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Capítulo 60: Te odio, padre.

[Advertencia: Este capítulo contiene temas que pueden afectar la sensibilidad de algunas personas. Se recomienda discreción.]

Odiar el lunes era algo muy común, muchos consideraban al lunes como lo peor del mundo; algunos otros odiaban el fin de semana, pensando en lo aburrido que era tener tiempo libre, en casa, a solas con tus pensamientos. Sin embargo, había personas que odiaban fechas específicas, como el día que alguien importante en tu vida murió o el día en que viviste algo especialmente traumático.

Los gemelos Berardi no fueron una excepción a odiar algún día. No les gustaba navidad pues estarían obligados a ir a una aburrida fiesta de navidad, tampoco eran muy apasionados por las vacaciones, ni mucho menos el tiempo en que el psicópata del bosque se ponía a "cazar" a sus víctimas, odiaban muchos días la verdad, pero si tuvieran que elegir un día en que no quisieran salir de su cuarto el resto del día y simplemente comer la comida de sus escondrijos, en definitiva la respuesta de ambos sería: año nuevo.

Ese día, la casa de los Berardi se volvía una pasarela de alcohol, drogas y prostitutas, una pasarela a la cual estarían obligados a asistir por más que dijeran que no querían y se intentaran negar.

Ambos odiaban ese día, tener que tolerar a los socios de su padre fumando puros en un ambiente cerrado, "celebrando" el nuevo año, las prostitutas que tenían su edad con la mirada perdida por las drogas que se metían todos ahí, insinuándose a esos hombres con una falsa sonrisa, las "bromas" de su padre, las burlas a su persona...

‹No quiero estar aquí› pensaron ambos a la vez, sentados en la mesa con unas cartas de póker en sus manos, juego al que habían sido obligados a participar.

— ¡Voy por todo! —gritó su padre, dejando unos billetes de cien dólares en la mesa.

— ¡Así se dice! —exclamaron sus socios, fumando sus puros con una gran sonrisa.

Valentino sólo apretó un poco las cartas en sus manos, intentando no ahogarse en esa niebla espesa de humo por esos puros que, lejos de provocarle deseos de fumar con ellos, le causaba ganas de vomitar. Nunca dejaba de sorprenderse por todo el humo que podía soltar una de esas cosas.

París, quien estaba junto a su gemelo, muy junto a él, con la silla prácticamente pegada a la de él, miró en silencio sus cartas, notando la escalera real en sus manos. No quería ganar esta cosa, no quería...

Valentino y París compartieron una mirada, permitiéndole ver al primero la expresión de su gemelo, dejándole en claro que había ganado esta vez...

—...—intentó ahogar una maldición, soltando un simple suspiro que no llamó mucho la atención de los adultos, que en ese momento estaban bastante... idos, por así decirlo.

No importaba cuanto se detestaran, en momentos como estos ambos se necesitaban mutuamente. Tenían que dejar su desprecio por el otro de lado o las cosas irían demasiado mal para ambos...

París intentó de manera disimulada cambiar dos de sus cartas por algunas otras dos que tuviera Valentino, cualquiera estaba bien, sólo...

— ¡Muestren sus cartas! —exclamó el borracho de su padre, poniendo sus cartas en la mesa, impidiendo que el intercambio se concretara.

Todos pusieron su mano en la mesa ante estas palabras del "anfitrión". El pánico que sentía París era imperceptible si mirabas su rostro, pero Valentino podía sentirlo junto al leve temblor en la silla junto a la suya...

Habían fallado.

— ¿Escalera real? —murmuró uno de los hombres ahí, bebiendo su cerveza y estrellando el vaso en la mesa de manera tan estruendosa como sus risas ¿Cómo era que el vaso seguía intacto...? — Que suerte tienes, París.

— Parece que mi hijo tiene talento para esto —rió Celso, con una chica en sus piernas que le daba besos en el cuello.

Cuando el premio de cientos, quizás miles de dólares, fue colocado frente a París, él tembló, tembló de manera casi imperceptible al saber lo que seguía...

— Felicidades —dijo una chica de cabello rojo claramente teñido, una paleta en la boca y una sonrisa "sensual" que permitía ver que... no tenía dientes frontales— Aquí está tu premio.

