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05.La insoportable levedad del ser

Jesús se levantó, sintiéndose extraño tras la discusión con Alejandro. Se paseó por su casa como alma en pena. Echaba de menos a Anna y sus rutinas. Echaba de menos a David y su agradable e inquieta conversación. Pero, lo que le hacía sentir peor, era que echaba de menos a Alejandro. De una forma horrible y espantosa, vio los sucesos de la noche anterior, desde otra perspectiva. Desde la perspectiva de Alejandro, sin saber lo que él sentía y los miedos que le atenazaban el estómago, había hecho algo fatal. Sin duda la había cagado. Había pegado un patinazo horrible y ahora estaba pagando las consecuencias. Alejandro tenía razón. Debían dar un paso adelante y salir juntos. No solo estar en esa casa, en esa cómoda rutina. Debían formalizar su relación. Pero, no se había dado cuenta de cuánto le había afectado el rechazo de su padre, ni como eso había modificado su conducta, hasta la noche anterior. Jesús no había tenido una infancia fácil. El único que podía comprenderle en ese caso era Jules, pero era demasiado temprano para levantarle. Le puso un simple mensaje. Luego, se encerró en el gimnasio. Hablar con él le vendría bien, pero podía estar. Hacer deporte siempre le aclaraba la mente. Siempre le ayudaba a despejarse. Siempre le hacía recuperar el control de sí mismo. Algo que siempre parecía necesitar.

Jesús había pasado toda su vida temiendo a su padre. Incluso cuando ya no formaba parte ella. Pero, desde que tenía uso de razón, su padre les había maltratado. Sobre todo a él y a su madre. Jules se libraba de los golpes, lo que no era peor. Solo la constatación de que dañar psicológicamente a alguien le daba placer. Jules nunca fue golpeado, pero Julián Larraga le golpeaba por dentro. Jesús sabía cuanto había afectado a su hermano. Aunque, nunca lo habían hablado abiertamente. Sabía que había sido Ariel quien le había ayudado a curar con su pasado, como quizá, si él se lo permitía, Alejandro le ayudaría. Pero... para eso uno debía ser sincero. Debía decirlo y pedirlo. Y él no sabía como cargar a su pareja con ese peso. Nunca habían hablado realmente de su pasado, Jesús solía esquivar el tema. Un padre ausente, una madre que les acabó abandonado. Se habían criado solos y había acabado heredando los negocios de su padre. A nadie le había confesado que lo había hecho para salvar a su hermano, para que Jules pudiera convertirse en el artista que ahora era. 

Durante toda su adolescencia se había sentido perdido. Hacía lo que los demás esperaban. El bachillerato, su carrera, su máster. Todo lo que se esperaba de él. Lo hacía con desgana, con apatía, casi como si no fuera consciente de que lo hacía. Lo hacía de malhumor y sintiéndose mal consigo mismo. Nunca puso los cinco sentidos en ello. Decidió estudiar Arquitectura, solo por placer. Solo para molestar a su padre que quería que estudiará Dirección de Empresas. Sin embargo, delante de todos sus conocidos alabó su decisión. Se llenaba la boca de decir que su hijo iba a ser el mejor arquitecto. En ese momento, su padre estaba demasiado ocupado, menospreciando a Jules, como para dedicarse a Jesús. Realmente, quizá eso fuera lo que más le molestaba de su pasado. Que, durante muchos años, su padre solo había visto a Jules. Él era un simple decorado. Un saco al que golpear cuando quería, para alabarle ante otros cuando le apetecía. El rencor le había llevado a hacer todo lo que su padre no quería que hiciera. Fiestas, descaradas respuestas, malos modales, incluso, finalmente, meterse en peleas. Todo eso se acabó, cuando Jesús se dio cuenta de que arruinaba su vida, no la de su padre. Volvió a casa con el rabo entre las piernas. Su padre solo puso una condición: casarse demasiado joven. Lo que llevó a que fuera padre demasiado joven. No se arrepentía ahora. Pero... lo veía con toda otra perspectiva cuando se daba cuenta de como su padre le había manipulado. Le había usado para sus fines. Sabía cuánto él necesitaba demostrarle que era digno del apellido. Sabía cuanto se esforzaría. Julián Larraga se aprovechó de él para conseguir lo que quería. Cuando ay no pudo golpearle más, le fue dañando de otras formas. Solo fue su culpa, debía recordarse. No de su padre, sino suya propia. Jesús debía haber sido más listo, pero no lo fue. Ahora, no se arrepentía. La vida le trataba bien. Sin la sombra de su padre, había logrado, si bien no ser feliz, sentir que lo tenía todo. Todo lo que se podía desear y pequeños instantes de felicidad. 

