No supo porque la sirvienta no estaba hoy, pero sólo se sentó a esperar que el teléfono sonara. No tuvo que esperar mucho antes de que lo hiciera.
— ¿Hola?
— ¿Habló con algún familiar del señor Celso Berardi? —escuchó una voz masculina al otro lado del teléfono. Respiró profundamente antes de dar un escueto "Si, soy su hijo"— El señor Berardi sufrió un accidente, ahora se encuentra estable pero...
Dejó de escuchar después de esto.
Él seguía vivo.
Apretó los labios, intentando contener las ganas de maldecir al mundo que tenía.
—... ¿Sigue ahí? —escuchó la pregunta que lo hizo salir de sus pensamientos.
— Ah, sí. Disculpe...
El maldito seguía vivo, y había chocado a otro auto, alguien que no tenía nada que ver, aun así, él estaba bien.
‹Es injusto› pensó, escuchando como finalmente la conversación acababa.
París se acercó a la puerta de su gemelo y tocó suavemente, sin ganas ni fuerzas. Momentos después, la puerta se abrió, dejando ver a un molesto Valentino del otro lado.
— ¿Qué quieres? —escuchó esa hostil voz, tan similar a la suya, molesto por haberlo interrumpido en lo que fuera que estuviera haciendo ahí dentro
— Él sufrió un accidente —habló, sabiendo perfectamente que Valentino sabía de quien hablaba, lo notó por la expresión que puso— Tengo que ir al hospital.
— ¿Y que tengo yo que ver con esto? —cuestionó, frunciendo el ceño.
— Sólo venía a informarte que él está vivo, y bien —declaró, con una voz muy neutral.
La expresión que su gemelo puso fue... complicada, como si no supiera que sentir con eso, pero...
‹Ya no importa› se dijo a sí mismo, dándose la vuelta y entrando a su cuarto, sin darle la molestia de esperar una respuesta de él.
Seguía en ropa interior, tenía que vestirse para ir al hospital y ver lo que fuera que le hubiera pasado a ese tipo.
Miró su uniforme colgado y por alguna razón, sintió la necesidad de ponérselo, y eso hizo. Aquello, de alguna manera, lo hizo sentir protegido y contenido, por más estúpido que eso pudiera sonar.
Tomó su celular y sus llaves y partió al hospital, que era el único hospital de la ciudad, pero era bastante grande y bien equipado. Durante todo el trayecto, intentó desesperadamente ignorar sus pensamientos, por lo que puso la radio a todo volumen y cerró todo, puertas y ventanas, y sólo condujo.
— Necesito información de un paciente —dijo en la recepción.
— Nombre del paciente —pidió ella, sin levantar la mirada de la computadora.
— Celso Berardi —pudo notar que al escuchar el nombre, ella levantó la mirada y vio la insignia en el uniforme de la academia Belial. El cambio de trato después de eso fue notorio.
Se dirigió a paso lento, como si cada paso fuera difícil de dar, hasta la habitación que se indicó, encontrando a su padre en la habitación, conectado a varias máquinas, pero era obvio que estaba bien, sólo tenía unos cuantos cortes ahí y allá.
— ¿Usted es familiar del paciente? —preguntó un indiferente doctor, de apariencia joven, piel blanquecina, cabellos rojos y unos ojos grises tan fríos e indiferentes que se sintió intimidado. En su bata había una identificación "Dr. Félix O'Shea".
— S-Si —de alguna manera el apellido se le hacía conocido ‹O'Shea... O'Shea...› intentó recordar.
En ese momento, su fría e indiferente maestra de química, Eteria O'Shea le llegó a su mente. Eran muy similares, mismo porte, misma indiferencia, pero la maestra era rubia de ojos azules.
— ¿Está escuchando? —preguntó el doctor, sacándolo de sus pensamientos.
— Lo siento —se disculpó.
—...Como decía, su padre está bien —dijo el doctor, volviendo sus ojos al expediente en sus manos— Pero lamento informarte que está en problemas.
— ¿A qué se refiere...? —preguntó, sintiendo un escalofrió en la espalda ¿Acaso él...?
El doctor, con esa indiferencia que daba miedo y que parecía caracterizar a los O'Shea, le habló que su padre chocó a un hombre que iba a buscar a su hijo a la escuela. Ambos autos habían quedado destrozados, pero, milagrosamente, nadie murió.
La chica que su padre llevaba, Bianca, como le dijo el doctor que se llamaba, había quedado con varios huesos rotos porque puso los pies sobre el tablero del auto. Posiblemente quedaría con secuelas, no sólo en las piernas, sino en el rostro también, y el hombre que chocaron se había destrozado el brazo y necesitaría rehabilitación y fisioterapia.
Pero lo peor de todo, el hombre que habían chocado era pareja de una oficial de policía.
—... Le aconsejo buscar un buen abogado —finalizó su reporte el doctor.
Tuvo que aguantar las ganas de golpear a su padre, quien estaba inconsciente por el alto nivel de alcohol en su sistema, por ser tan idiota.
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