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Capítulo 90: Cuchillo.

Abrió los ojos por culpa de la alarma o, mejor dicho, porque cayó al piso intentando alcanzar su alarma.

— Agh...—levantó la cara del piso, aun escuchando la horrible canción que tenía de alarma ‹Vaya forma de empezar el día› pensó para sí, teniendo ganas de subirse a la cama y volver a dormir, pero... eso significaba lidiar con su padre ‹Mejor me levanto›

Como de costumbre, entró al baño y se duchó pero... cuando iba de vuelta, con la toalla en su cintura, notó que algo estaba muy fuera de lugar....

— ¡Esa perra, Annie, esa perra...! ¡Annie...! —escuchó los llantos de borracho de su padre, quien estaba llorando en brazos de la sirvienta, Annie, mientras murmuraba algo inentendible. Su padre estaba sucio, su ropa estaba mojada y tenía rastros de nieve; de seguro había estado bebiendo y, a juzgar por su estado, se había quedado tirado en la nieve...

‹ ¿Por qué no está muerto? › ese pensamiento asaltó su mente mientras que los lamentos de su padre le hacían doler los oídos.

— ¡París! —el aludido se paralizó por completo al escuchar ese llamado— ¡Ven aquí ahora! —ordenó su padre, con las palabras arrastradas.

— Pero...—intentó protestar.

— ¡Ven aquí, maldito mocoso! —ordenó, usando su "colorido" vocabulario como de costumbre, pero con la excepción de que ahora Annie estaba ahí. Él nunca era violento con ella en la casa, pero... no quería arriesgarse.

—...—apretó los labios mientras maldecía su suerte, comenzando a bajar la escalera ‹No debí mirar› se dijo a sí mismo, caminando hasta quedar en frente de ese borracho.

— París...—su padre tragó duro y se intentó parar en vano, terminando apoyado en la pared.

— Yo... los dejo solos...—dijo la sirvienta.

Al escuchar esto quiso gritarle que no lo hiciera, pero no pudo. Cuando terminó de procesar sus palabras ella ya se había ido.

— París... hijo...

París tuvo el disgusto de que su padre diera un paso y terminara aferrándose a él para no caer, dejándole sentir de primera mano todo ese olor a alcohol y suciedad que venía de él. Él estaba sucio.

— Tú eres un muchacho... un buen muchacho —divagó— Pero el peor enemigo de... los hombres como tú, son las mujeres. Las mujeres... aprovechadas —declaró, levantando su mirada para verlo a los ojos. Su mirada estaba perdida, perdida por el alcohol— Esas mujeres que te emborrachan y luego te obligan a hacerte cargo de... un niño ¡O de dos!

Sabía que no quería escuchar lo siguiente, pero... no podía dejarlo caer, por más que quisiera, no podía...

— La perra de tu madre y... ustedes, arruinaron mi vida —declaró con demasiada firmeza para estar ebrio— Si tú ni esa basura hubieran nacido ¡Yo sería feliz! —de pronto, esta charla se volvió un reproche, con su padre tomándolo de los hombros y comenzando a sacudirlo— ¡Si sólo ustedes no hubieran nacido yo sería feliz con Rada! ¡Tan feliz...! ¡Tendríamos hijos propios y no a ustedes, par de malditos bastardos!

El empujón que recibió... mentiría si dijera que no se lo esperaba.

Sintió su espalda desnuda golpear contra la pared, mientras veía a su padre derrumbarse frente al cuadro que había en esa misma pared.

— ¿Por qué tuviste que nacer, París? —sollozó— ¿Por qué tuvieron que nacer de esa mujer? ¿Por qué no pude ser feliz con Rada? —el llanto desgarrador que su padre soltó tras estas palabras le puso los pelos de punta.

— ¡Señorito! —escuchó la voz de la sirvienta, quien lo vio en el suelo y lo ayudó a levantarse de inmediato.

— ¡Te lo mereces! —gritó su padre, con el rostro cubierto en lágrimas— ¡Todas esas marcas en tu piel, todas te las mereces! ¡Tú jamás debiste nacer...!

Nunca pensó que las palabras de ese viejo alcohólico le dolieran tanto...

Annie, entonces, le cubrió los oídos y pudo verla reclamarle a Celso, pero...

— ¿Está bien, señorito? —preguntó, dejándolo en su cama.

—...Quiero bañarme.

— Pero...

— Por favor, Annie, llévame al baño.

