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59 "El día en que Alexis murió"

Capítulo con contenido sexual explícito.

Antes, "Listen before I go" era para este capítulo, pero ahora definitivamente es "Lágrimas negras", la versión de Gal Costa. Nunca me sentí tan inspirada como con esa canción, les recomiendo mucho leerlo escuchándola.

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—Toca tú —dijo Angelita a Boris.

—¿Por qué yo? Que toque Keila —le reclamó éste a su vez.

Yo me adelanté a todos y sin más toqué la puerta de la casa de Mateo.

—Vaya que tiene protección... —balbuceó Angelita sorprendida al ver todas las cerraduras en la puerta de entrada.

La puerta se abrió y nos recibió Melisa.

—Hola —dijo emocionada. Suspiró y los chicos también la saludaron.

—Pasen, pasen, por favor. ¡Vaya! Tú eres Angélica —dijo mientras entrabamos a la casa.

Ya adentro nos sentamos en el living. Observé a Melisa, y pude notar que estaba apenada y cansada.

—¿Cómo está él? —le preguntó Kei en un susurro después de las presentaciones correspondientes.

Melisa suspiró y sonrió débilmente.

—Mejor que hace otros días.

Era viernes. La última semana de vacaciones. La pasada y esta habían sido toda una aventura en la capital. En el seminario la pasé de maravilla, se me abrieron muchas oportunidades a corto y largo plazo y conocí contactos que demostraron estar muy interesados en mí.

El fin de semana nos juntamos con mi familia en la capital y nos quedamos en un hotel. Recién el miércoles en la noche pude hacer revivir mi teléfono y me di cuenta de que tenía varias llamadas pérdidas por parte de Melisa. Ese mismo día la llamé, bastante preocupado

La razón fue difícil de escuchar. Me explicó que Mateo había tenido una recaída, un cuadro depresivo.

Y que por si esto fuera poco, el maldito de Max lo había golpeado durante un altercado.

El plan con mi familia era volver el domingo, pero ni siquiera fue necesario pedir permiso para irme antes. Le expliqué en secreto a mi madre lo urgente que se me hacía ver a Mateo. Ella no chistó, me ayudó a hacer mi maleta rápidamente y ayer a primera hora en la mañana salí. En el viaje le hablé a los chicos, y rápidamente quedamos en juntarnos e ir a verlo.

—¿Puedo pasar a verlo? —pregunté a Melisa.

Ella me miró y asintió. Kei me sonrió, como deseándome suerte.

Mientras subía las escaleras, oí a los chicos y a Melisa empezar a conversar amistosamente.

Llegué frente a la puerta de su dormitorio, entreabierta como por diez centímetros. Y lo vi. Estaba sentado en su cama, dándome la espalda, mirando a la nada, con su polerón café, que como todos, le queda holgado.

Toqué dos veces la puerta con mis nudillos.

—Permiso —dije suavemente y abrí la puerta.

Él giró y me miró.

Yo lo miré.

Y me dio una puntada en el corazón, de emoción por verlo después de tantos días... y por pena y miedo.

Ese color rojizo en sus siempre encendidas mejillas era inexistente. Esos ojitos brillantes y risueños fueron sustituidos por unos rojos y cansados. Tenía ojeras y desde acá logré notar sus labios mordidos y heridos. Sus pómulos sobresalían mucho y sus clavículas estaban muy marcadas..

—Alexis... —me nombró, saludándome y esbozó una sonrisa cansada..., pero que transmitió muchísimo alivio.

Alivio que me hizo sentirme inmensamente querido y anhelado. Nadie nunca pareció estar tan feliz de verme.

Suspiré, y fui. Me puse de rodillas en el piso frente a él y tomé sus manos.

—Hola, Mateo.

Sonreí y subí mi mano a su mejilla. Luego a su cabello. Pensando en el misterio de que le crezca tan rápido. Estaba grasoso, despeinado, enredado y no con sus risos sedosos. No me importaba..., pero eso me dejó ver lo mal que estaba, porque Mateo es un obsesivo con el aseo y el cuidado personal. Y ahora, tenía la ropa manchada y llena de motas.

Y no tiene su olor, sino a hospital; medicamentos, guantes de látex y químicos.

—¿Cómo estas? —pregunté, estúpidamente.

—... Bien... ¿Cómo te fue? —preguntó amable, mirando hacia abajo, con la voz cortada y los ojos cargados de lágrimas.

—Muy bien.

Tuve muy claro que debía ser cuidadoso e ir lento. Y que el solo hecho de estar allí ya era mucho. Que no debía presionarlo y que por sobre todo, tenía que escucharlo.

—Perdón... Discúlpame —susurró apenado.

—¿Por qué? —pregunté, y sonreí extrañado.

—Por hacerte venir antes... Por... esto. —Levantó sus brazos y los dejó caer, mirándose a sí mismo—. Te he demostrado que... probablemente me volví muy dependiente a ti. Cuando te fuiste... pasaron muchas cosas, pero... saber que no estabas a mi lado fue lo que hizo que el mundo se me viniera abajo. Y no es justo para ti... No, no es justo para ti.

Al terminar, se terminó de romper. Se tapó el rostro con ambas manos cuando comenzó a llorar.

Me incorporé y lo abracé, él se mostró reacio, supuse por la vergüenza que sentía, pero igualmente terminó por aferrarse a mí cuello, y sollozar en mi hombro.

Me quedé en silencio, la verdad es que todo aquello me había golpeado. Y sus palabras anonadado mi corazón.

—Disculpa... Discúlpame....

—No tienes que disculparte Mateo. Y ya no te preocupes, que estoy aquí... Estoy aquí, contigo.

Mateo dejó de sollozar, y lentamente se fue tranquilizando.

Después de consolarlo un rato más, y de que me haya comunicado que ya estaba bien, decidí ponerme en un modo muy positivo, sin llegar a incomodarlo, obviamente.

—Los chicos están abajo, ya tenemos las entradas al cine listas —dije y le apreté suavemente el muslo, luego se lo palmeé y él sonrió débilmente, pero con gran esfuerzo.

—¿Sí? —preguntó y se enjugó la última lágrima.

Sonreí y asentí.

—Ya... me voy a bañar entonces —dijo y soltó una pequeña risilla. Una real, pero que se vio inmensamente triste por sus ojos cansados y vidriosos.

—Te espero abajo —dije y él asintió.

Salí y cerré la puerta. Solté todo el aíre que había retenido y tragué el nudo en mi garganta.

«Esto será difícil», supe.

—¿Y? —indagó Angelita cuando ya estuve abajo.

—Ya viene —dije y Melisa al oírme se llevó una mano al pecho, supuse por el alivio.

—Gracias —susurró ella.

Yo sonreí sin mostrar los dientes.

—No hay de qué.

Fue a la cocina y puso a hervir agua.

—¿Alguien desea un té, un café o algo para comer? —preguntó Melisa a todos.

—¡Yo! —dijo emocionado Boris, y se paró.

Se fue a sentar a la mesa y Kei negó con la cabeza. Inevitablemente me reí.

—¿Ustedes chicas? —se dirigió Melisa a Kei y Angelita.

—Pues... bueno —dijo Angelita y se encogió de hombros.

Kei la siguió y estuvimos todos instalados en la mesa. Yo ayudé a poner tazas y cucharitas. Después de un rato, la conversación ya fluía de lleno entre todos.

—Entonces tú eres Keila, tú eres Angélica —dijo Melisa, recordando sus nombres—. Y usted es Boris.

