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01.Grandes esperanzas

Eva, nunca se había parado a preguntarse a sí misma, si le gustaban o no los espacios abiertos. Pero ante esa sala magistral, tan enorme y tan vacía, se sintió muy pequeña. Respondió a esa pregunta. No, no le gustaban. Prefería los espacios pequeños, donde no hubiera vacío que llenar. Era la sala de actos de la universidad donde daba clases. Esa sala donde ella había ido tantas veces de espectadora. Ahora era todo tan distinto. Hacía tan solo cinco meses que había acabado la corrección de su libro y ya tenía la primera versión encima de la mesa de esa gran sala de actos. Su primer libro, completamente acabado. Sí, ahora ya lo estaba. Y, esa sala, que ahora estaba completamente vacía y ella no sabía como podría llenarse, iba a ser donde lo presentará. Marcus paseaba como si esa fuera su segunda casa. Algo que probablemente era cierto. Él daba clases en ese lugar. Eran tan concurridas que no le valía un aula normal. Las llenaba cada día. Siempre. Desde hacía años. Así era él. Cohibida le miró, él se percató.

—¿Y bien qué te parece? —Eva no sabía qué decir, Marcus le sonrió con diversión—: ¿Estás abrumada? No lo estés. Esta sala va a estar a reventar de aquí dos semanas. No se ve siempre juntos a dos personas tan descaradas y brillantes como nosotros.

—Vanidoso —dijo divertida para picarle. Marcus sonreía, por lo que trasluciendo su inseguridad, dijo—: ¿Estás seguro?

—Nunca se está seguro del todo, pero creo que quien debe estarlo eres tú —Eva le sonrió. La mirada de Marcus era clara, él sabía que la llenaría. Ella también debía empezar a creerlo. Miró la sala con renovadas confianzas y asintió. Era el lugar perfecto y le hacía muchísima ilusión que fuera allí. Mirando el reloj señaló:

—Debo irme, mi clase comienza de aquí dos minutos —Marcus la acompañó divertido.

—Llegarás tarde —le aseguró, mirándola con curiosidad.

—Siempre lo hago. La puntualidad no me acompaña —Eva rio sin poderlo evitar y se encogió de hombros—, quizá no esté hecha para cumplir con una hora.

—Sin duda, creo que estás hecha de muchas cosas, pero no de puntualidad. ¿De qué es la sesión de hoy?

—Voy a hablar de la memoria y su relación con la educación —dijo Eva mostrándole los dos volúmenes que cargaba. Marcus sonrió como un diablo. 

—¿Te molestaría si me quedará un rato? —ella le miró algo preocupada. Con inseguridad por tener al gran Marcus sentado evaluándola—. Por Dios, no me mires así. Todos me hablan de ti tan bien. De que eres mi sucesora. Empiezo a tener curiosidad y algo de miedo.

—¿Inseguro el gran Marcus? —su antiguo profesor le sonrió divertido, aunque hizo una mueca. Entraron ambos en clase, donde los alumnos ya esperaban. A pesar de su posición, Marcus se sentó al final de aula, tras saludar a algunos alumnos. Eva empezó su asignatura como cualquier otro día—. Una de las tesis de Freud es que la memoria es determinante, pues nuestro presente se encuentra inmensamente condicionado por nuestro pasado. Desde Platón, hasta el siglo XVI, la memoria es la base de la educación. No tiene sentido para un griego o un medieval concebir la educación sin recordar. En el caso de Platón, toda su teoría gira frente a la memoria. A partir del siglo XVI, con la figura de Michel de Montaigne, la memoria comienza a ser desprestigiada y despreciada. Esto durará hasta el siglo XX.

—Sin duda, la memoria tiene mala prensa. La imaginamos como un almacén donde se guarda todo. Lo que sirve y lo que no. Lo que aprende alguien, solo lo repite, pero no lo entiende. Esa educación no interioriza o incorpora el conocimiento. Aprender de memoria debería ser aprender desde el corazón. Lo que sabemos de memoria, o de verdad, no es algo que pasa por la cabeza, sino que pasa por el corazón — dijo Marcus muy serio. Eva le miró como cuando era estudiante. Con admiración y curiosidad. Pensando como era capaz de cambiar un discurso de esa manera. Como no era necesario recordar lo que decía, por qué te llegaba al fondo de ti, a tu pensamiento crítico.

