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Capítulo 50: Luz de luna.

— Agh.

Estaba agotado.

Había tenido que hablar con los padres de Christopher para decirle donde estaba su hijo y no pensaran que el asesino suelto lo había matado, o algo por el estilo.

Ahora mismo sólo quería dormir, ni siquiera quería comer...

Ese día fue uno de los pocos en donde su padre apareció en la cena, demasiado sonriente para su gusto.

‹ ¿Con quién se acostó ahora? › pensó, mientras su cerebro intentaba procesar lo que su padre decía.

— Bla bla bla bla fiesta bla bla bla deben ir bla bla bla mañana —y eso fue todo lo que pudo entender.

‹Cierto, la maldita fiesta de navidad› pensó fastidiado. Ya era tradición que su familia asistiera a esa fiesta llena de ricos, principalmente porque a su padre le gustaba el alcohol caro gratis...

Cuando subió a su cuarto, a penas su cabeza tocó la almohada, cayó dormido. Habían sido demasiadas emociones para un sólo día...

Sin embargo, al cerrar los ojos y dormir, una vez más floreció un solitario sueño...

— Llegando a casa vas a ver —gruñó, apretando con fuerza su muñeca derecha, tanto que supo que dejaría una marca. Inmediatamente después de eso, lo soltó y se alejó entre la multitud, dejándolo solo y a merced de los demás adultos.

— ¿Escuchaste? —escuchó una voz entre la multitud.

— ¿Qué cosa?

— Su madre tiene cáncer, dicen que quizás no sobreviva el próximo año.

— Pobrecito.

— Pero... Ese niño no muestra ninguna señal de tristeza.

— Que niño tan frio, da miedo...

— ¿En serio es su hijo...?

Sentía sus miradas frías clavándose en su espalda, pero cuando los miró, ellos simplemente desviaron sus miradas.

Con su mano izquierda, tiró de su manga derecha, intentando cubrir el moretón que comenzaba a formarse en su muñeca. Si tan sólo supieran como era su madre, entenderían porque no estaba triste...

‹De seguro Valentino no tiene que estar sufriendo esto...›

Sentía las miradas de los adultos sobre él, riéndose y murmurando entre sí. De pronto, la sensación de estar ahogándose en esa multitud de personas le abrumó.

En un intento de tranquilizarse, avanzó entre la multitud hacia el balcón solitario, donde por fin pudo respirar tranquilo.

— Llegando a casa vas a ver.

Un escalofrió recorrió su cuerpo al recordar esas palabras.

No quería volver a casa, no quería, no quería, no quería que lo golpearan, no quería...

Sus manos se aferraron a la baranda del balcón, ignorando por completo la nieve y el frio en este. Si tan sólo no volviera a casa...

‹Es cierto› sonrió, sintiéndose tan asustado que ya no sentía nada ‹No tengo que volver a casa...› pensó, apoyándose en el balcón.

Eran unos ocho pisos de caída, si caía moriría, eso era seguro. Si, sólo tenía que...

— Eso es peligroso, ¿Sabes? —escuchó una voz a su lado, haciéndolo sobresaltarse tanto que terminó perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo del balcón.

Levantó la mirada, viendo a un... ¿Niño? Con el cabello corto y ondulado color negro, vestido con una camisa blanca con una chaqueta azul marino y unos pantalones rectos café oscuro, con un pañuelo amarillo como corbata. Pero lo que más le sorprendió de ese niño no sólo fueron sus rasgos femeninos ni que estuviera usando un traje demasiado ligero para el clima helado que azotaba la ciudad, no, fueron sus ojos.

Nunca había visto unos ojos tan azules, eran como los zafiros que su madre usaba en su collar...

— ¿Estás bien? —preguntó, con una bolsa transparente en sus manos, la cual contenía unos cuantos chocolates.

— S-Si...—respondió, cohibido ante la mirada de este chico. No había nada en su mirada, nada, él sólo... lo observaba...

No podía hacerlo, no cuando había alguien más en este lugar, ese niño parecía de unos ocho años, no podía hacer algo así delante de él...

Se quedó ahí, en el suelo, mirando al niño ahí, quien volvió su mirada al cielo nocturno, sin ninguna preocupación.

— ¿... Qué estas mirando? —se atrevió a hablar, lo cual atrajo nuevamente la mirada azulada de ese niño.

— La luna —señaló, metiéndose un chocolate a la boca.

— ¿Es entretenido para ti...? —cuestionó, con cierta incredulidad ¿Qué podía tener de interesante la luna?

— Es linda... —dijo, tragando el chocolate— No importa cuántas veces la vea, la luna sigue siendo hermosa —pudo notar como una pequeña sonrisa se formaba en su rostro— No importa que tan oscura sea la noche, la luna siempre estará ahí para hacerte compañía, incluso si no las ves por ninguna parte, ella siempre estará ahí.