Jamás reconocería que lo hizo por cobardía, porque era incapaz de negarse a su padre. Porque no podía sentir que además de despreciarle, le considerará incapaz de hacerlo. Jesús se propuso ocupar el lugar de su padre y ser mejor. Y lo consiguió. Vaya si lo había conseguido. Pero... su padre ya no estaba ahí para verlo. Él ya no había podido disfrutar de ver el brillo del rencor y desprecio en sus ojos. Jesús no odiaba a nadie, no realmente. Sabía que el odio era ponzoñoso. Te quemaba por dentro. Pero nunca había podido evitar odiar a su padre. Esforzarse por hacerlo desaparecer del mapa. La reforma de su casa, la expansión de sus negocios, la incesante necesidad de que el mundo olvidará que hubo otro Larraga al mando. Todo lo hacía con un único fin. Demostrar al mundo que Jesús Larraga había llegado y era mejor a todo lo anterior. Cuando lo abandonó su mujer poco tiempo después de la muerte de su padre, creía que reharía su vida. Que encontraría otro camino. Sin embargo, conformista se había limitado a seguir el mismo camino de siempre. Había hecho lo que se esperaba de él. Agobiado dejó las pesas y se secó el sudor.

Sí, seguía como siempre. Ocupándose de sus negocios, buscando nuevos lugares para reformar, disfrutando de su familia y amigos. Cuidando su aspecto e intentando estar saludable. Ligando siempre que podía con descaro y seguridad. Él era una roca inamovible, apacible y sincera. Había sido así hasta que... apareció Alejandro. De golpe, le había dejado de interesar buscar compañía y se había limitado a esperar. A esperarle. Cada vez que coincidían, Jesús sentía que estaba más cerca de él mismo. Que estaba más cerca de ser el hombre que había olvidado que quería ser desde que volviera a casa de su padre. Y ahora... de nuevo, su padre se interponía en su camino. ¿Qué debía hacer? ¿Dejar que como siempre el pasado le absorbiera o dar un paso adelante?

Eva se removió en la cama agradecida de no tener que madrugar. El dormitorio estaba caótico, pero, al menos, parecía un hogar. Sorprendida, vio a Tonik sentado en la cama. Ambos se sonrieron como dos bobos. Estaban drogados de sexo si se podía decir así. Eva se le acercó tentadora.

—Helena me ha dicho que en una hora nos trae a Iván —dijo pensativo—. He pensado que podríamos aprovechar la mañana para ir de compras. Ya sabes... para el piso.

—¿Decoración? —Tonik asintió divertido, y ella palmeó con ilusión—. Me parece bien.

—Tengo una petición. Esta cama... —le dijo juguetón—. Esta cama quiero que se venga a nuestro cuarto.

—Te han dicho alguna vez que eres perverso —Eva enroscó las piernas alrededor de su cintura. Tonik la apretó fuertemente contra él. La besó muy lento, juguetón, mordiéndose un poco el labio. Pero, tras diez minutos de mimos, Tonik la levantó como si no pesara nada y la dejó con delicadeza en el suelo. Ambos se miraron entre divertidos y cansados. 

