Capítulo 118: Trampa.
— ¿A qué te refieres? —cuestionó Celso, sin creerse lo que le dijo.
Ilya sonrió— ¿Por qué dejaría al descubierto mis trucos sin ningún tipo de recompensa?
— Entonces admites que has hecho trampa —dijo, y la sonrisa de Ilya aumentó un poco ante estas palabras.
— Señor, usted no es el único que puede hacer trampa —declaró, mostrando lo que había escondido en su manga: el otro comodín y una Q de corazones, la reina de corazones...
— ¿Cómo...?
Entonces Celso recordó que Ilya revolvió las cartas un par de veces en el juego.
— El póker no es más que un simple juego de coleccionar cartas.
Un juego lleno de trampas.
Celso contuvo una risa al notar esto— Te subestime —admitió. Al principio pensó que sólo era uno de esos niños pijos de la academia, pero... Ningún niño ingenuo sabría hacer trampa tan bien, menos actuando con tanta perfidia sin siquiera inmutarse.
Después de todo, era verdad. Él no era el único que podía hacer trampa.
— ¿Qué te parece otro juego?
Ilya se le quedó mirando, con una muy débil sonrisa— En lugar de estar apostando con un menor de edad, ¿No sería mejor que llamara al médico familiar para que atiendan a su hijo Valentino?
Puso mala cara al recordar esto— Agh, cierto...
‹ ¿En serio está haciéndole caso a alguien...? › se cuestionó París, sin recordar haber visto a su padre alguna vez obedecer a nadie de buenas a primeras, excepto a su esposa...
París estaba en el sofá de la sala de estar con su celular en manos, vigilando la interacción entre su padre y Aylin mientras estos estaban en mesa isla del comedor; debía estar a unos tres metros de ellos a lo mucho.
No iba a interferir a menos que fuera necesario, si actuaba sin cuidado su padre lo mandaría a su cuarto y la simple idea quedarse en su cuarto y dejarlos solos le ponía de los nervios ya que él conocía a su padre. Era un milagro en sí que este no estuviera muy borracho a este punto, y él no quería jugar con su suerte...
— Listo, llegara en unos quince minutos —dijo Celso, con un tono que dejaba en claro que haber tenido que llamar al doctor no le gustaba, pero aun así aceptó hacerlo.
— Buen chico —respondió el menor, con un tono burlón que logró molestar un poco a Celso, pero esto no le pareció importar a Ilya. En su lugar, su sonrisa aumentó un poco al ver que había logrado molestarlo— ¿Cuál es el siguiente juego de esta noche?
Esta vez fue el turno de Celso de sonreír— Un juego donde no podrás hacer trampa.
— Interesante. Por favor, dígame más sobre dicho juego —dijo Ilya, apoyando su mentón entre sus manos.
Entrecerró los ojos— Pareces muy confiado a pesar de saber que no puedes hacer trampa...—comentó, notando que había algo sospechoso en su actitud.
Aun así, Ilya ni siquiera mostró un atisbo de alterarse ante la obvia sospecha de Celso hacia su persona.
— Ganar todo el tiempo es algo muy aburrido ¿No lo cree, señor Berardi?
Sin dados, sin cartas, sin posibilidades de hacer trampa. La ruleta fue el siguiente juego que Celso trajo a la mesa, una ruleta honesta, sin ningún tipo de adulteración.
— ¿Sabes jugar esto?
— Nope, ni idea —admitió Ilya con una sonrisa.
Celso suspiró— Esta bien, esto se juega así...—y sin más comenzó a explicarle de manera breve las quince formas de jugar. No le gustaba la idea de jugar sin que Ilya entendiera que jugaba, pero aun así...
— Elijo el 22 —declaró Ilya, yéndose a la apuesta más difícil de todas: un pleno.
—...—Celso se le quedó viendo, completamente confundido— ¿Estás seguro...?
— Quiero el 22 ♡ —repitió, con un tono amigable pero dejando muy en claro que no iba a cambiar de idea.
