Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

03.Las uvas de la ira

  —Mamá no tengo dinero que me sobre para prestártelo cada vez que vienes por Lorena o Marina —le espetó Eva cansada. Su madre nunca cambiaría. Leticia la miró enfadada. Encima, pensó Eva sin cortarse, aunque nunca lo diría en voz alta. Eva se había independizado nada más cumplir los dieciocho. No había podido soportar ni un instante en esa casa. En esa existencia vacía que se había convertido su hogar tras el drama. Se independizó, tres días después de que sucediera, todo lo que nunca mencionaba. Su madre no se lo impidió, no dijo nada en contra. Sin embargo, según Leticia, nunca superó ese abandono. Se había comportado como una persona egoísta que no pensaba en su familia, como ella le decía. Pero, en el momento de su marcha, su madre tenía la cabeza en otras cosas. En eso de agradar y consentir a las hijas de su flamante marido. Esas adolescentes caprichosas que detestaban tener una madrastra. Leticia se había ganado su amor consintiéndolo todo, haciendo lo que nunca había hecho antes. Eva lo odiaba, pero mientras no le había afectado, todo eso le había dado igual. Se independizó justo cuando empezaba la carrera. Trabajaba de tardes en un bar para pagarse la habitación de alquiler que se podía permitir. Tras sus estudios, Eva sin contar con la ayuda de sus padres, y tras un año de oposiciones, empezó a trabajar en el instituto. Fue entonces que se pudo permitir su primer pequeño piso del centro. Luego, cambió al de Ariel. Nunca había sobrado el dinero en su vida, pero era ahorradora y no le importaba trabajar de más. Sabía qeu sin dinero no podía conseguir nada. Sin embargo, tampoco es que se pudiera permitir soltar pasta cada dos por tres. Pero, desde hacía un par de años, su madre la llamaba con esas excusas. Con la jubilación de su marido, y ella que no había trabajado un día de su vida, el dinero no les sobraba. Eva empezó a ayudarla, sobre todo para qué la dejará en paz. Y también, por algo que le daba miedo reconocer. Su madre la chantajeaba emocionalmente. Tenía algo a lo que ella no podía renunciar. No obstante, cada vez, la situación le fastidiaba más. Ese día, a pesar de ello, no tenía ganas de empezar una discusión. Y mucho menos, delante de Tonik. Ni sentirse más avergonzada de lo que ya estaba, por lo que bajo la cabeza en señal de sumisión—: ¿Cuánto sería? —su madre dulcificó la mirada ante el gesto de Eva. Se relamió los pintados labios en señal de victoria.

—Solo unos mil para ir tirando. Tenemos que devolver el dinero del robo a Pili y... —Eva abrió los ojos, tremendamente, sorprendida. Esa cantidad era exorbitante, incluso para su madre. Les había prestado dinero otras veces, pero nunca tanto.

—No te lo puedo prestar ahora todo, tendrás que esperar un par de semanas a que cobre. También puedo ingresarte quinientos ahora. Más adelante lo que falte —su madre asintió, sonriente.

—Si me puedes dar ahora, mejor... —Leticia miró a Lorena que sonreía divertida. Esa sonrisa era lo que más molestaba a Eva. Su hermana tenía esos aires de quien sabe que habrá otro que pague los platos que rompa. Pero sin ganas de montar una escena, asintió. Abrió el móvil y le hizo el pago a su madre. Que le abrazó. Fue un abrazo soso y vacío que a Eva le dio asco. Pero se reprimió.

—Eres la mejor. No hay nadie como tú —su madre se giró con ese aire dramático que Eva detestaba. El aire de la impostura y la falsedad. Como si ella la conociera o la considerará algo importante. Su madre que ni siquiera sabía donde trabajaba o si comía bien. No lo había sabido nunca—. Cuídamela mucho. Como ella no hay dos. Para Eva siempre su familia y amigos son lo primero.

