiente. Cada latido le dolía y le picaban los ojos. Se esforzó por continuar—: Espero que no te importe. Pasaré allí la noche y... bueno, ya volveré —Tonik la miró confuso, pero asintió lentamente. Como si temiera asustarla.
—De acuerdo, la familia es lo primero —Eva asintió. Esa frase se le clavó muy hondo en el corazón. Una declaración. Eso es lo que había sido. Un adelanto seguro de lo que se suponía que le diría cuando volviera a verse. Pero, ahora, no podía afrontarlo. No, cuando se había sentido tan feliz. No sabía por qué había puesto esa excusa, pero había funcionado. Salió al escape y se metió en el coche. Antes de arrancar, los sollozos le pararon el pecho. Sin duda, Tonik debía sentirse feliz de recuperar su familia. Su sueño. Su vida. ¿Cómo le había llamado ella? Mister nerd. Sí, él era ese. Su míster nerd. Nunca había sido nada suyo. Eva puso primera y arrancó huyendo.
Jesús cruzó con rapidez el aparcamiento y llamó al timbre. Una vez, dos, tres veces. Perfecto. No solamente llevaba semanas ignorándole, sino que tampoco iba a darle ninguna oportunidad. Había rechazado sus llamadas o mensajes, supuso que forzándole a venir, pero ahora no le iba ni a abrir la puerta. Suspirando agotado, se giró. Entonces, le vio llegar con las bolsas de la compra. Alejandro le miró sorprendido.
—¿Qué haces aquí? —le increpó de mal humor. Jesús quería espetarle algo, pero se quedó sin palabras. Se le habían fugado por la parte de atrás de su mente. Le había echado tanto de menos. Solo tenía ganas de besarle.
—Me apetecía verte —musitó en un susurro. Alejandro alzó las cejas. Jesús se molestó un poco—. Además, no respondes a mis llamadas.
—Supongo que hoy no haces de canguro y esperabas un premio —Jesús se dio cuenta de que él estaba en modo irritante, pero le había echado tanto de menos. No quería perder tiempo discutiendo—. Pues, ya ves. Estoy ocupado.
—Lo siento, no quería molestarte —dijo Jesús algo agobiado—. Solo pensaba que...
—Las cosas ya quedaron claras entre nosotros —indicó Alejandro. Jesús miró incómodo alrededor. No quería mantener esa conversación en la calle—. Mírate. ¿Te preocupa que te vean hablar conmigo en el portal? Vaya, no piense la gente que estamos juntos.
—No es eso. No me importa que nos vean juntos, idiota. Lo que quiero es que... bueno... es que hablemos esto de manera privada y... —empezó.
—Jesús, ya está hablado —le espetó molesto.
—Pues no. No lo está. Yo te quiero. Te quiero mucho, Alejandro. Te echo de menos y... quiero estar contigo —dijo molesto—. No entiendo qué es lo que quieres tú. ¿Qué más quieres que te diga o haga por ti?
—Pues está claro. Y si no lo ves...
—¿Quieres que se lo cuente al resto? Muy bien —le indicó Jesús. Estaba desesperado, quería volver a estar con él. Volver a besarle, tocarle, darle la mano, cenar juntos, reírse juntos— ¡Es mi novio! —gritó mirando a la gente de la calle que les miraba como si estuvieran locos— ¡Este hombre de aquí tan guapo es mi novio! —Alejandro le tapó la boca enfadado, aunque él vio una chispa de diversión cruzarle los ojos. En cuánto le soltó, molesto, preguntó—: ¿No es eso lo que querías?
—No lo entiendes. Jesús, ya sé que te da igual que la gente vea que somos novios. Pero... ¿qué me dices de tus hermanos? ¿De tus amigos? ¿De tus socios? —musitó Alejandro. Jesús se apartó molesto. Estaba mezclando cosas, y él no sabía cómo reaccionar ante ello. No era lo mismo. Lo diría, claro, cuando fuera el momento—. Ya, lo que pensaba. Mira, por favor, hazme un favor. Lárgate —Jesús lo hizo de mala gana. Se marchó y condujo hasta su casa.
