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Prompt: Bozal.
Sinopsis: Secuestrado y obligado a asesinar por diversión, JongIn vive su vida en Dubkám, un lugar donde no hay espacio para la libertad y la esperanza. Ha estado ahí durante el tiempo suficiente para saber que tiene dos opciones: matar o morir, y la segunda aun no resulta aceptable. Solo espera que haya un atisbo de luz que inicie una chispa en su ser.

Por fortuna, la hay.

. . .

JongIn suspira al despertar, porque se ha dado cuenta de que se encontraba nuevamente en medio de la oscuridad.

Ni siquiera existía un delgado rayo de luz que pudiera iniciar una chispa de esperanza, ni un bombillo de bajo alcance que le mantuviera activo.

JongIn se sentó entre sombras y miró a la nada. Sería difícil acostumbrarse a la luz cuando lo sacaran de la celda, ralentizaría sus reflejos y su velocidad de acción, y eso siempre es una desventaja.

Suspiró y lo aceptó, como siempre lo hacía, y se llevó una mano al pelo y lo echó hacia atrás.

Si se había despertado a la misma hora de siempre, que era lo más seguro, los malditos gusanos no tardarían mucho en llegar con la imitación de desayuno clásico en un lugar como este. Probablemente gachas aguadas o sobrecocidas, o una sopa fría, o un pan mohoso. Siempre era lo mismo, nunca podía ser algo decente, nada que les levantara el ánimo ni les diera energías suficientes.

Ellos se encargaban de mantenerlos vivos y les proporcionaban el entusiasmo suficiente para que llevaran a cabo sus propósitos.

No querían arriesgarse a tener a un alfa demasiado activo que instara a los demás a luchar por su libertad, no querían a alguien lo suficientemente fuerte que les diera problemas, no querían provocar ni una mínima chispa de rebelión, y para eso recurrían a la humillación y a la baja moral, a la manipulación y los juegos mentales, y eran jodidamente buenos en esa mierda.

JongIn se culpa por no pelear por sí mismo, por no hacer un esfuerzo para salir de ahí, pero su estado físico y mental es precario y escapar por su cuenta es prácticamente imposible. No hay oportinudades, no podría hacerlo solo, y todos estaban lo suficientemente cansados para intentarlo otra vez, para arriesgarse y morir de forma deshonrosa si eran atrapados en el proceso.

Nadie quería exponerse a eso. Morir en las manos de un igual parecía ser mucho más honorable que ser atrapado por quienes les arrebataron todo en primer lugar. De alguna forma, JongIn compartía esa opinión.

Como lo había supuesto, la comida llegó no mucho después y se alimentó en medio de la oscuridad. Sabía asqueroso; no podía descifrar qué mierda era esta vez y, honestamente, tampoco le importaba. Preguntar y reclamar sería inútil, una completa pérdida de tiempo. Esto era lo que había, era su vida, su realidad, y tenía que aceptarlo.

Cuando terminó, JongIn suspiró, descansó un poco y luego se puso de pie para comenzar con sus entrenamientos matutinos. Era importante mantenerse en forma y despertar al alfa oculto; de esto dependía su vida, así que tenía que ser cuidadoso y continuo.

No está seguro de por qué continuaba haciendo esto: fortaleciéndose e insistiendo en luchar; habría sido más fácil rendirse, dejar que cualquiera le matara y finalmente olvidarse de esa vida miserable y humillante. Sufrir durante tanto tiempo... no sabía por qué lo había aceptado.

Tal vez sea porque, contra todo pronóstico, él aún siente esperanza; porque su alfa se niega a dejarse llevar por las circunstancias, porque es obstinado o porque quiere disfrazar ese vacío interno de una corazonada. No está seguro exactamente, pero lo hace, una y otra vez, todos los días.

Despierta, come, entrena duramente y va al cuadrilátero para reunirse con la muerte. Eso es todo. Esa es su vida.

Aprieta la mandíbula mientras arroja un puñetazo al aire y se detiene en seco.

No, esto no es una vida, esto no es mío. Mi vida está lejos de todo esto, en el exterior, en las calles, en los campos, en la sonrisa de mi madre, en el olor y las risas de mis hermanas. Esa es mi vida. Esto es simplemente un método de tortura y rompimiento. Esto no debe ser de nadie, esto no debe existir.

Jadeaba pesadamente cuando uno de los guardias que lo vigilaban en las sombras apareció con el aviso de que tendría una pelea pronto.

—Será mejor que te detengas si no quieres morir esta noche. Descansa, vendré por ti en cuatro horas.

JongIn se detuvo entonces y le agradeció por lo bajo.

Era el único guardia decente en ese lugar. Trataba de hablar con él cuando no había nadie cerca, le daba agua al finalizar una pelea y le acompañaba silenciosamente cuando le tocaba supervisarlo. No sabía su nombre ni cómo era su rostro, pues al salir de las celdas y encontrarse en los caminos iluminados este siempre se encontraba cubierto (por no decir que JongIn se encontraría descontrolado y borrado para entonces), pero no hacía falta.

Con recibir una pizca de amabilidad era suficiente. Significaba un soplo de alivio entre tanta podredumbre.

Se detuvo después de eso y realizó algunos estiramientos, luego volvió a la cama y se sentó en el borde de la misma mientras pensaba profundamente.

Otra pelea. JongIn sabía lo que significaba y esto le provocó ese tirón conocido en su estómago. Tendría que matar a alguien más, matar por entretenimiento, por apuestas, para complacer a un puñado de personas con gustos nauseabundos que pertenecían a la élite. Para eso había sido capturado, ese era su desastroso y aterrador fin.

Un hombre despojado de sus recuerdos, de su orgullo, de su moral. Un hombre en conflicto que era impulsado por el instinto arcaico de sobrevivir.