—El mismísimo —dijo este y se llevó una galleta a la boca.

Melisa lo miró y sonrió.

—¿Hijo, no tienes calor? —le preguntó ella tocándole el abrigo café de vagabundo y nos reímos.

—¿Ah? No... —dijo Boris y se puso rojo.

Las chicas, Melisa y yo nos echamos a reír y en ese momento, entró Mateo por la cocina.

—Hola chicos —saludó y sonrió ladinamente.

—¡Mateo! —exclamó Kei y se paró, fue rápido a saludarlo, pero Boris ya le había ganado, y tenía a Mateo estrechado con fuerza mientras él se reía y corría la cara para poder respirar.

—¿Estas bien? —le preguntó Boris seriamente y Mateo sonrió y asintió.

Luego saludó a Kei, quien no pudo aguantar las lágrimas, al igual que yo había estado muy preocupada. Por último saludó a Angelita, quien también se echó a llorar y que cuando estuvimos otra vez todos sentados, apoyó su cabeza sobre su hombro.

Se la pasó mirando su individual, sin expresión alguna en su rostro. Nosotros conversábamos, él se mantuvo callado. Siempre ha sido así, pero ahora era distinto, porque sabíamos que estaba mal. Que no tiene fuerzas. No reía con facilidad ante las estupideces que decíamos ni miraba atento cuando alguien estaba hablando.

Lo notamos. Notamos las pocas ganas que tenía de todo..., pero también de que se estaba esforzando.

—Hey, como aprovecharé de pasar a ver el trabajo del que te hablé, podrías tú pasar a ver alguno también. Ya sabes, es temporada —le sugerí a Mateo en un momento.

Él me miró. Y por un momento corto sus ojitos mostraron un brillo de emoción.

—Oh... es buena idea... Es muy buena idea —dijo y sonrió—. Aunque no tengo un currículum... —murmuró e hizo una mueca.

Yo sonreí. Ese gesto sútil fue tan él. Tan Mateo. Justo lo que necesitábamos en ese momento. Nuestro Mateo. Mi, Mateo.

Terminamos la mini merienda. Nos despedimos de Melisa y salimos para ir a la parada de autobuses. Llegamos al centro comercial y noté como Mateo se incomodó mucho. Como los cinco en general nos incomodamos.

Había un tumulto de personas impresionante.

Sin más, fuimos directo al cine, compramos unas bebidas y entramos a ver la película.

—¿Quién pagó? —escuché como le preguntó Mateo a Kei en un susurro ya adentro.

—Entre todos, es un regalo —dijo Kei y lo abrazó cariñosa.

Mateo miró a los chicos y sonrió.

—Muchas gracias —nos dijo.

La película no alcanzó a llegar ni siquiera a la mitad cuando Mateo cayó dormido en mi pecho. En ese momento levanté el posa brazos y poniendo mi chaqueta negra encima nos tapé a los dos. Dejé caer mi cabeza en la suya...

Y sentí su olor.

Levemente, solo el indicio de este. Una pequeña parte de su gran inmensidad.

Ya sentí que era Mateo de nuevo. Reconocía su cabello esponjado oloroso a vainilla, haciéndome cosquillas en la mejilla. Tenía puesta una blusa color crema y un chaleco de abuelito burdeo. Aún me faltaba ese calorcito en su cuerpo, ese destello deslumbrante en sus ojos bien abiertos y pendientes de todo. Esa aura positiva y curiosa, pero que a la vez es pasiva y atenta, pero ya lo sentía mejor. Ya sentía todo eso venir, revivir.

Sí... Estábamos bien, en el fondo.

Hasta ese punto todo estaba tan bien.

(Narra Mateo)

Su chicle de menta, el chocolate de su tabaco impregnado en su chaqueta, su brazo fuerte, su piel fría y fresca, lisa y blanca. Mi Alexis... simplemente sentirlo me estaba haciendo sentir bien, y olvidar todo. Ya sentía que los días de pena y sufrimiento llegaban a su fin, o al menos serían menos dolorosos sabiendo que estaba cerca. Así que aproveché.

Aproveché de acurrucarme un poquito más.

Pero de repente, y cómo me había estado pasando todos estos días me bajó la angustia de la nada. Los recuerdos. La charla con mamá aquella noche. Los golpes de Max en mis mejillas. Las lágrimas saladas y el insomnio. Sentí el agotamiento y el dolor en mis extremidades. Mis parpados cansados, mis oídos tapados y mis ojos ardientes por tanta sal. Sentí todo otra vez...

Y el «¿Por qué...? Dios, ¿por qué a mí?»...

Pero como si Alexis fuera otra dosis de analgésico, sentirlo presente otra vez me volvió a calmar.

Y recordar que se inhala y exhala para respirar.

La película terminó. Sin razón aparente nos quedamos viendo todos los créditos, la escena postcreditos y luego más créditos. Supuse que todos estaban esperando a que yo decidiera lo siguiente.

Pero al final fue Angelita.

—¿Un heladito? —propuso emocionada parándose de su asiento, mirándome a mí.

—Yo... Es decir, claro.

Salimos del cine y fuimos al patio de comidas, que estaba muy lleno. Primero fuimos a la cafetería donde Alexis consultaría su trabajo. Conocimos a su tío y fue muy agradable todo. La consulta fue un éxito y le dijeron que desde el lunes podría empezar con un turno desde las siete de la tarde hasta más o menos las diez de la noche. Para que no interfiera con sus estudios en la mañana.

—¿Te gusta el mascarpone? —me preguntó de repente Angelita desconcentrándome de mis pensamientos.

La miré y no reaccioné por una sensación de aturdimiento. Simplemente no pude hablar, algo que me había estado pasando también.

—Perdón... ¿qué...? —balbuceé confundido y en ese instante me dieron muchas ganas de llorar, sin razón aparente.

—De si te gusta el mascarpone, como sabor de helado, Mateo —repitió ella, y me abrazó.

Me ayudó a calmarme y finalmente le pude responder algo conciso.

—Nunca lo he probado, la verdad.

—Hoy será el día, de seguro te encanta —dijo emocionada.

Asentí y sonreí. Me froté los ojos con fuerza y respiré profundo.

«Solo fue un momento... Solo son momentos... Solo serán momentos... Estarás bien Mateo», me animé a mí mismo, internamente.

Salimos de la cafetería y fuimos a la otra parte del patio de comidas. Los chicos iban adelante y yo con Alexis atrás. Él caminaba a mi ritmo, cosa que agradecí mucho.

Me tomó de la mano delicadamente y yo lo miré. Achiqué un poco mis ojos y sonreí un tanto avergonzado, pero muy contento. Bajé mi vista y acomodé mis lentes.

«Gracias Dios... Gracias, siempre confío en ti, gracias... Estaré bien, lo sé... Sigue ayudándome... Yo estoy poniendo de mi parte a la vez», pensé mientras llegábamos a la heladería y esperábamos a que la persona del frente terminará de tomar su pedido.

Cuando lo hizo, el cajero nos saludó.

—Buenas tardes, ¿qué desean ordenar? —dijo Owen.

Y en ese momento... sentí que mi confianza en Dios y en qué me ayudaría este día ya no era tan fuerte. Y estuve a punto de reírme, porque por un momento, también pensé qué tan loco me estaba volviendo y cuán a tope estaba mi inseguridad al imaginar algo tan poco probable.

Pero no. De verdad estaba pasando. Y él en serio estaba ahí.

(Narrador)

—¿Owen? —dijo Keila al reconocer al chico—. ¿Estás... aquí? ¿Y trabajando aquí? Pero... ¿desde cuándo?

