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02.Crimen y castigo

Helena cogió en equilibrio las dos cajas de pizza y la bolsa con los refrescos. Suerte que tenía mucha estabilidad en sus andares. Observó la cantidad de azúcar de la comida y negó un poco. Estaba intentando comer más sano, pero ese día era una excepción. David sollozaba en el comedor, mientras Eva intentaba animarle. Su amiga estaba muy divertida con ese pijama negro, con fantasmas plateados. Pequeñas excepciones le había indicado. Desde que Eva salía con su hermano, ella se había dado cuenta de que estaba reincorporando poco a poco los colores. Algo que a ella le hacía feliz. Se moría de ganas por regalarle ropa desde que la conocía. Pero ropa de verdad, ropa de tía chulísima. Como decía la influencer y «reina del Divineo», Samantha Costantini. Una de las pocas influencers que le encantaban, y que si coincidían en algún evento, no dudaba en saludar. Sonriente dejó su copiosa cena en el salón. El lugar que más le gustaba de su hogar, con esa mesa baja central donde cenar viendo película. Ese lugar que le transmitía paz, felicidad, calma y hogar.

—No sé en qué me pueda ayudar ver «El diario de Bridget Jones» —se quejó David mustio. Helena le había convencido de ponerse un pijama y ducharse nada más llegar. Uno siempre se sentía mejor cuando estaba cómodo. Él había optado por uno que tenía de la Barbie en azul cielo, ella llevaba el conjunto en rosa—. Eric seguirá siendo un cerdo. 

—Por supuesto. Pero, gracias a ella, verás que te encontrarás con un montón de cerdos hasta encontrar tu príncipe. Tienes que meterte hasta bien adentro de la cochiquera para encontrar alguno que valga la pena —dijo Eva con diversión.

—Pero como eres tan bruta —le indicó ella cogiendo un trozo de pizza—. El amor no tiene por qué ser así, cariño. Es una mala experiencia con un imbécil, pero pueden venir otras o no. Eso no se sabe. Tú ahora lo que tienes que hacer es disfrutar de tu soltería y...

—No dejar que te afecte. Que ese imbécil no te vea hundido. Tú vales mil veces más que él —le aseguró Eva.

—Ya... pero ha sido el primero... el primero con quien he... —David parecía tan perdido y dolida. Ella lo entendía. Entendía lo que era abrirse tanto con alguien y que, de golpe, esa persona pasará a ser una total desconocida.

—Bueno, el primero nunca es el definitivo —musitó ella con mirada perversa—. Del mío no me acuerdo ni de su apellido. Íbamos a clase de danza y empezamos a salir juntos. Nos acostamos tras un ensayo. Fue todo un desastre monumental —consiguió que David riera con sus muecas—. Pero ya ves... te sobrepones.

—El mío fue horrible. Era un tío más mayor que yo, que iba de muy experto, el muy zoquete. El muy listo, era virgen como yo. Me hizo un daño terrible. Fatal. Quería morirme y encima la muy tonta no dije nada. Si es que a veces... somos lo más tonto que hay —Eva bebió de su refresco y señaló—: Pero sin esas experiencias la vida no sería lo que es. Todo te lleva a conocerte mejor y conocer mejor lo que quieres en tu vida y no. Y, a veces, aunque duela con el tiempo te das cuenta de que vale la pena. 

Siguieron cenando hablando de algunas de sus relaciones amorosas. De experiencias malas y otras no tanto. También, de chicos que les gustaban y de actores que eran increíbles. David se fue relajando a medida que la conversación avanzaba. Le dejaron despotricar hacia Eric hasta cansarse. Le instaron a que lo bloqueará por todos lados y él lo hizo. Ese era el primer paso para rehacer su vida. Divertidas, comieron helado, y finalmente, vieron a su querida Bridget Jones. David estaba entusiasmado y se enamoró del film como les había pasado a ellas. Ella sonreía divertida. Tras acabar la película, aunque era tarde, siguieron hablando. Pero ya no de hombres, ni de amor, ni de sexo. Solo de tonterías. Hablaron de moda, de influencers y de cotilleos. Estaban viendo videos en Instagram cuando a Helena le saltó esa influencer que le caía tan bien. La vio toda de rosa, con mucho tul y mucho glamour. Eva se horrorizó cuando se la enseñó.