—Ya veo, ya —dijo Tonik, apoyado en la pared con los brazos cruzados. Su mirada llameaba. Debía sentirse muy incómodo, pensó Eva. Leticia le sonrió sin darse cuenta de la molestia del hombre. Como siempre sumergida en su propio mundo. 

—En fin, cuando puedas darme el resto, ya me avisas. Nos vamos, cariño. No quiero robarte más tiempo. Además, tenemos hora en la peluquería —dijo sonriente.

—¿Puedo entonces hacerme las uñas, mami? Las tengo fatal —se quejó Lorena mirándose las manos. Eva puso los ojos en blanco.

—Eso son caprichos. No deberías permitirte gastos así, mamá, cuando vais tan apuradas que tenéis que pedir dinero —no pudo evitar decir. A pesar de que no quería montar una escena, los nervios se le empezaban a crispar—. Deberías pensar en reducir gastos y encontrar la manera de ahorrar...

—No es capricho, es necesidad. ¿Cómo voy a encontrar trabajo con estas manos tan feas, hermanita? —le cortó Lorena. Eva la miró asqueada, sin ganas de hablar con ella—. Que tú seas una gótica negra que pasa de su estética, no significa que los demás tengamos que hacer lo mismo —la rabia subió al rostro de Eva, que se mordió la lengua con fuerza. No tenía ganas de soltar cuatro verdades, y mucho menos frente a Tonik, que seguía mirando la escena con incomodidad.

—Lorena, espérame en el coche, anda —le indicó Leticia. Lorena salió por la puerta meneando el culo, y su melena larguísima de extensiones, con una sonrisa petulante. Sonrisa que endulzó al pasar al lado de Tonik, que por supuesto, no le hizo el menor caso—. Discúlpala, le ha afectado mucho perder el trabajo en la peluquería. Pero, cariño, en algo tiene razón tu hermana, no me gusta verte siempre vestida de negro. Ha pasado mucho tiempo desde que...

—Tú, mejor que nadie, sabes el motivo. No eres nadie para darme lecciones —le espetó Eva cortándola, cansada de la molesta presencia de su madre que casi se iba de la lengua—. Vete, no la hagas esperar.

—Eva, no me hables así. Solo quiero lo mejor para ti. Soy tu madre —dijo Leticia. Esa madre que nunca se había preocupado de ella. Esa que siempre pasaba de todo lo que su hija representaba. Que nunca había intentado conocerla. Pero, cansada, solo asintió. Dejó que su madre le besará en la mejilla y desapareciera por la puerta. Se miró las manos enfadada, le temblaban de rabia. Tenía tantas ganas de llorar que se mordió el labio. Cuando levantó la vista, estaba sola en el salón. Seguramente Tonik se había sentido avergonzado e incómodo. Se había marchado en cuanto había podido. Le pediría disculpas, pero antes, necesitaba calmarse.

Tonik bajó las escaleras de dos en dos, antes de atrapar a la mujer en el rellano, que se giró sorprendida. Tonik sonrió de medio lado. Estaba molesto, como nunca lo había estado. Todo lo que había visto le había desagradado. Nunca hubiera querido volver a verla, pero no había podido evitar salir tras ella.

—Leticia, espero no ser muy desagradable con lo que diré a continuación, aunque espero que me entienda —la mujer le miró pensativa y curiosa—. De aquí dos días, escribirá a Eva y le dirá que no necesita más dinero, ¿Lo ha entendido? —la mujer no dijo nada, solo le siguió mirando con curiosidad—. Y cuando pueda, entiendo que le devolverá ese dinero. Su hija no habrá querido decirle nada por lo que sea, pero ella no va sobrada de dinero. Es más, ¿cree que habría aceptado que un tipo como yo viviera con ella, si no tuviera apuros económicos? Vamos, no sea ciega.

—Creo que no debería meterse en asuntos familiares. Lo que mi hija quiera prestarme es cosa nuestra y... —dijo ella altiva y algo molesta. Tonik resopló.

