05.Mensaje en una botella
Suspiró e intento concentrarse. El programa de estudio estaba esparcido por completo alrededor de la mesa y solo le quedaba ya pulirlo. Tenía que centrarse, pero su mente no dejaba de dar vueltas a la extraña situación en la cocina. Cuando los brazos de Tonik la habían rodeado y le había dicho: «Eres la mejor, Eva». ¿La mejor? La mejor empezando por la última. Si ella era un desastre. Un absoluto desastre. Agobiada, miró por la ventana. Pero, seguramente, él no era consciente. Vivía engañado por la despreocupada posición que ella siempre mostraba. Donde sus inseguridades y temores estaban bien ocultos bajo muchas capas de: «Sé lo que me hago». Estaba claro que él no la veía realmente, al menos no como ella era en verdad.
Eva miró por la ventana, meditabunda. El cielo era claro y hacía un día estupendo. Le apetecía estar fuera. Disfrutar del aire. Quizá incluso pasear. Llevaba tanto tiempo centrada en trabajar, escribir, conseguir su objetivo; que había olvidado un poco disfrutar de eso. Esos pequeños placeres que convertían la vida en algo bueno y no tedioso. Unos suaves golpes en la puerta la sorprendieron. Se giró, justo cuando se abría.
—¿Te apetece que nos pongamos a trabajar en la terraza? Estaba pensando que hace un día estupendo y... —Tonik llevaba un pantalón de chándal suelto y una camiseta de superhéroes que a ella le hizo sonreír. Asintió poniendo algo de orden a su mesa y cogiendo el portátil. Ella, iba también en chándal, pero todo negro de Adidas. Ni siquiera se había permitido que las rayas fueran blancas. Suspiró. Se sentó en la desvencijada mesa. Tonik lo había montado bien—. Es una pena que no tengas plantitas —musitó.
—No sé cuidarlas. Se me mueren todas —le replicó Eva con tristeza. Tonik la miró con diversión.
—Soy un gran jardinero. Me encanta cuidarlas. Podríamos ir luego a comprar algunas y decorar esto un poco —Eva le miró suspicaz.
—Te estás poniendo muy cómodo tú —musitó mordaz. Tonik se dejó caer en la silla y la miró con evidente fastidio. Eva le sonrió apaciguadora—, pero, me parece una buena idea. Aunque te ocuparás tú de ellas.
—Claro, enana, sin problema —a ella el mote la hizo enrojecer. Le gustaba la forma en que lo había dicho. Como había relamido esa palabra con cierto descaro. Incapaz de concentrarse intentó repasar el programa. Sobre todo quería tener claro lo que transmitir con su mensaje. Ella ni quería ser una profesora aburrida que repetía una mera lección. Le quedaban dos semanas para empezar a dar clases, y cada vez se sentía menos preparada. Respiró profundamente para calmar la ansiedad. Tonik trabajaba concentrado. Solo por distraerse se dedicó a observarlo. Su encrespado pelo negro revuelto, sus ojos claros, su incipiente barba. Su rostro era anguloso, marcado y muy masculino. Por un perverso instante pensó en como sería reseguir su mandíbula con los labios. Su cuerpo se tensó de deseo— ¿Qué me miras tan concentrada? —musitó él sin levantar la mirada del portátil.
—¿Por qué no tienes novia? —le espetó sin pensar. Tonik se echó a reír. Una risa grave que a ella le revolucionó el cuerpo más que febril.
—Te doy una respuesta a cambio de una pregunta, la que yo quiera —Eva asintió. Era un trato justo—. No tengo novia por varios motivos. El primero, no tengo tiempo de buscarla. El segundo, no tengo ganas de hacerlo. El tercero, estoy fuera del mercado desde hace demasiado tiempo, no sé ya ni como se consigue una.