—Debería vestirte así, al menos una vez. Es terapia de shock —dijo muy seria. Eva se estremeció. 

—Yo a ese estilo de ropa, lo llamo tortura. No me malinterpretes, la chica es monísima como tú y esas cosas os quedan de infarto. Pero yo soy una pequeña cucaracha negra y eso no puede cambiar tan radicalmente. Además... a mí me va la ropa mucho más atrevida —dijo Eva con una mirada perversa.

—Yo creo que deberíamos ir de compras. Buscar tu estilo ahora que estás pasando... por una nueva fase —le dijo David. Eva se lo pensó.

—Bueno, podría ser una buena idea. Aunque me gusta mi ropa... —les dijo, ella la miró con escepticismos. Ganándose una mirada reprobatoria de su amiga—: ¿Qué pasa a vosotros no?

—No he dicho eso —dijeron a la vez. Lo que les llevó a desternillarse de risa a ambos. Helena miró a su amiga y le sorprendió ver que la Eva desenfadada y segura de sí misma, se replegaba un poco. Parecía tener un poco de inseguridad y se mostraba a alguien más real. Alguien que quería gustar y ser querida. Esa Eva era distinta a su amiga, pero en cierta forma, era mejor. Helena adoraba que Eva estuviera saliendo de ese caparazón donde se había guardado tanto tiempo. Supuso que como le había pasado a ella. Y también a Ariel. Quizá a todos les pasaba en cierta forma. 

Tonik abrió la puerta distraído. Eva se acababa de marchar. No habían pasado ni dos minutos. Por lo que pensó que sería ella que se había olvidado algo. Sin embargo, se quedó mudo y descolocado ante la puerta. Hacía muchos años que no la veía así. Sin maquillar y solo con ropa cómoda. Tenía los ojos rojos y parecía cansada. Tonik la observó en su entrada, algo nervioso.

—¿Lucía? —dijo ante su silencio. Su hijo sacó la cabecita con un respingo, mirando por el pasillo.

—¿Ha venido mamá? —preguntó ilusionado.

—Tonik yo... lo siento. Siento presentarme así sin avisar. He discutido con Luis y no sabía donde ir. Me ha echado de casa y... —indicó. Su voz temblaba un poco.

—Espera, ¿qué? —dijo estupefacto. No imaginaba a Luis haciendo algo así, pero él no sabía nada sobre su relación. Cada uno guardaba sus cosas dentro, supuso. La dejó pasar preocupado— ¿Qué me estás contando, Lucía?

—Bueno, las cosas no van muy bien entre nosotros desde que... 

—Mamá, mira que he hecho para cenar. He ayudado a papi y ... —Iván se llevó a Lucía para la cocina. Tonik miró nervioso la bolsa con ropa y no supo qué hacer. Tomó la peor decisión posible. Siguió a su hijo y entró en la cocina sin preguntar. Se estremeció al ver a su hijo mostrarle la cena con ilusión. Lucía sonriente le escuchaba. Era una hermosa estampa, ver a su hijo tan feliz con su madre. Pero su corazón, la sentía incorrecta. Él no quería ahí a Lucía, quería a... Eva, por supuesto.

—Venga, vamos a cenar —musitó Tonik. Quería acostar pronto al pequeño y lograr tener una conversación con Lucía. Algo más coherente y de lo que no se enterará Iván. Lucía fue a sentarse a la mesa. Ella unca había sido mucho de ayudar. Le gustaba que la cuidarán, pero no sabía cuidar. Se llevó a Iván con él, encantando de ser el centro de atención de su madre. Tonik sirvió la cena y los tres cenaron en una extraña conversación insulsa y circunstancial. Iván habló mucho sobre el colegio, sobre sus mascotas que estuvo encantado de enseñarle y sobre Eva. Iván hablaba mucho de Eva, se dio cuenta Tonik. Consiguió acostarle a pesar de que el niño estaba muy nervioso por la visita sorpresa de su madre. Sin embargo, tras varios intentos, logró que se durmiera. Cuando salió, Lucía le acaricio la espalda. Tonik se estremeció ante ese contacto y señaló—: Ahora vas a contarme lo que ha pasado.