—A ver, a ver. Salúdame bien y después me interrogas, ¿sí? —bromeó Owen y sonrió emocionado. La abrazó por detrás del mesón y se rio.

—¡Owen! —exclamó Boris emocionado y abrazó a Owen con fuerza y gran entusiasmo.

Boris aún tiene la percepción de que Owen es su buen amigo de la infancia, pero para Alexis y Keila eso ha cambiado mucho.

—Alexis Quivera, no me mires como si no me conocieras —dijo Owen a Alexis, quien estaba tenso.

En un fugaz momento, Owen bajó su mirada y vio las manos tomadas de Alexis y Mateo. Mateo al darse cuenta, guardó la suya rápidamente en el bolsillo de su pantalón y apartó la vista.

Alexis lo saludó y sonrió levantando el mentón en su dirección, algo que Owen tomó como burla.

—Ahg, qué fastidioso eres. Ven aquí —dijo y abrazó a Alexis, enterrándole sus dedos en la nuca y mirándolo directamente a los ojos. Algo que en aquellos tiempos cuando estaban juntos era la debilidad de Alexis, pero que ahora lo hizo sentir meramente incómodo.

Para ese entonces, Mateo estaba recordando todo el lío que había pasado aquella vez que el chico había visitado a Alexis y a los chicos en la escuela.

Y recordó a un Alexis destrozado, confesándole que se habían besado en su casa.

—María Angélica... Sí. ¿Ves?, no olvidé tu nombre —dijo Owen simpático a Angelita. Y ella frunció los labios y le sonrió avergonzada, pero en el fondo entretenida.

«Encantador... Tan encantador», pensó Mateo, sintiendo su corazón agitarse.

Más cuando lo miró. Cuando ahora tenía que saludarlo a él.

—No logro recordar el tuyo, pero, hola —le sonrió Owen.

Y Mateo cayó.

Cayó en sus movimientos lentos y delicados. En su parpadeo sensual junto a sus ojazos claros, semejantes en color a las celdas de limón. En la forma en que la luz iluminaba sus cabellos... y en la forma en que miraba a Alexis tan alegre. Suspirante. Deseante.

Así como él no se atrevía a hacerlo.

Aunque Owen y Mateo fueran totalmente diferentes, igualmente la belleza de Owen lo hizo sentir insignificante. Inmensamente insignificante.

—¿Puedo tomar sus órdenes?

Alexis intervino, dispuesto a retirarse.

—La verdad es que no estamos tan decididos aún...

—Sí, sí, es verdad... —dijo Keila, tomando del brazo a Mateo y guiándolo fuera de la cola.

Boris hizo un puchero y Angelita y Mateo se dieron cuenta de lo que estaban intentando Alexis y Keila.

Sacarlo cuánto antes de ahí.

Entonces, Mateo se armó de valor.

—Yo sí quiero —dijo fuerte y claro, dejando callados a todos—. Yo pediré... —miró a Owen a los ojos— acá.

Owen lo analizó. Mateo, plantándole cara..., pero sonrojado hasta las orejas y con la boca temblorosa.

«Ahora el cachorro sabe ladrar», pensó, y sonrió.

Los demás no se opusieron, pero Alexis se tensó. Comprendió la intención de Mateo, pero esta no le hizo especial gracia.

Sin más, se sentaron en una mesa, y Owen tomó sus órdenes para después de un rato, llegar con el helado de cada uno.

—Chocolate para Kei. Chocolate para Boris. Mora crema para la señorita. Para Alexis menta, su favorito... Y para ti, mascarpone. —Owen fue repartiendo por la derecha. Al terminar, se puso la bandeja debajo del brazo, sonrió y trayendo una silla desocupada de la mesa del lado se sentó junto a Alexis.

Mateo al observar esto, se encogió en su sitio.

—Entonces, Owen, ¿estás acá? —preguntó Boris al chico.

—Ajá, no me fui desde la última vez. Pero no quise decir nada ya que no tenía algo estable aún.

—¡Genial! ¿Entonces te quedarás?

Keila y Alexis se miraron.

«Por favor no. Por favor no. Por favor no», pensó Mateo.

—No, la verdad. No lo veo posible. Pero en todo caso... tampoco creo irme pronto.

Mateo destensó su cuerpo y cerró los ojos por un momento.

—Ahora que recuerdo, pensé que Alexis se los había contado. Cuando fuimos a mi casa la otra vez se lo comenté a él.

Alexis lo miró, y solo se quedó callado.

—Hablando de esa vez... ¿Qué te pasó realmente, Ale? Cuando te quisiste ir, fue de la nada.

El labio inferior de Mateo tiritó.

—Me sentí incómodo... Eso es todo —respondió Alexis, intentando sonar las calmado posible.

—Mmh... —asintió Owen sonriendo y arqueando las cejas—. Ahora se le dice "incomodarse"...

Mateo hizo crujir el cono de galleta boca abajo en el pote de su helado, al tensar tanto la cuchara contra este.

Owen se levantó y les informó que debía volver a su turno. Al pasar al lado de Alexis, apretó su hombro.

Mateo limpió sus manos sudadas antes de seguir comiendo el helado. Intentaba reprimir todas esas imágenes y pensamientos que se plantaron en su mente, causándole daño, pero no podía. No podía. No podía.

Odiaba la situación en su totalidad. Odiaba... a Owen, simplemente.

Pero más se odiaba a sí mismo, por caer en su juego.

La hora libre comenzó y la sirena de la heladería sonó. Mateo vio desde lo lejos como Owen cambiaba de turno con una chica y como se sacaba el delantal de la cintura. Luego se acercó a la mesa y se despidió de todos.

Aquello último pasó tan rápido y sin pena ni gloria, que Mateo se tomó un buen tiempo antes de suspirar... al fin... aliviado.

Solo había sido otro momento. Pero ya había acabado.

«Ya acabó... Ya se fue... Sí, ya se fue...», pensó Mateo.

Al cabo de un rato los cinco se dispersaron. Angelita y Boris fueron a ver unos stands de artesanías, y Keila fue al baño ya habiendo terminado su helado.

Mateo también se paró.

—Necesito ir al baño —informó a Alexis bajito.

Alexis asintió y le dedicó una sonrisa ladina.

Mateo salió de la heladería y buscó el bañó público del patio de comidas. Cuando entró se topó con un hombre mayor saliendo mientras agitaba sus manos en el aire para sacarlas... y a Owen. Este estaba lavándose el rostro en un lavamanos, con una mochila a sus pies.

Mateo tragó saliva y se metió rápidamente a un cubículo.

Le puso nervioso topárselo otra vez, cosa que le provocó una leve dificultad para orinar. Aparte, el frío y la oscuridad de ese lugar le hicieron sentir estar en un mal sueño, y la mezcla de miles de olores del patio de comidas más la humedad del baño lo hicieron marearse.

Mientras tanto, Owen ya había puesto pestillo a la puerta de entrada.

Mateo salió justo cuando Owen empezaba a desabrochar su camisa amarilla, se acercó a un lavamanos y abrió la llave para mojar sus manos. Owen guardó la prenda y se puso un beatle negro.

Mateo fue a sacar jabón quedando al lado de él.

—Hola Owen, otra vez —lo saludó entonces, ya que ignorarlo lo hacía sentir más nervioso e incómodo aún. Aún más que su persona en sí.

—Hola. —Owen le sonrió hermético.

Mientras Mateo frotaba sus manos para hacer espuma, Owen lo observó detenidamente.