Antes de que llegara Iván, tenían que arreglar un poco su hogar. Así que ambos se pusieron a ello. Limpiaron, ordenaron y dejaron el piso con un aspecto fabuloso. Eva se divirtió de lo lindo, dejando a Petra y Petro en la habitación de Tonik. Parecían un matrimonio ideal. Incluso colgó una foto en redes sociales, etiquetándole. Que le sacó una enorme carcajada a su novio. Les sobraron veinte minutos para ducharse tranquilos. Cuando Iván traspasó la puerta con Helena, ellos ya estaban listos para su mañana de compras. Helena le recordó la cita de la tarde y se fue a la Academia. Ya estaban preparando el baile para final del curso. Eva observó a su amiga divertida. Helena tenía una energía agotadora. No sabía cómo siempre tenía tiempo para todo. Ella solo pensar en su mañana de compras, ya quería pasarse la tarde tumbada en el sofá viendo películas. Iván les estuvo contando todo lo que había hecho en sus horas separados. Aunque habían sido pocas, les contó con todo lujo de detalles sobre su cama, sobre Mika, sobre el desayuno, sobre Eira, sobre Owen y sobre su viaje hasta el piso. Ella le escuchaba encantada. 

Condujo hasta Ikea pensando en qué deseaba comprar para decorar su nuevo hogar. Ese en el que le hacía tanta ilusión pensar. Quería que fuera un lugar cómodo, pero también personal. Se pasaron la mañana por esa enorme tienda laberíntica, que hacía necesarias cosas, que no sabía que ni existían. Pero, acabaron comprando un montón de cosas y muebles para montar que decidieron ir a dejar en el piso. Al fin y al cabo, a finales de esa semana esperaban poder empezar a amueblar. Al menos, la parte de arriba. La parte de los dormitorios. Ya estaban en la cola para pagar, cuando los gritos de Iván les alteraron. Sorprendidos, se giraron buscando el origen. En la caja de al lado, Lucía y su marido Luis, estaban también con un carro lleno a rebosar. Los cuatro se saludaron con amabilidad debido al entusiasmo de Iván. Que no se percató de la tensión e incomodidad del resto.

—¿Qué has comprado, mamá? —le preguntó Iván, tras enseñarle unos preciosos dinosaurios de madera que habían encontrado para decorar una de sus estanterías. Su compra favorita del día.

—Bueno, esto y aquello —dijo Lucía nerviosa. Eva se fijó en cómo de concentrada miraba cómo Tonik tenía los brazos protectoramente alrededor de ella. Sin embargo, fue Luis el que sonrió con mucha alegría.

—Qué comedida eres. En fin, queríamos esperar a decirlo un poco más adelante, pero... vamos a ser padres. Vas a tener un hermanito o hermanita, Iván —dijo Luis resplandeciente de felicidad. Agachándose para Iván, que le miró algo molesto y sorprendido—: Hemos venido a comprar sus cosas.

—Enhorabuena —les respondió Tonik. Eva vio que sonreía alegre y ella también lo sintió así. Iván deseaba mucho tener un hermano. Pero, parecía... bueno, sorprendido. Algo descolocado. Y no dijo nada. Ellos no le forzaron a hacer nada que no sintiera. 

—¿Vas a tener un bebé, mamá? —le preguntó Iván, mirándola fijamente—. Pues no quiero. Yo no quiero que tengas un bebé.

—Pues eso no es cosa tuya —le respondió Lucía de malas maneras. A ella no le gustó cómo le había hablado, pero se lo calló. Lucía también se quedó callada y molesta.

Estaba claro que no planeaba que las cosas fueran así. Iván ya no dijo nada más. Eva le miró preocupada. Luis y Tonik intentaron redirigir la conversación, pero el incómodo momento siguió pesando entre ambos. Cuando salieron de comprar, Tonik se fue a dejar el carro, sus hombros estaban tensos. Iván y Eva se quedaron solos. Decidió que era buen momento para preguntarle.

—¿Estás bien? No pareces contento. Creía que querías tener un hermanito o hermanita —dijo intentando romper el silencio de Iván.

—Y quiero. Pero no quiero que sea de mamá. Quiero que sea de papi —dijo Iván muy serio, mirándola fijamente—. Mamá, no me dejará ser su amigo, ni acercarme a él. No seremos... hermanos, de verdad. 

—No digas eso, bobo —le dijo Eva, acercándose y agachándose para hablar con Iván. Su mirada repleta de inseguridad, le encogió el corazón—. Estoy segura de que tu madre te dejará estar con él. Os querrá mucho a los dos. Y será muy feliz de que seáis amigos.