—Tonik, no hay mucho que contar —dijo ella con tristeza—. Los matrimonios se apagan. La rutina ya ves. Últimamente discutimos muchos. Verás él quiere... Quiere que tengamos un hijo —Lucía fue al comedor y se sentó en el sofá. Tonik tuvo la horrible sensación de que todo eso era incorrecto. Se sentía extraño y no sabía qué hace—. Hoy me he plantado y me he negado. Le he dicho abiertamente lo que pensaba. Hemos discutido terriblemente. Pero yo ya tengo un hijo, no quiero otro —afirmó muy segura. 

—Esa es tu decisión, claro —Tonik se sentó frente a ella y le habló muy serio—. Pero, también, la de él. Si quiere ser padre, también está en su derecho de serlo. Es complicado.

—Supongo que sí. En fin... no quería irme a casa de mis padres. Ya sabes como se ponen —musitó Lucía. Él vio que había servido dos copas de vino, aunque él rechazó la suya. Lucía se encogió de hombros y bebió de la suya—. Tú siempre lo has tenido más fácil, no tienes que rendir cuentas con nadie.

—Eso que has dicho es cruel —le musitó molesto. Lucía le molestaba. No la quería ahí, pero, ¿qué iba a hacer? No podía echar a la madre de su hijo, así como así. No era tan frío y sin corazón—: ¿Cuál es tu plan, entonces?

—Se le pasará. Entrará en razón. Una noche, sin saber de mí, y veremos como están las cosas —le dijo muy seria—: ¿No te importa que me quedé, no? Iván me ha dicho que Eva ha ido a atender un corazón roto. Signifique lo que signifique eso.

—No pasa nada —dijo Tonik. Lucía se le acercó y él se tensó. No le gustaba esa cercanía.

—¿Le has roto el corazón, míster nerd? —a él le dio un vuelco el corazón. Ese apodo le traía muchos recuerdos. Recuerdos de su relación. Se habían conocido de casualidad. Se enamoraron como solo en las películas pasa. De golpe y muy intensamente. Ella le llamaba así y él se rendía a sus pies. Su noviazgo fue largo, su matrimonio esperado y el nacimiento de Iván, el culmen de la dicha. Sin embargo, ella lo había tirado todo por la borda. Y él supo que no podría perdonarla. Pero ese apodo... le hizo sonreír. Esos recuerdos ya no le dolían.

—Sabes que yo nunca haría eso —musitó. Lucía se acercó aún más. A esa distancia ya podía oler su perfume. El mismo de siempre, aunque todo fuera diferente Se levantó molesto—. Hay que irse a dormir.

—¿Por qué? Estamos bien, ¿no? Hace mucho que no hablamos —le dijo ella recostándose en el sofá. Él vio que estaba jugando, y no tenía ningunas ganas. En otro momento... no, ni siquiera entonces podría caer otra vez en ella. Lucía era su pasado y nunca volvería a reabrir esa caja. Esos recuerdos que tanto tiempo le dolieron—. Tú lo sabes todo sobre mi relación. Cuéntame como os van las cosas a ti y a esa niña. ¿Vais en serio? 

—Lucía no es asunto tuyo —respondió tenso y molesto. No es que no quisiera decir lo bien que le iban las cosas. Es solo que no quería hablar de Eva con ella. No le apetecía. No tras oírla, llamarla niña con ese desdén.

—Lo es cuando mi hijo la llama mami —replicó. Era un golpe bajo, pero era certero. Tonik se giró enfadado —. La quiere mucho, ¿sabes? Me pregunto si alguna vez lo tienes en cuenta. Si cuando estás con ella, entiendes, lo muy importante que ella es también para Iván.

—Claro que lo sé. Conozco mejor a nuestro hijo que tú —le espetó. Tonik estaba cansado y enfadado. Como hacía tiempo que no lo estaba. Era tarde y solo quería que ella se callará.

—Claro, por eso de que os abandoné y todo eso. Bueno, pues volví. Fui una mala madre, sí. Una estúpida irresponsable. Pero regresé. Aquí estoy —dijo acercándose a Tonik, obligándole a girarse—. Mírame y dime si no sería mejor que las cosas fueran así. Iván, tú y yo. Como antes.

