Capítulo 18
NOÉ & EDUARDO
Ver en el estado que se encontraba Marisa me hizo recordar por alguna extraña razón a Naiya. Sé que son dos mujeres totalmente distintas, pero aún así presiento una vil semejanza entre ambas.
Las lágrimas recorrían su rostro y su miedo se podía apreciar en sus ojos castaños.
Me aproximé hasta donde se encuentra ella sentada con su manos temblorosas agarrando el móvil. Le hablé bajito pero firme y con confianza, de alguna manera quería demostrarle mi apoyo y por supuesto lo que por ella siento y dado las circunstancias no iba a dejarla sola.
En menos de una hora ya estábamos en la casa de Eduardo. El recibimiento no fue muy afectuoso que digamos, pero dado que los dos no nos tragamos, fui yo el primero que comenzó hablando sin soltar de la mano a Marisa.
—¿Qué diablos haces tú aquí Robles?—Los ojos de Eduardo están llenos de furia, por supuesto yo no me voy a estar callado y más tratándose de Marisa.
—Eso es lo que yo quiero saber, qué pretendes Eduardo con tratar así a tú hermana.
—Mira Noé largate donde yo no te vea porque aquí andas sobrando.
—Me iré cuando me asegure que Marisa esté bien.
—Edu, escúchame. Yo no me quiero ir para el pueblo, deseo estar aquí, quiero mi independencia, por favor déjame.
—Para qué golfa, para acabar en la cama con este hombre y te haga lo le hizo a Naiya. Eh, contesta.—Aquel hombre que comenzaba a gritarle a Marisa debía ser su padre. La conversación empezó a caldearse, aquel hombre no solo me estaba ofendiendo a mí, si no que trataba a Marisa sin modos algunos. Y aquello ya estaba comenzando ha cabrearme, apenas podía contener mi ira y acabé abalazándome sobre Eduardo con la intención de volver a coger a Marisa y que su padre no se la llevase en contra de su voluntad. Pero ni mis esfuerzos ni mis palabras sirvieron de nada. Su padre se la llevó para el pueblo y yo me quedé inmovilizado, sujetado por Eduardo sin saber qué hacer. Me encontraba tan perdido, tan incapaz de hacer nada. Pero no. No estoy dispuesto ha quedarme con los brazos cruzados, y por supuesto Eduardo me va ha escuchar.
—Estarás contento ¿no?—Mis ojos llenos de rabia se clavan en Eduardo que sigue retandome.
—Métete en tus asuntos Robles y deja a mi hermana en paz.—Su aviso salía entre dientes cargada de rencor.
—Me meto porque te estás equivocando Eduardo.
—No te voy ha consentir que le hagas a mi hermana lo que le hiciste a Naiya.
Aquel comentario hizo que me redumbase de nuevo. Al parecer mis actos en el pasado me van a perseguir por el resto de mi vida. Alcé mi cabeza con orgullo dejando atrás mis remordimientos para defender a Marisa con uñas y dientes.
— Parece mentira Eduardo qué sabiendo tú toda la historia me vengas con estas. Pero sabes lo que te digo Eduardo, que si yo fui un miserable con Naiya, tú eres lo peor por hacerle esto a tú hermana. Si, a tú hermana, sangre de tú sangre.
—Si tú no te hubieras arrimado, mi hermana no tendría que pasar por todo esto. Tú eres el culpable de todo lo que le sucede.
—De acuerdo. Si con eso te sientes mejor, échame a mi la culpa. Pero debo decirte que tú eres el mayor culpable de que tú padre se haya llevado a Marisa de vuelta al pueblo. Eres un miserable Eduardo que solo piensas en ti, porque si de verdad te hubiera importado tú hermana, no le hubieras hecho lo que le has hecho. Y ahora dime: ¿Qué as conseguido con todo esto?
—Déjame en paz Robles y lárgate.
—Si, me voy, porque no quiero seguir perdiendo el tiempo contigo cuando Marisa me necesita.
Salí de la casa de Eduardo desorientado y furioso conmigo mismo. Le había prometido a Marisa que la protegería y la cuidaría y no he hecho ni la mitad. Una llamada desde la oficina me devuelve en sí. Respondo la llamada, para mi pesar debo acudir a la oficina.
Cuando Noé se marchó Eduardo se quedó algo pensativo, reflexionando acerca de las palabras de Noé. Minutos después, ya arreglada salió al salón donde se encontraba Eduardo sentado con sus manos en su cabeza.
Clara tomó asiento cerca de él, agarrándole de sus manos, se quedó contemplado cada movimiento que él hacía.
—Clara qué ha sido lo que hecho.
—Eduardo, no te culpes de nada. Has hecho lo correcto, sabes que si tú hermana hubiera llegado ha enamorarse de mi hermano, tú y yo no podríamos estar juntos.
— ¿Es que acaso somos algo, Clara? Estoy llegando ha replantearme que tan sólo somos amigos con derecho a roce. Qué solo piensas en ti misma y yo como un estúpido he hecho todo lo que tú me has dicho.
—Cálmate Eduardo. Qué, acaso hubieras querido que tú hermana pase por lo mismo que pasó Naiya. Noé es mi hermano, pero lo que hizo no tiene justificación.
—Te voy a decir una cosa Clara, Marisa no es Naiya. Y yo soy peor que Noé por haber mandado de nuevo a Marisa a mi casa sabiendo lo que le espera. Qué clase de hermano soy.
Apenado Eduardo salió de su casa envuelto en culpas empapelando aquellas conversaciones que ha mantenido con su hermana. Decidido a reparar su error, se montó en su auto, encendió la radio y se dispuso ha conducir hasta su pueblo con la intención de enfrentarse a su padre.
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