—Eso es fácil de remediar. Yo podría ayudarte —dijo Eva ilusionada, aunque no sabía bien por qué. ¿Hablaba en serio? ¿De verdad quería que él consiguiera pareja? Bueno, al menos así podría olvidarse de esos confusos anhelos que la sobrepasaban—. Podríamos conseguirte una cita.
—Frena, olvidas el segundo motivo, no tengo ganas —Eva puso los ojos en blanco ante su tono. Aunque parte de ella se revolucionó con la respuesta que le había dado. Tonik la miró fijamente—. Me debes una respuesta.
—No has formulado la pregunta —indicó Eva como una niña pequeña chinchona.
—¿Qué hay entre Jesús y tú? —preguntó muy serio. Eva se relajó. Era una pregunta sencilla de responder.
—Somos amigos. Buenos amigos. Los mejores diría. No sé como, pero Ariel y él son las personas en quien más confío en el mundo —Tonik la miró con seriedad y negó algo nervioso.
—Pero, todos sabemos que os acostasteis. ¿Fue fácil seguir siendo amigos tras eso? —Eva se encogió de hombros.
—Bueno, el sexo fue... algo que, ambos, necesitábamos probarlo. Necesitábamos conocer ese aspecto del otro. Nos gustó, no lo negaré. Pero, no iría más allá. Ninguno de los dos siente interés romántico por el otro y nos queremos demasiado como para complicarlo. Por tanto, al decir las cosas como son, nuestra amistad siguió intacta —Tonik asintió.
—Alguna vez... ya sabes... ¿repetís? —Eva le miró sorprendida de su atrevimiento. Se echó a reír. Tonik arqueó una ceja ante su risa.
—A ti te lo voy a contar, mi joven padawan —Tonik sonrió divertido. Aunque pareció valorar esa respuesta. Si le gustaba o no, Eva no pudo descifrarlo.
Los dos siguieron trabajando como si la conversación no hubiera ocurrido. El tiempo era agradable y se estaba muy a gusto fuera. El sol les calentaba la piel, pero la brisa les mantenía frescos. Era fácil trabajar con Tonik. Era silencioso y eficiente. Se oía su tecleo constante y el rumor de sus manos. Ella se dio cuenta de que iba anotando cosas en una libreta, fórmulas y ecuaciones que ella jamás iba a entender. Ni a intentarlo si quiera. A las doce y media, agotada, estiró sus agarrotados músculos. Era hora de ponerse a cocinar. No podían seguir con el estómago vacío. Podía preparar una tortilla de patatas y una ensalada. Así podían comer en la terraza. Sí, era buena idea. Tonik alzó la visita, justo cuando ella se levantaba.
—Me ha gustado trabajar contigo, ¿te ayudo en la cocina? —Eva negó. Le apetecía ese rato a solas.
—Quédate un rato más. No te preocupes —Eva se metió en la cocina y puso música. Le encantaba hacerlo y seleccionó un disco de Estopa. Su grupo favorito. Desde la cocina se veía el balcón. Vio que él seguía trabajando, aunque con su mano izquierda seguía el compás de la canción. El movimiento de su mano a ella se le antojó seductor. Tonik en sí lo era. No lo era premeditamente como lo eran otros hombres. Es decir, él no alardeaba de su atractivo, ni se las daba de ser superior e inalcanzable. No era un chulito de esos que a veces le gustaban a ella. No, él tenía un algo magnético, que era imposible de no mirar. Era justo en su tranquilidad y seguridad que uno se sentía atraído. Eva cocinó distraída, por lo que no se dio cuenta de cuando él se levantó y despejó su mesa de operaciones. No había necesito decirle a Tonik lo que pensaba, que él ya o había intuido. O quizá, es a que ambos les apetecía lo mismo. No fue hasta que dio la vuelta a la tortilla, que Tonik le tocó el hombro con sorpresa.
—Huele muy bien —dijo con una gran sonrisa en la cara—. Esta noche me toca a mí cocinar, ¿te parece?