—No quiero eso, Lucía. Vete a dormir. Quédate en mi cuarto. Yo dormiré en... —empezó. Ella le cortó con un mal gesto.

—El de tu preciosa niña —lo dijo con un retintín amargo que a él le dio ganas de responder. Sin embargo, se metió y cerró de un portazo suave, para no despertar a su hijo. 

Eva se fue a dormir inquieta. No paraba de dar vueltas en la cama. No entendía por qué estaba tan agobiada. Al fin y al cabo, ¿qué importaba que pensarán sobre su ropa? Había sido una promesa muy importante que la había mantenido a flote. Le había dado fuerza durante mucho tiempo. Siempre que se miraba al espejo recordaba lo que era importante. Sin embargo, cansada de darle vueltas al tema, se levantó. Helena dormía atravesada con su perro Mika en la enorme cama. Tras dos zarandeos se despertó.

—¿Qué pasa? ¿Va todo bien? —dijo amodorrada.

—Mañana vamos de compras. Me dejó asesorar, ¿vale? —Helena sonrió como una mantis religiosa y Eva tuvo ganas de temblar. Ya se estaba arrepintiendo.

—Si es que eres la mejor cuñada del mundo —dijo por primera vez. Ambas sonrieron alegres por la facilidad en que eso sonaba—. Mi hermano no sabe la suerte que tiene de tenerte. Te voy a dejar hecha una princesa. 

—Pero de las que muerden y se salvan solas —le avisó Eva, sacándole una sonrisa. Cuando regresó al sofá, ya pudo dormir.

Por la mañana, desayunaron los restos fríos de las pizzas y con cara de sueño, emprendieron la larga misión de irse de compras. Eva conducía divertida. Helena posteó varias imágenes de su pijamada improvisada, que miles de fans empezaron a comentar. Toda una influencer de verdad. A la vez que contestaba a sus fans, hablaba con David.

—Al final, con todo el tema de Eric, no te pregunté que había pasado con tu padre. ¿Estáis muy enfadados? —David se hundió un poco en el asiento. Eva vio que su mirada se volvía triste. 

—En verdad, creo que no fue nada. Supongo que un cúmulo de cosas. En fin, no os lo puedo contar, creo, pero... no lo entiendo. Parece que mis padres han decidido que contarme su vida no está entre sus planes. Ayer me enteré de que mi madre se va un año a Japón. Un año. Y que claro, prefiere que nos veamos solo un par de semanas en verano. Y... luego llegó a casa y papá estaba con su pareja y... —Eva dio un respingo. Helena se giró como una flecha.

—¿Pareja? —David se hundió y enrojeció. Eva le miró, David asintió imperceptiblemente—. Mira qué calladito se lo tenía...

—Bueno, en fin... Que exploté y necesitaba estar con alguien diferente. Necesitaba desconectar de mis padres.

—Y un cambio de look. Eso siempre acaba de mejorar las cosas —dijo Eva para cambiar la conversación. Algo que surtió efecto inmediato en Helena, que empezó a parlotear de moda y de cambios estéticos. Y de un programa que se había aficionado a ver donde hacían cambios radicales de looks. Eva y David se destensaron. Al menos, había dejado el tema. 

La mañana de compras distrajo lo suficiente a Helena como para qué se olvidará, del todo, sobre Jesús. Y también para que David se olvidará un poco de Eric. Eva se sentía más relajada cuando estuvieron en el centro comercial de arriba para abajo. Más cuando era la cabecilla de todas las bromas y conjuntos horribles que ambos se empecinaban en probarle. Aunque Eva debía decir que había colores que le sentaban muy bien y que nunca se había puesto. Helena y David sabían mucho de moda y ella se dejó aconsejar. A las once, decidieron irse a casa. Helena tenía clases y David quería hablar con su padre. Eva les dejó en casa de Helena y regresó a su hogar. 