—Verá, no sé si me ha entendido o no me quiere entender. Se lo diré más claro, mientras su hija hace malabares para sobrevivir, por lo que veo usted va enjoyada hasta las cejas. Ha venido con un Mercedes y se va a la peluquería y a hacerse las uñas. Como comprende, mi amiga, que parece incapaz de decir que no, no le va a dejar más dinero —Tonik la miró muy serio. La mujer se removió incómoda y acabó asintiendo, agobiada—. Puedo preguntarle por qué se lo pide. No parece que le vaya tan mal como para ir apurada. 

—Es una deuda que tenemos pendiente. Ella me dejó sola en esa casa, yo la necesitaba, ¿sabes? —Tonik se removió incómodo, cuando se dio cuenta de que la mujer estaba llorando—. Se fue para vivir su vida. Es justo que ahora venga cuando la necesito. La echo de menos —Tonik cada vez se encontraba más perdido—: ¿Usted tiene hijos? —él asintió confuso—. Entonces, me entenderá, si le digo que una nunca se recupera, cuando pierde a uno. Yo no solo perdí a mi hijo, también a mi hija. Por supuesto, nunca me he recuperado. Esta es mi forma de decirle que aún existo. De hacer que por un instante sienta algo por mí, aunque sea odio. Quizá no me entiendas, ni yo lo hago, pero no me importa. No me importa lo que la gente crea de mí. Pero, creo que no deberías meterte en nuestros asuntos. Eva sabe mejor que nadie porque no puede decirme que no —la mujer se fue sin dejarle responder. Tonik se quedó perplejo en medio del vestíbulo. No entendía nada. 

Jesús estaba en la oficina, revisando unos papeles, justo cuando llamaron. Cuando alzó la visita se encontró con una divertida Ariel. Su amiga no había cambiado mucho desde que se reencontrarán hacía ya un par de veranos. Seguía llevando su caoba melena y su ropa cómoda. Aunque, el brillo de seguridad en su mirada sí que era distinto. Se notaba que había encontrado su lugar en el mundo. Al lado de su hermano Jules, como su esposa y nakama, como les gustaba decir. En ese instante, le miraba especulativa.

—Últimamente, tienes el pelo más brillante. ¿Qué producto usas? —Jesús se volvió a tocar el pelo nervioso por segunda vez esa mañana.

—¿Qué os ha dado a todas por mi pelo? Eva igual está mañana, seguro que estáis compinchadas —dijo molesto, Ariel sonrió, pero no confesó—: ¿Vienes por la reunión de Puntal?

—Me acaban de avisar que se retrasará media hora. Era por si querías aprovechar para mirar el informe de datos del último mes —Jesús asintió. Ariel se sentó en la mesa, preparando los informes. Justo su móvil sonó. Era un mensaje de Alejandro. Pensó en ignorarlo, pero la curiosidad le venció y abrió el teléfono—: ¿Y esa mirada tan brillante? ¿Es alguien especial? —preguntó su amiga, a la que no se le pasaba nada por alto. Estaba claro, que si el aquelarre no estaba en movimiento, ahora empezarían.

—Claro que no —dejó el móvil incómodo y se ajustó la camisa—. Puede. No lo sé. Aún lo estoy decidiendo. Es complicado.

—De repente, los informes ya no me interesan tanto —su cuñada apartó el portátil y le miró interesada. A Jesús le dio un vuelco el corazón. Esa mujer le despertaba un inmenso cariño. Era casi como su hermana, y quería contárselo, claro. Pero...

—Eres una chismosa. Lo que te cuente, tu maridín hermano mío, también lo sabrá. Y justo, estoy intentando que sea el último en enterarse —dijo muy seguro.