Nada de lo que fue una vez existía en este lugar. Aquí no había espacio para el viejo JongIn.

Fue tomado, obligado, humillado y despojado de las dudas. Lloró y gritó y maldijo lo suficiente en sus primeros días en el infierno; fue torturado por ello, fue marcado numerosas veces, fue inyectado con mierda que lo dejó tonto. Fue convertido en un saco de músculos que se enfrentaba a un igual para seguir con vida.

Cerró los ojos y exhaló profundamente, y en ese momento donde todavía tenía consciencia pidió perdón por el alma que tomaría esa noche.

.

Como siempre, entraron en grupo y lo arrinconaron e inmovilizaron en un espacio apartado; JongIn gruñó, se removió, y en un momento de descuido le inyectaron algo caliente en el cuello.

Se detuvo entonces y sus ojos se enfocaron en el destello breve del metal; inmediatamente después un bozal fue colocado en su rostro, las correas se apretaron en su nuca, un material resistente del que no podría deshacerse, y de esa manera le impidieron realizar algún ataque con sus dientes.

Los colmillos comenzaron a hormiguear con los efectos de la inyección y, contra el suelo, JongIn cerró los ojos con fuerza.

Nuevamente sería borrado, su consciencia sería sepultada y él sería convertido en un monstruo aterrador.

Apretó la mandíbula y el ardor y la furia comenzaron a trepar por su pecho, hundiéndolo profundamente en ambos, arrojándolo a las profundidades retorcidas de su naturaleza. El raciocinio comenzó a dejarlo, abandonándolo a su suerte, y el instinto despuntaba violentamente en sus bordes.

Matar, matar. Mátalos. Vive, vive.

JongIn rugió y su visión fue invadida por el carmesí. Estaba tan enojado, tanto. Quería matar, quería pelear, quería escuchar el crugir de los huesos bajo sus manos e inhalar el olor metálico de la sangre.

Lo arrastraron lejos de la celda, lo empujaron y lo golpearon mientras bufaba, gruñía y gritaba, y lo condujeron rápidamente hacia el cuadrilátero. JongIn podía escuchar el griterío, oler la excitación y la emoción en el ambiente, las apuestas, su apodo.

Aclamaban a Kai, Kai el golpeador, Kai el luchador, Kai el asesino. Lo amaban, amaban a la bestia, al alfa descontrolado sin consciencia ni remordimientos. Era retorcido. Era enfermizo e inhumano.

Era asqueroso.

Las luces lo cegaron y esto provocó una nueva ola de furia. Ardía por todas partes, su cuerpo se quemaba con cada roce, apretón, golpe y ruido. Estaba furioso, y esto solo iba en aumento.

Las feromonas a su alrededor empeoraron la situación, lo frustraron, y cuando vio al otro alfa con su propio bozal en el cuadrilátero, todo creció.

Mátalo. Mátalo o te matará. Acaba con él, hazlo, hazlo, ¡hazlo!

Rugió furiosamente y fue arrojado al interior del cuadrilátero cuando sintió que todo era demasiado. Con ambos encerrados, con el aroma y las feromonas de los dos saliendo en oleadas como advertencia, la bestia fue liberada.

Impactaron uno contra el otro con un sonido seco y violento. Sus músculos amortiguaron el golpe y se movió de inmediato para ganar ventaja tomando su cuello. Fue esquivado, sin embargo; una patada fue arrojada en su dirección y él se apartó de su camino, no obstante, tomó el tobillo del alfa y lo arrojó contra las rejas del cuadrilátero.

Su enorme cuerpo se impactó con dureza contra el metal y Kai se acercó de inmediato, golpeó la parte posterior de sus rodillas y lo dejó caer en el suelo. Una vez sobre él, pateó su cabeza y se sentó a horcajadas sobre su cuerpo para tomarlo del pelo y golpear su cabeza contra el suelo una y otra vez.

El hombre rugió, mostró sus colmillos detrás del bozal, y reunió toda la fuerza en su centro para girarlos, y maldita sea, lo consiguió.

Un puñetazo cayó en su estómago y el aire escapó de sus pulmones ante el impacto. JongIn gruñó y la furia se avivó con la llegada del dolor; una y otra vez, golpeado y aplastado por su peso.

Las manos grandes y rasposas tomaron entonces su cuello y comenzaron a apretar, y maldita sea, se estaba quedando sin aire. Sus músculos se hincharon y sus ojos tuvieron el deseo sobrenatural de salirse de sus cuencas. JongIn lo miró, lo miró directamente y el carmesí ajeno saludó al suyo. Le hizo sentir eufórico, descontrolado.

Llevó sus dedos a las iris y las hundió en sus ojos con fuerza. El alfa gritó, alejó sus manos de su cuello y JongIn, mareado y agitado, se incorporó lo más rápido que pudo, tomó una larga bocanada de aire y se enfrentó nuevamente a su oponente.

Lucharon por un tiempo, golpeando, pateando y esquivando. Recibió golpes dolorosos y la sangre comenzó a deslizarse sobre su piel tatuada. Estaba cansado y su alfa se encontraba desesperado porque su contrincante aún se mantenía vivo.

Soy mejor que él. He ganado antes, puedo vencerlo. Debo vivir. La muerte es inaceptable; no aquí, no así. Tengo que ganar. Tengo que vencer.

El repiqueteo comenzó a sonar entonces contra el suelo y JongIn bajó la mirada para encontrar puñales, cuchillos y dagas a su alrededor. Los espectadores los estaban arrojando hacia ellos para aumentar la emoción de la pelea, para acelerar las cosas.

Ellos se miraron durante lo que pareció un segundo y, guiados por el mismo hilo de pensamiento, corrieron hacia el arma más cercana y la lanzaron en dirección al otro. El alfa consiguió que su cuchillo cortara efectivamente su brazo, pero JongIn tenía experiencia en este tipo de combate y con este tipo de armas; él lo clavó en el pecho del macho limpiamente y sin errores y esto lo desestabilizó por completo.