París en ese instante intentó pararse y escapar del lugar pero dos pares de brazos lo impidieron, sujetándolo antes de pudiera huir. Dos de los amigos y socios de Celso se habían parado de su lugar en la mesa y habían llevado al chico al centro de la sala, reteniéndolo para que no escapara de su premio.

— No estés nervioso, lo disfrutaras —dijo ese hombre con una mirada perdida por culpa de las drogas.

— Si, Daisy es la mejor en su trabajo —aseguró el otro, con las mejillas rojas por el alcohol.

La imagen de París Berardi, el capitán del equipo de rugby y segundo al mando en el equipo de futbol americano, una joven promesa del deporte, temblando visiblemente mientras era inmovilizado por un par de borrachos era una imagen dura, tanto que Valentino no pudo mantenerle la mirada a esos ojos exactamente iguales a los de él, llenos de lágrimas, como si estuviera suplicando porque alguien le ayudara.

¿Esa expresión era la misma que él puso ese día...?

"Daisy", o como se llamara, se sacó de manera lenta y sensual la pequeña chaqueta que traía, lanzándola a París, quien sólo la miraba, completamente paralizado del miedo.

— Escuche que eras virgen...—murmuró la chica, lanzando la paleta a algún lado, lentamente colocándose sobre él, tan cerca que pudo sentir su aliento de tabaco mezclado con la guinda del dulce...

Con una mano en su rostro mientras con la otra comenzaba a desabotonar la camisa del chico, Daisy se relamió los labios al ver el torso tonificado de París, muy diferente al torso de todos esos ancianos en el cuarto.

— ¿Te gustaría graduarte de tu virginidad conmigo? —preguntó suavemente, comenzando a bajar su mano por su "tableta de chocolate". Empezó su tarea de desabrochar el pantalón de París, sintiendo una inmensa curiosidad ¿Qué tan grande sería lo que tenía entre las piernas...?

— No...—escuchó esa débil voz, casi inaudible, como si no tuviera aire para hablar.

— ¿Qué?

— ¡No quiero! —exclamó él, cerrando los ojos fuertemente para momentos después soltarse de los hombres y arrastrándose lo más lejos posible de la chica.

— ¿Ah...? —soltó Daisy, sin entender nada. Él acaso la había... ¿Rechazado...?

A tropezones, París se levantó del suelo y, entre sollozos, comenzó a subirse los pantalones para inmediatamente después correr escaleras arriba sin siquiera tomarse el tiempo abrocharse el cinturón, sólo se sujetó los pantalones y huyó.

— Vaya decepción —murmuró uno de los hombres en la mesa, disfrutando lo poco que le quedaba de su puro.

— Celso, ¿No crees que tu hijo se parece a Celestino? —cuestionó otro.

‹ ¿Qué se supone que están diciendo...? ›

— ¿Hablas de su rechazo a las mujeres...? —preguntó Celso, encendiendo otro puro— Si, quizás sacó eso de mi hermano —admitió, ignorando por completo a la chica en su regazo.

— ¡Jajajaja! —estalló en risas otro en la sala— ¡Parece que ser gay es algo innato en ustedes, los Berardi! —rió el hombre, parándose a duras penas de la alfombra, culpa del alcohol en su sistema.

— ¡Hey, a mí me gustan las mujeres, no como el marica de mi hermano! —reclamó Celso, realmente indignado por el insulto a su persona.

— ¡Pero los legítimos sucesores siempre son gays! —secundó el otro hombre que ayudo a retener a París, riéndose como si nada, como si hace menos de cinco minutos no hubiera hecho algo así de desalmado.

— ¡Pero Valentino es bien hombrecito! —exclamó Celso, apartando a la chica de su regazo para levantarse y darle una palmada en la espalda a su hijo, quien tembló al verse convertido en el centro de atención de esos hombres— ¿No es así, Valentino? —cuestionó, mirándolo muy de cerca, como si estuviera luchando por saber quién era en su estado.