Apoyó la cabeza al volante frustrado. ¿Es que no entendía Alejandro que eso no era lo mismo? ¿Qué le importaba a sus socios con quién se acostaba? No entendía que ese era un mundo cruel y no se lo tomaría nada bien. No veía cuántas oportunidades podía perder. En fin, se consoló pensando que quizá no estaba todo perdido. Al menos, le había hecho reír. Durante un momento, mientras gritaba como un loco, Alejandro se había reído. Durante un momento ha habido tenido alguna posibilidad de volver a disfrutar de su relación.
Alzó la mirada, y abrió los ojos sorprendido. Aunque también un poco asustado. Su casa tenía luz. ¿Había alguien? No, no podía ser. David estaba este fin de semana con Helena y Owen. Y... Jules y Ariel estaban de vacaciones con Anna. No. Mierda, ¿le habrían entrado a robar? Pero, ¿por qué dejaría las luces abiertas un ladrón? Nervioso, cogió su móvil y las llaves, dispuesto a lo que sea. Si era un intruso, podría cerrar rápido y llamar a la policía. Aunque si solo era uno, podía intentar noquearle primero. Él era fuerte. ¿Se quería hacer el héroe? ¿Y si iba armado? Estaba muy nervioso y agobiado. Anduvo silencioso y, cuando llegó al salón, abrió de una patada. Como en las películas. Sin embargo, no había ningún ladrón, ni nadie desconocido. Eva estaba hecha un ovillo en su sofá. Preocupado y nervioso, la increpó:
—¿Se puede saber cómo has entrado?
—Tienes una casa muy poco segura para ser tan cara. Te habías dejado una ventana abierta —dijo encogiéndose de hombros. Aunque su tono sonaba apagado.
—¿Y te has colado? Pero... ¿Cómo eres tan...? —la sorpresa no le había hecho fijarse, pero era raro verla ahí. Jesús se dio cuenta de que a su amiga le pasaba algo. Algo grave. Ella empezó a sollozar. Sin pararse a pensarlo, Jesús la abrazó. La abrazó tan fuerte que pensó que la iba a romper. Pero es que nunca la había visto llorar. Nunca había visto a esa Eva. Ella, que siempre hacía bromas, se reía y sacaba la otra cara de la moneda. Su estoica y fuerte Eva. Nunca la había visto llorar y eso le rompió el corazón. Ella se vació con él. Le contó todo lo que había pasado con Tonik. Jesús la miró muy serio, reprendiéndola—. No deberías haber cotilleado.
—Pues mira, lo prefiero. Ser cotilla siempre me salva el culo. Así que ya estoy preparada. No me dolerá cuando me lo diga —dijo orgullosa. Incapaz de bajar de su cabezonería. Si hubiera sido otro tío, Jesús no hubiera dudado en ir a romperle las piernas por hacerla sufrir, pero Tonik era diferente. No tenía sentido.
—Pero, ¿qué estás diciendo? Tonik te ama con locura, por favor. No va a irse con Lucía —le dijo Jesús muy serio—. Está enamorado de ti. Y eso no va a cambiar.
—El amor no siempre es suficiente, Jesús —dijo y le sonó tan parecido a Alejandro, que se quedó callado —. Yo también le amo, pero también sé que será más feliz con Lucía. Tendrá la familia que siempre ha soñado. Dará uso a esa habitación que él ya había planeado de antemano. Es el sueño de míster nerd y eso es más que amor. Y si le amo, debo darle lo que él sueña —musitó Eva—. Además, Iván sería tan feliz. Yo no podría interponerme. Por eso me he ido. Para que pueda pensarlo con claridad. Le he escrito un mensaje diciéndole que necesito un tiempo para pensar. Pero es para él. Para que él reflexione sobre lo que desea y es lo correcto. Para que no elija solo por pena hacia mí. Por sentimiento de culpabilidad.