Y aunque no fuese inseguro a diferencia del chico, no tuviera que compararse... sintió el mismo dolor en el pecho que Mateo al hacerlo. Ya que supo que realmente nunca tendría otra oportunidad con Alexis.

—Oye... una pregunta —dijo Owen.

Mateo, quien estaba cerrando la llave en ese momento después de enjuagarse las manos, lo miró.

—¿Desde cuándo estás cogiendo con Alexis?

—¿Qué...? ¿De qué hablas? —Mateo se mostró extrañado y confundido, pero los nervios hicieron que su voz saliera temblorosa.

—Vamos... Yo ya lo sé. Él mismo me lo contó —mintió Owen.

Y Mateo supo que lo estaba haciendo, pero el hecho de que la mentira tuviera parte verdad hackeó su mente. Le resultó estúpido negarlo.

—Solo dime.

Mateo secó sus manos en su chaleco.

—No tengo porqué —le escupió en la cara—. Permiso.

Se dispuso a irse, pero Owen, lo agarró con ambas manos de su chaleco y lo pusó contra la pared con violencia.

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa?! —se quejó Mateo intentando soltarse de su agarre, pero Owen, delgaducho y todo, era fuerte.

Mateo se afligió y toda la valentía que había tenido hace unos segundos se sustituyó por miedo. La situación lo superó.

—Desde cuándo. Estás. Cogiendo. Con Alexis... —esta vez Owen susurró, mirando a Mateo desafiante.

El moreno comenzó a llorar, sin poder reprimirse antes siquiera. Tantos días llorando habían enseñado a las lágrimas a salir sin más.

—¿Y qué... qué ganas si te digo?

Owen sonrió.

—¿Entonces es verdad?

Mateo, en un fuerte impulsó, logró zafarse de su agarre. Agarró su chaleco y se lo acomodó.

Owen siguió acorralándolo.

—Por si también te interesa saber, Alexis y yo estamos juntos. Y sí. Me coge... y me coge muy rico. Y si tanto te urge saber desde cuando, ve y pregúntale a él... A mí no me vuelvas a molestar. —Mateo sintió sonrojarse hasta las orejas, pero se sintió tan bien de plantarle cara que incluso soltó algunas otras lágrimas catárticas.

Owen apretó los dientes.

—¿Están juntos? —dijo burlesco, con la voz aguda. Seguido se rio—. Siento mucha pena por ti, porque sé que sabes lo del velorio, sí... Porque sabes lo que pasó, ¿verdad?

—Tú lo besaste...

—¿Solo eso te dijo?

—N-no... Después él... te besó a ti, y aunque me aseguró que no sintió ni siente nada por ti, igual tuvimos problemas. Así que sé feliz sabiendo eso y...

—¿Y eso no te molesta? ¿En serio? —lo interrumpió Owen, exagerando incredulidad.

Mateo apretó los labios y bajó la mirada, sintiendo que el aire de repente no servía para respirar.

Otra vez.

—Déjame...

—Vale, disculpa. Es solo que me da rabia que no haya reconocido que estaba tan caliente como yo esa vez.

—¡Eso no me interesa! Él... Él me contó todo, eso ya es un tema cerrado. Y en serio... No entiendo qué quieres... ¿Quieres vengarte? Pues hazlo. ¿Quieres separarnos? ¡Bien! —Mateo comenzó a desesperarse e hiperventilar—. ¿Quieres estar con él otra vez? Ade... adelante. Si él lo decidiera así a mí no me importa... —Terminó por derrumbarse, de cuclillas en el suelo, tapándose la cara devastado, sintiendo una mezcla inagotable de emociones. Ira. Vergüenza. Desesperación. Pena—. No me importa... No me importa mientras él sea feliz...

Owen estaba en shock, nunca había visto la vulnerabilidad tan latente en alguien. Mas no satisfecho aún, bajó a su altura y le dijo:

—Niño... ¿te doy un consejo? Quiérete un poco y aléjate de Alexis. Si yo pude tu también. Porque como dicen, si el infiel lo es una vez, lo volverá a ser.

Cuando terminó, agarró su mochila, se miró una última vez en el espejo y se fue.

Mateo, con la conciencia dañada se quedó en esa misma posición unos minutos más. De alguna manera... sentía el corazón roto. Porque «¿Y si sí?... ¿Y si él decía la verdad?... Respecto a alejarme de Alexis, al menos».

Pero por sobre todo: «Suficiente... Ya fue suficiente».

Los pensamientos negativos, los impulsivos y la pena lo invadieron. Lo empujaron al borde del precipicio.

Y Mateo, al levantarse y salir del baño, significó el impulso para caer.

Volvió a la heladería, y se sentó junto a Alexis.

—Al fin llegas. ¿Vamos con los chicos a los stands? —le propuso el pelinegro y guiñó un ojo.

Mateo tragó saliva cabizbajo.

—Alexis... Qui... quisiera ir a casa... Pero, también quisiera mis cosas, mi celular...

Alexis notó inmediatamente lo nervioso e inquieto que estaba Mateo. También que había estado llorando, cosa que lo alarmó.

Decidió tomárselo con calma, para no alterarlo más.

—Podrías llevármelas en la tarde por favor... O... quedemos en un día ahora para que me las entregues.

—Sí, sí, claro. Si quieres, podemos ir ahora mismo a buscarlas a mi casa. Te lo iba a proponer de todas maneras, fui un idiota por no llevarlas a la tuya en la mañana —sonrió Alexis al final. Y tomó la mano de Mateo, quien primero la agarró con desesperación..., pero que luego soltó, apartando la suya.

—Va... vale.

Después de un rato, en el que le avisaron a los chicos que se iban a ir juntos y salieron del centro comercial para esperar la locomoción, se vieron ya en el autobús, rumbo a la casa de Alexis.

En el trayecto Mateo estuvo muy callado, y miró a la ventana todo el tiempo.

No podía mirar a Alexis. Sabía que si lo hacía se desbordaría en un lágrimas.

Por mientras, buscó las palabras.

Las palabras que le diría cuando llegaran.

—¿Todo bien? —le preguntó Alexis.

Mateo volvió su cabeza en la dirección del chico y asintió, con los labios fruncidos, a punto de llorar otra vez.

(...)

Mateo se encontraba en la pieza de Alexis. Mientras este estaba en el baño, él guardaba sus cosas en su mochila. Su terno y su celular.

Seguía aguantando las lágrimas..., pero le era sumamente difícil al recordar tantos momentos pasados en aquel lugar. En aquella cama... y en aquel escritorio. Tantas risas, tantas miradas, tantos roces.

Eso lo destrozaba.

Eso, el olor de Alexis impregnado en todo el aire y en todas las cosas... y la temperatura tan cálida del ambiente, también naranjo por el sol, poderoso, entrando por la ventana.

En el fondo, solo quería ceder a las lágrimas, descalzarse, deslizarse entre la suavidad del cobertor de la cama frente a sí y yacer ahí. Cerrar los ojos y dormir. Dormir y descansar bien. Bien, por fin. Aspirando el aroma de Alexis en la seda...

O directamente de su cuerpo.

Pensar aquello azoró sus mejillas, y a la vez lo hizo sentir una puntada en el corazón, ya que saber que esa sería la última vez que estaría en ese lugar, hacían imposible esa anhelada visión.

Se llevó una mano al pecho y respiró profundo, intentando calmarse.

Pero no podía, temblaba.

Justo en ese momento, Alexis volvió a la habitación.