—No, créeme, será diferente. Si papi me da un hermano, estaremos siempre juntos. Seremos hermanos de verdad. Con mamá, vivirá mi hermano, pero yo viviré con papi. Y si ya le molesta verme ahora, verás cuándo... cuando llegué ese bebé apestoso —Eva no pudo evitar sonreír, pero entendía los sentimientos de Iván. Lo entendía muy bien y no había palabras para consolar. Así que le tomó la mano. Con fuerza. Deseando alejar esos miedos, aunque sin saber cómo hacerlo.

—Bueno, pero eso no lo sabes. Estoy segura de que tu hermanito o hermanita, te querrá muchísimo y os veréis más de lo que crees —Eva le apretó la mano. Iván la miró llorando.

—¿Cómo tú querías a Nico? —a ella se le partió un poco el corazón y asintió. No había palabras para describir esa sensación—. Entonces, me esforzaré en ser un hermano igual de guay —Eva animó a Iván con los dinosaurios, dejando el tema atrás.

Cuando fueron al piso, Iván se alegró de ver su casa. Volver al que era su hogar. Paseó e incluso visitó el que ahora sería su cuarto. Ambos decidieron que era buen momento para darle la noticia de que Eva iba a vivir con ellos, pero Iván no parecía ni sorprendido ni preocupado. Ya lo daba por hecho. Ellos ya no se iban a separar. Eran una familia. Tonik y Eva hablaron de lo que Iván le había contado, dando un paseo tranquilo por la zona. Tonik asintió mirando a su hijo que distraído jugaba por delante de ellos con un dinosaurio volador. Tonik le pasó el brazo por los hombros.

—Lucía no tiene claro querer ser madre —le dijo Tonik muy serio—. Esto no acabará bien. Me sabe mal por Iván, pero no sé cómo evitarlo. Solo puedo estar ahí cuando me necesite.

—¿A qué te refieres? —le preguntó nerviosa. Tonik le miró preocupado y bajó la voz.

—Cuando vino Lucía a casa, me aseguró que habían discutido con Luis por el tema de la maternidad. Por fechas me cuadra, que... bueno, creo que... había descubierto que estaba embarazada —dijo Tonik compungido. Eva negó horrizada—. No quería... quería encontrar una excusa para irse. Para echarse a atrás. La conozco. Y me preocupa... —Eva no dijo nada más. Había cosas que eran demasiado, incluso para entenderlas. 

Tonik dejó a Eva en casa de Helena. Le dolía separarse de ella cuando se sentía tan confuso, pero le iría bien pasar una tarde con sus amigas. Chismorrear y despotricar, como le había confesado. Él se fue con su hijo a su casa. Iván se pasó la tarde viendo los dibujos con sus conejos. Orión pasaba bastante del tema, pero Nebula siempre se encontraba cerca del pequeño. Se sentaba a su lado, mientras él la acariciaba y parecía ver la pantalla. Iván parecía tan relajado y feliz, que Tonik se olvidó un poco del mal rato de la mañana. Aunque estaba claro que su hijo tenía sus resquemores. Había cosas que en ese momento no entendía, pero que cuando entendiera, ambos deberían hablar con sinceridad. Y sabía que tendría preguntas, para las que él no tenía respuesta. Sin embargo, lo intentaría. Intentaría ser el padre que él necesitaba. A media tarde, Tonik se decidió a llamarla. Lucía le cogió el teléfono como si ya esperara su llamada desde que se habían visto.

—Me mentiste —le confesó a modo de saludo. Ella se echó a reír.

—No fui del todo sincera, lo que no es nada tan grave —le respondió—. Estoy asustada, mister nerd. La verdad es que... no sé qué hacer.

—¿Respecto a qué? —le preguntó confundido. 

—Sobre muchas cosas. Pero, sobre todo, respecto al bebé. El embarazo parece que va bien y yo... pensaba que a mi edad sería más complicado. Y más, tras tomar tantos años anticonceptivos. Además, no pensaba que Luis, fuera tan... En fin... no tenía muchas esperanzas —él se sintió mal por Luis, por cómo ella trataba de engañarle—. Bueno, Luis está muy emocionado y no quiero que...