—Me parece justo —Eva llevó la comida al balcón, donde a pleno sol disfrutaron del manjar. Eva adoraba la tortilla de patatas. Era su comida favorita de todos los tiempos. No importaba lo que fuera que le pusieran delante, ella era feliz con eso. Ariel doraba el sushi, Helena la pasta, pues Eva la tortilla. Así de simple era ella. Justo se lo comentó a Tonik que reía.
—Pues... es mi plato estrella —musitó con superioridad y algo de picardía—. No digo que no esté buena, que lo está. Pero mi tortilla de patatas es... majestuosa. Tendrás que probarla.
—Entonces, me muero de ganas de probar la tuya —la mirada de Tonik relucía de diversión. Ella enrojeció como una boba, por lo que había dicho. Y para arreglarlo, soltó una bobada más grande—. La tortilla, claro.
—Por supuesto, enana —dijo él con un brillo pícaro en la mirada, que a ella la retorció las entrañas. Se notaba que él sabía que la ponía nerviosa y eso le gustaba— ¿Qué vas a hacer esta tarde?
—Voy a ponerme a repasar los últimos capítulos del libro —musitó. Tonik la miró interesado. A ella le gustó, esa intensa mirada, fijada solamente en ella. En sus ojos.
—A penas me has contado sobre tus progresos con ello. Me empezaste a contar que el libro abordaría la cuestión del ser ante el tiempo, de como el ser humano ha olvidado que es un ser finito. Pero nunca abordaste más allá de la cuestión —musitó él muy serio.
—No quería agobiarte con algo, así —indicó Eva con un gesto de las manos. Le ponía nerviosa hablar sobre lo que estaba escribiendo. La hacía sentir insegura e insignificante. En fin, ¿qué podía importarle a él? Eran cosas que se decían por educación, nada más—. En fin, tienes muchas cosas que...
—Me encantaría escucharlo, Eva. Me resulta fascinante —indicó ante su mirada perpleja, se notaba que lo decía en serio—, el libro, claro.
—Por supuesto —dijo enrojeciendo. Molesta consigo misma por dejarse poner nerviosa siempre por él. Queriendo retomar las riendas de la situación, comentó—. Pues, básicamente es eso, el libro aborda la cuestión de ser finito. Parte de la premisa y la pregunta, «¿Qué te dirías a ti mismo, si supieras que vas a morir mañana?». Pues, vale. Mucha gente piensa en eso, pero aunque nos parece una hipótesis, eso es real. Vamos a morir y vamos a morir mañana. Y eso que no te dices, excepto cuando ya sabes que no te queda otra opción, es lo que deberías decirte cada día. ¿Por qué vas a esperar a ser feliz cuando te quedes sin tiempo? En fin... quizá sea una bobada, pero es tan trascendental —Eva se emocionó y se sentó más erguida—. Vivimos en un mundo que tiene tiempo y vivimos ajenos a él. Pactamos las horas como si fueran deberes, tareas y obligaciones. Rellenamos el tiempo con lo que creemos que se espera de nosotros. Y, en ningún momento, nos preguntamos si lo que estamos haciendo nos llena o nos hace felices. Excepto, cuando ponemos esa cuestión sobre la mesa. Cuando le añadimos el factor, sin tiempo, todo cobra sentido. Creo que el creer que somos seres con tiempo infinito, nos hace ver la vida como algo que sucede, mientras esperamos a tener tiempo. Tiempo para lo que queremos que suceda. Sin entender que no hay tiempo. Y, que lo que debe suceder, no sucederá si no hacemos que suceda —musitó muy seria—. En fin, una parida.
—¿Qué dices, Eva? —musitó él emocionado y sonriente—. Es superinteresante. Realmente... bueno, la vida es así, ¿no? Siempre creemos, que habrá ese mañana certero, que nos llevará dónde queremos ir.