—¿En serio te tienes que ir de inmediato? —le preguntó desde el umbral, haciendo un puchero.

—S-sí... Lo siento.

Alexis suspiró e hizo una mueca.

Mateo lo miró. Era uno de esos momentos en que se sonrojaba al hacerlo. Al verlo tan hermoso, tan preocupado por él... Tan... perfecto. Y por ser escrutado, a la vez, por sus ojos ámbar felinos.

Mateo lamió sus labios. Le gustaba tanto. Lo quería tanto.

«Pero yo soy tan miserable...», pensaba, y tuvo que bajar la vista, para evitar llorar.

Otra vez.

Volvió a levantar la mirada. Tomó aire, apretó un puño...

Y comenzó.

—Alexis... quiero conversar algo.

—Claro. ¿Qué cosa?

—Yo... he estado pensando... —Mateo hizo el esfuerzo por sonar firme—. He estado pensando bastante, respecto a nosotros... a lo que me pasó estas semanas... y... —respiró pesadamente. En cada respiro intentó que las siguientes palabras salieran, pero le fue muy difícil—. Y yo creo que... lo mejor sería terminar —hasta que por fin pudo soltarlo.

Al oírlo, Alexis sintió angustia. Pero de alguna manera intuyó que algo no cuadraba. Que había algo más.

—¿Por qué? —indagó frunciendo el ceño.

Aquella expresión afligió más aún a Mateo... Pero no desistió de esa idea que se había implantado tercamente en su cabeza.

—Como te dije en la mañana... me siento muy mal por haber arruinado tus planes, aunque me hayas dicho que no me preocupe... Y... siento que esto no va a funcionar... más.

Más.

Aquella palabra resonó en la mente de los dos. Había sonado tan mal.

Alexis juzgó su semblante afligido y su postura encogida.

—Tiene Owen algo que ver en esto, ¿verdad? —intuyó Alexis, por los comentarios que había hecho este en la heladería.

Mateo sintió su garganta secarse.

«Por supuesto... ¿Cuándo se le ha escapado algo? Imbécil», se dijo a sí mismo internamente, y supo que sería inútil negar la verdad.

—Estaba en el baño cuando fui. Ahí... me dijo algunas cosas.

Alexis tensó la mandíbula.

—¿Qué te dijo?

—Quería saber de nosotros. —Mateo decidió ser honesto—. Y también surgió lo del velorio... En fin, no fue nada agradable.

—Pero... —gruñó Alexis cerrando los ojos, odiando a Owen—. ¿Discutieron?, entonces.

—Sí... Sí, de hecho casi me golpeo con él... Fue violento —dijo Mateo manteniendo la firmeza, pero con los nervios a flor de piel.

Alexis sintió mucha rabia. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

—Ahora que pienso..., desde que nos conocimos han surgido muchos problemas... Y no podemos negar que nos hemos hecho daño... Por eso también, es lo mejor... terminar.

Alexis sintió como si le clavara un cuchillo en su corazón. Se formó un nudo en su estómago.

—Pero siempre arreglamos esos problemas... Y nos hemos perdonado por el daño hecho.

—Lo sé... Pero siento que... soy tan inestable en este momento... que yo no puedo seguir. No aguantaré si pasa algo más.

Alexis sintió el nudo subir a su garganta. Afligió el ceño, ya que Mateo se oía convincente, en parte. En parte realmente podrían llegar a terminar...

Mas seguía sin creer que quisiera eso.

E inteligente, se le ocurrió la manera de determinar si quería genuinamente terminar con él o solo estaba desesperado.

—Comprendo todo eso. Pero hay algo más, ¿verdad?

Mateo tragó saliva.

—¿Ya no te gusto?

Mateo sintió un escalofrío recorrerle el espinazo.

«Cómo no hacerlo... Cómo dejar de hacerlo», pensó internamente. Y suspiró exteriormente.

Iba a ser probablemente la mayor mentira que dijera jamás..., pero seguía pensando en dejar irlo.

Asintió mirando hacia abajo. No quiso torturarse viendo la reacción de Alexis.

—Yo... ya no siento lo mismo que antes. Disculpa.

«Ódiame Alexis... Solo ódiame Alexis... Ódiame. Te amo... Ódiame», pensaba, suplicante.

Se sintió como caer por el precipicio. Porque ya había hecho todo mal. Pero lo peor había sido traicionarse a sí mismo. Odiaba mentir.

Mentiroso. Manipulador... Grosero... Estúpido, escuchó que lo llamaban, muchas voces.

Su labio tiritó cuando levantó la cabeza y miró a Alexis.

Este mantenía los brazos cruzados, tensos. Tenía los ojos cargados de lágrimas, pero el mentón alto. Los labios fruncidos y tiritones al igual que los de Mateo, pero firme.

Y asintió.

"Vale", dedujo Mateo que quiso decir.

—Vete... Te puedes ir —dijo Alexis.

Y Mateo ya no aguantó.

Se largó a llorar.

Hipó cuando se puso su mochila y le dió la espalda a Alexis, quien había entrado a la habitación y ubicado donde él había estado hace solo unos momentos.

Revivió la primera vez que entró por la puerta, por dónde ahora saldría. Se vio a sí mismo, curioso y nervioso por penetrar en el espacio del chico mayor al que le estaba haciendo tutorías hace poco...

Mateo sollozó. Y hubo de apretar los labios para evitar hacerlo otra vez.

Cuando estuvo bajo el umbral de la puerta, Alexis lo llamó una última vez.

—Mateo.

El chico se detuvo, y giró.

—Si pudieras... Dame un beso antes de que te vayas. Dame el último —le pidió Alexis y una lágrima corrió por su mejilla blanca y sonrojada. Estaba devastado también, pero siguía firme. Más firme que nunca.

Mateo sintió más ganas de hipar. Pero obedeció.

Suspiró largo y tendido. Sacó un pedazo de papel higiénico de su bolsillo que utilizó para secarse las mejillas y dar toquecitos en su nariz.

Y se acercó a Alexis.

Cuando estuvieron frente a frente... no fue frente a frente. Ya que Mateo no fue capaz de sostenerle la mirada. Se quedó mirando su cuello, tembloroso.

—Bésa... Bésame tú, yo... yo... no... no puedo —hipó el menor, sintiéndose muy avergonzado.

Alexis quiso esperar a que se tranquilizara, a que dejara de hipar.

Pero cuando vio que no pasaba, lo atrajó a sí agarrándolo de la cintura sin más.

Era la coreografía usual. Ese sencillo paso para quedar a la altura adecuada. Para que Mateo no tuviera que ponerse de puntillas ni Alexis tuviera dolor de espalda.

Lo cargó desde la espalda baja y subió un poco.

Fue como si sus cuerpos se besaran primero.

Un deslizamiento tan exquisito. El de siempre... El de los dos.

Mateo se derritió en los brazos de su novio. Gimió, y ahí, Alexis unió su boca a la de él.

El beso se sintió como un primero.

Alexis acercó más al moreno, hasta pegar su cuerpo al suyo. Apretó su cabello, su chaleco y su blusa desde la espalda baja. Luego lo sostuvo firme de la nuca, haciéndolo gemir otra vez.

Lo dejó sin aliento... Otra vez.

Y otra vez... Y otra vez.

Le dió el mejor beso de su vida. Lo supo.

—Nada más... Nada más... Por favor... No... no puedo... No puedo hacerlo —rogó Mateo, separándose, completamente destrozado

Alexis rodeó su cintura con ambas manos y lo miró atentamente, directo a los ojos.