Sin darle tiempo para reaccionar, JongIn tomó un cuchillo de caza y lo arrojó nuevamente hacia él, se clavó en su estómago esta vez y el alfa jadeó ruidosamente, con los ojos abiertos de par en par apuntando a su rostro. Su corazón comenzó a latir con rapidez, la bestia se retorció y sus tripas se apretaron fuertemente con la llegada de la expectativa, de la emoción.

Emoción por acabar con esta vida. Era un monstruo, realmente lo era.

Se acercó entre los gritos y las risas y tomó un largo cuchillo de cocina en su camino. El alfa no se movió; el color de su rostro fue drenado y la sangre llenó el suelo con el flujo continuo e ininterrumpido. JongIn admiró la escena con aprobación.

El carmesí, el color de la muerte, de la furia, de la sangre; el olor de la excitación y del óxido natural del líquido vital, el miedo de su oponente, sus manos temblorosas. Él era su verdugo; acabaría con su sufrimiento en breve.

Se miraron frente a frente y distinguió el temblor del rojo en sus iris y la pronta llegada del café profundo y común. El alfa tosió y sus labios se llenaron de sangre, que corrió libremente por su garganta y goteó hacia su pecho y el suelo.

El hombre tomó una respiración dificultosa y sus cejas se arrugaron con la llegada de la razón, de la consciencia y del verdadero dolor. Brillantes, sus ojos se enfocaron en los suyos nuevamente y sus labios se movieron torpemente para susurrarle de forma entrecortada las siguientes palabras:

—Por favor... p-por favor, mátame... no puedo vivir... n-no puedo seguir de esta manera. Ayúdame... ayúdame a partir... hermano.

Algo se rompió en su corazón y JongIn no estaba seguro de qué se trataba. No podía pensar con claridad, no podía hablar ni hacer preguntas. Aún había calor, aún había enojo e impotencia. En su mente aún podía escuchar esa voz sangrienta pidiéndole continuar, torturarlo un poco más, jugar con él, pero JongIn no pudo.

No pudo hacerlo, maldita sea, no podía moverse para hacer otro corte, para destrozar sus huesos, para arruinar su cuerpo y volverlo una masa irreconocible. Sus ojos, sus susurros y su expresión se lo impedían.

Y entonces, por primera vez desde que había sido inyectado con esa droga maldita, luchó contra su impulso y lo venció.

Rugió poderosamente y cortó la garganta del hombre de un solo e indoloro movimiento; la sangre le salpicó la cara y su respiración se agitó, resonó en el cuadrilátero con fuerza y el puño que sostenía el cuchillo comenzó a temblar violentamente.

Estaba hecho. Él había muerto de forma rápida y sin dolor, y no está seguro de qué es lo que está sintiendo en ese momento.

Escuchó gritos y maldiciones y esto trajo una nueva furia descontrolada. Era diferente, más profunda, más intensa. No sabe a qué se debe, por qué es tan fuerte, por qué duele su pecho si no ha sido herido ahí, pero lo experimenta y lo vuelve un desastre.

Sus fosas nasales se expandieron y su respiración se agitó violentamente al ver llegar a los vigilantes con armas y sus cascos puestos. JongIn dio un zarpazo en su dirección, un reto, y llevó sus manos hacia la nuca en un intento desesperado de deshacerse del bozal. No lo consigue, pero sus colmillos hormiguean con la necesidad de arrancar piel, de asesinar en masa, y él vuelve a gruñir con imponencia.

Injusticia. Injusticia.

¿Por qué es injusto? ¿Qué es injusto?

Mátalos. Debes matarlos a ellos. Detén esto. Lucha.

Estoy luchando. ¡Lo estoy haciendo! ¡Yo maté a ese hombre! ¡Lo asesiné! ¡Ganamos!

No. No es justo. Es malo, tan malo...

—¡Rápido, dispárenle! ¡Está luchando contra los efectos de la droga! ¡Hay que noquearlo ahora mismo!

JongIn gritó, desesperado, queriendo respuestas, anhelando venganza, y corrió directamente hacia la puerta del cuadrilátero, donde había más guardias repartidos por todas partes, tomó las rendijas de metal y las sacudió en un intento maníaco por salir de ahí para reunirse con todos ellos.

Los mataré. Tengo que acabar con ellos, tengo que torturarlos y hacerles sufrir un maldito infierno.

—¡Dispárenle ya!

JongIn aulló y un momento más tarde hubo un suave sonido que pasó desapercibido entre la algarabía de la multitud y sus propios bufidos; JongIn había sido incapaz de escucharlo, pero sintió el par de piquetes hundiéndose en su hombro derecho.

Confundido, giró el rostro y un tercer piquete cayó en su cuello descubierto; JongIn gruñó y llevó una mano hacia la zona para averiguar qué había ocurrido, y ahí encontró un pequeño envase con una aguja brillante al final que le dio todas las respuestas que necesitaba.

No está seguro de cuánto tiempo pasó después de eso, pero su visión comenzó a nublarse y fallar preocupantemente, el ruido ensordecedor se convirtió en un suave sonido de fondo y sus sentidos se atenuaron por completo hasta dejarle prácticamente incapacitado.

La ira menguó y con ella sus pensamientos y sus deseos, el impulso que le había arrojado a los guardias y el deseo ferviente de su alfa. Todo quedó silenciado y escondido y su cuerpo se desplomó cuando la fuerza lo abandonó por completo.

Vagamente es consciente de la puerta abriéndose y los pasos presurosos de los guardias rodeándolo; JongIn no los mira en ningún momento y, en cambio, él se centra en el hombre que había asesinado y que se encontraba en el suelo, no muy lejos de su propio cuerpo, solitario y empapado en sangre.