Tonik se había levantado temprano y había llevado a su hijo al colegio. Ya suponía que Lucía no se levantaría para acompañarles. Pero, pensaba que al regresar, Lucía se habría ido. Si embargo, cuando llegó se la encontró duchándose. Se puso a trabajar, dispuesto a decirle que se largará nada más salir. Pero, la ducha se alargó. Escribió a Eva para preguntarle como estaba y cuando volvería. Pero no obtuvo respuesta. O bien seguía durmiendo. O se presentaría ahí en breve. En fin, él pensaba explicarle lo que ocurría. Se la encontrará o no. Agobiado, empezó a pasear por el salón. Guardó las dos copas de vino. Intentó borrar el rastro de esa visita. No por Eva, sino por él. Cada vez que recordaba la conversación entre ambos le escocía. Cuando el reloj dio las once, decidido a acabar con todo eso, llamó y entró en el baño tras el aviso de su exmujer. Lucía lo esperaba.

—Sí que has tardado —estaba completamente desnuda. El agua recorría su cuerpo con lentitud. Una visión que en otro tiempo le hubiera hecho sonreír. Pero, que en ese momento, le dio ganas de largarse—. Vamos, entra conmigo.

—Lucía vístete y lárgate de mi casa de inmediato —su voz sonó grave y profunda. Apartó la mirada incómodo.

—Claro, ahora verás un cuerpo mucho más joven y seductor, ¿no? —le gritó enfadada. Él se dio cuenta de que ella estaba llorando—. Luis no me desea, tú tampoco. Me hago vieja y...

—¿Quieres dejar de decir estupideces? Vístete y hablemos como personas normales. Te estás equivocando. Eres una mujer hermosa y... pero, no me atraes. Ya no. Esa etapa ya la hemos quemado y... Venga, sal. Eva llegará enseguida. 

Tonik cerró de un portazo. No tenía ganas de entrar en esa lucha con Lucía. No quería hablar de nada más. Solo quería que se fuera. Maldijo su suerte, cuando oyó la cerradura del piso. Eva entraba sonriente. Él se acercó. Necesitaba abrazarla, besarla y... pero antes, tenía que contarle lo ocurrido y...

—Querido, no encuentro la toalla, podrías acercármela —la voz de Lucía, dejó a Eva parada en el sitio. Él vio como las piezas encajaban horriblemente en su mente. Ella le miró con tanto dolor que él negó. Eva negaba, dispuesta a salir, sin embargo, Tonik la retuvo. Haciendo caso omiso a Lucía, espetó:

—Se presentó anoche. Me dijo que se había discutido con Luis y la había echado de casa. No sabía qué hacer. Te juro que no he hecho nada, Eva. Nunca haría algo así. Iván estaba muy feliz de ver a su madre y ella se quedó en mi cuarto. Yo dormí en el nuestro —la miró y con énfasis dijo—. El tuyo, perdón. Vaya lío. Te prometo por Iván, que no he hecho nada de lo que tu perversa mente piensa.

—Tonik, ¿y qué hace en nuestro baño? Y tú pasándole la toalla. ¿Le has frotado también con la esponja? —Eva le miraba furiosa. Y él estaba... bueno, si bien un poco molesto, también algo divertido de verla así. 

—Pues no sé qué espera, pero por supuesto, no le voy a pasar la toalla —dijo muy serio. No comentó lo de verla desnuda, no hacía falta ahondar en ello—. Eva, tienes que ayudarme. Yo estas cosas no sé como se hacen —dijo agobiado.

—¿Quieres que te ayudé a echar a tu exmujer de casa de tu novia? —lo miró arqueando una ceja. Era todo tan raro, en eso estaba en lo cierto. Pero es que no sabía cómo hacerlo. Eva resopló—. Esto es absurdo.

—Querido, me estoy enfriando —Eva chirrió los dientes. Dejó las bolsas y entró en el baño sin vergüenza alguna, tras coger una toalla.

—Aquí tienes, vaya tienes unas tetas muy bonitas. Algo caídas para mi gusto, pero como se nota que no has dado pecho —Tonik abrió los ojos como platos ante ese comentario—. Sécate y sal de mi casa, por favor —Eva cerró con una sonrisa en el rostro, que se detuvo con perversa diversión en el rostro de Tonik—. Cuando se vaya ya hablaremos tú y yo.

