11. Imanes.
Me encontraba caminando por la playa viendo como el cielo se ponía violáceo y las nubes jugando al escondite detrás del sol que disparaba sus últimos rayos para dar paso a la dama de piel blanca que tiene en su boca todos los secretos de la noche. Te había dejado varios mensajes y no me contestaste. Te vi sentado en una roca como si fueras un tritón vigilando el mar y me quedé ahí observándote y pensando en que haría falta miles de estrellas fugaces para olvidarte, me acerqué a ti y puse una mano en tu hombro y tú me miraste y me reprimí las ganas crecientes de besarte. Tu cabello estaba desordenado como las olas alborotadas que juegan a cuál de ellas llega antes a la orilla. Tus pestañas se revolvían como las corrientes marinas. Tus rasgos faciales estaban tranquilos como si de un río en su etapa final se tratase, luego aparecieron surcos, frunciste el ceño, parecía que una tormenta se había desatado en tu mar de tranquilidad. Me acerqué a ti a paso seguro, esquivaste mi mirada como un excursionista que sortea los peligros. Giré tu barbilla hacia mí.
-Esto ha sido un error- hice caso omiso a la daga que eran tus palabras.
-El error fue separarnos- dije con seguridad en mi voz.
-Sabes que no voy a poderte dar lo que mereces, eres una persona maravillosa y buena que necesitas una lluvia de promesas cumplidas, una lluvia de besos y seguridad, conmigo vas a estar siempre al filo, te dispararán cuando menos te lo esperes, no nos entenderán
– había tristeza en tu voz, te cogí la mano y miré a tus penetrantes ojos y dije
- Me da igual que me disparen incomprensiones, no quiero que el mundo gire y que las horas pasen si tú no estás conmigo. Sé que te asusta lo que tu padre pueda llegar a pensar, pero tus ojos dicen que quieres lo mismo.
- Te prometo que por mucho que nos separen acabaremos encontrándonos- y ahí nos besamos como la primera vez.
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