—Pero, Lucía, ¿tienes claro que vas a ser madre, verdad? —ella no dijo nada. Ante su silencio, Tonik insistió—: Eres consciente de que vas a tener un bebé. Una vida. Esto no es un juego. Si no deseas hacerlo, es tu decisión. Pero, también, la del hombre que tienes al lado. Tienes que ser sincera con él y contarle tus miedos y dudas. Tomar una decisión. Si no deseas ser madre, está bien, puedes decidirlo...

—Estoy decidida, Tonik. Tuve un momento de bajón, es verdad. Pero... es como tienen que ser las cosas —musitó. A él le pareció que hablaba de resignación, de cierta sensación, de rendición—. Un bebé, un bebé con el hombre que me ama. Tengo miedo, sí. Tengo miedo porque no sé si podré cuidarle. Hace mucho tiempo que no hago de madre. Luis me ha pedido que nos mudemos. Más cerca de sus padres. Estoy tentada de aceptar.

—Sus padres viven en Galicia. ¿Qué pasará con Iván? —le preguntó agobiado. Ella no estaba pensando en su hijo. No pensaba en nadie más que en ella. Enfadado, crispó los puños.

—Bueno, podría venir un par de semanas en verano y... veríamos en Navidad. Sé que Iván no quiere vivir conmigo y... yo... Quizá sea lo mejor, Tonik. Iván y tú merecéis ser felices, y lo sois. Tenéis una vida sin mí. Creo que en esto yo ya no pinto nada.

—Te equivocas. Tu hijo te quiere. Te quiere en su vida, Lucía —le insisitó Tonik. 

—Lo siento, míster nerd. Pero, creo que tengo que pensar en mí y en mi bebé. En lo que decida mi marido para nuestra familia —Tonik colgó furioso.

¿Cómo podía ser tan egoísta? Lucía, como siempre, solo pensaba en lo que a ella le beneficiaría. Si se iba allí, los abuelos cuidarían del bebé. Ella seguiría su vida de relax, de mujer mantenida y ociosa. En fin, no es que él pudiera hacer nada por lo que decidiera. Pero tendrían que revisar la custodia de Iván, volver a entrar en temas con abogados. Y su hijo, esa vez, sería consciente de todo. Tonik cerró la mano en un puño. 

—En fin, vamos a lo importante de esta quedada en clave. Las revelaciones de Anna durante la cena de ayer —Helena mordisqueó una de esas impresionantes galletas cookie que cocinaba Owen. Las miró fijamente antes de indicar—: ¿Las creemos?

—¿Qué revelaciones? —preguntó Eva, fingiendo inocencia, cogiendo su segunda galleta. Es que se deshacían en la boca. Podría vivir comiendo cada día esas galletas.

—Alezandro me muerme cada noche —repitió Ariel divertida, replicando la voz de su hija. Se había quedado con Jules, quien seguramente intentaba sacarle más información—. Está claro que la niña ve mucho a Alejandro. Y que está enamoradísima de él. Cosa que saca de quicio a Jules.

—Eso es bueno. Que sufra un poco —le repitió Eva sacando una sonrisa de complicidad a su amiga. Intentaba distraerla sin éxito, porque ella volvió al ataque.

—Jesús me confesó que estaba pillado de alguien —aseguró Ariel—: ¿Tú sabes quién es? —Eva alzó las manos en señal de defensa.

—Si lo supiera, ¿no crees que habría ya convocado una reunión? —dijo. Por suerte, su reputación de cotilla y sabelotodo la precedía. Podría salir de esta.  

—Está claro que el amor te tiene obnubilada, has perdido tus superpoderes —dijo Helena, quejándose con diversión. Aunque, la miró con picardía—. Hablando de eso... ¿Cómo fue ayer? ¿Apoteósico? Se lo curró mi hermanito, espero. Una reconciliación digna de los Carjéz.

—Pero si fue Jules quien lo preparó todo —Eva miró a Ariel sorprendida—. En fin, mi marido no puede estarse de meterse en los rollos románticos de los demás. Es una celestina muy concienzuda.