Miró a la luna, levantándose del suelo ‹Es igual que siempre› pensó, sin sentir nada en especial, pero la figura de ese chico le llamaba poderosamente la atención— ¿C-Cuál es tu nombre? —preguntó, tartamudeando un poco. Hacía mucho que no hablaba con otro niño.

— Aylin —respondió antes de meterse otro chocolate a la boca. Ahora sólo quedaban tres.

— ¿E-Eh? —fue lo único que pudo pronunciar.

¡¿Era una chica?!

— No me gusta usar vestidos, son pesados —declaró, notando su expresión de confusión.

— Ya... Ya veo...—esa niña era rara.

En ese momento, cayó en cuenta de algo.

‹ ¿"Aylin"? ¿Ese no es el nombre de la niña que los Miller trajeron? › se preguntó, recordando las palabras que su madre uso para referirse a esa niña.

— No es más que un perro callejero que Miller recogió para que su hija no se aburriera.

Ahora que lo pensaba, escuchó cosas como "Ese perro callejero no sabe comportarse en una fiesta" de algunos de los presentes...

Estaba tan metido en sus pensamientos que no notó que, de un momento a otro, Aylin había acortado la distancia entre ellos— ¿Q-Qué? —dijo, sin entender en qué momento se había acercado tanto.

París odiaba que lo tocaran, era algo que no podía soportar, por eso cuando esa niña le tomó la mano y apartó su manga, se sorprendió mucho cuando notó que, ser tocado por ella se sentía... natural.

— ¿Un monstruo te hizo esto? —preguntó, viendo la marca roja que había en su muñeca.

— ¿Un monstruo? —repitió, con cierta incredulidad— ¿Hablas de esos que usan los adultos para asustar a los niños? —preguntó, sin entender a lo que se refería.

— No —negó con la cabeza— Hablo de esos que tienen piel humana, pero su corazón y su mente son perversas como un monstruo.

— Ah...—bajo la mirada, entendiendo a lo que se refería— Si, fue uno de ellos... pero, ella es mi madre...

— Compartir la misma sangre no les hace familia —negó, comiendo el penúltimo chocolate de la bolsa.

— Pero...—intentó discutir, pero ella lo interrumpió.

— ¿Quieres un chocolate? —preguntó, ignorando su intento de protesta.

Él, dudoso, aceptó— Que amargo —dijo, notando que no era un chocolate común, era tenía un marcado toque de amargura que combinaba con la dulzura habitual del chocolate.

— No me gusta lo dulce —respondió, sacando una lata de gaseosa de su bolsillo y metiéndola en la bolsa de plástico con un poco de nieve para luego envolverla con un pañuelo.

Al sentir el frio en su muñeca, un escalofrió le recorrió la espalda, pero, a pesar de todo el frio, las manos de Aylin seguían siendo cálidas...

— Hace tiempo un monstruo me intentó atacar, pero sobreviví, y aquí estoy —comentó, sin soltar la compresa improvisada— Son monstruos horribles, ¿No crees? Me he topado con muchos de ellos —rió— Y yo tengo la peor o la mejor suerte del mundo.

— ¿A qué te refieres? —preguntó, sintiendo como el dolor en su muñeca iba disminuyendo poco a poco.

— Me pueden pasar cosas muy malas, pero nunca me muero. Es un ciclo sin fin, no puedo evitarlo, así que, moriré cuando tenga que morir, pero ahora mismo... yo quiero vivir —lo miró y sonrió.

—...—a pesar de que le era difícil de saber si estaba jugando o diciendo la verdad, por más absurdo que pudiera sonar, esa sonrisa lo hizo sentir que podría hacer cualquier cosa...

—...Si no pienso así, no podré avanzar.

En ese momento, despertó.

Miró su reloj despertador que reflejaba las 12:44 de la noche. Ya era nochebuena.

Con ayuda de la luz que entraba por su ventana observó su muñeca derecha, buscando algún tipo de marca, pero ese moretón había desaparecido hace años de su muñeca...

‹Ya han pasado cinco años, ¿Eh? › pensó, mirando a la pared sin ningún motivo en particular.

Ignorando la confusión de su yo de doce años, en ese entonces Aylin debía tener diez años...

‹Se veía más pequeña...› concluyó, levantándose con parsimonia de la cama, sentía la necesidad de lavarse la cara.

El recuerdo de ese día, incluso ahora podía recordarlo...

‹Si ella no hubiera estado ahí yo definitivamente hubiera saltado› pensó, mientras se mojaba la cara.

Al volver a su cuarto, por la ventana pudo ver a través de su balcón la luna creciente en todo su esplendor, iluminando su cuarto con su luz, esa misma luz de luna que vio ese día...



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