—Mírame a los ojos y dime que ya no te gusto... Que ya no sientes lo mismo que antes.

Mateo le sostuvo la mirada, con los ojos vidriosos y la nariz, los cachetes y los labios rojos de llanto y gozo.

—Ya no me gustas... —dijo en un hilillo de voz, y su labio inferior tiritó— ... ni siento lo mismo que antes.

Seguido, Alexis ladeó la cabeza hacia la izquierda y achicó los ojos. Mateo posó una mano en su nuca y lo atrajó para besarlo, desesperado.

Al cabo de unos segundos, Mateo se alejó nuevamente, posando sus manos en el pecho de Alexis, apartándolo, volviendo a llorar con intensidad.

—Mateo... —dijo Alexis compasivo, intentando volver a tomarlo.

Mateo negó repetidas veces.

—No... —sollozó, cayó de rodillas y se tapó el rostro con las mangas de su camisa.

Alexis bajó a su altura y tomando sus muñecas, destapó su carita. Mateo rehusó su mirada..., pero igualmente terminó aceptándola.

Ahí se rindió.

Se lanzó a los brazos de Alexis, enredándo su brazos en su cuello. Alexis lo abrazó con la misma intensidad y simplemente lo dejó llorar.

—Soy un desastre... Alexis, soy un inútil... —lloró Mateó.

Alexis solo se quedó callado, otorgándole descargarse, aunque realmente solo quisiera callarlo con otro beso para que dejara de decir estupideces.

—... Mira lo que provoco, Alexis... Mira como no me puedo controlar —siguió llorando Mateo—. A esto me refiero... ¿Comprendes? Yo... yo soy el problema... de todos, todos, todos los problemas... Por eso estarías mejor sin mí... haciendo todo este show... haciéndote llorar... Perdón por hacerte llorar... Yo no... no estoy bien... No, no estoy bien...

—Mateo...

—... Estoy loco, enloquecí de remate...

—Mateo... Escúchame.

—Necesito ir al psicólogo... ¡Quizá hasta al psiquiatra...!

—Mateo —dijo Alexis más fuerte que antes, captando por fin su atención.

Mateo calló y lo miró. Alexis afligió el ceño y no pudo evitar sonreír. Era un desastre, sí, pero seguía siendo uno tan bueno.

—No sé si lo has escuchado... Pero un paso importantísimo para recuperarse... es ese, reconocer que no se está bien, y reconocer que necesitas ayuda. A diferencia de lo que crees y sientes en este momento... no me has hecho daño... Realmente, nunca me has hecho real daño. Y sí... quizá estaré igual que antes sin ti..., pero nunca mejor que contigo.  Y no... no me asusta ni repele cómo estás ahora, sencillamente me preocupa, porque me importas demasiado... Y por favor, por favor... permíteme estar contigo.

Mateo sintió que cada palabra fue más bonita que la anterior, cosa que lo hizo desbordarse en lágrimas por enésima vez. Porque realmente él no le había hecho todas esas preguntas..., pero Alexis había interpretado y respondido a todo lo que le estaba aterrando en ese momento.

Lo conocía tan bien... Lo quería tan bien.

Y osó en decirle que "no", que de verdad se sentía demasiado insignificante para estar con él. Qué eso mismo haría que la relación no funcionara y todas, todas, todas...

Todas esas cosas.

Pero recordó algo.

El que que una persona esté mal no significa que no tenga derecho a amar y ser amada.

Entonces, simplemente le agradeció. Volvió a enredarse en su cuello y susurró:

—Gracias... Gracias... Gracias y... —apartó su cabeza y lo miró a los ojos, muy de cerca— y no me has dejado de gustar... ahora... ahora me gustas más, de hecho —dijo y sonrió, iluminándose su mirada—. Ja, ja...

—¿Qué? —sonrió Alexis.

—Es que... qué vergüenza... En serio estoy loco... Y... soy un pendejo.

Alexis volvió a sonreír.

«Mi pendejo», quiso decirle. Pero intuyó que si lo hacía Mateo se largaría a llorar con más intensidad aún.

—No me quiero ir... —dijo Mateo, sincerándose.

—Ni necesitas hacerlo —susurró Alexis en su oído.

Tomó las correas que surcaban los hombros de Mateo y las deslizó, quitándole la mochila.

Mateo dejó escapar un jadeo, observando el movimiento de las manos de Alexis.

Se sintió... muy raro. Y pensó que tan reprimido había estado todos esos días para que en ese momento cualquier caricia de Alexis lo desbalanceara de su eje. Y es que ese toque en especial se había sentido como si lo desnudara.

—Para que le avises a tu mamá —dijo Alexis, dando a entender que el celular de Mateo estaba dentro de su mochila.

—Cla-claro.

(Narra Alexis)

Mateo ha llorado mucho, me ha contado todo. Se me ha trizado el corazón al escuchar sobre una charla que tuvo con su madre sobre su padre. Con eso logré comprender varías cosas del pasado y de lo que había pasado ahora. Eso lo había afectado de sobremanera. Y junto con la soledad y la inestabilidad de Mateo, la facilidad con la que se derrumba y su sensible corazón, era obvio que recaería de alguna manera.

Ahora nos manteniamos en silencio. Después de avisarle a su madre que se quedaría, habíamos ido a mi cama y acomodado abrazados. Él estaba sentado en el espacio que había entre mis piernas abiertas y descansaba las suyas enredadas en la mía izquierda. Lo sostenía de la cintura con mis brazos y el descansaba su cabeza en mí, con su mejilla pegada a mi pecho.

—¿Qué paso con Max? —le pregunté en un susurro, rompiendo el silencio—. ¿Ya me quieres contar?

—No... No quiero hablar de eso la verdad.

—Está bien. —Comprendí, y le besé la coronilla..

Y Mateo volvió a llorar. Quizá por recordar algo... O por la emoción de estar conmigo... Ya en ese punto no lo sabía.

Escuché como secó su nariz, rojita.

—Alexis... —me nombró y levantó su cabeza para mirarme—, ¿te cuento algo?

—Por supuesto, lo que quieras —le respondí al mismo tiempo en que le sequé una lágrima con mi pulgar.

Suspiró.

—Yo nunca me había masturbado porqué el único recuerdo que tengo de mi papá... es uno en el que me decía que eso estaba mal, que me iría al infierno... Y supongo que mi mente lo tomó demasiado literal porque aquello me persiguió toda mi adolescencia. —Al final, exhaló y parpadeó rápidamente.

—Oh... Comprendo. Comprendo mejor, ahora —dije y asentí.

—Wow...

—¿Qué?

—Se siente... se siente bien contarlo... Eres la primera persona a quien se lo cuento.

Yo sonreí enternecido y entrelacé mi mano con la suya.

—Y... supongo que nunca te agradecí —murmuró, y posó su mano sobre la mía derecha, que estaba estrechando su cintura.

—¿Por qué?  —susurré.

—Por haberme... curado de eso —al final sonrió, y bajó la vista.

Por inercia, apreté más su cintura. Se sobresaltó ligeramente y me miró. Yo sonreí.

—Te exorsicé.

—Alexis... —se rio y escondió su cabeza en mi pecho, avergonzado.

Nos quedamos en silencio otra vez. Él se incorporó y sentó dándome la espalda. Lo oí tragar saliva y respirar profundo.

Sabía que pasaba. Sin embargo. Sentí que no me correspondía dar el primer paso. Aunque me muriera de ganas también. Aunque ya el aire en mi habitación resultará insoportablemente pesado al este estar tan cargado de deseo, de calor y ansías mías de quitarle toda la... pena.