—Sin embargo, en el siglo XX, surge una nueva teoría educativa a raíz de las dos guerras mundiales. Sobre todo debido al impacto que tuvo la Segunda Guerra Mundial en la mentalidad de la gente. Esta corriente es la pedagogía de la memoria. Una pedagogía que recuerde el pasado para que no vuelva a repetirse en un futuro. Adorno dice que: «la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas las de la educación». No obstante, la pedagogía de la memoria, tiene un grave peligro: la venganza. Sin embargo, sus exponentes, creen que es un riesgo que debemos asumir —musitó Eva muy seria. Los alumnos apuntaban frenéticos, sin duda, interesados por lo que contaba. Marcus le sonrió con aceptación. Eva levantó uno de sus libros con renovadas energías—. En la lectura de Grass del capítulo de 1938, del libro «Mi siglo», el escritor nos sitúa el día nueve de noviembre de 1989. Fecha en la que cae el muro de Berlín, en una escuela alemana, donde el profesor de historia explica a sus alumnos que ocurrió otro nueve de noviembre. En este caso, la famosa noche de los cristales rotos. Los padres presentan una quejan. Antes eso el profesor responde: «Si no les cuento a los chicos lo que paso hace cincuenta y un años no entenderán por qué había un muro». Estos son los conceptos que abordaremos en la clase de hoy —Eva sonrió con alegría e ilusión—: Volvamos al inicio. Para Platón todo gira en torno a la memoria. Conocer es recordar, pues nuestra alma ya lo sabe todo.

—En «El Fedón» de Platón nos cuentan el mito de Thamus y Theuth. Thamus era el rey de Egipto. Un buen día se le presenta un dios llamado Theuth. Este le dice que le enseñará una tecnología que revolucionará la historia y que lo cambiará todo, para empezar la educación. Esta tecnología que le muestra es la escritura. A lo que responde Thamus que no será una buena tecnología para los humanos. Según él no lo sería porque si existe la escritura no habría memoria. Imaginaos lo mal que estaba Platón —dijo Marcus enfatizando el discurso de Eva. Los alumnos rieron divertidos ante lo que acababa de contar. El ejemplo que había logrado explicar. 

—Exacto. Para Platón, la desaparición de la memoria, implicaba la pérdida de un básico de la educación. Si nos fiásemos de lo escrito se llegaría al recuerdo desde fuera del alma. Una educación que no se basase en la memoria no podía ser una buena educación. El sabio de verdad, no el erudito, es alguien que sabe y no lee. Es alguien que incorpora el saber —dijo Eva concentrada—. Eso será así, hasta el siglo XVI, hasta los ensayos de Montaigne llamados: «Sobre la educación de los niños». En ellos, el autor explica, que es mejor una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena. Por tanto, en los niños solamente hay que darles experiencias. No memoria. Aprender con los sentidos les llevará a aprender con el corazón.

—Disculpa, pero si hay identidad, sí que se debe a que hay memoria. Yo existo porque recuerdo, detrás de cada nombre existe una historia. Si somos algo, somos memoria, ¿no? —preguntó un alumno. Marcus le señaló divertido.

—Esa sí que es buena pregunta—musitó entusiasmado. El alumno enrojeció, aunque su mirada brillaba de orgullo por el cumplido.  

—«El Emilio» de Rousseau es el libro más importante que se ha escrito en la historia de la educación. Como futuros educadores, creo que lo deberíais leer. Ver que os resuena por dentro. En él, dice: «Emilio nunca aprenderá de memoria». La importancia de esta frase es transcendental y tiene consecuencias que todavía las sentimos hoy. Rousseau defiende en cierta manera el buen salvaje. Alguien primitivo, alguien que debe empezar de nuevo. Por tanto, Emilio no memorizará ni leerá, pero ¿qué más? Emilio viajará. El viaje ha sido tradicionalmente un componente fundamental de la educación. Ya sea un viaje real o metafórico. La gente viaja para crecer, para aprender. Actualmente, se viaja de forma que todo está previsto, donde no existe improvisación. El viaje es importante porque sale de ti mismo. La vida es un viaje, ¿por qué debemos ser algo heredado, si podemos construirnos, desde nuestra experiencia? ¿Que preferís ser: herencia o novedad? —el alumno no supo qué responder. Eva sonrió con tranquilidad.