—Haré promesa de meñique... —dijo suplicando. Jesús sonrió sin poderlo evitar. Estaba seguro de que su amiga le mentiría. Resistía a cualquier persona, pero no a Jules. Además, él tampoco podía pedirle que guardará el secreto. Nunca le haría algo así. Jesús negó—. Estar casada es un fastidio. Ya no me contáis nada... —se pusieron con el informe de datos. Como siempre trabajaban bien juntos. Se apoyaban y se ayudaban. Si volviera atrás, no cambiaría su decisión. Gracias a ese fortuito encierro en un ascensor, había encontrado a su media naranja laboral. Además, del amor de su hermano. No, justo todo eso, era lo mejor. Porque era la segunda vez que la vida la ponía en su camino. Era sorprendente, por supuesto, y seguiría siéndolo. Cuando acabaron se metieron de lleno en la reunión. Dos horas más tarde, Ariel se fue para su hogar. Jesús se despidió con esa extraña alegría que siempre le invadía al pensar en su familia. Se imaginó a su hermano saliendo del estudio, descalzo y despeinado, con Anna en brazos. Su sobrina. En menos de dos semanas, Ariel y Jules se iban a una de las giras más importantes de su carrera. Estarían fuera varios meses, aunque también iban retornando cada pocas semanas. Su sobrina Anna se quedaría con él. Ya tenía dos años y él tenía muchas ganas de cuidarla. Tenía ganas de volver a disfrutar de un pequeñajo en casa. Aunque eso también significará quedarse sin parte de su libertad. Cogió el teléfono y marcó. Alejandro respondió al tercer timbrazo.

—Lamento mucho como nos separamos ayer —dijo con voz grave tras saludarse con cierta frialdad.

—Nos separamos bien —pensó Jesús recordando el beso del aparcamiento—. Creía que había quedado todo claro.

—Si y no. No quiero que nuestra amistad se fastidie. Lo pasamos bien juntos y... nada más —Alejandro parecía agobiado y Jesús le dejó hablar, sin interrumpirle—. Me gustaría invitarte a cenar y... podemos ir al local un rato. 

—Suena tentador, pero estoy molido. Acabo de salir de una reunión y esperaba meterme en la cama — Alejandro gruñó frustrado. Algo que secretamente le encantó. Su cuerpo se revolucionó de ganas de verle —. Puedes venir a casa, si te apetece. Puedes invitar a quien quieras como acompañante. Pediré algo de cena.

—Nos vemos a las nueve —le prometió Alejandro. Jesús sonrió con alegría. 

Eva se soltó el moño y atusó el desastroso pelo. Tenía que pedir hora a la peluquería. Su madre tenía razón, estaba hecha un desastre. Las canas se le veían por medio de su oscuro cabello. No podía dar clases como una hippie. Era profesora de universidad. Debería fijarse un poco más en su aspecto. No podía seguir siendo siempre la misma. Se meció en la silla y sonrió con algo de ilusión. Sí, era profesora de universidad. Adjunta, pero bueno, por algo se comenzaba. Unos suaves golpes en la puerta la hicieron girar. Tonik la miraba divertido y se apoyó en el umbral.

—¿Te apetece que pidamos pizza para cenar? Yo invito —dijo alzando la mano. Eva hizo un gesto de pensarlo y asintió hambrienta—. Perfecto —él se giró para ir al salón, ella supuso que a buscar el teléfono.

—Espera, Tonik. Siento mucho la situación incómoda de esta mañana —ella se acercó al umbral y él no lo traspasó. Miraba con curiosidad su desordenado cuarto. Eva le indicó con un gesto que pasará. Ambos se miraron azorados al estar allí. Aunque no debía ser así, eran compañeros de piso—. Lamento mucho lo que has presenciado.

—¿Por qué? No es tu culpa. Además, no me he sentido incómodo. Solo... confuso. ¿Por qué no has sido sincera con tu madre? —ella negó. El nudo en la garganta le oprimió las palabras—. Vale, perdona, no es asunto mío —Tonik parecía molesto, por lo que ella carraspeó e indicó:

—No, es solo que nuestra relación es difícil. Yo... verás... me independicé muy joven. Mi madre no lo llevó bien. Al principio, pensé que sí, pero creo que no. Está enfadada, supongo. Me chantajeaba emocionalmente, decía que le había abandonado —Tonik asintió, con la mirada indescifrable. Eva no supo por qué, pero necesitaba desahogarse con alguien. Sacar un poco del pecho, ese peso que a veces le oprimía—. En parte me siento un poco así. Cuando... cuando... —las palabras se le atragantaban. 