Su corazón vuelve a doler, pero esta vez no es capaz de pensar en ello ni de profundizar demasiado en sus emociones; para ese momento, la oscuridad se lo había llevado nuevamente.

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Como es de esperarse, JongIn despierta y se encuentra completamente desorientado. Se siente mareado, su cuerpo se siente pesado y es incapaz de reaccionar con rapidez.

Los efectos del calmante le impiden levantarse de la dura cama y sus extremidades son sacudidas por un dolor repentino. Suelta un quejido y nota que incluso eso es incómodo y difícil.

Todo está tan rígido; su cuerpo, el deseo de moverse, de pensar, se siente antinatural. No puede hacerlo, así que se abstiene. Yace ahí en silencio y espera a que todo pase.

No recuerda mucho de lo que había sucedido, pero sabe que las imágenes lo golpearán eventualmente, cuando el efecto del calmante pase. Entonces apreciará cómo se desenvolvió como verdugo en esta ocasión, qué tan inhumano había sido.

No ansiaba verlo, nunca lo hacía, pero como una especie de tortura las imágenes llegaban una detrás de otra para atormentarlo, para recordarle la mierda retorcida que era ahora.

Solo deseaba con todas sus fuerzas que no hubiera sido tan terrible esta vez. JongIn no podría soportar una muerte parecida a la de ciento trece, no podría verse de una forma tan vil.

Es en estos momentos de espera donde siente miedo y ansiedad. Es la parte más frustrante de todo.

—Estás despierto ya —susurró una voz conocida en medio de la oscuridad y el silencio y JongIn abrió lentamente los ojos aunque no hubo ninguna diferencia de mantenerlos cerrados—. No te molestes en hablar ni en moverte; las dosis que te inyectaron esta vez fueron bastante altas, así que el efecto durará mucho más tiempo.

JongIn frunció el ceño, sintiéndose confundido. Había tantas preguntas por hacer, tantas respuestas que le fueron negadas, y él las quería todas. Era una situación difícil, tan difícil.

En su interior, su alfa no envió ninguna respuesta.

—No puedo decirte nada más por ahora, lo único que puedo agregar es que estás bajo observación. Dejaste a los altos mandos bastante tensos y están pensando qué hacer contigo. Personalmente dudo que te maten; eres su mina de oro, un punto de atracción asegurado, sin embargo, tendrás que tener cuidado a partir de ahora. Cuida tus espaldas, ochenta y cuatro, y compórtate. Eso es todo.

El guardia no volvió a hablar después de eso y JongIn permaneció en penumbras, no solo físicamente sino también mentalmente.

¿Bajo observación? ¿Qué diablos había sucedido?

JongIn exhaló y el movimiento provocó una sacudida de molestias físicas en todo su cuerpo. Fue suficiente para detener la marcha de su mente y dejarlo en blanco. No podía pensar ni razonar, no ahora al menos, así que no lo hizo. Lo dejó estar y volvió a cerrar los ojos.

Una vez más, la inconsciencia lo arrastró hacia un lugar desconocido y apartado de la realidad.

.

El tiempo de recuperación transcurrió en un constante vaivén de consciencia e inconsciencia y de dolor y alivio.

Había sido un proceso mucho más tardado y terrible que de costumbre. La recuperación se estaba haciendo esperar y JongIn se pregunta cuál fue la cantidad de calmante que le habían dado. A juzgar por las reacciones de su cuerpo, mucha más de la que había  experimentado con anterioridad.

Al menos soy capaz de pensar y hablar. No sé cuánto tiempo tomó, pero es un alivio poder hacerlo ahora.

Además, JongIn había sido víctima del monitoreo constante de los guardias. Ellos entraban a su celda, le golpeaban, le molestaban, hacían preguntas y lo miraban por mucho tiempo. Querían medirlo, lo sabía, ver hasta qué punto podía llegar al ser provocado, al ser humillado y tratado como basura.

Querían ver si perdía el control, si se volvía irascible, pero JongIn se mantuvo obstinadamente con un bajo perfil.

No reaccionó diferente a como lo haría normalmente. No gruñó, a pesar de querer hacerlo, ni rugió, ni emitió sonido alguno de queja o protesta. Lo aceptó todo silenciosamente, una y otra vez, hasta que se marchaban y le dejaban solo.

Fue una molestia.

El guardia de antes volvió a su celda para entonces y JongIn se sintió aliviado al reconocer su presencia en la oscuridad. No habló por un tiempo, buscando los rastros de un segundo vigilante, y al no hallarlo se sintió con la confianza suficiente para dirigirse a él.

—¿Puedo hacerte algunas preguntas?

JongIn no está muy seguro de dónde estaba exactamente la puerta de su celda, así que se mantuvo acostado boca abajo en la cama sin mirar en ninguna dirección en específico. El guardia no respondió, así que JongIn continuó.

—¿El hombre...? ¿Cómo fue su muerte?

Hubo un momento de silencio que le mantuvo con el corazón latiendo a toda prisa y una sensación incómoda apretándole el pecho. Por fortuna, todo esto se alivió con la llegada de la respuesta del tipo.

—Fue rápida. No fuiste un sanguinario ese día.

JongIn cerró los ojos y suspiró largamente con los músculos finalmente relajados. No había sido consciente de la rigidez y el peso de los mismos hasta ese momento, y sentir la ligereza que llega con el alivio le otorgó cierta vitalidad y fortaleza.

—Eso es bueno. ¿Esa es la razón por la que me tienen en observación?

—No —respondió con seguridad—. Te revelaste frente a todos después de matar a doscientos siete. Querías enfrentarte a los guardias y no respondías a las órdenes del líder; te dispararon tres veces y solo entonces llegaste a la inconsciencia... nadie esperaba que eso sucediera, así que todos han sido sigilosos contigo últimamente.