—Pero, hay cosas que no podemos evitar recordar. Aunque no se memorice nada voluntariamente, la memoria igualmente funciona. Recordamos sin querer —dijo una de sus alumnas. Eva le sonrió. Esa era la clave justa. Marcus sonrió como un tigre. Habían lanzado el dardo adecuado.

—Marcel Proust, con su obra «En la búsqueda del tiempo perdido», introduce el concepto de memoria involuntaria. Tal como has dicho tú: recordamos sin querer. Nos dicen que la memoria no se hace sino que surge. No recuerdo lo que quiero, sino que recuerdo lo que recuerdo. Recuerdo cosas que quiero olvidar, y olvido cosas, que quiero recordar o que debería recordar. Recordamos y olvidamos sin querer —dijo Marcus con brillante mirada. 

—Desde la época griega el sentido más importante es: la vista. Se encuentra muy priorizada por encima del resto. En cambio, para Proust, el resto de sentidos son mucho más importantes. Pues no podemos cerrarlos o apagarlos para defendernos de estímulo, como hacemos con la vista. Por tanto, la memoria, es más fuerte por el resto de sentidos. Lo que despierta la memoria, en este caso, no es la vista. La vista es de los sentidos que menos tardamos en olvidar, cosa que no ocurre con el gusto o el oído. Una canción podemos recordarla solo con las primeras notas. O cuando probamos un sabor es raro que nuestra mente lo olvide. Sin embargo, la memoria involuntaria, nos lleva a saber que hay memoria de una ausencia. Algo que ya no está y recordamos al estímulo del sentido. Aunque tú quieras olvidarlo, es el recuerdo que perdura el tiempo. «Ahora bien, la ausencia de algo no es solo ausencia, es un trastrocamiento de todo lo demás. Es un estado nuevo que no puede preverse del estado antiguo» —dijo Eva alzando el libro de Proust—. Cuando, de repente, aparece la ausencia de una persona, de un momento de la vida o de un lugar, es el azar. Somos seres memorísticos que aprendemos a vivir con nuestras ausencias —los alumnos la miraron con intensidad, totalmente concentrados—. La memoria involuntaria es la que viene del corazón. Nos permite entender lo que ha pasado, pero también lo que está ocurriendo en otros escenarios. Debemos aceptar, a estas alturas, que no sabemos lo que es el bien. La política platónica occidental se ha construido en torno a esa idea de bien siendo desconocida. Pero, lo que está claro, es el mal. El mal es el sufrimiento. En nombre del bien se pueden hacer grandes cosas llenas de daño. Hay que tener cuidado con el bien. Arrancar de la experiencia del mal resulta más honesto que habla del bien. Debemos educar desde el mal, para poder hacer el bien honesto. El bien real.

La clase terminó. Los alumnos se fueron hablando entre ellos. Pensando sobre ello que habían estado comentando. Eva recibió las alabanzas de Marcus. Antes de salir, pero una mano le detuvo, ella alzó la mirada sorprendida pensando que sería un alumno con dudas o algún compañero. Sus ojos se agrandaron de ilusión. Sin pararse un segundo besó a ese hombre que le daba tanto, al que adoraba profundamente. Tonik la apretó entre sus brazos con dulzura. Ya llevaban seis meses juntos. Seis perfectos meses. En menos de dos semanas, Tonik regresaría a su piso. Eva no sabía bien qué pensar sobre ello. Pero, tampoco había preguntado. No quería sacar el tema. No sin saber que sentía al respecto. Sin pararse a analizarlo con calma. 

—He venido a invitarte a comer, pero no he podido evitar chafardear tu clase. No te enfades —le dijo emocionado. Ella le sonrió divertida—. Me ha parecido maravillosa, aunque me gustan más nuestras sesiones privadas —a ella se le aceleró el pulso. Ese hombre le encantaba. Le gustaba lo tierno y dulce que era, y como de golpe despertaba todas esas pasiones y emociones tan ardientes.