—Pero Eva... él te desea a ti. Te elegirá a ti —dijo Jesús convencido—. Aunque viniera mañana mi esposa y me ofreciera todo eso que dices, yo seguiría diciendo que no. Porque en el fondo, sé que no funcionaría. Tonik piensa igual, Eva. ¿De qué vale una relación que sabes que no va a funcionar, cuando tienes una que funciona perfectamente? Además de padre, uno también es hombre, Eva. Y él te ama.
—No, él tiene que elegir correctamente. Si le hago creer que la que necesita irse soy yo. Le haré creer que soy una loca inmadura y que todo esto no ha sido más que una tontería por mi parte. Tonik debe elegir a Lucía —señaló Eva muy segura—. Es la decisión que mis padres debieron tomar cuando yo era pequeña. Si ellos hubieran priorizado la familia a su... interés propio, bueno, todo lo que pasó. Todo lo que mi hermano pasó fue por su egoísmo. Mi Nico quizá estaría aquí y... —Eva sollozaba tan incontrolablemente, que Jesús no sabía qué hacer.
No preguntó sobre Nico, pero ella se lo contó. Le habló de esa pena profunda que era Nico y de su promesa de vestir de negro. Jesús se sintió tan roto por lo que su amigo le contaba, la tristeza que debió suponer. ¿Cómo no había podido ver cuánto sufría Eva? ¿Por qué no había insistido sobre ello?Debería haberlo hecho. Debería haber intentado ayudarla. La abrazó con fuerza contra él. Con tanta necesidad de hacerle entender que todo lo que decía era absurdo. Ellos no eran sus padres, Iván no era su hermano. Nada de eso iba a volver a suceder. Y ella merecía ser feliz. Merecía estar con Tonik. Y él sabía... sabía que Tonik jamás tomaría una decisión egoísta, ni que pudiera dañar a Iván.
—A pesar de lo que dices, Tonik te ama, Eva. No hay elección cuando se trata de sentimiento. Iván también te quiere —le dijo Jesús—. Tonik jamás elegiría, porque no hay elección que tomar. Lo vuestro funciona, y hace feliz a Iván.
—Por eso he venido aquí. Yo... va a creer que estamos liados —Jesús se levantó como un resorte. Asqueado.
—No, me niego. No puedes hacer eso, Eva. No —le espetó Jesús nervioso y molesto. ¿Es que estaba loca? Bueno, siempre lo había pensado, pero ese día lo estaba confirmando—: ¿Por qué te haces daño de esta manera? ¿No le amas?
—Sí, más de lo que soy capaz de entender. Por eso, no quiero que sufra. Esto es lo correcto, Jesús. Eres mi amigo, por favor, ayúdeme. Por favor, prométeme que no le dirás nada. Solo eso. Aunque él te pregunte, no digas nada —Jesús no sabía qué decir. No sabía cómo decirlo. Se quedó callado y la abrazó en silencio. Incapaz de seguir el hilo de los pensamientos de su amiga.
Tonik miró otra vez el móvil con aprensión. Eva le había escrito un extraño mensaje. Lo leyó por décima vez: «Perdóname, me he marchado sin decirte nada. Hace unos días que me siento algo confusa respecto a lo nuestro. Necesito pensar». ¿En qué? Ansiaba preguntarle. Pero, no se atrevía. Lo dejó en leído y nada más. Agobiado, paseó por el salón. Era más de medianoche. Lo que más deseaba, desde que se había levantado, era estar con ella a solas. Abrazarla y decirle que se dejará de tonterías. Confundido, miró alrededor. Otra vez le daba la sensación de que oía voces. ¿Es que ese día se estaba volviendo loco? Llevaba toda la tarde, escuchando otras voces. Pero todas las ventanas estaban cerradas, igual que los televisores y los teléfonos. Intentó buscar el origen del ruido. Lo encontró. El interfono seguía encendido. Había estado abierto todo ese tiempo. Eso significaba que... ¿Eva había oído su conversación con Lucía? Pero entonces, por qué... Tonik fue cuadrando las piezas. Eva había oído una parte. De eso estaba seguro. O quizá no. Quizá... Mierda, no sabía qué pensar. Pensó en llamarla, pero era muy tarde. Al día siguiente. Intentó dormir en su cama, pero todo le recordaba a ella y se sentía peor. Acabó pasando la peor noche de su vida, pero a primera hora la llamó. Decidido y seguro. Eva respondió al tercer tono.