— Está bien...—aceptó, yéndose por una apuesta más simple: rojo o negro. Si ese chico quería perder todo su dinero de una vez, ¿Quién era él para evitarlo...?
Galanthus tocó a la puerta de los Berardi con un tono solemne y algo aletargado otorgado por la edad. Podía parecer más joven, pero en realidad se había jubilado hacía tiempo ya y pronto cumpliría setenta años.
— Ah, Celso, vine por lo de-...—la introducción de Galanthus se detuvo de golpe al notar que el semblante de Celso lucía... enfermo. Estaba algo pálido y lucía algo alterado ¿Acaso Celso había consumido alguna sustancia de nuevo...?— ¿Qué ocurre? —preguntó.
— Veintidós...
— ¿Qué?
— Cayó tres veces en el veintidós...
A pesar de que lucía mal, Galanthus no pudo detectar ningún vestigio de droga en su sistema, sólo un leve olor a alcohol, pero muy leve, no lo suficiente para dejarlo en ese estado. Al descartar que su estado estuviera siendo causado alguna sustancia, al menos no por alguna de las que consumía habitualmente, no pudo evitar cuestionarse que era lo que le había dejado al borde de una crisis nerviosa...
— Celso, chico, quédate aquí, toma aire fresco y entra cuando te sientas mejor —indicó al hombre, quien asintió torpemente.
¿Qué diablos puso a este chico así? Hace años no lo veía tan conmocionado...
— Buenas noches, doctor —lo saludó de manera cortes París. Él, a diferencia de su padre, estaba en perfecto estado, quizás un poco confundido, pero nada más allá.
— Buenas, París —sonrió— ¿Dónde está mi paciente?
— Esta en su cuarto.
— Con su permiso.
Momentos después de que pudiera escuchar al doctor entrar al cuarto de Valentino, París vio a Aylin llegar con una porción de la sopa en las manos, claramente iba a llevársela a Valentino, aunque...
— ¿Por qué estas vestida así? —se atrevió a preguntar ahora que estaban solos, sin entender el porqué de sus acciones.
— Así es más divertido, ¿No crees? —comentó Aylin con una sonrisa y su voz normal, de chica. Si no estuviera travestida la imagen quizás no sería tan discordante...
—...—realmente no lo entendía, así que sólo lo aceptó— ¿Y por qué "Ilya"?
— Ilya es mi segundo nombre —se encogió de hombros, restándole importancia.
‹Pero ese es nombre de hombre...› dijo para sí mismo, recordando que "Ilya" era la versión rusa del nombre "Elías" ¿Por qué alguien le pondría un nombre de hombre a su hija...? Aun así, decidió que lo mejor no cuestionar la elección de nombres de los padres de Aylin, ya que a ella no parecía importarle— El cuarto de Valentino es el de la puerta celeste.
— Gracias —le sonrió.
París desvió la mirada de ella, sintiendo su corazón latir demasiado fuerte— No es nada...
Finalmente el doctor terminó el examen físico a Valentino. Tal parece le había dado una gastritis repentina, pero bastante fuerte, así que lo mejor para él en este estado era que se quedara en cama y se rehidratara.
Entonces, Galanthus escuchó a alguien tocar a la puerta del cuarto— Pase.
En ese momento, el doctor pudo ver una figura asomándose tímidamente por la puerta con un plato de comida. En la puerta estaba un chico de unos catorce años de edad, mirándolo como si preguntara "¿Ya puedo pasar?" con uno de los ojos más azules que había visto, tal y como los de...
— Doctor, tenemos un problema.
Jamás olvidaría la expresión de pánico en la mirada de aquel joven enfermero cuando dijo esas palabras...
— Es una emergencia —dijo un hombre vestido con un impecable traje negro, de unos 40 años. Si bien venir de traje a urgencias al hospital no era lo normal había tenido peores, pero lo que hacía a ese hombre destacar es que tenía una belleza inhumana, con un cabello castaño claro corto, una piel blanca sin ninguna imperfección y un par de ojos de un color que no recordaba haber visto jamás: turquesa.