—Sin saber que debemos ser nosotros quiénes vayamos. Pienso igual —musitó Eva sonriente, al darse cuenta de que Tonik la entendía y compartía su manera de ver el mundo—. El libro explora esa cuestión, la de entender que somos seres finitos con un tiempo definido. Y, como eso, afectaría a varias cuestiones trascendentales en la formación del ser humano: nuestras relaciones personales, nuestra educación, nuestros objetivos vitales, nuestra forma de ser. Todo se configura en torno a ese patrón —Eva cogió un papel de su libreta y dibujó un muñequito. Bastante feo, por cierto, pero eso daba igual—. Pero sobre todo como afectar al propio ser. Este soy yo. Yo soy yo mismo, pero también soy quien los demás quieren que sea, como yo quiero ser en un futuro, como me gustaría ser si pudiera cambiar algo de mí mismo. Soy y no soy al mismo tiempo. Y soy diferente con mi familia, a mis amigos, a mis compañeros de trabajo. Y en cada lugar, me comporto y tengo objetivos diferentes. Pero, siempre soy yo. Siempre hay algo que soy y no soy. Ahora mismo, toda la cuestión del ser, queda reducida a nada. Hoy en día no somos. Existimos, pero no somos. Hemos olvidado ser. Estamos demasiado ocupados en ser para los demás, en hacer, en nuestro deber. No estamos pensando en construir nuestra esencia. Olvidar el ser, es olvidar la vida. Y lo olvidamos, porque olvidamos que no tenemos tiempo infinito para construirnos.
—Uau... sí que eres una gran filósofa —musita Tonik mirándola con admiración. Eva se removió en la silla nerviosa. Notaba las mejillas ardiendo. ¿Por qué siempre la hacía sentir así?—. Tu libro va a ser una pasada, Eva. Tú eres una pasada.
—No lo digas así. No es para tanto. No deja de ser un estudio sobre esta cuestión. Doy mi opinión, claro. Pero, básicamente, el libro muestra la exposición que otros filósofos y eruditos han hecho sobre este tema. Expongo un poco de mi punto de vista, pero no soy una gran filósofa, ni... —Tonik le tapó la boca divertido. A ella se le revolucionó todo el cuerpo ante ese descarado gesto que le encantaba.
—Eres la mejor filósofa, Eva. Y estoy seguro de que ese libro cambiará más de una vida —ella sintió que le picaban los ojos. Tonik estaba muy cerca. Él retiró la mano con delicadeza. Suavemente. Notaba las mejillas arder. Ambos se miraban con intensidad, cuando el teléfono de Tonik empezó a vibrar. Los dos dieron un respingo sorprendidos. Lo descolgó sin perder de vista lo sojos de ella—: Hola —ella no oía lo que decían al otro lado y cuando se levantó, Eva se tocó el corazón. Le latía muy rápido. ¿Era normal? La conversación murmurada le llegaba a lo lejos, pero no distinguía que decían. Eva limpió la mesa y se puso a trabajar Sobre todo para calmar su nervioso cuerpo. Tonik regresó y se sentó. Ella le notó tenso, pero no dijo nada. Trabajaron un buen rato en silencio. Era un silencio cómodo, a pesar de todo. A las seis Eva empezó a recoger. Estaba agotada y necesitaba hacer algo más. Necesitaba distraerse un rato. Tonik le miraba serio, aunque una chispa de diversión iluminó su mirada al recordar algo—. Siento haber cortado nuestra conversación —musitó algo tenso—. Mañana no estaré. Pasaré la mañana fuera.
—No pasa nada. ¿Alguna reunión con tu jefe? —Tonik negó y a ella le pareció agobiado. Se dio cuenta de que le temblaba la mano. Nunca le había visto así. Preocupada se levantó. Le cogió la mano entre las suyas, buscando que él la mirará—: ¿Va todo bien?