—¿Cómo estás? —preguntó él, intentando que su voz sonara relajada. Sonará como siempre. Él no pensaba contarle nada de lo de Lucía, porque... bueno, porque no quería hacerle sentir nada incómodo. Su decisión estaba tomada, y no quería que Eva sintiera ninguna duda o dolor por culpa de Lucía. Eva murmuró algo inteligible—. ¿Te recojo y vamos a comer?
—Tonik, hablo en serio. Lo que dije... es que necesitaba pensar y para eso se necesita tiempo y... —empezó ella molesta.
—Eva sé que oíste lo que hablé con Lucía —soltó de sopetón. No iba a jugar. Ya no era un niño y no iba a jugar con tonterías—. No sé qué creíste que iba a pasar, pero creo que está todo claro.
—Tonik, no fue mi intención escucharos. Yo... no colgué bien —mintió Eva. Tonik sabía que era cotilla, y aunque le molestara lo que había hecho, ya no había vuelto atrás. Suspiró—: Vale, ya sé que no me crees. Pero es la verdad. Luego, es cierto que me quedé por cotilla. Creía que traía chisme sobre el embarazo y esas tonterías. Yo no pensé que... ella fuera tan directa. Pero, creo que... creo que deberías pensarlo, Tonik.
—¿Por qué debería hacerlo? —le dijo molesto—. Yo creo que no. Lo mío con Lucía acabó hace años. Te amo a ti.
—Verás es que ayer estaba tan enfadada... tan molesta que... he cometido una tontería. Una locura y... — Tonik se dijo que le daba igual, le daba igual lo que ella hubiera hecho. Solo quería tenerla de vuelta en casa, besarla y olvidarse de esa tontería—. Me he acostado con Jesús —se quedó muy callado, absorbiendo lo que ella le decía. No podía ser verdad. ¿Podía haber hecho algo así? Siempre le había dicho que eran solo amigos. Aunque él sabía lo que había pasado entre ellos. Pero Jesús... no lo veía capaz. Pero a ella tampoco. Y... no sabía qué pensar. Ninguno de los dos dijo nada, durante demasiado rato.
Colgó molesto. No podía ser que ella hubiera hecho algo así. Le estaba engañando. Eva estaba mintiéndole, pero ¿por qué? ¿Qué ganaba con eso? ¿Hacerle daño? No, ella no era retorcida. Sin pensarlo, llamó a Jesús. Él le cogió el teléfono.
—Diga —el tono de voz molestó a Tonik. ¿Por qué sonaba tan cauteloso? ¿Es que era verdad?
—Hola, soy Tonik. Una pregunta... ¿Está Eva ahí contigo? Es que no me coge el teléfono —mintió.
—Yo... verás, sí. De hecho, la tengo aquí delante, si quieres, te la puedo pasar y hablas con ella y...—Tonik la oyó pidiéndole que le pasará el teléfono, pero indicó antes de que le pasará con ella.
—Dime la verdad, ¿te has acostado con ella? —lo preguntó sin embudos. Si había alguien que no podía mentir, era Jesús. Ariel siempre lo aseguraba. Y él lo creía de verdad.
—Tonik, creo que... —él notó cómo alguien le cogía el teléfono y de golpe sonó su voz:
—Tonik, lo siento. Lo siento mucho, cariño. Pero quizá sea lo mejor. Quizá tengas que pensar en lo que es bueno para ti y para Iván. Yo no... yo no soy tan madura. Soy una cabra loca, irresponsable, que no sabe lo que quiere y... —Tonik cortó la comunicación. Necesitaba pensar. Necesitaba reflexionar sobre todo lo que estaba pasando. Decidir si se creía lo que Eva decía, si optaba por mentir y si...