—Siempre podemos hacer algún repaso —dijo señalando los baños. Tonik puso los ojos en blanco, mientras se dirigían al coche. A Eva le apetecía comer algo rico, pero no saludable. Así se lo dijo. Fueron a uno de sus bares favoritos y comieron uno de esos platos que llevaba muchas cosas. Todas fritas y con mucho colesterol. Eva disfrutó muchísimo. Para postres se cogió una tarta de queso. Puso los ojos en blanco ante lo rica que estaba. Tonik la miraba divertido.

—Entonces, ¿el salón de actos? —preguntó Tonik bebiendo su café. Eva asintió con la boca llena—. Estoy seguro de que si es como hoy, estará el sitio a reventar. No cabrá ni un alfiler.

—Los únicos que me importan, sois vosotros —dijo Eva, aunque pensándoselo le soltó—, bueno, Petra y Petro, claro.

—Pero esos no se pueden llevar, enana —dijo Tonik bromeando con comodidad. Como siempre. Entre ellos surgía todo tan fácil—. No me caben en el coche y están extinguidos. Podrían detenernos por experimentación —Eva se rió como una boba. Eso solo podía conseguirlo Tonik. Que ella se riera con esa ligereza y estupidez. Pagaron y se fueron dando un paseo. Quedaba un ratito para que Iván saliera del colegio.

—¿Te apetece pasar por casa para ver como va la obra? —le preguntó Tonik misterioso, mirándola con intensidad. Era consciente de que intentaba rodear el tema como si tuviera espinas. Su vida se iba a quedar muy vacía con la marcha de Tonik e Iván, pero ella no quería presionar algo que iba perfecto. No quería pedir algo que no podía ser.

—Claro —dijo algo nerviosa. No quería que se notará como ella se había tensado.  

Ambos pasearon por el barrio de Tonik. Eva debía decir que era bonito vivir en un barrio donde algunas casa aún mantenían las puertas abiertas. Donde las terrazas tenían plantas y se oía música salir de las ventanas. La mayoría de gente eran personas mayores que hacían planes juntos. Amigos de toda la vida. Abuelos que jugaban a parchís en su portal. Mujeres que se sentaban a chismorrear. Las tiendas demasiado tradicionales, pero cuidadas y queridas. Todo el barrio en sí era un lugar que hablaba de otros tiempos más felices. De otros tiempos más relajados. Donde la gente confiaba en la gente. Se ayudaban. Se apoyaban. Y la vida tenía un peso y un color diferente.

Las plantas de Tonik estaban algo mustias, pero sorprendentemente vivas. Tonik abrió con su llave. A Eva le sorprendió ver tantos operarios y trabajadores por allí. La mayoría de muebles tapados y mucho ruido. Para arreglar una avería se estaban tomando muchas molestias. ¿Habían tirado una pared? Eva miraba alucinada, mientras Tonik hablaba con el jefe de obra. Se les veía muy cómodos y amigos. Todo eso era muy raro. Eva observó el lugar. Habían hecho un gran recibidor, pero... ¿Dónde estaba la habitación de Iván? Eva siguió paseando. La pared que habían tirado, era la de la cocina. ¿Es que había aprovechado Tonik para ampliar la cocina y hacer reformas? ¿Eso eran unas escaleras? El edificio de Tonik contaba solo de dos plantas. Su piso, y el de encima. Donde antiguamente habían vivido Milagros y Jaime. Dos personas muy queridas para la familia Carjéz, ya que les habían ayudado mucho tras la perdida de sus padres. Tras ellos, sabía que había vivido Montse, la hija del matrimonio. Eva fue a cotillear, pero un obrero la avisó de que no era seguro acceder. Tonik la rodeó sorprendiéndola.

—Veo que has descubierto la escalera —dijo divertido.

—¿A dónde lleva? ¿Acceso directo a robar a la vecina? —dijo picajosa. Tonik la hizo girarse con una gran sonrisa en el rostro. Divertida y pícara. 