Por eso solo aguardé... Mateo era valiente.

Se volvió en mi dirección, cabizbajo. Tomó mi mano derecha, la cual llevó al cuello de su camisa, y me miró con los ojos lustrosos.

—Tó... tócame... Hazme sentir bien, por favor.

Nunca sentí ponerme duro tan rápido.

—Ven —susurré.

Nuevamente abrí las piernas y las flexioné.

Lo agarré de la cintura y lo hice girar, dejando su espalda pegada a mi pecho. Lentamente, bajé mis manos al final de su chaleco y se lo subí acariciando su torso firmemente en el trayecto. Cuando se lo quité por completo, lo abracé rodeando mis brazos en su torso, apegándolo más a mí. Enterré mi nariz en su cuello y respiré su perfume. Suyo. Propio.

Jadeé y me estremecí.

Ahí estaba.

—Tan rico... Hueles tan rico —balbuceé, y seguido le besé la mejilla izquierda y mordí y tiré el lóbulo de la oreja.

Mateo tuvo un espasmo y contuvo un gemido tapándose la boca con sus dedos.

—No... —susurré tomando su muñeca para apartar su mano de su boca—. Haz todo el ruido que quieras.

—Okey...

Desabroché su camisa y abrí esta, se la dejé a la altura de sus codos y a mitad de espalda.

Me estiré levemente para alcanzar mi velador. Saqué mi lubricante y aproveché de prender mi lámpara.

Volvía a la posición anterior y con la punta de mis pies le saqué las zapatillas a Mateo tirándoselas desde la suela. Mateo sonrió y giró un poco. Me miró la boca y se quedó embotado en ella. Desabroché su jean, acto de improviso que hizo que Mateo removiera las caderas, cerrara los ojos con delicadeza y respirara cortito y profundo haciendo una u con la boca.

Mi entrepierna estaba a punto de explotar. Y ni siquiera nos habíamos tocado de lleno aún. De piel.

Suspiré, tranquilizándome, y volví a la carga.

Acaricié su torso delicadamente, produciendo estremecimientos a Mateo. Tomó mi mano, que se iba metiendo por la pretina de su bóxer y miró hacia esa dirección mordiéndose el labio inferior.

Me descalcé y con los dedos de los pies fui bajando su jean hasta sacarlo. Tomé el lubricante, lo destapé y desde una altura moderada lo dejé caer sobre su torso; en su abdomen y en su miembro, que dejé salir de su bóxer.

Masajeé cada rincón, cada uno más sensible que el anterior, esparciendo el frío y resbaloso aceite por todo su tronco y miembro. Mateo gemía y removía con desespero. Toda su piel pareció sonrojarse, y estaba radiante por el lubricante.

Sin poder aguantarme, pellizqué sus rojos botones erectos, produciendo rozaduras en ellos.

—Mmh... Mmh... ¡Ahg! —se lamentaba, con el rostro afligido.

Llegó al orgasmo.

Verlo correrse así, sin manos, sin mis, manos... fue de lo más excitante que ví en mi vida.

Eso y el momento siguiente en que admiré su desnudes.

Y es que su cuerpo es tan... tan sensual. Tan hermoso.

Esbelto, pero de huesos anchos. Muslos jugosos y tiernos. Rostro de ángel de mirada juguetona. Abdomen plano y miembro grande, latente, ardiente.

Simplemente afrodisíaco.

—Ah... Ah... —jadeaba mientras se recuperaba.

Cuando lo hizo por completo, se estiró para tomar una toalla de papel en mi velador y amablemente me limpió las manos, que se habían salpicado de su semen. Luego hizo lo mismo con su torso. Con otro papel limpió sus lentes empañados y se los acomodó. Seguido me hizo levantar los brazos para quitarme la playera.

Cuando tuve el torso desnudo, los ojos de Mateo comenzaron a revolotear desesperados. Se puso nervioso y se paralizó, durándole bastante poco la seducción.

Tomé su mano y como creando un capullo le eché lubricante. Luego puse aquel capullo sobre mi abdomen y lo abrí.

—Sin miedo —susurré y él me miró nervioso.

Volvió a mirar mi cuerpo... y yo simplemente lo dejé, que me tocara y acariciara.

Al principio me enterneció, ya que sus suaves manos me hicieron sentir cosquillas. Luego, unas mordiditas algo bruscas en mi cuello me hicieron sentir escalofríos... Y al final...

Lo consiguió.

Me sometió, me hizo gemir y suspirar con desesperación. Fue sentir su piel contra la mía, eso me quemó... Y fue su boca. Había bajado y comenzado a mamar mi pene.

—Mateo... Tu boca... —suspiraba entre dientes mientras enterraba mis dedos en su cabello esponjado e intentaba con todas mis fuerzas mantener los ojos bien, bien cerrados para no mirarlo.

Porque lo hacía y sentía inmediatamente llegar al clímax. Y no quería...

Quería cogérmelo.

»Mateo sacó mi pene de su boca y jadeó dejando escapar un sonidillo agudo al final.

—¿Te gusta? —preguntó y besó la punta de mi glande, a continuación lo envolvió entero con sus carnosos, húmedos y rojos labios y chupó haciendo unos chasquidos exquisitos...

Mirándome directo a los ojos.

—Mierda... —gemí en respuesta, y suspiré pesadamente, echando mi cabeza hacia atrás, recostándola en la cabecera.

Me contuve como nunca en mi vida. Tensándome entero.

Por suerte Mateo se detuvo, e incorporó.

Yo hice lo mismo, y tomando su barbilla limpié sus babeadas comisuras con mi pulgar.

Me acerqué dejando mi rostro a pocos centímetros del suyo. Lo miré fijamente, mientras él solo buscaba mis labios. Rocé mi nariz con la suya y en un fugaz momento lo dejé boca abajo en la cama llevando a Mateo a respingar por la impresión. Le saqué el bóxer y arrugué la nariz deleitado por aquella vista que se plantó ante mis ojos.

Le mordí el hombro, el brazo derecho, bajé y le mordí la cintura, luego fue su cadera y finalmente el glúteo izquierdo. Este último con más fuerza, llevando a que nuevamente se sobresaltara. Me volví a sentar, recostándome en mis almohadas, y tomando a Mateo desde los muslos lo atraje hacía mí y levanté.

Sujetándolo firme, lamí su entrada.

Chilló y contrajo.

—Espera... —dijo desesperado y se removió mientras temblaba.

«Oh, cierto... el morbo», recordé.

—No hay morbo alguno Mateo —susurré y tomando sus caderas lo hice levantar el trasero otra vez, puse mi antebrazo horizontalmente en su zona lumbar y le fue imposible seguir removiéndose.

Mi lengua sedienta, deseosa e insaciable lo hicieron contraerse con fuerza y dar gruñidos con toques agudos. Ya no tenía fuerzas y eso lo enloqueció.

A mí sencillamente me desquició.

Y ya no aguanté más.

Me paré, me terminé de desnudar, me puse un condón y acerqué al borde de la cama.

Lo vi ahí... recostado de espaldas, jadeante mientras acariciaba su miembro e intentaba esconder sus gemidos mordiéndose el brazo.

Ver aquello fue demasiado placentero... Porque de inmediato me imaginé a Mateo una noche cualquiera masturbándose intentando no hacer ruido, disfrutando de sí mismo... Como nunca pudo.

Agarré su cintura con ambas manos y lo giré.

—Alexis... Es que así... —dijo, negándose a la idea.

