92. Pimpollo
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El cielo comenzaba a teñirse de sombras cuando Mc salió del pequeño supermercado, sosteniendo una bolsa con algunas cosas para la cena. El aire de la tarde se había enfriado, y las luces de las calles titilaban mientras el pueblo comenzaba a sumirse en la penumbra. El silencio envolvía todo, a excepción de sus pasos y el ocasional murmullo de hojas movidas por el viento.
Mc apretó el paso, con la mente puesta en llegar a la casa de Cleo, donde se estaba quedando. A pesar del cansancio del día, una ligera incomodidad se apoderaba de ella. Las calles estaban vacías, demasiado tranquilas, y ese silencio que en otras ocasiones habría sido reconfortante, ahora parecía extraño, casi amenazante.
A medida que avanzaba por las estrechas aceras del pueblo, comenzó a notar algo: un leve crujido detrás de ella, como el eco distante de pasos. Al principio, pensó que podría ser su imaginación, pero los pasos parecían sincronizarse con los suyos, deteniéndose cuando ella lo hacía. Una inquietud empezó a subirle por la columna, y su piel se erizó.
Intentó calmarse, respirando hondo y diciéndose que estaba exagerando. "Solo falta un poco más", se dijo, ajustando la bolsa en su brazo y mirando alrededor. No vio a nadie, pero la sensación persistía, como si unas miradas invisibles se clavaran en su espalda. No podía evitar mirar una vez más por encima del hombro, y aunque no vio a nadie, su corazón empezó a latir con fuerza.
Cuando giró hacia un callejón más estrecho, una ruta que conocía bien y que la llevaría más rápido hacia la casa de Cleo, la sensación de ser observada se intensificó. Pero entonces, antes de que pudiera reaccionar, sintió un movimiento a su lado, algo que se acercaba a gran velocidad.
Un golpe repentino y brutal en la cabeza la hizo tambalearse. El mundo a su alrededor giró y, antes de que pudiera siquiera gritar, todo se volvió negro. Su cuerpo cayó al suelo, deslizándose sobre el frío pavimento mientras la oscuridad se la tragaba por completo.
El atacante, una figura sombría, no perdió el tiempo. Se inclinó sobre ella y, con fuerza, la levantó, arrastrando su cuerpo inconsciente hacia el bosque cercano. Nadie parecía haber visto lo sucedido... o al menos, eso creía.
Pero desde detrás de un arbusto, oculto entre las sombras, Alfie, un niño del pueblo, había sido testigo de todo. Había estado jugando cerca, como solía hacer después de la escuela, cuando vio a Mc caminando sola y al desconocido. A pesar de que su madre siempre le decía que no debía quedarse fuera hasta tarde, la curiosidad lo había mantenido allí, observando a escondidas. Cuando vio a la figura atacar a Mc , sus ojos se agrandaron de terror, su pequeño cuerpo se tensó.
Sabía que no debía hacer ruido, pero tampoco podía quedarse allí sin hacer nada. Temblando de pies a cabeza, Alfie dio un paso atrás, con la mente trabajando frenéticamente. Sabía que tenía que buscar ayuda... y rápido.
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