— En ese caso... —declaró el hombre, lanzando el resto de puro a algún lado, sin importarle realmente donde cayó ya que esa no era su casa— ¿Por qué no le damos el premio de su hermano...? —propuso con una gran sonrisa, haciendo temblar a Valentino.

— ¡Me parece una gran idea! —declaró Celso, obligando a su hijo a levantarse de la silla— No me pongas en vergüenza —susurró en su oído, dejándole sentir su aliento lleno de alcohol.

Daisy se levantó, extendiendo sus brazos a Valentino, quien parecía estar en shock. Pudo no tomar la virginidad de ese chico, pero su gemelo no se veía tan mal...

‹ ¿Por qué? › se preguntó Valentino, intentando procesar todo esto.

Escuchaba las risas de los hombres, burlándose de la "homosexualidad" de su hermano, riéndose de ellos y preguntándole entre burlas si él también era marica como aquel tío que no conoció y su gemelo. Todo se sentía... distante, como si de pronto estuviera controlando a un personaje, todas las risas se sentían tan... lejanas...

‹ ¿Por qué? › se volvió a preguntar, sintiendo unas inmensas ganas de llorar.

No importaba que París fuera un gran imbécil, un hipócrita, no importaba, él era... él era...

‹Él es tu hijo› pensó, ahogando un tembloroso sollozo. Se sentía tan... impotente ‹Somos tus hijos... ambos lo somos› dijo en su mente, sin terminar de entenderlo ¿Cómo podía tratarlos así...? ¿Cómo podía permitir que los humillaran así...?

— ¡Cállate y obedece! ¿O acaso quieres que te devuelva al callejón de donde te saque?

— ¿A ti que te pasa que estas llorando? —cuestionó Celso al ver los ojos llenos de lágrimas de Valentino.

La imagen de su padre amenazándolo como cada año antes de esta horrible fiesta y la imagen actual, luciendo "preocupado", se superpusieron, causándole un repentino malestar en el estómago. Sentía ganas de vomitar.

— Lo siento... No estoy de ánimos para esto... —habló con un hilo de voz, apartando el agarre de su padre y alejándose de la prostituta, subiendo las escaleras que, sólo momentos antes, su gemelo subió, intentando ignorar las burlas dirigidas hacia su persona, sólo lo ignoró todo y huyó a su cuarto, subiendo las escaleras de dos en dos.

Cuando llegó a la puerta su puerta y estaba a punto de girar la perilla, un sollozo lo distrajo de su labor. Fue débil, casi inaudible, pero él lo escuchó, venía del cuarto delante del suyo, luego escuchó otro, pero este venía de él mismo...

Valentino estaba llorando, al igual que su gemelo, pero él sólo abrió su puerta y la cerró, huyendo de todo.

¿Qué habían hecho para merecer esto...? Él no merecía esto, ninguno de los dos lo merecía...

— Vaya maricas tienes de hijos —bufó Logan, dándole otra calada al puro.

Celso hizo una mueca al escuchar eso— No es mi culpa que...

— Claro que lo es, debiste enderezarlos cuando pequeños —sentenció el hombre, viendo de reojo como Mark y Jordan estaban acercándose lentamente a Daisy, que se veía... decepcionada, por así decirlo—... No dejarle eso a la madre.

— ¡¿Qué querías que hiciera?! —le gritó muy frustrado Celso a Logan, sintiendo un repentino arranque de ira.

— Que fueras responsable y criaras como hombres de verdad a tus hijos —sentenció Logan, exhalando un círculo perfecto de humo— No como un par de maricas que huyen de una mujer.

Celso quiso gritarle, quiso maldecirle, decirle que estaba equivocado pero... Sus hijos realmente habían huido de Daisy...

‹Quizás si son maricas› pensó, asustado ante la idea de que la empresa de su familia, esa que llevaba en manos de su familia más de 100 años, muriera por ese par de mocosos y sus gustos perversos...

— Pero, mira el lado positivo —declaró Logan, tomando una botella de ron y sirviendo dos vasos— Al menos no tendrás nietos que sean un error... —dijo, poniendo su brazo en su hombro y entregándole el vaso con el líquido dorado en el— Un error como el que cometiste hace 18 años —rió mientras bebía el ron, viendo la expresión de Celso.


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