—Necesitábamos más espacio, así que decidí hacer reforma. Cuando empezó la avería, Montse me avisó de que, con su marido, habían decidido vender el piso. Estaban cansados de este edificio antiguo y sus continuas reparaciones. Tenían un dinero ahorrado y se han comprado un pequeño adosado —Tonik se encogió de hombros—. Lo vi como la oportunidad perfecta. Sin dejar mi piso, pero mejorándolo. Reformando para tener más espacio y hacerlo más a mi gusto. Atrevido, pero conformista.

—El punto medio ideal —dijo Eva con sorna.

—Ríete, pero me hicieron una muy buena oferta. Y la reforma es casi irrisoria, gracias a todo lo que tuvieron que arreglar por la avería. Me parecía la manera ideal de ganar intimidad. Es un edificio pequeño y con el arreglo de la avería que implica a medio vecindario la zona se va a revalorizar. He hecho una buena inversión.

—O si ya la creo —dijo divertida, y no pudo evitar preguntar—: ¿Pero no será demasiado para Iván y para ti?

—No creerás que voy a dejarte sola, enana —dijo muy serio, como si ella fuera boba—. Esto es para nosotros tres. Me hace feliz vivir contigo y creo que nos amoldamos bien. Ya no somos niños para ir con tonterías. Quiero estar contigo y vivir contigo —Eva le miró sorprendida, aunque una chispa de ilusión le iluminó los ojos. Era una idea tan preciosa y... Tonik se acercó peligrosamente tentador—. Aún puedes decir que no.

—¿Bromeas? Solamente por lo atrevido que estás siendo sería un terrible error no intentarlo —Eva le besó con ilusión—: ¿Quién ha hecho todo esto posible?

—Jesús realizó el estudio de arquitectura y el diseño —Eva asintió con ilusión. Esas cosas eran la parte favorita de su vida. Esas sorpresas. Rodearse de gente que te quería y cuidaba, incluso tus ilusiones. Tenía que llamarle y darle las gracias—. Es lo bueno de tener familia grande, que hay que aprovecharla —Eva tuvo que darle la razón. Fueron a recoger al colegio a Iván. Los tres se fueron para casa sonrientes y felices. A solas en el coche, Eva aprovechó para llamar a Jesús y hablar sobre el piso. Estaba muy ilusionada. Su vida que estaba repleta de cosas tan felices, de grandes esperanzas e ilusiones. 

Jesús colgó feliz por disfrutar de la ilusión de su amiga. Eva y Tonik se merecían la felicidad que estaban encontrando uno al lado del otro. Lo que estaban construyendo con paciencia y amor. Con cuidado e ilusión. Aparcó en su amplio garaje y se alegró cuando vio aparecer a Alejandro con Anna en brazos. Había salido un momento a hacer la compra y su novio, aún no presentado al resto formalmente, se había quedado con la pequeña. Anna le hacía monerías. Estaba enamoradísima del guapo tío Alejandro. Él no podía culparla. Su novio estaba de infarto. Anna acababa de cumplir dos años, pero ya hablaba con esa conversación infantil tan divertida, a la par que entendible. Además, la mitad de cosas contadas eran mentiras. Anna era tan traviesa como hermosa. Parecida a su irritante hermano.

—¿En qué lío te has metido ya? —dijo al verla sucia y despeinada. Además de la mirada de apuro de Alejandro.

Ninduno —dijo con esa mirada de inocencia, que no había aprendido de Jules, sino que la tenía en su ADN—. La planta se ha caiguido sola.

—Se dice caído —le dijo Alejandro dejándola en el suelo. Por los pies llenos de tierra de ambos, Jesús dio por supuesto que su recibidor estaba en modo jungla. Cuando entró alzó la mirada al cielo. Esa planta mínimo debía pesar veinte kilos, ¿cómo la había podido tirar? ¿Es que esa niña tenía la fuerza de un titán?

—Caído —repitió Anna como un loro, mientras toqueteaba la tierra—. No se lo cuentes a papi —pidió mirando a Jesús. Por supuesto, él asintió. Contárselo a Jules sería ganarse una bronca él. Sobretodo por dejarla sola, por quitarle la vista de encima o incluso por tener esa planta. Su hermano era un padre terriblemente obtuso con su pequeño diablo. Divertido, dejó las bolsas en la cocina y preparó el baño. Sonrió cuando vio a Alejandro jugar en la tierra con Anna.  