Este hombre, a pesar de decir eso con un tranquilidad increíble, lucía bastante molesto, y en consecuencia el hombre de piel negra a su lado, un hombre que fácilmente llegaba a los dos metros de alto y que tenía algo en brazos, parecía molesto en consecuencia.
‹Mierda› pensó, reconociendo a las personas en la entrada, y estos definitivamente no eran personas a las que quisieras hacer enojar. Si él había venido en persona no había mucho que hacer más que atenderle...
— Lo entiendo señor, pero realmente necesito ponerme en contacto con los padres de-...
Las palabras de aquella joven enfermera murieron a la mitad cuando el hombre de traje sacó una condenada pistola 9mm de entre sus ropas y la apuntó directamente a su cabeza, acto seguido el distintivo sonido de un arma pasando bala se hizo presente en la sala de emergencias.
— Es una emergencia ♡ —repitió el hombre con una gran sonrisa, como si estuviera proponiéndole a la enfermera salir con él en una cita en lugar de estar amenazando con matarla delante del resto del personal médico que a estas horas se encontraba relativamente desocupado.
Viendo a su enfermera al borde del infarto, y siendo él el medico a cargo, dio un paso adelante y se interpuso entre ambos— Podemos hacer una excepción al papeleo —le dijo a la chica, quien asintió de inmediato, completamente aterrada mientras se escudaba tras él.
Definitivamente nadie en este lugar quería hacerle enojar porque todos ahora estaban sumamente conscientes de que ocurría cuando él se enojaba.
— Sígame —nadie más iba a ofrecerse, lo sabía, así que él fue quien se hizo cargo del caso. Miró a su enfermera de confianza, quien aunque no quiso mirarlo, asintió.
— Por fin alguien que entiende el concepto "emergencia" —sonrió él, guardando su arma, pero aun así dejándola visible en su cinturón. Entonces, él y su guardaespaldas lo siguieron hasta uno de los cuartos.
— ¿Qué ocurrió? —preguntó directamente, queriendo que ambos se fueran lo más rápido de este lugar.
—...—el hombre miró a su guardaespaldas, quien asintió y dejó en la camilla al bulto. Entre las ropas pudo ver un poco de cabello negro.
‹Un niño...› concluyó rápidamente, viendo a la enfermera acercarse al niño— ¿Qué es lo que-...?
— Doctor, por su propio bien, trátela y no haga preguntas idiotas —aunque dijo esto con una sonrisa en su rostro, la amenaza era palpable: "no hagas preguntas".
No fue hasta este momento que cayó en cuenta que en las ropas del guardaespaldas había rastros de sangre...
Tragó duro— ¿Dónde están sus padres...? —preguntó, teniendo sus sospechas del origen de este niño.
Él sonrió antes esto— Bueno, doctor, le puedo decir donde es que terminaran si yo lo encuentro.
Un ligero escalofrío recorrió su espalda ante estas palabras, una sentencia de muerte para esas dos personas, pero sólo entonces pudo corroborar el origen de este niño y asegurarse que no estaba ante un caso de trata de personas.
— Doctor...—la enfermera, con una expresión que no supo interpretar, lo tomó del brazo— Quizás es mejor que la trate usted...—esas palabras dejaban en claro que había algo mal.
Asintió, y entonces se acercó a la manta, encontrando a un niño de unos ocho años, quizás menos, temblando de miedo mientras se acercaba más al guardaespaldas en busca de protección, mirando a la enfermera como si fuera una especie de monstruo que le iba a hacer daño. Sus ropas eran de un color marrón sucio y su piel... incluso viéndola desde lejos pudo notar las heridas, la sangre y la palidez característica de alguien con anemia por perdida de sangre, aun así...
Nunca pudo olvidar esa mirada, era de un azul que no tenía nada que envidiarle a una joya, una mirada que reflejaba tanto miedo y dolor que no pudo sentir un vuelco en su corazón al verle así...
Galanthus se quedó completamente sin habla al volver a ver esos ojos después de seis años...
Realmente... ¿Era ella...?