—Ni que lo digas —respondió Helena. Eva sonrió divertida. Se acodaba de cómo Jules había organizado toda la espectacular reconciliación. Además de la pedida de mano de Helena y Owen. Pero no esperaba que también ayudará a Tonik. En fin, en esa familia estaban todos fatal con el romanticismo. Pero era su familia. Y, además, eso había servido de distracción del punto importante: Jesús—. Jules es todo un romántico. Por eso creo que... ellos saben algo más.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó Ariel al percatarse de que su hermana había bajado el tono.

—Los Larraga —dijo Helena, muy seria—. Owen lleva raro desde ayer. Se ha pasado la mañana cocinando después de que se fuera Iván. Y está algo tenso... Creo que es el eslabón débil. 

—¿Y qué planeas...?

—Cariño, ven un momento —le gritó Helena, cortando a Nuria, que estaba conectada en videollamada. Eva observó cómo Owen aparecía nervioso por un lateral. Se notaba que acababa de ducharse y que quería irse de allí corriendo—. Las chicas me decían que tus galletas estan fantásticas.

—Sí, realmente buenas —dijo cogiéndose otra Eva. Le sonrió para darle ánimos, pero Owen pareció estremecerse de miedo. Ella iba a fingir estar entretenida comiendo un rato.

—Gracias, tengo que irme. Me esperan para...

—Siéntate un momento con nosotras —dijo Ariel muy sumisa. Eva se estremeció y no de frío. Le dio pena Owen—. Hace un montón que no hablamos.

—Chicas, tengo miedo —les confesó—. Os prometo que no sé nada. Os lo aseguro. 

—Mientes —le replicó Helena. Owen negó agobiado—. Sé que sabes algo. ¿Es que ya no me quieres? ¿No quieres a tu pequeño cisne? Si no me lo cuentas, me pondré muy nerviosa y pesada y... —empezó en tono amoroso. Owen se retorcía como un gusano evitando ser clavado en el anzuelo.

—Yo no sé nada, Helena. Jesús es libre de hacer lo que quiera. El aquelarre tiene que descansar un poco —musitó Owen agobiado, saliendo por la puerta. Eva pensó que cuando pudiera echaría a correr.

—Se lo sacaré. Este acaba cantando —aseguró Helena cogiendo otra galleta. Eva se estremeció al pensar en lo que le esperaba al pobre Owen. Aunque si ella tuviera algo así de jugoso entre sus manos, seguramente actuará como su amiga. Pero al saberlo, estaba bastante tranquila. Ariel pareció darse cuenta.

—¿No estás muy participativa hoy, Eva? ¿Ocurre algo? Es que acaso...

—No, qué va. Es solo que... bueno... —solamente por desahogarse les contó lo sucedido esa mañana. Fue la distracción perfecta. El aquelarre se puso a barajar hipótesis y a rajar de Lucía. Eso le vino bien. No le apetecía que sus amigas descubrieran que sabía lo de Jesús. Ella cumplía promesas, pero no sabía cuánta resistencia tendría a un buen cotilleo.

Se despidieron poco antes de la cena. Tonik la fue a buscar. Era agradable que alguien cuidará de ti, pensaba. Ella nunca había tenido un novio que hiciera cosas así. Junto a Iván salieron a cenar los tres. Parecía que él estaba preocupado y quería despejarse un rato. Lo hicieron. 

Helena observó a sus amigas irse. Le agradaba pensar que todas ellas eran felices. Ariel con Jules. Eva con Tonik. Como si siempre hubiera tenido que ser así. En fin, no había sacado mucha más información de la que tenía. Pero, habían pasado una tarde muy divertida. Además, ella tenía una intuición. Eva sabía que entre Alejandro y Jesús había algo. Y ella también lo sabía. Por lo que despidiéndose de su marido, que la miró algo asustado, se fue a casa de Alejandro. Sorprendida, él la recibió en pijama. Ella le miró y confirmó lo que sospechaba desde el día anterior.

—¿Desde cuándo? —le preguntó.