Pero intuí que simplemente era por seguir su concepción de que no le gustaba esa pose. Y es que su cara me decía que se moría de ganas.

Bajé hasta su altura y le besé la mejilla.

—Solo un poquito... ¿Sí? Probemos nada más tantito... —murmuré melosamente en su oído, al tiempo en que rozaba la punta de mi miembro en su entrada.

Mateo se estremeció entero y gimió desesperado..., pero muy suave. Como un ángel.

—... Bue... bueno...

Puse mi mano en su espalda baja y ubiqué mi pene en su entrada. Mateo agarró y abrazó mi peluche de oso panda, haciéndome sonreír, igual que esa noche del baile.

Lo penetré con suavidad, siendo fácil entrar en su cavidad, puesto que los dos estábamos muy excitados.

Me quedé quieto, esperando a que se acostumbrara, pues advertí que se había tensado, y que había mordido una de las orejas de mi panda con fuerza.

Acaricié sus caderas con las yemas de mi dedos, toque que lo hizo estremecerse y recostar más el torso en la cama. Luego se apoyó en sus codos, levantó la cabeza y se acomodó los lentes con las manos temblorosas.

Aquel secuencia... había hecho que su espalda se arqueara deliciosamente...

Perdí los estribos.

Lo penetré duro. Mateo se sobresaltó y gimió fuerte.

Apreté sus posaderas, cerré los ojos y apreté los dientes, quedándome quieto otra vez, controlándome.

Cuando sentí que ya podía, abrí los ojos otra vez.

—¿Duele? —le pregunté.

Mateo giró la cabeza hasta mirarme. Y negó, embobado.

—No... —jadeó tembloroso, y posó una mano en mi abdomen. Acarició mis abdominales y mis oblicuos, mordiendo su labio inferior.

Y se movió... Ondeó las caderas, autopenetrándose.

Y cerró los ojos y sonrió, encantado.

Y sentí morir. Morir en serio.

Agarré su mano que aún estaba acariciando mi torso, subí por su muñeca... su codo... y cuando llegue a su brazo, apreté este con fuerza. Haciendo que Mateo se incorporara un poco más.

Y ya perdimos el juicio por completo.

Lo comencé a penetrar suave y lento, pero a la vez con firmeza y tensión ejercida por mis caderas y mano en su brazo.

Mateo gemía ahogadamente y yo gruñía.

Comencé a sudar como puerco. Me sentía como si hubiera corrido miles de kilómetros sin parar..., pero a la vez, tenía vigor a tope.

Era tan delicioso que en un momento eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos y gemí y jadeé afligido... Afligido por sentir que era tan vulnerable al placer en ese momento. Que era débil y no aguantaba.

Por suerte reflexioné brevemente sobre esos pensamientos de mierda. Y comprendí que simplemente tenía que seguir disfrutando.

Acerqué más a Mateo a mí, cuya perdición en el éxtasis era incluso mayor que la mía, y dismuí el ritmo.

Comencé a respirar y a gruñir contra su nuca.

Era droga.

—Mateo...

—¿Mmh...? Mmh...

—¿Te confieso algo?...

—¿Qué cosa?... Ay... Ay, Alexis...

—Desde el primer día que te conocí en tutorías... te volviste una obsesión para mí... Y no me enorgullece..., pero si supieras todas las veces que soñé contigo y me corrí pensando simplemente en tu mirada... te asustaría... Mierda Mateo, si supieras todas las veces que imaginé que te tenía así... así mismo...

Mateo gimió desesperado y envolví su miembro con mi mano, tapando la punta con mi pulgar, ya que supe que se correría.

Se afligió y comenzó a llorar, apoyando su nuca en mi hombro.

—No aguanto... Alexis, no puedo... No puedo más... Por favor... Por favor... —suplicó.

Abracé su cintura con fuerza, mordí su cuello y salí de su interior, para darnos un respiro a los dos.

Uno que duró poco. Al cabo de unos segundos él se recostó en la cama, en posición fetal, yo agarré sus muñecas y lo penetré en esa posición...

Aún teníamos aguante.

Al cabo de un rato, miré a Mateo... De verdad lo miré.

Sedado por el placer otra vez.

Una mecha se le pegaba en su frente perlada de sudor, y sus ojos llorosos estaban fuera de órbita. Era como si el placer le hubiera privado de todo aquello que lo hiciera pensar en otra cosa. Lo llenaba en cada fibra, le inundaba las extremidades.

Su sexo palpitaba, rojo e hinchado.

La cruz de su cadena se oxidaba con la sal de su sudor.

Sus lentes... Ni la menor idea.

Mi celular... vibraba a lo lejos, supuse que debía ser mi madre, preocupada y enojada por no haberla llamado reportándome a la hora en que habíamos quedado.

El orgasmo... precisamente ahí llenaba nuestros cuerpos. Y mi boca... gemía indecorosa.

(...)

Eran las ocho de la noche. Mateo tenía puesto mi polerón blanco. Afuera llovía. Hace un rato nos habíamos bañado y comido sándwiches. Ahora estábamos sentados en mi cama, otra vez. Él acurrucado en mi pecho y yo con las piernas cruzadas abrazando su cintura.

Mirábamos mi pared.

—Nueve, diez... Doce —terminó de contar los carteles de los números de maratones en las que había participado pegadas a mi pared.

—En realidad son quince, pero no los he pegado. Y seis medallas y el trofeo del campeonato —dije y levanté mis cejas.

Él se rió y yo lo apretujé en mis brazos.

—Yo... pues tengo un premio de ciencias de cuarto —dijo y sonrió.

Me contagió su sonrisa y se quedó mirando mi pared nuevamente.

—¿Cuál ha sido la más genial?

Yo sonreí y miré el cartel rojo con el número 507.

—Allá... San Francisco —dije e indiqué con mi mentón la parte superior izquierda de mi pared.

Mateo abrió sus ojitos con emoción.

—¿En serio? ¡¿San Francisco?! ¡¿Viajaste a San Francisco?! —exclamó con emoción.

Yo asentí y sonreí.

—Oh, Dios... ¿Y cómo es?

—Es una ciudad hermosa —respondí y volví a sonreír. Me acerqué a su cuello y le besé detrás de la oreja—. Pero, ¿sabes?... Esa no es la mejor —susurré.

Mateo giró para verme.

Esperó a que hablara. Yo lo miré.

«Sí... definitivamente», me convencí.

—La mejor has sido tú.

Mateo se quedó en silencio y después estalló con su risa de desinflación, la cual me contagió.

—¿Qué? Es verdad —dije y él volvió a sonreír, con dulzura—. Eres como la maratón de mi vida.

»──── « ♡ » ────«

HOLAAAA. TANTO TIEMPO.

Si lxs lectorxs antiguxs no entienden porque este cap. no es igual que antes, es porque decidí corregirlo y eliminar una parte que honestamente odiaba y que como expliqué una vez, envejeció muy mal para mí. Sé que más de algunx va a extrañar la versión original, y disculpa en serio, pero es que ya no podía vivir con la conciencia intranquila por esa maldita escena que yo llamaba los "problemas técnicos" de esta historia hasta hace poco nksjjjs, 1 disculpa por eso :')

Aunque si me preguntan, a mí parecer está versión quedó muchísimo mejor, hehe, sí, sí, Dolly es tan feliz 🤤

En fin, ¡muchísimas gracias por leer! Este es el penúltimo capítulo.

Cuídense mucho mucho, ¡les amo! <3

💓💓💓

—Dolly

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