Lucía salió diez minutos después. Eva y Tonik estaban sentados en el salón, pero no habían hablado. Eva se levantó y la acompañó con amabilidad hasta la puerta. Tonik se removió incómodo temiendo su regreso. La había cagado de una forma tremenda. No tenía excusa. Si la situación hubiera sido a la inversa, se sentiría muy molesto y un poco humillado. Tendría algunas dudas sobre esa otra persona.

Eva cerró la puerta de su piso y respiró profundamente para calmarse. Recordó la mirada de esa extraña mujer que siempre le hacía sentir insegura. Le hacía sentir estúpida y sobrante. Le recordaba a su madre. Quizá fuera por eso. Lucía la había mirado divertid, y Eva no había podido callarse.

—Sé por qué estás aquí —le había dicho muy seria—. Conozco a las mujeres como tú.

—Mira, niña, quizá creas que has ganado por ahora —le dijo muy cerca de su rostro—. Pero, olvidas que Tonik fue mío. Soy la madre de su hijo. Y si no lo tienes claro, es porque no le has visto mirándome en el baño hace menos de media hora. Engáñate lo que quieras, pero fui su mujer y siempre lo seré. Ahora me voy, pero volveré. Él me lo pedirá. 

Eva no quería creer en esa burda amenaza tan mal hecha, pero quizá tenía parte de razón. Lucía era la madre de Iván. Quizá si quisieran volver, darse una oportunidad como pareja. No sería solo eso. Se daban, también, una oportunidad como familia. Ella no era algo tan grande. Era solo un ligue. Tarde o temprano prescindible. Ella no era tanto. No era nada. Agobiada entró en el piso. Tenía una conversación pendiente, pero se sentía tan estúpida y pequeña. Se sentía nada. No quería afrontarlo. No quería que él pudiera ver ese dolor. No quería que él tuviera que elegir. No quería que él tuviera que posicionarse con ella, por su malestar. No quería separarle de algo tan grande como la familia, si esa era su decisión. Pero, tampoco podía dejar pasar el tema como si nada.

—¿Qué pasa? ¿Va todo bien? —le dijo Tonik al verla entrar tan cabizbaja. Ella le miró. Las palabras de Lucía volaron a su mente: «Y si no lo tienes claro, es porque no le has visto mirándome en el baño hace menos de media hora».

—Solamente te lo preguntaré una vez, Tonik. ¿Te has acostado con Lucía? —él la miró enfadado. Su mirada quemaba de rabia. Perfecto, encima se iba a hacer el ofendido. ¿Es que él no tendría dudas?—. Vale, enfádate si quieres. Pero responde sinceramente, ¿has pensado o tenido la tentación de hacerlo?

—Pues no, enana. Estás muy equivocada. No sé qué te habrá dicho o...

—Me ha dicho que, antes de que interrumpiera vuestra preciosa mañana, te has hartado de mirarla en el baño desnuda. Que si no hubiera sido por mi interrupción os hubierais acostado —bueno, eso era pasarse, pero ¿qué más daba? Se merecía cada una de esas palabras. Tonik la miraba estupefacto.

—Pues eso sería en su mente. Porque sí, vale... joder, he entrado en el baño. Pensaba que le pasaba algo —le dijo agobiado, incapaz de mentirle supuso—. Y sí, estaba desnuda. No es la primera vez que la veo — respondió molesto—. Fueron muchos años. Joder, la vi parir a mi hijo. Es una intimidad distinta. Pero... ni por un instante he pensado en acostarme con ella o...

—Vale, bueno, entonces no te importará que esta noche invite a dormir a Emilio y mañana me duche con él, ¿verdad? —Eva le miraba muy enfadada—. Te prometo que no me acostaré con él, ni pensaré en hacerlo.

—Eso es diferente —le increpó Tonik enfadado. Ella hervía de rabia. Por lo mucho que le dolía pensar en lo que podría haber pasado. Quizás él tuviera razón y no se lo planteará. Pero... ¿y si lo hacía? ¿Y si quería?

—Sí, por supuesto. Emilio y yo no tenemos un hijo en común —ese golpe pareció doler a Tonik, que la cogió con fuerza acercándole a él. 

