Capítulo 3: Elección.
— ¡Bien chicos, hora del calentamiento! —exclamó el maestro de educación física, Alexander Vogel. Un joven maestro de veintitrés años, alto, rubio y de ojos castaños.
Hizo un gesto de fastidio al ver a ese maestro, escuchando los suspiros de las chicas en su clase. Odiaba cuando ese gordo de su profesor cambiaba de clase, ya que cambiaría con este tipo.
Al menos esta era la última clase del día...
— Profesor, ¿Aun no se divorcia? —preguntó una de las chicas, sin una pizca de vergüenza.
— No, y no creo que lo haga —él las rechazó con una sonrisa, mostrando ese reluciente anillo en su dedo a toda la clase, ignorando por completo las propuestas de sus alumnas.
‹ ¿Qué clase de esposa tendrá este tipo...? › no pudo evitar preguntárselo, no cualquiera aguantaría que a su esposo se le insinuaran cada vez que va a trabajar.
Al menos no era competencia.
Cuando terminó la clase de educación física, él como de costumbre se iba a largar apenas pudiera, pero algo, o, mejor dicho, alguien, le hizo cambiar de parecer.
El conejo que estaba intentando cazar apareció y se acercó al profesor, tan hiperactiva como siempre.
En secreto comenzó a escuchar su charla.
— ¡Hermano, alguien entro a los vestidores y robó la ropa de las chicas!
La cara de Aylin al decir eso demostraba que no tenía ni idea que hacer, se veía graciosa.
‹Espera ¡¿"Hermano"?! ›
¡¿Aylin era hermana del profesor Vogel?!
Por alguna razón...no era tan descabellado, pero no se parecían físicamente, ni tenían el mismo apellido...
— ¡¿Qué?! ¡Ese idiota, ni siquiera ha pasado una hora desde que lo deje!
El maestro se había molestado al escuchar eso, y muy rápidamente, ambos fueron a donde estaba la piscina de la escuela, si mal no recordaba.
Repasando, Aylin y el maestro Vogel eran hermanos.
Esto hacía las cosas más fáciles, y a la vez más complicadas...
Varios clubes eran liderados por el maestro Vogel, y definitivamente no iba a dejar que él se involucrara en sus planes, así que quedaban descartados.
Una vez en casa, tacho varios clubes, no planeaba dejar que lo interrumpieran.
— ¡Ya llegué! —escuchó el grito de ese tipo.
Hizo una mueca al ver a ese tipo que se veía exactamente igual a él, pero vestido con el uniforme del equipo de futbol americano.
— Hola hermano.
Lo ignoró.
— Hola padre.
— Hola Paris, ¿Tuviste un buen día en la escuela?
Apretó los bordes de la hoja entre sus manos.
— Sí, papá. Dijo el entrenador que, si sigo así, podía terminar en ligas profesionales.
— Estoy orgulloso de ti.
No veía la escena, pero podía imaginárselo.
Podía imaginarse la escena a sus espaldas: su gemelo siendo alabado por su padre, quien lo estaba mirando con una sonrisa que jamás le daría a él.
‹Al menos oculta tu favoritismo› pensó con fastidio.
Pero claro, él sólo era el hijo inútil que jamás hacia algo bueno.
— ¡Tú sólo me traes problemas desde que murió tu madre!
Sintió como el lápiz en sus manos se rompía un poco ante la presión que puso en el.
Incapaz de soportarlo más, se levantó del sofá de la sala y subió las escaleras, entró a su cuarto y cerró la puerta con llave.
‹Malditos idiotas, como los odio› gruñó, lanzándose a la cama.
Miró nuevamente la hoja en su mano, la cual se había arrugado debido a su arranque de ira. Sus opciones eran: tenis de mesa, dibujo, teatro y manualidades.
Era bueno actuando, pero sería un dolor en el culo aprenderse los libretos y no era bueno dibujando. Por descarte, eligió manualidades y tenis de mesa.
Era sólo golpear una pelota y tejer ¿Qué tan difícil podía ser?
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