Pero, aunque ella le cubrió los oídos, aun así pudo escucharlo. Como cada noche, ahí estaba Celso Berardi, llorándole a la pintura de la entrada, la pintura de Rada Utkin, su madrastra.

No importó cuanto tallara, la suciedad no se iba y nunca lo haría. Esas marcas, esa suciedad, jamás se iría porque estaba tallada en su cuerpo y no importaba que hiciera, jamás se irían... Esas cicatrices en su cuerpo, jamás se irían...

‹ ¿Por qué yo? › se preguntó, recordando que la piel de Valentino no tenía ningún tipo de marca ‹ ¿Por qué yo tuve que ser yo...? ›

Cuando salió del baño, en un intento de acallar esos llantos, se colocó sus audífonos y puso a Giselle, intentando olvidarlo todo. Simplemente, nunca era muy temprano para escucharla...

— ¿Hola? Tierra llamando a París...—Chris al ver que París no lo estaba escuchando, finalmente le quitó sus audífonos.

— ¿Qué crees que haces? —gruñó, intentando recuperar sus audífonos.

— ¡No! ¡Estas actuando raro y no me estas escuchando por usar estos! —le reclamó, alejando de él sus audífonos.

Estuvieron así un rato, con él intentando recuperar sus audífonos mientras que Cristopher intentaba alejarlos de él, pero, al final, él ganó.

— Ha... ha... ¿De dónde sacaste tanta energía? —reclamó Chris, ya derrotado, entregando los audífonos.

— Artes marciales...—respondió vagamente, tomando sus preciados audífonos de vuelta, de algo tenía que servir tener un maestro sádico. Hablando de su maestro sádico, hoy tenía clases con él...

— ¿Pasó algo interesante en el mundo exterior? —preguntó Christopher, hablando mientras comía.

‹ ¿Cómo puede hacer eso sin atragantarse? › se cuestionó— Pues...—rememoró un poco— Cuando venía hacia aquí, vi a la policía. Tal parece robaron una tienda en la zona...

— ¡Wow! Este año están superándose a sí mismos.

Sin embargo, había algo en la mente de París que no podía evitar recordar de ese momento, al policía que estaba recogiendo testimonios ‹Sus ojos eran muy raros...› pensó, recordando que sus miradas se cruzaron un momento. Uno de sus ojos era azul, extremadamente azul, un azul que se le hacía familiar, pero el otro... su otro ojo era completamente negro.

— ¡París!

De pronto salió de su ensimismamiento al sentir como Christopher lo agitó, intentando sacarlo, otra vez, de sus pensamientos— ¿Qué...?

— Últimamente te la pasas mucho en tus pensamientos —se quejó— Te decía que tengo que ir con el entrenador, para hablar sobre el entrenamiento de hoy...

— Está bien...—asintió, aun algo ido.

— No me extrañes mucho —rió, despidiéndose de manera muy exagerada.

—...—suspiró ¿Cómo se había hecho amigo de alguien así...? Pero, por más molesto que fuera Christopher, era un buen amigo.

Miró su celular, notando que faltaban unos minutos para la clase de artes marciales.

‹Ojalá el maestro no trate de destruirnos hoy...› pensó, recordando la última clase que tuvieron, aunque, realmente no tenía muchas esperanzas de que eso ocurriera...

El dojo estaba en el piso -1, así que rápidamente se dirigió a la escalera que llevaba al dojo, pero... no se esperaba encontrar con Aylin, quien iba acompañada.

— Puedo bajar yo sola —escuchó a Aylin, quien parecía fastidiada.

— Te vas a caer —escuchó a Shun.

— Que no-... ¡Wah!

Desde su posición, París pudo ver como Aylin se tropezaba, pero rápidamente era sujetada por Arnulf.

— Te lo dije, te dije que te ibas a caer, pero eres muy terca —se quejó Shun, bastante frustrado.

— ¡Pero-...! —la queja de Aylin murió en su garganta ya que Arnulf la tomó en brazos y simplemente comenzó a bajar las escaleras, ignorando por completo sus réplicas— Raoul... Ya me puedes bajar —se quejó una vez habían bajado la escalera— Raoul...

— No.

— Te vas a caer otra vez —sentenció Shun, quien parecía estar de acuerdo en no dejarla caminar.

‹Se ven bastante acostumbrados...› pensó para sí, dudando si bajar ahora o esperar, pero sin dejar de preguntarse el porqué la estaban cargando.

