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98. Desactivadas

El aire frío de la noche envolvía a Lilly y Jessy mientras se acercaban a la enorme casona que una vez había llamado hogar. A pesar de las luces apagadas y el silencio, Lilly sentía el peso de cada paso como si su padre aún la estuviera observando desde algún rincón oscuro.

—¿Lista? —susurró Jessy, ajustando sus audífonos y revisando el micrófono.

Lilly asintió, aunque su respiración temblorosa delataba su nerviosismo.

—Dan, ¿estás ahí? —preguntó Jessy, pulsando suavemente el dispositivo en su oído.

La voz de Dan respondió al instante.
—Cámaras y seguridad desactivadas. Tienen diez minutos antes de que el sistema reinicie. Muévanse rápido.

Lilly inspiró profundamente antes de empujar la puerta trasera, que chirrió como si advirtiera del peligro. La casa estaba igual que como la recordaba: fría e intimidante. Avanzaron despacio, los pasos amortiguados por las alfombras gruesas.

—Todo despejado por aquí —susurró Jessy mientras inspeccionaba las habitaciones cercanas.

Lilly caminó hacia el pasillo que llevaba a la oficina de su padre. La puerta de madera maciza seguía igual, imponente y cerrada. Sacó un pequeño clip de su bolsillo, un truco que había aprendido de Jessy, y empezó a trabajar en la cerradura.

—¿Cómo va eso? —preguntó Dan a través del auricular.

—Dame un segundo... —respondió Lilly, hasta que finalmente un clic la hizo suspirar de alivio. Giró la perilla y entró a la oficina.

El olor a cuero y tabaco impregnaba el aire. La habitación estaba ordenada, como si su padre esperara regresar en cualquier momento. La enorme biblioteca cubría una pared entera, pero Lilly sabía que lo importante estaba en el escritorio.

Encendió una pequeña linterna y comenzó a revisar los cajones. Encontró documentos financieros, contratos, pero nada relevante... hasta que tiró con fuerza de un cajón atascado. Dentro había una carpeta negra.

—Lilly, alguien está bajando por el pasillo. Muévete. —La voz de Jessy rompió el silencio, firme pero urgente.

Lilly contuvo el aliento, abrazando la carpeta contra su pecho. Se escondió detrás del escritorio justo a tiempo para escuchar pasos que pasaron frente a la puerta. Cuando todo quedó en silencio nuevamente, volvió a ponerse de pie.

—Estoy bien —susurró, su voz apenas audible.

Abrió la carpeta y su estómago se hundió. Había fotos, nombres y fechas. No solo Jennifer. Había más chicas, al menos seis. Cada una marcada como "Resuelto". Su mente giraba mientras pasaba las páginas. Entonces, encontró un mapa. Una ubicación estaba marcada con un círculo rojo.

—Jessy, tengo algo. Es más grande de lo que pensábamos.

—Sal de ahí ahora —dijo Jessy, su voz llena de tensión.

Lilly cerró la carpeta y salió de la oficina, sus piernas temblaban, pero se obligó a mantener la calma. Encontró a Jessy en el pasillo, quien le hizo un gesto para moverse rápidamente hacia la salida.

—Dan, estamos fuera. Gracias por tu ayuda —dijo Jessy mientras las dos corrían hacia el límite de la propiedad.

Cuando llegaron a un lugar seguro, Lilly soltó un suspiro de alivio, pero su rostro estaba pálido.

—Esto no es solo sobre Jennifer —dijo, mostrando la carpeta a Jessy—. Es mucho peor de lo que imaginábamos.

Jessy miró los documentos y luego a Lilly, su expresión endureciéndose.
— hay que mostrarle esto a Alan de inmediato antes de que noten que no está.


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El ambiente en la comisaría era denso, cargado de tensión. Hannah estaba sentada en una silla metálica, esposada, con la mirada fija en el suelo. Su padre, un hombre de porte imponente, discutía con el comisario frente a la sala de interrogatorios.

—Mi hija no tiene nada que ver con esto —dijo el hombre, golpeando el escritorio con la palma abierta—. Quiero que la liberen de inmediato. Esto es una injusticia.

Tony, el tío de Mc, no se quedó callado.
—¿Injusticia? —espetó, acercándose con una mirada desafiante—. Su hija sabía exactamente lo que estaba haciendo. Es cómplice de un secuestro y debe pagar.

Hannah alzó la vista, sus ojos mostrando una mezcla de diversión y desafío. Pero no dijo nada.

Mientras tanto, Jake y Alan observaban desde una esquina de la comisaría, alejados de la disputa. Jake cruzó los brazos, su mandíbula apretada, mientras Alan intentaba procesar todo lo que ocurría.

—Esto no nos está llevando a nada, deberíamos de estar yendo por Mc —murmuró Jake, sabía que si no se controlaba podría empeorar la situación.

De repente, un sonido rompió el bullicio: un teléfono vibrando. Alan sacó su celular del bolsillo, frunciendo el ceño al ver el remitente. Era un mensaje de Jessy. Lo abrió rápidamente y leyó las palabras que hicieron que su expresión se endureciera.

"Tenemos información sobre el padre de Hannah. Es mucho más grave de lo que pensábamos. Necesitamos hablar ahora."

Alan levantó la vista, su mente ya trabajando a toda velocidad. Miró hacia su equipo y luego hacia Jake.

—Asegúrate de que vayan por las chicas —dijo en voz baja, pasando una rápida instrucción a un oficial cercano—. Que las pongan a salvo, ahora.

El movimiento no pasó desapercibido para el padre de Hannah, quien notó la mirada afilada de Alan. Frunció el ceño, sus ojos centelleando de sospecha.

—Disculpen un momento —dijo el hombre, su tono excesivamente cordial mientras se dirigía hacia la puerta de salida.

Jake lo observó, inquieto.
—¿Qué está haciendo?

Alan negó con la cabeza, manteniendo la vista fija en el padre de Hannah.
—Algo no está bien...

Pasaron unos minutos, pero el hombre no regresó. Alan, sintiendo que algo andaba mal, se acercó al comisario.
—¿Dónde está el padre de Hannah? —preguntó con urgencia.

El comisario levantó la vista de los documentos que revisaba, sorprendido.
—Dijo que salía a tomar una llamada.

El corazón de Alan se aceleró. Corrió hacia la puerta de la comisaría, con Jake siguiéndolo de cerca. Afuera, no había señales del hombre.

—Se escapó —murmuró Jake, maldiciendo entre dientes.

Alan volvió a mirar el mensaje en su celular, sabiendo que el tiempo estaba en su contra.
—Si Jessy tiene esa información, no estamos a salvo. Ni ellas tampoco. Tenemos que encontrarlo.



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