—Si no puedes con el enemigo, únete a él —le dijo. Jesús, que odiaba mancharse o manchar algo, estaba aprendiendo esos días sobre la importancia de ser flexible. Y de lo divertido que era pringar todo y luego ducharse con su novio. Sin embargo, censuró a Alejandro y les obligó a irse a limpiar. Luego, él se dedicó un buen rato a limpiar de tierra el recibidor. Además, de mirar que su planta no se muriera. Su asistenta lo dejaría todo mejor mañana, pero... al menos, él lo habría intentado. Alejandro dejó a Anna completamente limpia y en pijama, corretear por la cocina—. Es mi turno. Y luego, no es por nada, pero creo que deberías limpiarte. No está bien ir así de sucio por casa —Jesús quiso estrangularlos, en cuanto Anna se empezó a reír, pero no pudo. Eran tan guapos.

Tras la ducha, Alejandro se puso a cocinar, así él también tenía tiempo para cambiarse. Jesús debía agradecer que esos seis meses hubiera contado con él casi todas las tardes. Cuando no le tocaba dar clase venía a echarle una mano. Además de todos los fines de semana. Las cosas funcionaban muy bien entre ellos. Jesús esperaba que siguieran haciéndolo así mucho tiempo. Desde su matrimonio fallido, como Alejandro, ninguno de los dos había tenido una pareja seria. Alejandro lo había intentado con Helena, pero la cosa no había funcionado. Jesús ni siquiera se lo había planteado tras divorciarse. Se había acostumbrado a la soledad y a hacer las cosas a su manera y... ahora todo estaba llegando a un punto perfecto. El timbre del teléfono le sacó de sus pensamientos. Descolgó sin pensarlo dos veces.  

—Papá, la vida es una mierda —le soltó David. Escuchó a su hijo llorar a través del móvil. Por lo que le contaba atropelladamente su hijo, le pareció entender que la relación que llevaba teniendo desde casi hacía un año con Eric había acabado abruptamente—. Ese cerdo. Ese miserable. Ponerme los cuernos a mí. A mí —David estaba enfadado e inconsolable.

—Cariño, esas cosas pasan. Sé que ahora duele, pero... no todos tienen porque ser así —empezó. David le cortó.

—Si lo son. Todos. El amor es un asco. Me ha engañado con una chica, papá. Dice que es porque claro, sus padres le presionan y esas cosas. Es un imbécil. Me ha hecho daño a mí y se lo hará a ella —David lloraba y Jesús se sentía desarmado—. En fin, que le he mandado a freír espárragos. Pero no podía quedarme en la isla. No puedo seguir y... acabo de llegar. Papá, estoy en el jardín. Ahora te cuento —Jesús miró agobiado a Alejandro en pijama, dando la cena a Anna. Estaba claro que no había tiempo para dar marcha atrás. David estaba allí y era inevitable que... La puerta se abrió y Jesús tuvo pocos segundos para contarle a Alejandro lo sucedido que, sin embargo, solo asintió sorprendido. David entró en la cocina—. Papá, es que es muy fuerte. Eric con una chica aún no entiendo como... —su hijo les miró a ambos sorprendido y se removió confuso—: ¿Alejandro?

—Hola, David. Tu padre me ha contado lo sucedido. Ese tío no se merece tus lágrimas ni... —empezó Alejandro. Con una ternura y cariño que dejó a Jesús noqueado. Ese hombre era... perfecto.

—¿Qué haces aquí? —dijo David confuso. Jesús le miró alzando las manos en señal de rendición y paz. Su hijo tenía un carácter explosivo.

—Verás, David, me hubiera gustado contártelo un poco antes, pero... Alejandro y yo... hace unos meses que nos conocemos y... —David le miró molesto. Jesús nunca hubiera querido ver esa mirada—. Entiendo que es una sorpresa y...

—¿Te gustan los hombres, papá? —dijo confuso. Anna chapurreaba, chafando las patatas con sus manos y poniéndoselas en el pelo. Dios, tocaría volver a bañarla. Al final, la iban a dejar sin defensas de tanto restregarla—: ¿Eres como yo?