—No pasa nada. Lo entiendo. Es difícil. Pero no le debes nada. Eres ya una mujer adulta que se ha hecho a sí misma. Tendrías que ser sincera con los tuyos, sin miedo a como puedan tomárselo. Debes cuidar de ti misma, anteponer tus necesidades a los de las demás —Eva asintió. Tonik la miró divertido, mirando alrededor, pareció decidir cambiar de tema—: Tu cuarto es justamente como me esperaba.

—¿Gótico y negro? —replicó algo molesta.

—Desordenado y repleto de libros —Eva puso los ojos en blanco—. Aunque ese cabezal... —ella interrumpió su comentario, con un golpe en el brazo. Ambos sabían en lo que había estado pensando. Se fueron al salón. Lo que a ella le recordó los pensamientos de esa mañana. Pero, no quería sacar el tema de los ligues, ni nada así. Al menos no esa noche, o hasta que no fuera una cuestión a poner sobre la mesa. Algo que le parecía tremendamente improbable, ella llevaba mucho tiempo sin pensar en ligar. Tonik pidió las pizzas. Se sentaron cada uno en su móvil esperando la cena, sin embargo, él acabó volviendo a preguntar—: ¿Dónde compraste el cabezal?

—En una tienda de antigüedades. Ahorré durante seis meses. Siempre me habían gustado —dijo indiferente—. El sofá también es una antigüedad. Tarde más en ahorrar para ello. Mis amigos lo consideran una cutrada, pero me encanta. Además, es terriblemente cómodo y grande. 

—¿El sofá les parece cutre? A mí me encanta —dijo Tonik tumbándose con picardía. Se dio cuenta de que en parte él estaba jugando, tanteando el terreno. Ella apartó la mirada nerviosa—. Te puedo preguntar algo un poco más personal...

—Sí que eres preguntón —él se lo tomó como una afirmación, ya que dijo:

—¿Sales ahora con alguien? —Eva le miró y negó divertida. Tonik se encogió de hombros.

—¿Y tú? —Tonik la miró sorprendido, y se echó a reír—: ¿Qué es tan divertido?

—¿Que edad tiene Iván? —miró al techo como calculando. Eva se percató en la nuez marcada, que le dio ganas de pasear sus labios. ¿Es que ese hombre tenía todos los rasgos que más le gustaban?—. Siete años. Hace siete años que no estoy con nadie —ella abrió los ojos como platos—. No pongas esa cara.

—Siete años es mucho tiempo —señaló ella agobiada, sentándose más erguida—. Tenemos que remediarlo. Tenemos que encontrarte una cita y...

—Frena, loca sensata —le cortó divertido—. No quiero citas. No quiero ligues. Estoy bien soltero. Y... cuando me apetece, tranquila, que ya busco la manera de satisfacerme —a Eva se le aceleró el pulso. Esa imagen se quedó tras sus retinas. Tonik y ella se miraron con intensidad, pero el timbre de las pizzas les hizo dar un respingo. Se separaron nerviosos y algo extraños. Cenaron en la mesa, hablando de otros temas. Tonik habló de videojuegos, ella como siempre de libros. Poco a poco se fueron relajando, al tener una conversación que derivará a otros temas. 

Alejandro llegó tan puntual como siempre. Era algo que le gustaba de él. Jesús abrió la puerta. Se había puesto ropa cómoda, para estar por casa, aunque no un pijama. Le sorprendió verlo llegar solo. Llevaba una botella de vino. Jesús sonrió entre sorprendido e ilusionado.

—Buenas noches —dijo Alejandro entrando. Su mirada se paseó por el enorme vestíbulo. Cuando murió su padre, Jesús había heredado la propiedad familiar. La casa de su infancia. Jules igual, pero le había vendido su parte. Él no quería tener nada que ver con su progenitor. Jesús también había pensado en venderla. Sin embargo, algo le ataba a ese lugar. Era su hogar. Había vivido allí su infancia. Lo bueno y lo malo. Había tardado en reformarla. Varios años de hecho, pero ahora, las sombras oscuras de su padre ya no se paseaban por sus salones. Era un lugar enorme, pero era suyo. Se sentía cómodo allí. Llevó a Alejandro a la cocina, donde la cena ya estaba servida.