—Sí, sí. No te preocupes —dijo él, nervioso y tenso—. Es solo que... —Tonik rebufó —, si te cuento algo, ¿prometes no contárselo a Ariel o a Helena? —Eva no supo qué decir. Ellas eran sus mejores amigas, no podría nunca traicionarlas—. Te prometo que no es nada malo, ni nada que les vaya a hacer daño. Es solo que es personal y...
—Claro, me puedes contar lo que sea —musitó nerviosa casi sin darse cuenta. Eva sabía que Tonik nunca les haría nada que las dañará. De eso estaba más que segura.
—Sabes que nuestros padres fueron... bueno, ¿sabes nuestra historia, verdad? —Eva asintió. Ariel se lo había contado cuando empezaron a ser amigas. Entre ellas nunca hubo secretos—. Nuestros abuelos nunca quisieron saber nada de nuestros padres cuando supieron de su romance. En fin, creían que estaban locos. Que eran demasiado jóvenes para casarse y tener un hijo. En vez de ayudarles, les dieron la espalda. Nunca he llegado a entenderlos. Cuando mis padres murieron, yo... bueno, servicios sociales, les contactó. Querían saber si se harían cargo de mis hermanas. Yo ya era adulto y no me incluían en el pack. Aunque tampoco supiera valerme por mí mismo. Tenía tan solo dieciocho años... —Tonik negó agobiado—. Les citaron para comentar esta cuestión. Los abuelos de mamá, ni siquiera se presentaron. No se dignaron ni a venir, ni a responder a las llamadas de servicio sociales. Los abuelos por parte de papá vinieron. Ellos no querían hacerse cargo de Ariel o Helena, pero prometieron darme algo de dinero. Ayudarme si lo necesitaba. Al principio fui muy orgulloso, pero con el tiempo, bueno... tuve que recurrir a su ayuda —Eva le miró asintiendo. Él no tenía por qué darle ninguna explicación. Había hecho lo inimaginable para sacar adelante a sus hermanas—. En fin, tuve que hacerlo. No se portaron bien, y tampoco se implicaron mucho en cuidarlas. Pero, gracias a ellos, en parte pude conseguir ahorrarles algo de dinero para sus estudios, comprarles algún que otro capricho. En fin, logré sobrevivir.
—Sí, pero también, gracias a tu esfuerzo y sacrificio, Tonik. No tienes que... —él le apretó la mano con ternura y Eva se deshizo ante ese gesto.
—Ya lo sé. Ellos también lo saben. Nunca me han pedido nada, ni me han recriminado nada. No digo que tengamos una relación buena, pero llegamos a entendernos. Hace dos años el abuelo falleció. Y desde hace ocho meses, la abuela está ingresada en un hospital geriátrico. Cada viernes voy a pasar la mañana con ella —Tonik parecía decaído, a Eva no le gustaba verle así, pero le gustaba que confiara en ella lo suficiente como para contárselo—. No quería que Ariel o Helena cargarán con el peso de tener que agradecer a alguien que no las quiso. No quería que... —Eva le abrazó. No supo por qué lo hizo, pero sentía que él lo necesitaba. Tonik apoyó la cabeza en su vientre—. Se me hace difícil verla. No es que mi abuela sea alguien a quien quisiera mucho. Pero... era una mujer fuerte y ahora está tan desvalida y...
—Mañana te acompañaré —Tonik alzó la mirada sorprendido. Eva también lo estaba. Pero estaba segura de su decisión.
—No hace falta, de verdad. No te lo dije para... —él parecía perdido y ella sonrió. Le cortó con un gesto.
—Me gustan los abuelos. Bueno, eso suena un poco mal. Pero, quiero decir que me gusta pasar tiempo con ellos. Mi abuela falleció hace tres años. La nona era alguien muy especial para mí y sé lo duro que es verlos así. Te acompañaré, es lo mínimo que puedo hacer por ti —dijo muy seria.