—Verás es más complicado que... —Jesús se sentía incómodo. Normalmente, las conversaciones así complicadas no se le daban bien. Él no sabía muy bien hablar de sentimientos. Hubiera preferido que estuviera allí Owen o Jules, que sabían mejor tratar estos temas—. Yo, nunca me he planteado otros hombres, me gusta Alejandro. Solo él.

—Vaya, bueno, eso es... sorprendente. Aunque me alegro de que estés con alguien como Alejandro —dijo David, cruzándose de brazos—. Pero, me molesta que no me lo hayas contado. Yo te lo cuento todo papa. Tú no confías en mí, como siempre —dijo saliendo de la cocina. Jesús le siguió. Alejandro se quedó con Anna.

—¿Por qué dices eso? —dijo Jesús desarmado, en medio del recibidor. Sintiéndose extraño en sí mismo. 

—¿Me hubieras dicho que estaba aquí hoy? —Jesús no sabía qué decir y se quedó callado. Lo que para David fue revelador—: ¿Cuánto hace que estáis? —Jesús negó confuso. Incapaz de decir nada—. Vale, no me lo cuentes. Mira, te pillo en mal momento y el mío tampoco es el mejor. Me voy a... me voy a casa de tío Owen.

—¿Qué? No, quédate. ¿Por qué te vas? —dijo Jesús. Estaba perdido, no sabía qué hacer o decir para quitar esa mirada en su hijo.

—Porque estoy enfadado y dolido contigo. No teníamos la relación que creía y no soporto estar aquí ni un segundo más. Me engañas igual que mamá. No entendéis que ya no soy un niño bobo —su hijo se fue dando un portazo. Jesús se sentía más agobiado que nunca.  No sabía porqué.

Eva vio el mensaje de Helena. La causa de la emergencia: un corazón roto. Tenía el kit que necesitaba. Tonik e Iván jugueteaban preparando la cena. Le gustaba que sus hombres cocinarán. Aunque su cocina quedará echa un desastre. Todavía no le habían dicho nada Iván de la futura convivencia en el piso, querían que fuera una sorpresa para él. Ambos sabían la ilusión que le haría. Lo bien que encajaban los tres. Eva atracó la nevera con urgencia.

—Voy a casa de Helena, hay una emergencia —Tonik se giró preocupado, pero cuando vio el helado sonrió con escepticismo—. David lo ha dejado con su novio y ha discutido con Jesús. Todo un drama. Se ha ido a casa de Helena. Owen está de viaje, así que vamos a ver «El diario de Bridget Jones» y comer helado hasta que nos duela la tripa. Es la receta para curar un corazón roto.

—¿Debo preocuparme porque tengas helado para rupturas ya preparado? —Eva negó divertida ante sus ocurrencias—. Me apunto la cura, aunque espero que nunca me lo rompas. ¿Nos vemos mañana a la hora de comer, enana? —Eva le besó y dio un achuchón a Iván. Su pequeño. Algún día le podrían romper el corazón. Ella tendría helado a punto, para curarle. Pero, la mujer u hombre que lo hiciera, ya podía correr bien lejos como le hiciera daño. Eva le revolvió el pelo e Iván miró a su padre—. Díselo.

—Mami, espera, un león se comió un jabón. Y ahora es puma —Eva miró a Iván y luego a Tonik. Se echó a reír tan fuerte que pensaba que se le saltarían las lágrimas—. Cuéntaselo a David, seguro que así se anima.

—Y no te olvides a Petra, o no podrás dormir —le recordó Tonik. Eva no se olvidó a ese enorme dinosaurio que le gustaba tanto, al que Tonik le había cosido de mala manera ese lazo rosa tan chillón. Se fue con la alegría de saber que su hogar estaba repleto de felicidad y amor. Nunca había sido tan feliz.  

Eva no se dio cuenta al atravesar la calle. Ni tampoco metida en el coche, cantando feliz. Ni cuando pasó por delante de la sombra que esperaba su salida. Esa sombra sentada al volante. La figura sonrió feliz. Y armándose de valor, se bajó del coche, para atravesar el portal. Llamó al timbre para subir hasta el ático. Dispuesta a recuperar su vida.  

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