Al final decidió esperar a que se adelantaran, no es como si esperar un momento fuera a llegar tarde...

— ¡Bien, mis pequeños saltamontes! —exclamó el profesor Ayers, tan animado como de costumbre— Hoy les tendré piedad, así que el calentamiento será más tranquilo.

Los suspiros de alivio de todo el equipo de Kickboxing no se hicieron esperar, incluso en los que llevaban más tiempo entrenando parecían aliviados, pero la atención de París estaba en otra parte.

Aylin estaba sentada junto al señor Aage, luciendo como una niña regañada.

— Practica con esto —indicó el maestro, entregándole algo que parecía una navaja suiza y un par de guantes anti-cortes. Cuando Aylin tomó esa navaja y la abrió, sus ojos brillaron al ver que era una navaja mariposa.

‹ ¿Esas cosas no que eran ilegales? › se cuestionó al ver eso.

— Ten cuidado de no cortarte un dedo y nada de lanzar la navaja como si fuera un dardo —ordenó, logrando que Aylin pusiera una cara de disconformidad— Me pregunto de quien sacaste esas malas mañas...—suspiró al ver su expresión, aparentemente agotado.

— Pues ahora mismo lo estoy viendo, abuelo...—dijo Aylin mirándolo fijamente, mientras se colocaba los guantes.

Ante esto, Aage desvió la mirada— Como sea, si logras hacer cinco trucos con ella te la puedes quedar —sentenció.

Con estas palabras, mágicamente toda la disconformidad de Aylin desapareció— ¡Genial, gracias abuelo!

— ¿Dónde estas mirando? El entrenamiento ya empezó, París~.

El escuchar la voz de su maestro tan cerca de él logró hacerlo temblar— Yo...—intentó excusarse.

— Contigo hoy no tendré piedad —sonrió, firmando su sentencia de muerte.

‹Mierda›

Cuando el entrenamiento de Kickboxing terminó, todos los alumnos estaban en buen estado, todos menos París...

— 10... 9... 8... 7... 6... 5... 4... 3... 2... 1 —contó Aiden, viendo a París hacer plancha. Cuando la cuenta termino, él se derrumbó en el suelo, ni siquiera tuvo fuerzas para quejarse, sólo se quedó ahí, recuperando el aliento.

— ¿Cómo puedes ser tan débil? —escuchó a su lado. Levantó la mirada, viendo a Beatriz mirarlo desde arriba con desaprobación.

—...—decidió que iba a ignorarla, no tenía ganas ni fuerzas para responderle.

— Señorita, esta es la división de kick... boxing —escuchó la voz de Arnulf, cosa que lo descolocó. Nunca lo había escuchado hablar más de un monosílabo— No la división de taekwondo —declaró, poniéndose entre ambos.

¿Lo estaba defendiendo...?

Pudo escucharlos discutir, pero no pudo escucharlos bien ya que estaba intentando levantarse del suelo.

— ¡¿Cómo te atreves a hablarme así?! —cuando se levantó, pudo ver a Beatriz levantar la mano, dispuesta a darle una cachetada a Arnulf, pero...

‹ ¿Por qué no te mueves? › se cuestionó, notando que, de hecho, Arnulf no mostró ningún atisbo de defenderse de esta agresión. Había visto a Arnulf entrenar, él era parte del equipo de boxeo y era un alumno de Kickboxing experimentado, él podía evitar el golpe fácilmente, pero ¿Por qué no se movió...?

La respuesta a esta pregunta fue un cuchillo que pasó volando a centímetros del rostro de Beatriz.

*Clanc*

El sonido de la navaja mariposa cayendo al suelo rompió el silencio repentino que se formó ante este evento.

— Oops... se resbaló de mi mano. ¡Lo siento! —sonrió Aylin.

‹Eso no fue un accidente› pensó, sudando frio.

—...

Beatriz no respondió, estaba paralizada en su lugar, con la mano aun en alto, completamente pálida...

— ¡Aage! ¡Controla a tu nieta! —reclamó el maestro de taekwondo, viendo el estado en que quedo su destacada alumna.

— Fue un accidente —negó el anciano, sin mucho interés, viendo como Aylin recuperaba la navaja.

— ¡¿Cómo estas tan seguro?!

— Porque de haber sido a propósito, estaríamos en sala de emergencias —negó con la cabeza— No hay forma en que Aylin hubiera fallado ese tiro.

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