—¿Vienes solo? —le preguntó sin poderlo evitar. Alejandro le miró y asintió. Ninguno de los dos dijo nada. Jesús sirvió el vino. La intimidad de golpe le resultó abrumadora. Era la primera vez que estaban en su hogar, que cenaban a la luz de las velas allí, que estaban solos. Se movió incómodo.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Alejandro. Jesús negó convencido. No era distinto a si cenará con cualquier otro amigo. 

—¿Por qué debería quererlo? Somos amigos y estamos cenando juntos porque nos apetece —Jesús pensó en apagar las velas, pero no iba a hacerlo. Alejandro se podría ofender. Además, le apetecía. Le apetecía cenar a la luz de las velas con ese hombre que le revolucionaba el corazón. Ambos se relajaron, y la conversación fluyó entre ambos. Hablaron de sus viajes, de sus vidas y de sus próximos proyectos. Cuando Alejandro se alzó para besarle. Jesús se dejó besar, se dejó acariciar. Alejandro le tomó de la mano y lo levantó. Puso música suave de fondo y ambos se mecieron al compás—. Alejandro... —él le silenció con un dedo y le besó posesivo.

—Me gusta cuando bailas. Lo haces fatal —dijo en su oreja divertido—. Te mueves muy mal, para lo bien que te mueves en la cama. Tengo muchas ganas de ti —Alejandro le mordió la oreja. Jesús perdió toda coherencia. Bailaron a la luz de las velas. Se besaron a la luz de las velas. Antes de pasar a la habitación, a pesar de todo, ambos se miraron. Esa mirada fue como si les hiciera recuperar parte de la cordura.

—¿Qué estamos haciendo? Somos amigos y... esta vez... sería solos y...—señaló Jesús. No sabía cómo sentirse al respecto, ni que quería hacer sobre ello.

—Tienes razón, niño pijo —dijo Alejandro ofendido. Le miró altivo y señaló—: ¿Qué vamos a hacer? Acostarnos sería como aceptar que entre nosotros... hay algo más. Algo más que sexo.

—Bueno, tú me has hecho bailar a la luz de las velas —replicó Jesús. Molesto tanto por el tono, como el rumbo que estaba tomando la conversación.   

—Bueno, yo quería ir al local y acostarnos con alguien. Eres tú quien quería que viniera aquí a casa y... joder, estoy caliente. Me gusta el sexo contigo —Alejandro parecía un niño pequeño, caprichoso. Tan pronto le hacía bailar música romántica, como le insultaba por no darle lo que quería. Jesús se sentía perdido en esa relación que no iba por el buen camino.

—Bueno, ibas a traer a alguien. Yo también estoy caliente. Y sabes, no me importa acostarme contigo a solas, si entiendes que eso no va a cambiar lo que somos. Si luego no te vas a enfadar y me vas a llamar maricón —le indicó Jesús enfadado. Alejandro rebufó altivo.

—Mira Jesús, de los dos, está claro que tú eres quien podría llegar a enamorarse de mí. Yo disfruto por igual con hombres y mujeres. Eso nunca me ha importado, en cambio, creo que tú eres de los que van por solo un lado del camino.

—¿Por qué siempre presupones eso de mí? Yo solo me he acostado contigo y sabes que... —Jesús quería replicar, pero de golpe se sintió muy hastiado de ese tira y afloja que no les llevaba a ningún lado—. Estoy cansado, Alejandro. Tú me buscas, tú siempre quieres quedar y siempre acabas haciéndome sentir mal por eso. Se acabó. Tengo cuarenta años. No soy un crío idiota que no sabe lo que quiere o está experimentando —Alejandro sonrió molesto y divertido por igual—. Lárgate de mi casa, anda. Y el próximo día, si estás caliente,  ves al local sin mí. 