JongIn se quedó muy quieto al escuchar aquello y una poderosa sacudida removió sus entrañas.

Se había revelado, él había intentado agredirlos, matarlos frente a todos. No obedeció al líder y su alfa tomó el control y se volvió hacia aquellos que le arruinaron la vida. Por primera vez en mucho tiempo, JongIn había intentado luchar, había intentado salir.

Era impresionante; JongIn se siente vagamente orgulloso, pero también experimenta preocupación. Está caminando por un sendero incierto ahora, sin saber a qué debía enfrentarse o cuál sería su destino.

Entiende que es un asesino valioso para el líder y esa es la razón de estar vivo a pesar de lo que había hecho, pero la seguridad del tipo se había tambaleado y todo empeoraría a partir de ahora. Probablemente le inyectarían el doble de calmantes después de activar su furia antes de una pelea, el monitoreo se mantendría por un tiempo más y su comida sería aún menos nutritiva para mantenerlo en un estado débil y manipulable.

Era un desastre, realmente lo era, y este pequeño desliz le otorgaría tiempos difíciles.

Abrió los ojos y se enfocó en un lugar indeterminado del espacio por mucho tiempo, y aunque creyó que sería incapaz de decir algo más en lo que quedaba de día, él volvió a romper el silencio.

—¿Puedes decirme cuánto tiempo ha pasado desde el año doscientos catorce?

El guardia lo pensó un poco y el silencio volvió a llenar el lugar. JongIn sabía que era demasiado y que estaba tocando los límites que no debía traspasar en primer lugar, pero no había podido evitarlo. En medio de todo aquello, saber cuántos años habían pasado desde su captura se volvió algo increíblemente importante.

Contra todo pronóstico, el guardia respondió nuevamente.

—Siete años.

Siete años... eso quiere decir que tengo treinta y tres años de edad ahora mismo.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vi a mi madre y mis hermanas... me pregunto si aún conservan esperanzas.

JongIn esperaba que no fuera así. Era un hombre que estaba muerto en vida; su salida de ese lugar era imposible. Moriría en el cuadrilátero o en esa celda y ellas nunca lo sabrían... era terrible: seguir esperando a que un muerto volviera a casa.

Deseo que ellas hayan continuado adelante. Rezo por eso y porque el peso de su pérdida haya sanado finalmente.

.

Es cuando JongIn consigue moverse nuevamente que aparece un grupo de guardias y lo rodean en su celda.

Se levanta con confusión y en un estado de alerta máxima y gruñe cuando es abordado en medio de la oscuridad. Sabe que puede guiarse por su sentido del oído y por la ligera brisa que toca su piel cuando alguien se mueve cerca de él, pero aún está a prueba y no puede arriesgarse a cometer un error cuando lo ha hecho tan bien hasta ahora. Defenderse no es una opción y él se deja haber con la mandíbula y los puños apretados.

El alfa ruge en su interior y el aroma de otros alfas lo invade; están llenos de feromonas violentas que buscan dominarlo, rebajarlo, y aunque siente la resistencia natural impulsada por el instinto y quiere luchar por mantenerse intacto y sacarlos de su territorio (porque en eso se convirtió su celda de alguna u otra forma) se somete y deja que hagan con él lo que mejor les plazca.

Descubre sus intenciones al escuchar las hebillas y sentir el frío del metal contra la piel de su rostro y JongIn experimenta una especie de desazón en el estómago. Un bozal; nuevamente será reducido a esto, a un animal minimizado y ridiculizado, sin orgullo ni valor.

JongIn lo odia y odia lo que significa.

Lo usaba para matar, en los enfrentamientos en el cuadrilátero y cuando el líder hacía breves inspecciones, nunca en la celda, nunca cuando se encontraba solo. Llevarlo era una deshonra para él y su consciencia, para su autocontrol y su acertada toma de decisiones; llevarlo era igual a irracionalidad, significaba la llegada inminente de Kai, y, maldita sea, JongIn lo odiaba y le repugnaba profundamente (Kai, el bozal, ese lugar, todo).

Siente y piensa en todo eso mientras el bozal le es puesto y JongIn sabe que, de estar sólo un poco más roto, él habría llorado.

Era el peor castigo para un alfa, era degradante, y esta vez no podría recurrir a la falta de memoria para borrar la escena de su mente.

Para ellos soy un perro que gira alrededor de su cola, así de estúpido quieren verme, así de indefenso quieren que me sienta. Privado de mi libertad y mi dignidad... soy menos que un ser pensante con emociones y sentimientos. Para ellos no soy nada. No debería ser nada.

La hebilla cierra alrededor de su cabeza y las manos finalmente se alejan de él, luego escucha una risa grave y desagradable, un asqueroso sonido le sigue y un momento después siente el escupitajo en su hombro desnudo.

—Eso te enseñará una lección, maldito loco. Ahora te lo pensarás dos veces antes de hacer una mierda estúpida.

JongIn no respondió y aceptó los golpes, las patadas y los insultos denigrantes arrojados sobre él con aparente calma, en completo silencio.

Su cuerpo volvió a doler cuando terminaron de divertirse con él y se arrodilló en el suelo con los hombros hundidos y el corazón apesadumbrado.

Es impresionante cómo te arrebatan la dignidad, el orgullo y la vida misma. Es impresionante cómo acaban contigo y con tu cordura. Todo esto es genuinamente increíble.

Hay ardor en sus ojos y JongIn aprieta un puño con dureza y luego lo impacta en la pared frente a él. Duele cada vez, (¡pat, pat, pat!), los golpes le rompen la piel de los nudillos y el aroma metálico de la sangre, su sangre, borra los rastros de feromonas, malicia y odio.

Una lágrima se desliza y se muerde duramente la boca para reprimir un grito lleno de desesperación. La sangre estalla contra su lengua y él golpea la pared nuevamente.