  —No metas a mi hijo en esto. Y créeme, si consideras por un instante, que pueda volver a enrollarme con Lucía por Iván. Entonces no me conoces. Porque lo que más quiero en el mundo es que mi hijo sea feliz —Tonik estaba muy cerca, la apretaba contra él. Eva sentía su respiración sobre su rostro—. Iván nunca ha sido tan feliz como lo es ahora, contigo. Así que olvídate de cualquier mierda que te haya dicho Lucía, porque... en mi mente, mi corazón y mi... todo, solo estás tú. Solo me importas tú, Eva. La he visto desnuda y sí, no he sentido nada. Nada, ¿lo entiendes? Porque soy todo tuyo.

—Tonik, suéltame —murmuró Eva, él aflojó la presión, pero no la soltó. Cerca de su rostro, y con mirada perversa, indicó—. Voy a ver a Emilio desnudo. Es mi venganza.

—No —musitó en un torturado susurro.

—¿Estás celoso? —le preguntó divertida. Tonik desvió la mirada—. Los celos son algo malo para una relación.

—¿Estás tu celosa de Lucía? —le miró ofendida. Era distinto, ¿es que no lo veía?—. Vale, perdona, tienes razón. He sido un idiota y le he hecho todo fatal. ¿Me perdonas? —Eva se le replanteó y le miró maquinando—. No me castigues, por favor. Ya ha sido bastante mala esta noche. Eso te pasa por abandonarme. 

—No, si encima será mi culpa —le dijo molesta. Se acabó por zafar de Tonik—. Te perdono, pero sí que te voy a castigar. Estás castigado por ver a una mujer desnuda en la ducha.

—¿Y qué vas a hacerme? —Eva sonrió como un auténtico diablo.

—Tranquilo, ya lo verás —se fue desnudando por el camino. Tonik la siguió sin pensarlo. Ella se metió en el baño y en cuanto él intentó hacerlo, le cerró la puerta en las narices. Puso el pestillo. Eva oyó sus increpaciones desde fuera, pero no estaba dispuesta a reconciliarse con él. Aún no. Además, las palabras de Lucía aún le escocían. 

Jesús estaba teletrabajando. Desde que le tocaba cuidar de Anna, al menos un par de días a la semana, los pasaba en casa. Tenía una cuidadora, que venía cada mañana, por órdenes de Jules. Era una de las condiciones para cuidar de la pequeña. Pero, se sentía más a gusto estando cerca. Levantó la mirada cuando vio la puerta abrirse. Pensando que sería ella, pero David estaba en el umbral. Jesús se levantó algo nervioso al verle. Helena le había informado de su paradero y sus planes.

—¿Qué ocurre? —David se acercó y le pidió hablar un momento. Su hijo dio muchas vueltas sobre el tema, pero al final, volvieron al mismo punto que el día anterior—. Siento no habértelo dicho antes, hijo. No fue algo... Sabes, a veces me olvido que ya no eres un niño.

—¿Tú crees? —dijo David incómodo. Jesús le miró con cariño y sonrió—. No eres el único.

—Lo siento. A veces los padres olvidamos que ya no eres pequeño. Que ya eres capaz de entender las cosas que nos ocurren. De entendernos a nosotros como adultos. No he hecho las cosas bien, pero espero que sepas perdonarme —musitó Jesús nervioso—. Tampoco sabía muy bien como explicarlo. Nunca he estado con... un hombre antes de Alejandro. Pero, me he enamorado y...

—Eso no me importa, papá. Tú siempre me has aceptado y querido como soy. Pero la verdad es que... me hubiera gustado saberlo antes. Me gustaría que estuviéramos más cerca. La verdad es que... estoy cansado de vivir lejos de todos. Quiero mucho a la tía Marina, pero quiero vivir contigo, papá —Jesús abrió mucho los ojos y de golpe, notó que abrazaba con fuerza de oso a su hijo—. Me estás ahogando, papá. Papá... suéltame... papá...

—Perdona, hijo, perdona. Es que me haría muy feliz tenerte aquí en casa, conmigo —Jesús le dio dos palmadas en la espalda. Se sentía tan feliz e ilusionado. Cuando su hijo se fue, llamó a Alejandro para comunicarle la noticia. Parecía muy feliz con la noticia y más relajado de saber que David estaba contento con la relación entre ambos. Tenía mucha suerte de tenerle. Alejandro estaba completando lo que no sabía que necesitaba. 

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