—Eso se ha ganado una cena especial por mi parte. Va, ves a ducharte. Cocinaré algo rico —Tonik la miró sonriente. Ella entró en el piso. Esa sonrisa que le había brindado se le había clavado muy hondo en el corazón. Era más que una sonrisa de diversión o alegría, era una sonrisa que decía mucho más que cualquier otra palabra.
Tonik la observó entrar con esa boba sonrisa estampada en el rostro. Suspiró. Esa mujer con toda su vivacidad, ternura y humor le gustaba. Eva siempre le había caído bien, pero la parte que estaba descubriendo de ella, le gustaba aún más. Sobre todo esa parte que parecía estar reservando solo para él. Verla hablar esa tarde con esa intensidad, le había gustado. Mucho. Demasiado. Cuando le había tapado la boca, un escalofrío recorrió su cuerpo. Se había deleitado en acariciar su rostro. Suave y delicada. Eso le parecía. No la mujer rompecorazones que todos le presentaban. Esa seguridad que siempre demostraba, y que hacía que te replantearás dos veces si acercarte y ayudarle. A Tonik, le había dado algo de inseguridad, pero se daba cuenta ahora que le parecía frágil. Era vulnerable, pero solo lo demostraba con él. Y eso le gustaba. Le gustaba más que cualquier otro gesto del mundo. Eso... y ponerla nerviosa. Darse cuenta de que él la descolocaba y la ruborizaba, como ningún otro hombre hacía. Se levantó, dispuesto a recoger la desordenada mesa y dejar los papeles en su sitio. Podrían cenar fuera, a la luz de las velas. No, eso era demasiado. No estaban en ese punto de conocerse románticamente. Solo eran buenos amigos. Pero... pronto tendría ahí pululando a su hijo y las cosas serían más complicadas. Se puso a organizar la cocina. Disfrutó preparando una rica pasta que dejó en el horno. Aprovecharía para ducharse, mientras se acababa de hacer. Eva estaba sentada en el sofá leyendo cuando salió. El aroma de vainilla le inundó las fosas nasales.
—No sé por qué te gusta oler como un postre —le dijo divertido.
—Si me pruebas, verás que tengo incluso mejor sabor —Eva enrojeció tras decirlo, aunque le había soltado una de esas pullas que debía soltar con sus ligues. Tonik no pudo evitar mirarla con picardía, transmitiendo con eso que deseaba probarla. Pero, se metió rápido en su cuarto antes de hacer cualquier estupidez. Era un comentario inofensivo, nada más. Aunque él se moría de ganas. Se metió en la ducha e intentó relajarse. Pensar en otra cosa que no fuera esa mujer con olor dulce. Acabó por desistir y simplemente secarse y salir. Salió del baño, para encontrarse con la mesa puesta. Eva había puesto velas. Un gesto que a él le encantó—. Me he tomado la libertad de servir la cena.
—Me parece fantástico —cenaron a la luz de las velas. Eva volvió a hablar de su libro. De la bibliografía que había consultado, de los libros que había leído, de los que más le habían gustado. Tonik la observaba fascinado. Era una mujer dulce e interesante. De verdad que no entendía por qué no estaba con alguien. Pero, bueno, eso era mejor para él. Nunca había pensado que pensaría sobre cualquiera de sus parejas. Suspiró cuando ella se levantó, sin pensarlo, la tomó del brazo—. ¿Por qué no nos quedamos un rato aquí?
—Tonik... yo... —ella parecía nerviosa y él se reclinó un poco. Quería ponerla nerviosa, tentarla, quería ver si lo que intuía era verdad. Eva le miró y acabó asintiendo. Se sentó a su lado y él miró a las estrellas—: ¿Te he contado alguna vez que Crisipo murió de risa?
—¿Qué? —dijo él sorprendido por el cambio abrupto de tema.