—Desde hace tiempo. Desde... bueno, un poco antes de tu boda —le dijo muy serio. Ninguno de los dos iba a dar nombres. No hacía falta. Ambos sabían a quién se referían—. Pero parece que se ha acabado.

—¿Por qué? —preguntó Helena confusa. Alejandro se lo contó todo. Como se habían conocido algo más en Los Ángeles en la prémiere de la película de Owen. Y cómo se habían acabado besando en el ascensor. Cómo le había tratado como un imbécil las siguientes veces que se vieron. Solo porque se sentía atraído por él. Muy atraído. Hasta urdir un plan para acostarse con él en la boda de ella. Cuando pudo por fin darse cuenta de lo mucho que él le gustaba. Le habló de las ocasiones que habían ido al local swinger, y cómo, finalmente, habían dado el paso decisivo a acostarse solo uno con el otro. Le habló de esos últimos seis meses, donde habían convivido cada pocos días. Y él se había acabado enamorando definitivamente—. Sigo sin entender por qué tiene que acabarse.

—Porque, Helena, a estas alturas yo solo quiero que me quieran como yo quiero —dijo Alejandro, agobiado—. He estado mucho tiempo solo. Y creía haber encontrado a alguien con quien compartir eso. No digo que quiera casarme o formar una familia, eso es muy pronto. No estoy loco. Pero quiero... quiero darle la mano cuando estamos paseando juntos. Ir a comprar cerca de casa, no a varios kilómetros. Salir a cenar a restaurantes, incluso a bailar. Besarle y disfrutar de todo ello sin miedo a lo que pasará. Pero si él no lo tiene claro, entonces no vale la pena.

—Pero, Alejandro, ¿por qué no lo iba a tener claro? Parece quererte —indicó Helena, apretando la mano de su amigo.

—A veces querer no lo es todo. A veces uno vive engañado y no quiere verlo. 

Jesús cenó solo esa noche. David había pasado la mañana de compras con Jules y Ariel, y habían ido a comer con su tío. Lo que una comida era normal para Jules, una persona corriente se llenaba para mínimo dos días. David estaba empachado y acabó yendo a dormir temprano. Él se sentía solo y cuando se puso una película en su salón, le echó de menos. Mucho. Demasiado. En los últimos cinco meses no habían pasado ni un sábado separados, y ese se le estaba antojando terrible. Se le estaba haciendo largo, lento y solitario. Agotado, decidió llamarle. Alejandro no le respondió ni la primera, ni la segunda vez que le llamó. Pensó que quizá fuera mejor así. Acabó terminando la película, cuando lo volvió a ver en línea. Probó una tercera vez, no quería chatear. Necesitaba oír su voz. Esa sí que le respondió.

—Buenas noches, ¿qué haces? —preguntó algo angustiado. Jesús notaba su tono desesperado. Detestaba oírse así.

—Nada. Estaba cenando. Ha venido Helena y hemos pasado un rato juntos —dijo. Su voz sonaba apagada. Jesús quería decirle algo más, pero no sabía qué. Ante su silencio, Alejandro indicó—: ¿Y tú?

—Bueno, estaba viendo una película —dijo por decir algo. Jesús tenía muchas ganas de decirle cosas, pero no por teléfono se dio cuenta. No se las podía decir así—: ¿Te gustaría que mañana quedáramos para comer? 

  —Depende —le respondió Alejandro. Su voz era seca y algo fría. Jesús sabía que la merecía—. ¿Para qué, exactamente?

—No lo sé. Joder, necesito verte. Te echo de menos, cariño. Quiero verte, charlar contigo, hablar de lo que ha pasado y ver cómo podemos arreglarlo. Tienes razón, no podemos seguir ocultando siempre esto y... —empezó, pero Alejandro le cortó.

—Jesús, ¿quieres decirlo por necesidad o porque no queda más remedio?—le preguntó.

—¿Y eso qué tiene que ver? —replicó molesto y confuso. ¿Por qué estaba siendo tan picajoso?—¿Qué más da? Tú quieres que se sepa, pues ya está. Lo hacemos público y... —Alejandro le colgó. Jesús apretó el móvil furioso. ¿Qué se supone que quería de él? 

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