— Buenas noches, doctor Galanthus —sonrió de manera amable, como si estuviera viendo a un viejo amigo que no veía hace tiempo— Veía a traerle un poco de sopa a Valentino... Puede comerla, ¿Verdad?
En ese momento pudo confirmarlo, era ella— Si... buenas noches...—sonrió un poco, notando que no parecía tener consecuencias funcionales visibles de lo ocurrido— Mientras no tenga muchos condimentos, debería estar bien.
Valentino, ante la interrupción de otra voz en la conversación, abrió los ojos débilmente, sintiéndose como si lo hubiera atropellado un camión.
— Un angelo...? —murmuró, viendo unos ojos que le recordaron a la representación de los ángeles en la iglesia de su ciudad natal. ¿Acaso iba a morir...?
Escuchó una risita ante su pregunta— Yo soy mejor que un ángel.
Valentino quedó en blanco en un momento al reconocer la voz de Aylin— Merda...—murmuró, recordando que la dejó afuera cuando entró.
Al ver al chico intentar enderezarse, el doctor intervino— Mejor recuéstate, chico, estas muy mal.
Aun así, el dolor en su abdomen fue más rápido que el doctor, recordándole su estado— Agh...—de muy mala gana, Valentino aceptó seguir recostado.
— Bueno, yo sólo venía a dejarte algo para comer —declaró Aylin, cambiando a un tono intermedio entre su voz normal y la que estaba usando como Ilya— Te dejo para que el doctor te regañe a gusto —rió un poco, haciendo que el ánimo de Valentino empeorara. Antes de irse, volteó a ver a Galanthus y sonrió— Tenga un buen día, doctor.
— Lo intentaré —sonrió de vuelta el hombre.
Mientras tanto... ‹ ¿Qué fue lo que comí para enfermarme? › se cuestionó Valentino, sin entender porque se sentía tan mal, repasando los hechos para intentar contrarrestar el sermón que el doctor le iba a dar. Sermón que, por cierto, no tardó en llegar...
‹ ¿Cómo fue posible que saliera 22 tres veces...? › se cuestionó Celso, viendo su ruleta de arriba abajo, comprobando que no había sido adulterada. La probabilidad de ganar en un pleno en la ruleta era 2,7%, y tres veces seguidas era...
La mente de Celso comenzó a calcular el porcentaje, y se veía tan concentrado en ello que París, que esta vez sí estaba mirando su celular, lo notó.
‹0,000019683%...›
Eran demasiados ceros y demasiada coincidencia para que fueran una simple coincidencia...
A penas Ilya dio un paso a la sala, fue abordado por Celso, quien lo tomó de hombros— ¿Cómo hiciste eso?
—...—Ilya lo miró raro, y luego sonrió— Un mago nunca revela sus secretos —declaró, dejando en claro que no le iba a decir.
‹Este mocoso...› pensó, molestándose por la actitud descarada de Ilya.
De pronto, el punto de atención de Ilya se vio claramente dirigido a un lugar en concreto, en el cuarto continuo a la sala— ¿Un piano de cola?
— ¿Ah? —Celso por un momento quedó en blanco, no sólo porque Ilya se había soltado y movido hasta ese lugar en menos de 10 segundos, no, era también que había notado eso...
— ¡Wow, en serio lo es! —la emoción de Ilya fue clara al levantar la manta y encontrar un piano de cola. No sólo era un piano de cola, era un piano de un cuarto de cola.
Celso se quedó congelado al ver el piano que había cubierto precisamente porque no quería verlo...
Ilya se detuvo de golpe, recordando que esta no era su casa, y volteó a mirarlo— ¿Puedo tocarlo...? —le preguntó, dándole una mirada de cachorrito bajo la lluvia a Celso.
—... Tsk —chasqueó la lengua, desviando la mirada de la de él— Puedes hacerlo.
De todos modos, ese piano llevaba sin ser afinado hace más de cuatro años, claramente estaba desafinado, muy desafinado. Incluso si sabía tocar, de seguro ese niño se rendiría al notar que sonaba mal.
— ¡Gracias!