—Cuenta la leyenda que Crisipo vio a un burro comiendo higos que le dieron mucha sed. A falta de agua, alguien pensó que era razonable darle al animal un poco de vino, para pasar esos higos. Se ve que ver al burro bebiendo vino, causó a Crisipo un ataque de risa, que le llevaría a la muerte. Lo cual no deja de tener guasa: un estoico muriendo por culpa de una emoción, ¿te lo puedes creer? —Tonik la miró divertido. No entendía la referencia, pero verla tan sonriente le gustó.
—¿Sabes lo que no me puedo creer? Me sacaron del grupo de WhatsApp de paracaidismo. Se ve que no caía bien —Eva se echó a reír sin poder parar. Tonik también reía. La vida pesaba mucho menos en ese momento. Se quedaron hasta bien entrada la noche. Uno contaba anécdotas, el otro intentaba superarlas. El tiempo se les pasó volando. Cuando quisieron darse cuenta era hora de irse a dormir. Tonik lo hizo con un extraño gusto agridulce. Se hubiera quedado toda la noche hablando con ella. No le importaba no dormir.
Por lo que acabó durmiendo inquieto. Y, por la mañana, se levantó nervioso. Como casi todos los viernes. Se puso un tejano oscuro y una camiseta de manga larga también negra. Normalmente, no vestía tan oscuro, pero le apetecía hacerlo. Quizá fuera contagioso lo que tenía su compañera de piso. Cuando salió al salón, le sorprendió ver que ella ya estaba levantada. Además de arreglada. Estaba mirando el móvil con ojos de sueño, unos ojos que a él le encogieron el corazón.
—¿Lista? —le preguntó.
—¿No desayunas? —él negó confundido—. No puedes irte sin comer. El desayuno es la comida más importante del día —sin mediar palabra, ella le preparó un café y un mini bocadillo con la tortilla que había quedado del día anterior. Tonik comió sin ganas, aunque apreció el gesto. Cuando fue a coger el café, ella sonrió—. Cuidado que quema —le sonrió de vuelta. Recordaba haberle dicho algo parecido hacía pocos días. Pero los nervios le cerraban cualquier emoción.
Eva le pidió conducir. Él no se negó. Si ella quería conducir, le dejaría hacerlo. Estaba tan nervioso que le temblaban un poco las manos. Mucho más que otras veces. No entendía por qué. No es que fuera nada diferente a otros días. Pero la llamada del día anterior le había puesto tenso. Su abuela había empeorado un poco. No mucho, pero un poco. Era algo normal a su edad. No es que esperará que siguiera bien siempre. Eva aparcó en el parking del hospital y ambos salieron del coche. Ambos vestidos de negro parecía que iban a un funeral. Tonik negó centrándose. Él la había llevado hasta allí, no podía dejar que ella viera lo perdido que se sentía. Cogió las riendas y entró en el enorme hospital. Geriatría quedaba en el ala este, la parte antigua del edificio. Sus salas y paredes aún recordaban a su estructura original. Los pasillos tenían altos techos arqueados, con lámparas antiguas que una vez fueron de gas. El mosaico del suelo se veía envejecido, pero intentaban mantenerlo, aunque se viera algo agrietado. Las ventanas con hierro forjado parecían las de una cárcel. Entró en la habitación 803, donde su abuela miraba el opaco televisor apagado. Cuando Tonik entró alzó la mirada que se iluminó. Esa mirada siempre le sorprendía. Ella a penas le había llegado a conocer o querer, pero desde que estaba ahí ingresada, y él era su única visita, parecía diferente.
—¿Cómo está mi nieto? —dijo con dulzura. Tonik le dio un beso en la fría mejilla.
—No puedo quejarme. Abuela, hoy vengo acompañado. Ella es Eva y... —la mujer miró a Eva que sonrió con dulzura.
—¿Es tu novia? Es muy guapa —dijo ella. Tonik no dijo nada, dejó que Eva dijera algo cuando le dio dos besos, pero ella se mantuvo callada ante la afirmación de su abuela—. Me alegra que me la presentes —a su abuela le costaba hablar. Hacía unos meses que le habían operado de la mandíbula y había quedado deforme. Se le caía un poco la baba, pero se la entendía a pesar de ello.