La muerte, piensa, es cruel por no tocar su puerta.

.

Lo enviarán a otra pelea, JongIn lo descubre fácilmente al probar la comida, que está un poco mejor cocinada, y recibir chequeos constantes de algunos médicos.

Cuando ellos dan el visto bueno por los resultados obtenidos, le ordenan entrenar bajo la supervisión de algunos guardias y luego le inyectan alguna porquería que le hace dormir profundamente.

El bozal permanece; solo lo liberan para comer y al terminar es colocado duramente en su rostro. No es cómodo, le hace sentir atrapado, pero él abstiene sus quejas y prefiere no pensar en sus emociones y sentimientos. Tampoco piensa mucho en el hombre que asesinó en el cuadrilátero y que ahora recuerda con más claridad.

Le va mejor de esta manera.

El guardia, al que le tiene un poco de confianza, aparece luego de unos días y confirma sus sospechas.

—Trata de mantenerte a raya; te van a enviar al cuadrilátero en un par de días y van a vigilarte en todo momento. Si te descontrolas, si haces algo extraño, ellos te matarán.

JongIn se detuvo y su alfa se removió en su interior. La muerte... ¿es una bendición o una maldición? Ciertamente agradecería morir en este punto. JongIn es una masa de carne que es constantemente inyectada para mantenerla bajo control y que está destinada a matar sin dudar; eso no es vida, no se acerca a ella ni en lo más mínimo. ¿Realmente quería seguir hundido ahí, revuelto en la mierda y la podredumbre?

Morir se parecía mucho a finalmente obtener la libertad. ¿Por qué luchar contra ella, entonces?

—Sé lo que estás pensando, y créeme, no te lo recomiendo. Concéntrate, ochenta y cuatro. Sé de lo que hablo.

JongIn permaneció en silencio por un momento y sin sentirse realmente exaltado o frustrado, preguntó:

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué me ayudas? No puedo entenderte.

—... No puedo darte esas respuestas, ochenta y cuatro; lo único que puedo decirte es que deberías seguir mis consejos. Tengo razones para dártelos, no es simple palabrería. Piensa en ello... ahora mantente en silencio, alguien vendrá dentro de poco.

JongIn lo obedeció y no volvió a hablar a partir de entonces; fiel a lo que había dicho, alguien más llegó y el guardia fue relevado no mucho después. Así pues, no hubo tiempo para más preguntas, solo se trató de él pensando profundamente en lo que haría a continuación.

Estas preguntas se mantuvieron firmemente arraigadas en su cerebro; no se alejaron mientras entrenaba, comía y era lo primero que llegaba a su mente al despertar. El día de su pelea no fue la excepción.

JongIn aún se mantenía algo indeciso; sentado en su cama con las piernas abiertas y los antebrazos apoyados en las rodillas, esperaba la llegada de los guardias que le inyectarían la droga antes de ir al cuadrilátero.

¿Confiar o no hacerlo? ¿Vivir o morir? ¿Qué debo esperar, qué debo hacer? No estoy seguro, por una vez estoy realmente en blanco al respecto.

La puerta de la celda fue abierta y los pasos resonaron contra el suelo húmedo. JongIn supo que había llegado el momento, que pronto volvería a ser la bestia, Kai, y que la sangre lo empaparía pronto.

Un zumbido extraño golpeó sus oídos y la piel de su cuerpo se erizó completamente. Sus colmillos hormiguearon y algo, una sensación de inquietud, nació en su estómago.

Cerraron la puerta nuevamente y sus oídos se movieron cuando el calor de un cuerpo se acercó, luego otro y otro más, y fue retenido para evitar un ataque. Escuchó el golpecito de una uña contra la jeringa llena y JongIn gruñó bajo y ronco tras el bozal, sus ojos brillaron en la oscuridad y su mandíbula se apretó.

Sintió el pinchazo de la aguja en su cuello y sus músculos se tensaron violentamente cuando el líquido comenzó a correr en su sistema. El calor se despertó en sus entrañas y JongIn cerró los ojos y dio un zarpazo violento a la nada.

—Oh, ¿estás enojado? Veamos si mereces la pena el esfuerzo, maldita basura. Un error y te volaré los sesos.

JongIn gruñó en respuesta y la aguja se incrustó aún más en su cuerpo en represalia.

Es entonces cuando un estallido resuena en todo el lugar y un temblor sacude las paredes y el suelo. JongIn frunció el ceño y los gritos y alaridos rompen el silencio de las celdas.

Los disparos llegan un momento más tarde.

—¿Qué mierda? ¡Tomen sus armas y sal...!

La orden se ve silenciada cuando un disparo llega a él, seguido de otro y otro y otro más. JongIn maldice y se arranca la jeringa; esta se rompe al caer al suelo y él se arroja tras la cama. El tiroteo se lleva a cabo dentro de la celda y la oscuridad le frustra.

No sabe qué está ocurriendo, pero hay un presentimiento, una sensación de éxtasis y una emoción perdida que le arrebata el aire. El alfa se remueve, vigoroso y entusiasmado por una vez, y los efectos de la droga disminuyen por la fuerza de sus sentimientos y la poca cantidad de líquido que consiguió entrar en su sistema.

No mucho después los disparos cesan y el silencio se hace presente en la celda. Fuera continúa el caos, pero JongIn no puede tomarlo en cuenta, no realmente.

Es extraño.

Sus sentidos se agudizan únicamente en ese lugar y su corazón salta y corre con fuerza.

Hay pasos acercándose y estos se detienen finalmente frente a la cama; es entonces cuando el silencio se rompe.

—Puedes salir. He venido por ti, ochenta y cuatro.

No conoce esta voz pero por alguna razón le brinda calma y una felicidad tan intensa que duele sentirla.

Confía de inmediato, le provoca un hormigueo en el cuero cabelludo y todo su ser se centra en él. Se enfoca en él.

Mío, ruge el alfa ardiendo en su interior y JongIn sale de su refugio y mira un punto específico en la oscuridad porque él sabe que el desconocido está ahí.

Nuevamente escucha pasos y todo su cuerpo se tensa; la necesidad de marcar, de tocar y fundirse en ese cuerpo incrementa. Hay deseo sexual, y este se dispara de una forma impresionante con la activación de su instinto. Se pierde y su consciencia lucha por mantenerse en su lugar; entonces suelta un gruñido suave, casi suplicante, y hay un toque tentador en su muñeca que le hace gemir.

—Vamos a sacarte de aquí. ¿Puedes confiar en mí?

—Lo hago. Dime hacia dónde tengo que ir.

Hubo un suspiro suave y el agarre en su muñeca se afirmó.

—Ven conmigo.

El hombre tira de él y lo arrastra fuera de la celda, al desastre que se ha vuelto el exterior. Hay disparos y los gritos se intensifican, y JongIn ruge cuando encuentra presencias cercanas a ellos, al chico.

Se siente incómodo, enojado y frenético; quiere cuidarlo, quiere protegerlo, quiere salir de ahí con él. Nunca se sintió tan vivo.

—Mierda, ellos están en todas partes... mantente en ese lugar, no te muevas —era una orden obvia, pero él no fue despectivo ni molesto y JongIn realmente quiso complacerlo—.

Hubo disparos cercanos, jadeos y el sonido característico de los huesos rompiéndose en medio de una pelea y JongIn deseó poder ver, maldita sea. Quería ayudarlo, quería luchar. Por una vez no le importó matar a alguien si con ello podía salir y arrastrar a ese hombre con él, pero las circunstancias se lo impedían.

Nuevamente el silencio y su mano fue tomada por segunda vez para reiniciar su carrera a alguna parte.

JongIn no está seguro de cuánto tiempo corrieron, solo sabe que al final de aquel pasillo desconocido hay una luz que se amplía a medida que se acercan a ella. Sus ojos tienen tiempo para acostumbrarse al cambio de iluminación y cuando puede ver claramente una vez más, observa de inmediato al hombre que lo guía.

Es pequeño, piensa, y eso es lo único que obtiene de él. Porta uno de los uniformes de cuerpo completo de la guardia que los custodia y, además, hay un casco que cubre su cabeza y le ayuda con la visión nocturna. No tiene un atisbo de su rostro, de su cabello ni de su piel, pero su fisonomía le hace ver que podría acomodarse fácilmente en sus brazos y encontrar un lugar cómodo en su pecho.

El pensamiento le sienta extraño, pues no es normal tenerlos; nunca anheló un abrazo ni una caricia mientras estuvo ahí. Sobrevivir fue el impulso predominante.

El celo era atendido por drogas y un amante casual que olvidaba luego de la rutina, y eso era todo. Para este hombre desconocido, JongIn no debería sentir pasión ni deseo. No había visto su rostro ni sentido su cuerpo contra sus manos, pero maldita sea, él lo quería. Lo quería en sus brazos y en su cama sin importar nada más.

En este punto, con el calor provocado por la droga y el instinto agudizado, se había convertido en una necesidad.

Al final del pasillo hay una desviación que llevaba a otra parte del Dubkám; JongIn lo miró con el ceño fruncido a medida que se acercaban, e impulsado por una corazonada tomó la mano del hombre y tiró de él hacia atrás en el momento justo para evitar el ataque sorpresa de un guardia.

Este tenía en sus manos un arma y, de haberse tardado tan solo un segundo más, habría volado la cabeza del chico. El pensamiento alimenta su furia y JongIn no tarda en dirigirse a él, esquiva un par de disparos con ayuda del instinto y la agilidad obtenida con años de entrenamiento y capacitación y finalmente golpea la muñeca del tipo cuando llega a su lado; el arma cae al suelo y JongIn la patea hacia atrás, hacia el pequeño hombrecito que espera con agitación y sorpresa, y se mueve para enfrentarse a su oponente rápidamente.

Le propina una patada en el centro del pecho que le hace retroceder un par de pasos y luego golpea sus costillas con el codo, su pectoral izquierdo y se mueve para patear con fuerza la parte posterior de sus rodillas. El guardia cayó al suelo de forma inevitable y JongIn arranca la segunda arma de su funda, apunta a su nuca y sin dudarlo dispara.

El casco se rompió en dos con el impacto de la bala y de esta forma su rostro quedó al descubierto; JongIn gruñe al ver el pálido cuello intacto y un deseo insano crece en su estómago y se desliza hacia su pecho.

Quería desgarrarlo con sus dientes, mierda, lo haría papilla por intentar matar a su hombre, no obstante, el bozal es un impedimento físico para llevar a cabo sus deseos.

Sabiendo que es incapaz por ello, lleva sus manos a las mandíbulas del guardia, tomó su rostro con firmeza y luego giró su cabeza con rapidez. El chasquido de la cervical es notorio y el guardia yace sin vida en sus manos en cuestión de segundos.

JongIn permanece en el mismo lugar por un tiempo, jadeando y gruñendo cuando el calor comienza a lamer sus entrañas; no obstante, gira de inmediato cuando escucha los pasos detrás de él.

Es el pequeño guardia, su guardia, que se acerca de forma vacilante.

No me temas; no te haré daño. No a ti. Te protejo; solo quiero cuidarte. No vamos a lastimarte, por favor, no me tengas miedo. No a mí, te lo suplico.

—¿Ochenta y cuatro? ¿Estás bien? —su voz no tiembla y eso le brinda alivio—.

Sus hombros se relajaron de inmediato y JongIn se obligó a soltar la cabeza del guardia muerto en ese momento. Asintió no mucho después y luego escuchó un suave suspiro de parte del hombre.