—Va, no te enfades, niño pijo, solo quería que... —Jesús empujó a Alejandro molesto. Estaba cansado. En parte no es que quisiera algo diferente con él, pero no podía seguir así. Jesús no podía negarse que esa sensación de latido rápido, deseo y necesidad, empezaba a parecerse al encaprichamiento. Él no iba a enamorarse de alguien como Alejandro. No. No de alguien que le despreciaba y siempre le atacaba cuando las cosas no salían como querían. Alejandro se fue molesto y Jesús cerró la puerta agobiado. La mesa con velas, con la música de fondo, le encogió el corazón. ¿Qué había estado haciendo? ¿Cómo se había encaprichado de un tío que era así de idiota?

Eva se dejó caer en el sofá satisfecha. Habían cenado estupendamente. Tonik puso la serie y los dos comentaron emocionados los capítulos. A ella le sorprendía que él disfrutará de volver a verla. Eva nunca repetía película o serie, le aburría saber lo que iba a pasar. No le parecía lo mismo en los libros. Que tenía algunos tan releídos que ya se sabía partes de memoria. Imaginaba que a su compañero de piso le pasaba lo mismo con las series. Eva sonrió viendo como Tonik seguía la pelea de los protagonistas con los puños. Ella nunca le había visto ningún gesto violento, pensó. Tampoco lo había visto enfadado o furioso. Era raro. Él siempre parecía estar calmado. Sin mirarla preguntó:

—¿Qué me miras tan concentrada?

—¿Nunca te enfadas? —él pausó la televisión y le miró con una ceja arqueada—. Es decir, siempre te veo tan tranquilo. Vives en paz. Me gustaría ser así. Como tú, digo. Yo sí que me enfado, muchas veces por tonterías.

—Si me enfado, Eva. Soy humano. Me enfado, lloro y grito. No sé por qué siempre me decís todos lo mismo —dijo negando con la cabeza, aunque parecía divertido—. Solo que he entendido cuando vale la pena y cuando no. Enfadarse por cosas que no puedo cambiar no me renta.

—Pero... te hace sentir tan bien. Yo adoro enfadarme y gritar insultos. Me ayuda a sacar lo que llevo dentro —dijo divertida, en parte también para molestarle.

—Bueno, supongo que eso lo da la edad —dijo Tonik, mirándola con superioridad divertida.

—No eres tan mayor —le replicó Eva. Tonik se encogió de hombros. 

—Bueno, me he acostumbrado a que me veáis como el padre del grupo. No como a un hombre normal. Si no el padre, el protector, el sensato. Todos actuamos según nuestro rol —Eva le dio la razón—. A veces, me gustaría que me vieran más como soy. Pero lo entiendo. Y sé que tú me entiendes, mejor que el resto. Tú también actúas con tu rol.

—Pues sí —dijo Eva divertida, se apoyó en el sofá a su lado—. Es cansado no ser uno mismo.

—Depende. Llega un punto en que eres tú mismo. El rol se difumina. A mí me gusta ser la voz sensata del grupo. Pero, también me gustaría que me vieran... bueno, más hombre. Un potencial ligue —dijo divertido —, por ejemplo.

—¿Y a quién te ligarías tú? —le preguntó divertida. Le gustaba que él se mostrará abierto y pícaro con ese tema. Le gustaba tontear un poco con él, la verdad.

—Bueno, con Nuria no. Esa fase ya la hemos pasado —Eva rió divertida al recordar su emparejamiento el año anterior. Sin poderlo evitar, se acercó a él. Tonik la miró con dulzura. Una mirada que a ella le revolucionó el cuerpo. Él le sonrió—. ¿Qué hace un tupper en el bosque? —Eva le miró confundida por el abrupto cambio de tema—. Tupperdío —ambos se echaron a reír como bobos. Tonik conectó la serie y ambos siguieron viéndola. Sin embargo, ambos eran conscientes de sus brazos tocándose, y de que si quisieran podrían abrazarse. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro