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Capítulo 96: Protesta.

Entonces...

— ¡A-...! —un gritó ahogado salió de la garganta del Clive, ahogado porque literalmente le cubrieron la boca cuando gritó al sentir como su pie era prácticamente aplastado por alguien más.

— Oops... me tropecé —sonrió el maestro Adrián Bach, cubriendo la boca del maestro Clive, quien tenía una expresión de pánico al verlo sonreír de esa manera tan escalofriante— Lo siento —sin embargo, no quitó su pie.

‹Eso no fue un accidente...› pensó Valentino, con una mezcla extraña de sentimientos que fluctuaban entre el miedo y la ira que aun sentía.

— No vas a gritar así sólo por un pequeño pisotón, ¿Verdad, Welch?

La voz del maestro era muy suave, una voz que parecía la de alguien que lee un cuento para dormir a un niño y no la de alguien que está amenazando descaradamente a un compañero de trabajo aprovechando que hay unos 15 centímetros de altura entre ambos.

De inmediato Clive negó con la cabeza, claramente desesperado porque aquel hombre que con facilidad media 1,90 le soltará y dejará de aplastar su pie.

— Buen chico —y sólo entonces lo soltó.

Fue el crimen perfecto. Todos estaban distraídos con lo que sucedía delante y sólo Valentino, quien por obvias razones no iba a defenderlo, vio esta interacción entre ambos, además... Clive parecía tan aterrado que dudaba que dijera algo.

—...—Valentino miró en silencio al maestro que hace sólo 5 minutos le parecía una persona muy amable y pacífica, mirar con satisfacción como Clive salía corriendo lejos de él.

Adrián lo miró por un momento y luego, sin quitar su mirada oscura de él, puso su dedo en sus labios e hizo un gesto de silencio con una sonrisa amable en sus labios.

‹Este tipo da miedo› pensó, asintiendo de inmediato.

— El maestro Welch es despreciable.

Eso fue lo que escuchó París, mirando como el maestro Raisa miraba al maestro Welch con ganas de asesinarlo.

¿Qué sentía en ese momento...? No lo entendía del todo, pero, por un momento, sintió ganas de caminar hacia allá y ahorcar a ese gordo bastardo.

— V-Vamos, Alexander —tartamudeó Welch, levantándose a tropezones del suelo y acercándose al par de hermanos— Tú sabes que...

— Por favor, no te acerques o no responderé a mis acciones —advirtió Alexander, mirándolo como quien mira un montón de basura.

—...—la expresión de miedo que tenía Welch pasó de ser miedo a volver a mostrar ira— ¡¿Quién te crees para amenazarme?! —gritó, rojo de ira— ¡Yo soy Heron Welch, y tú sólo eres un muerto de hambre que consiguió un trabajo por pura suerte en MI academia!

Si antes la mitad de los presentes le querían matar, el asco generalizado hacia este hombre se había extendido a todos los presentes ante esa arrogancia y el hecho que estaba tratando mal al maestro Alexander, quien era un profesor muy querido entre los estudiantes presentes.

— ¡Voy a hacer que te despidan a ti y a toda tu panda de huérfanos abandonados por Dios! —con cada palabra el maestro daba un paso, apuntando al rubio con todo el desprecio que pudo reunir y con veneno destilando en cada palabra. Cuando lo tuvo al alcancé de su mano, levantó la mano, dispuesto a golpearlo, pero algo, o mejor dicho, alguien lo detuvo.

— Veamos quien esta abandonado por Dios cuando le contemos todo a su esposa, señor Welch —sonrió como si nada el maestro Aiden, sosteniendo su mano antes de que pudiera acercar su mano a Alexander, quien tenía una mirada de pocos amigos.

— ¡Tú! ¡Hijo de puta, suéltame!

— ¿Qué dijo? ¿Qué quiere que lo lleve a decirle a su esposa? —aumentó su sonrisa, sosteniéndolo de tal forma que Welch ya no se pudo mover— Sus deseos son ordenes~.

— ¡Bastardo! ¡Suéltame! —gritó, tratando de soltarse de la llave que le hizo Ayers, pero, claramente, no pudo hacerlo, su condición física no se lo permitió.

— ¿Qué esta muy suelto? Con gusto arregló eso —y así lo apretó más, inmovilizándolo por completo, comenzando a arrastrarlo hacia la oficina de la directora, pero por un momento se detuvo y volteó a la multitud— ¿Alguien quiere acompañarnos a testificar? —preguntó a los alumnos, sin mostrar señales de querer soltar al tipo.

Entonces más de 30 manos se levantaron, entre ellas las manos de casi todos los profesores presentes y las manos de los capitanes de los equipos de la academia.

— ¡Así se habla! ¡Vamos a contarle a la directora! —sonrió infantilmente Aiden.

— ¡Suéltame!

Y así, otro día de entrenamiento de los deportistas de la academia Belial fue exitosamente arruinado por culpa del maestro Welch. La directora claramente no estaba nada feliz con eso.

— Maldita sea —murmuró la directora, viendo a su esposo con una mezcla de molestia, decepción, ira y muuuucho estrés.

Ya habían pasado muchos alumnos que afirmaban esto, entre ellos los capitanes de los equipos, ¡E incluso varios profesores! ¿Cómo diablos se suponía que debía actuar?

— Directora Mein.

La atención de los capitanes y los profesores presentes se dirigieron a quien había hablado: la capitana del equipo de beisbol femenino, Stephany González, quien tenía una mirada llena de decisión, muy contraria a la mirada llena de cansancio de la directora.

París pudo notar que esa chica se puso nerviosa al notar que todos en la oficina la veían, pero aun así no vaciló.

—... En nombre de todas mis compañeras del equipo de beisbol femenino, quería informar que nos vamos a negar a entrenar o a participar en algún partido hasta que el maestro Welch sea quitado de su labor de profesor de educación física.

—...

Silencio absoluto.

— ¿Estás segura? —preguntó la directora, quien por un momento había creído que su estado de ánimo pudiera empeorar. Se equivocó.

Asintió— Todas mis compañeras estamos de acuerdo.

París pudo notar la expresión de pánico que puso el profesor Clive al escuchar esas palabras, después de todo, en tan sólo un par de meses había un encuentro deportivo entre varias escuelas y ahí se decidiría quienes podían ir al torneo de este año.

— Stephany...—intentó convencerla.

— Por su culpa Aylin, un importante miembro de nuestro equipo, salió herida —lo miró a los ojos— No hay forma que deje pasar esto.

La expresión de molestia que puso ese profesor le dejo en claro a París que él no veía a Aylin como alguien grata.

‹Como su padre...› pensó, y miró a los demás capitanes y sus entrenadores. Todos tenían expresiones contrariadas, por un lado querían apoyar a Aylin e intentar que ese molesto profesor se alejara de ellos de una vez por todas, pero a su vez no querían arriesgar algo tan importante...

Chloe frunció el ceño, probablemente disgustada por el silencio que había surgido en el lugar— El equipo de atletismo se une a la protesta del equipo de beisbol femenino —declaró, logrando que el maestro Aiden sonriera con una mezcla de orgullo por su alumna y burla hacia los Welch.

Karim, quien de momento se sintió inspirado, o quizás intimidado por la mirada que le dio Chloe, habló— El equipo de natación se une a la protesta del equipo de beisbol femenino.

Romeo sonrió— El equipo de basquetbol, división masculina, se une a la protesta del equipo de beisbol femenino.

París miró a su entrenadora, quien lo miró con una expresión de preocupación y suspiró, sabiendo que haría lo que quería igualmente, para luego asentir— El equipo de rugby se une a la protesta del equipo de beisbol femenino.

Entonces, Christopher, sin querer dejar a París solo en esto, habló— El equipo de futbol americano se une a la protesta del equipo de beisbol femenino.

Quizás sólo estaban abusando de su autoridad como capitanes de sus respectivos equipos, quizás sus compañeros se enojarían por haber puesto en jaque al equipo en una fecha tan importante, pero uno a uno los equipos comenzaron a formar parte de la protesta para alejar al profesor tenebroso de ellos.

Con cada capitán que decía unirse a la protesta, el expresión de la directora se descomponía cada vez más, y cuando el último equipo presente se declaró en protesta, tomó una decisión.

La directora vio a su esposo, quien tenía una expresión de disgusto absoluto, y suspiró— Heron...

— No me digas que...

— Lo lamento, no puedo quedarme sin equipos deportivos —se disculpó, pero su disculpa cayó en oídos sordos, pues él se levantó y salió de la oficina, azotando la puerta de paso—... Pueden irse.

‹ ¿Por qué se casó con alguien así? › se cuestionó París, pero no fue el único en la oficina en cuestionarse eso.

Si bien perdió mucho tiempo en esto, estaba bastante seguro que no se iba a arrepentir, después de todo Welch era un tipo demasiado tenebroso para su gusto.

— ¿No te vas a tu dormitorio? —cuestionó, viendo que Christopher estaba yendo al lado contrario de la academia.

— Ah, no —negó, nervioso— Voy a ver a mi novia, ella ya salió del hospital.

— Ah...—fue lo único que se le ocurrió pronunciar ‹Ya había olvidado de la novia de Christopher› suspiró— Oye, ¿Tienes una foto de ella...? —se atrevió a preguntar— Tengo curiosidad sobre como luce.

— ¡Claro, tengo varias! —sonrió Chris, deseoso de presumir sobre su relación, sin siquiera sospechar el verdadero motivo por el que su amigo quería ver como lucía su novia.

Cuando Chris tomó su celular y comenzó a buscar en su galería fotos de su novia, sintió un nudo en la garganta al verlo tan entusiasmado. Tragó duro, intentando deshacerse del nudo y de una vez saber si esa Bianca era la misma que la Bianca que estaba con su padre ese día.

— Aquí e- ¡Wah...!

Como si fuera en cámara lenta, pudo ver como Christopher tropezaba con sus propios pies y caía al suelo, soltando su celular en el proceso, el cual salió volando y se estrelló en una esquina de la calzada.

*¡Crash!*

— ¡Noooo! ¡Mi celular! —Chris, a tropezones, se levantó del suelo y corrió a donde había caído su celular— ¡No! ¡Maldita sea! ¡Se rompió la pantalla! —se agarró el cabello— ¡Mi padre me va a matar!

—...—miró el celular en manos de Chris, quien lucía realmente desesperado ya que era un celular nuevo. La pantalla estaba rota por completo, de hecho ahora le faltaban unos cuantos trozos de pantalla, dejando rayas de todos colores que no permitían ver la imagen que había en el teléfono un momento antes ‹Tienes que estar bromeando...›

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