—Me alegra conocerla. Tonik habla muy bien de usted —dijo Eva con formalidad.
—Puedes tratarme de tú. Somos familia —dijo la mujer ofreciendo el asiento libre a su lado. Tonik negó y le ofreció la silla a Eva, él se quedó apoyado en la pared, observándolas—. Aunque no hemos sido muy buena familia que digamos.
—Bueno, todas tienen sus cosas —replicó Eva desenfadada. Ambas mujeres se pusieron a hablar. Tonik las observaba. Ciertamente, a Eva se le daban bien los abuelos. Les escuchaba con paciencia y comprendía sus achaques. Tonik nunca sabía muy bien como gestionar esas visitas. Frecuentemente, se quedaban ambos callados. O, viendo el televisor que él encendía o la ventana que daba al patio, hasta que llegaba la hora de irse. Eva animaba la visita—. Su nieto me ha prometido una de sus tortillas de patatas, dice que son las mejores. Me muero de ganas de probarlas.
—Mi Alfonsito nunca me cocinó —decía su abuela en ese momento, Tonik no pudo evitar sonreír—. Ni siquiera cuando estuve enferma. Siempre me decía que él no hacía esas cosas. La juventud tenéis mucha suerte de como han cambiado las cosas.
—Bueno, no te creas. Tu nieto que es único. Aún queda cada pieza por ahí suelta... —dijo Eva sacando una risa a su abuela. Cuando se fueron, Tonik pasó a hablar con el médico, Eva le esperó fuera. Como siempre, le dijo que su abuela iba bien. Si no fuera por el problema en los huesos y la edad, se podría decir que estaba hecha una chavala. Rieron un rato y ambos se despidieron. Cuando llegaron al ascensor, Tonik le dio la mano. Eva la devolvió el apretón con cariño.
—Muchas gracias, tanto por acompañarme, como por ser tan dulce con ella y... —Eva le sonrió divertida.
—Solamente lo hago por mi recompensa. Ansió esa tortilla de patatas —ambos se metieron en el ascensor entre risas. Cuando salieron al vestíbulo, les sorprendió un grito, se giraron a tiempo de ver como su sobrina de dos añitos se le tiraba encima. Tonik la levantó con fuerza, buscando a sus padres con la mirada.
—¿Qué hacéis por aquí? —preguntó Ariel preocupada. Eva parecía nerviosa. Pero, Tonik manteniendo la calma, musitó.
—Podría preguntaros lo mismo —vale, más una buena defensa que un buen ataque. Pero, sobre todo ser esquivo.
—Pero yo he preguntado primero —replicó Ariel que, sin embargo, indicó—: Anna se ha caído esta mañana. Se hizo un chichón enorme y Jules estaba atacado.
—No estaba atacado. Podía sufrir una conmoción o un trombo o peor y... —Jules se veía agobiado. Ariel puso los ojos en blanco.
—Atacado —dijo Ariel. Jules la abrazó por detrás, sonriente, resoplando—¿Y vosotros? ¿No me digas que también os habéis hecho un chichón? —dijo entre divertida y mordaz, mirando a Eva que se removió incómoda.
—No, verás, es que... —él se dio cuenta de que buscaba una buena excusa, pero no era su culpa.
—Tenía que recoger unos papeles de Iván —dijo Tonik cortándola—. Eva se ofreció a acompañarme y así salir un rato a pasear. Vamos a tomar algo, ¿Os apetece? —su hermana olvidó sus especulaciones y los cuatro fueron a dar una vuelta. Tonik disfrutó del tiempo, de la compañía. Sonrió cuando vio a Ariel y Eva charlando en confidencias como cuando salían de la universidad. Había cosas que nunca cambiarán, aunque sintiera que todo en su vida estaba cambiando.
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