Celso se apoyó descuidadamente en la pared detrás de él, dispuesto a ver el momento en que Ilya notara lo mal que sonaba el piano y lo dejara.
— El piano esta desafinado, deberías mandar a que lo afinen...
Suspiró al recordar eso ‹Eso ya no importa›
Ahora él sólo tenía que-...
Cuando las manos de Ilya comenzaron a tocar las teclas del piano una melodía conocida resonó, el vals de las flores de Tchaikovsky, pero...
‹ ¿Cómo es posible que un piano desafinado suene así...? ›
Por primera vez en cuatro años desde la muerte de Rada Berardi, la música de aquel viejo piano inundó la casa. La melodía era, sin embargo, diferente a las melodías que sonaron el último año de vida de la señora de la casa, las cuales se caracterizaban por ser elegantes y solemnes con un toque sombrío, todo lo contrario a la melodía que Ilya tocaba. Incluso si era la misma pieza en el mismo piano, estas sonaban completamente diferentes...
Simplemente... encantador.
— Mamá... ¿Qué estás haciendo?
El rostro de su madre ya estaba borroso en su mente, su cabello, sus ojos, su olor, todo había sido olvidado, pero su sonrisa...
— Estoy tocando el piano, ¿Te gusta? —sonrió.
— ¡Si! ¡Mucho!
Cerró los ojos.
— Celso... hijo... Una vez, sólo una vez más, ayúdame a llegar al piano...
— Mamá...
Esa melodía que siempre era animada... hoy sonó triste.
— Lo siento Celso... Lo siento por tener que dejarte...
Su madre empeoró esa misma madrugada... Y sólo una semana después, falleció.
— ¿Por qué te ves tan triste?
Levantó la mirada sólo para toparse con la sorpresa de ver a una linda niña de cabellos rubios delante de él, a sólo unos centímetros de su rostro— E-Eh...
Esa fue la primera vez que habló con Rada, el mismo día que volvió a clases después de su luto.
— Este es el piano de mi madre...
—...—Rada no dijo nada, ella sólo... comenzó a tocar gentilmente las teclas— Quiero aprender a tocar el piano.
— ¿Eh? ¿Por qué? —preguntó, sintiendo su corazón revolotear en su pecho.
— Porque suena bien.
Las imágenes de su esposa y este chico, Ilya, por un momento se superpusieron.
— Hey, deberíamos casarnos.
— ¿Eh...? ¡¿Eh?! —exclamó, sorprendido.
— ¿Qué? ¿Acaso no quieres?
— ¡Si, pero... sólo tenemos catorce! Somos muy jóvenes...
— Nunca es muy temprano para amar —dijo, apoyando su cabeza en su hombro, poniéndolo incluso más nervioso— Creo que tres hijos sería lo ideal.
— Lo sabía, los pianos desafinados suenan mejor con...—la voz de Ilya se detuvo un momento— Señor, ¿Usted...?
— No es nada...—aunque dijo eso, su voz sonaba algo ahogada y sus ojos estaban llorosos. Esos recuerdos que se había forzado a olvidar porque dolían, repentinamente se desbloquearon...
—...
Un gran escalofrío recorrió la espalda de París al escuchar ese piano de nuevo, tanto que perdió la concentración y perdió el nivel que estaba jugando en su teléfono.
‹ ¿Qué diablos? › se cuestionó, temblando levemente al escuchar una vez más las desafinadas teclas del piano, como si estuvieran probándolo. Pero... su padre no usaba el piano.
Preguntándose si se había dormido y estaba teniendo una pesadilla, París volteó un momento antes de que el vals de las flores empezara a resonar en la casa.
Estaba asustado de ver la figura de esa mujer nuevamente, pero... ahí no estaba ella, en su lugar estaba Aylin, quien estaba sonriendo mientras tocaba las teclas aquel viejo piano de cola.
‹Que hermosa...› pensó, completamente hipnotizado por la escena, mas sus pensamientos no se referían precisamente a la música...