—¿Papi, estás bien? —le preguntó Iván. Tonik le miró sorprendido. No se había dado cuenta de que su hijo estaba allí y había visto el temblor de sus manos. Le miraba como si viera más allá de él y eso le incomodó. Tonik se agachó para mirarle.
—Sí, claro. Estoy bien —dijo sonriente, para prepararle el desayuno.
—Papi, no pasa nada por estar triste a veces. Sé que ayer vino mamá —dijo muy serio. Tonik miró a su hijo con atención, guardando silencio, esperando a ver qué decía—. Mamá me ha dicho que a lo mejor se va lejos para tener al bebé. Y, que entonces, no podremos vernos tanto —su hijo parecía a punto de llorar y Tonik cerró la mano en un puño con rabia—. No pasa nada, papi, ¿verdad? Tú siempre estás, pero...
—Pero, ¿qué? —dijo al ver a su hijo muy callado. Al ver cómo se miraba las manos nervioso.
—Pues que no quiero que estés triste por mí —le dijo, mientras gruesas lágrimas le desbordaban los ojos—. No quiero que estés triste o preocupado, porque estaré bien. Y no quiero que mami se vaya por eso. Me gusta mucho, Eva, ¿sabes? La quiero —eso le dejó helado. Su hijo confesando que quería a alguien a quien él amaba con todo su corazón. No había nada que le pudiera hacer más feliz. lo abrazó con ternura.
Pero... justo ahora... ahora que parecía que se desmoronaba todo. Justo ahora tenía que decirle que la quería. Bueno, aún tenía tiempo para pensar y... tenía que hablar con ella. El timbre le sacó de su ensimismamiento. Fue a abrir, indicando a Iván que se vistiera. Era la última semana de colegio. Abrió a la última persona que esperaba ver. Se cruzó de brazos molesto.
—¿Vienes a restregármelo por la cara? —le espetó enfadado. Aunque no sabía por qué. Eva era quien lo habría hecho y él no tenía la culpa. Jesús se encogió.
—Vengo arriesgando mi vida, para decirte que Eva te está mintiendo. No hicimos nada —Jesús parecía nervioso y Tonik corroboró lo que Ariel siempre decía, su amigo era incapaz de mentir. Se le veía incómodo y agobiado, pero él se relajó un poco—. A esa loca, enana, chiflada, novia tuya, se le ha metido entre ceja y ceja que... debe separarse de ti para hacerte feliz. Y mira, que quieres que te diga, no lo voy a permitir. Porque la quiero mucho, muchísimo. Tanto como a Ariel, ¿sabes? Son mis mejores amigas del mundo y yo... yo parece que he estropeado mi única oportunidad de ser feliz —dijo, Tonik vio como le temblaban las manos—. Pero no quiero que ellas... ellas estropeen la suya. Lucharé para que sean felices, como siempre le dije a Ariel.
—Dios, sí que charlas cuando quieres —le dijo Tonik divertido. Era lo que sospechaba. No entendía qué motivos podía llegar a tener Eva para tomar esa decisión, pero se había acabado el juego—. Bueno, pues voy a dar una lección a esa preciosidad que tengo por novia, sobre cómo no puede engañarme siempre que quiere. Y, sobre todo a que no puede tomar decisiones por mí. Y, por supuesto, tú me vas a ayudar.
—Por favor, tengo miedo de Eva —dijo Jesús—. Te lo digo de verdad, contigo es una dulce mujer, pero es temible. No conoces su lado perverso —Tonik le pasó un brazo por los hombros, riendo.
—Pues verás cuando conozcas el mío —Tonik siguió riendo divertido y cuando salió su hijo, le sonrió feliz. Tenía ya un plan en mente—. Vamos, cariño, hoy tenemos algo más importante que el colegio. Tenemos un plan que requiere de tu preciada mente, mi Alan Grant.
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