‹ ¿Había un piano en esta casa? › se cuestionó Valentino, escuchando la melodía que venía desde el primer piso.
— Aquí tienes las indicaciones —el doctor Galanthus dejó de regañarlo de golpe por comer cosas raras y le entregó un certificado médico y una receta, para luego retirarse de golpe.
‹ ¿Qué le pasa...? › se cuestionó al verlo irse de manera tan espontanea, sintiéndose algo adormilado por la melodía. La música clásica siempre le daba sueño.
Por su lado, Galanthus bajó la escaleras y llegó a la sala cuando la melodía ya había terminado, pero se encontró con la imagen de Celso, a punto de llorar, aunque intentaba ocultarlo cubriendo su rostro con sus manos.
—...—a decir verdad, le sorprendió que le hubiera dejado tocar el piano a alguien más, pero...— Me retiro, tengan buena noche —se despidió, decidiendo que era mejor dejarlos solos. Aunque lo escucharon, los Berardi estaban demasiado concentrados en otras cosas como para despedirse correctamente.
Celso se aclaró un poco la garganta antes de hablar— Esa era la melodía favorita de mi madre...—comentó, aun con la voz un tanto rota— El cascanueces... esa obra fue uno de sus últimos recuerdos con su familia, antes de que se separaran... por la dictadura de Franco —ni siquiera sabía porque había dicho eso, sólo... lo dijo.
—...—Ilya lo miró con interés, con las manos aun sobre el piano— ¿Se separaron para intentar escapar...?
— Si, y funcionó... para mi madre —su voz se volvió más baja con cada palabra que pronunciaba— Ella... murió sin saber incluso si su hermana o su padre lograron escapar —suspiró, recordando uno de los arrepentimientos de su madre antes de morir. En ese tiempo no existían las redes sociales, el internet o teléfonos móviles, las cartas sólo se pueden mandar si sabes la ubicación de la otra persona. Se suponía que se iban a reencontrarse en Francia, pero ellos nunca aparecieron...
Ilya miró con interés este relato, y sintiendo curiosidad preguntó— ¿Cuáles eran sus nombres?
— ¿Acaso crees que las conoces? —preguntó Celso, con cierto tono ácido.
— Nunca se sabe —sonrió Ilya.
Rió un poco, sin muchas ganas— Mi madre se llamaba Cándida Ventura, y su hermana era Silvia Ventura —informó, como si contara una anécdota, después de todo, no es como si...
Entonces, Celso pudo ver que la expresión tranquila y algo burlona de Ilya, por primera vez en toda la noche, se vio alterada. Su sonrisa había desaparecido y se había puesto algo pálido ¿Acaso...?
— Dime todo lo que sabes —exigió, notando el estado de Ilya, pero el chico se mantuvo en silencio, evitando su mirada. Apretó los labios— Te daré 100, no, ¡200 dólares! ¡Sólo dímelo!
—...—Ilya abrió la boca, y de esta salió una voz temblorosa— Silvia Ventura y su padre consiguieron asilo en México, y ellos lo aceptaron pensando que Cándida y su madre habían muerto —informó— Silvia se casó con un joven cubano exiliado llamado Raúl Acosta y tuvieron dos hijos, un niño y una niña... Ella murió hace ocho años de un infarto, unos días después de que su esposo muriera por las secuelas de un incendio en su propiedad.
— ¿Y sus hijos? —insistió, ilusionado ante la idea de conocer a la familia de su madre.
— No sé qué ha pasado con su hijo, pero si con su hija...—declaró, y antes de que Celso pudiera hablar, Ilya se adelantó— Ella está muerta, pero sus tres hijos aún están vivos...
Los hijos de su prima— ¿Los conoces? Dime sus nombres —pidió, un tanto desesperado. Después de tantos años él...
Tragó duro, dudando si decirle el nombre— Su nombre es Arnulf... Arnulf Acosta...
Información importante para los que han estado leyendo a medida que actualizo: hay una sorpresa al final del capítulo 10 :D
PD: Este es el capítulo más largo que he hecho de esta historia, creo que me merezco una estrellita \'~'/
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