—Qué alivio. Gracias por salvarme... ven, debemos seguir; seré más cuidadoso a partir de ahora.

Asintió nuevamente y se puso de pie, y así reanudaron su carrera.

Ahora que contaban con luz, JongIn pudo admirar la verdadera capacidad del pequeño. Se movía con agilidad y destreza, con experiencia y una memoria muscular obvia. No permitió que el accidente con el guardia lo desestabilizara, de hecho, esto aumentó su concentración y lo motivó a ser aún mejor.

Él no podía ser alguien simple. No era cualquier persona; sea lo que sea que estuviera pasando en Dubkám, este hombre era parte de eso.

Hay una nueva explosión y los gritos llenan el espacio. Hay alaridos vigorosos y violentos y cosas rompiéndose, disparos y aullidos. La gente está luchando, y esa fiereza, esa desesperación y letalidad proviene de los prisioneros. JongIn lo sabe, pues él también siente la necesidad de gritar, de luchar y rugir.

Los alfas han despertado.

Después de tanto tiempo el miedo ha desaparecido con la chispa calurosa de la rebelión.

Ellos finalmente han redescubierto el deseo de vivir.

Se encuentran con más guardias en el camino y el hombre se encarga con el arma mientras JongIn lo hacía con las manos; se defienden y se cuidan mutuamente y hay una conexión íntima que le eriza la piel y remueve a su alfa con complacencia.

Y luego de lo que pareció una eternidad, JongIn la huele antes de verla.

La libertad.

El pequeño empujó una puerta de aspecto pesado y el viento lo golpeó de lleno. El aire fresco y puro invadió sus pulmones y el sonido de las aspas de un aerodeslizador llenó sus oídos, pero el ruido abrumador no importaba, no realmente, porque él estaba viendo colores, estaba viendo la hierba, el cielo, montañas; estaba admirando el viaje de las nubes sobre su cabeza. Él estaba viendo la vida, la esperanza, ahí, tangible.

Finalmente.

Finalmente.

.

Lo que pasó después de eso fue un borrón que no es capaz de procesar realmente. Sabe que el pequeño lo llevó directamente hacia el aerodeslizador más cercano y el guardia, ese que le hacía compañía en la oscuridad, se presentó ante él con el rostro fuerte y atractivo de un hombre extranjero de mediana edad.

JongIn admiró entonces todo lo que estaba pasando. Había gente saliendo rápidamente del Dubkám, heridos y otros tantos que corrieron con más suerte, gente de traje que fue interceptada rápidamente por la policía y tantos luchadores que, como él, apreciaron con maravilla y fascinación lo que había fuera de ese lugar de muerte y oscuridad.

—Es una redada. Nos tomó un tiempo pero finalmente pudimos intervenir para rescatarlos y desmantelar esta mierda.

JongIn giró el cuello y se enfocó en el hombre que lo había rescatado en el momento justo para verle sacándose el casco.

Su rostro, sus facciones, fueron un golpe de dulzura y ternura directos a su corazón. Era un hombre de rasgos lindos, suaves; oscuros ojos redondos, cejas pobladas, una nariz elegante y un par de labios que cualquiera llamaría una absoluta tentación. Su cabello negro brillaba bajo el sol y su piel pálida e impecable se encontraba cubierta por un ligero sonrojo que fue provocado por el calor y el esfuerzo físico anterior.

Era precioso, sin dudas perfecto. JongIn se encontró maravillado con bastante facilidad.

—Lamento tardar tanto... sé que has esperado mucho tiempo ahí dentro, ochenta y cuatro.

JongIn negó, sintiendo una fuerte sacudida en su corazón, y le sonrió con gentileza.

JongIn... mi nombre es JongIn. Ochenta y cuatro ha muerto gracias a ti, así que no tengo nada que perdonar. Llegaste en el momento justo.

JongIn había recibido una sonrisa después de decir aquello y al ver el brillo en esos ojos, el interés y la felicidad en medio de esa oscuridad fascinante (no aterradora, no desesperanzadora), supo que había caído profundamente en él. Que le pertenecía.

—Soy el agente doce. Mi nombre es un secreto personal, así que te lo diré más tarde, cuando finalice mi trabajo aquí.

JongIn no se sintió decepcionado. Esa había sido una obvia promesa de que se verían luego, y eso fue suficiente para él.

El agente doce tuvo que irse no mucho después; su trabajo estaba en curso y tenía que ser parte de la operación mientras esta se desenvolviera; JongIn no quiso dejarlo ir.

Dispuesto a volver ahí solo para ayudarlo y asegurarse de que estaría bien, se puso de pie y dio un paso adelante; no obstante, fue rápidamente interceptado en el proceso y su descontento y la llegada de los gruñidos y el deseo de luchar y enfrentarse a la policía para seguirlo de cerca le valió un tranquilizante que le dejó inconsciente durante unas cuantas horas.

Cuando despertó estaba en un hospital.

Una intravenosa y una bolsa de líquido se encargaron de mantenerlo hidratado y la ropa y la sábana lo mantuvieron cálido a pesar del aire acondicionado encendido.

Acarició la prenda con extrañeza y se sintió desencajado ante la suavidad y la comodidad. Después de tantos años durmiendo en un catre de mierda, sin ropa decente que ponerse y ni hablar de una almohada o sábanas para dormir, esto se sentía extraño.

Su mano subió un poco más y el cuero y el metal le dicen que hay un bozal en su rostro. No le extraña; sería difícil lidiar con él si despertaba de mal genio, así que suspiró y cerró los ojos por un momento para asimilar todo lo que estaba sucediendo.

Había sido rescatado.

Después de siete años desde su secuestro y de ser víctima de drogas que le orillaron a asesinar a sangre fría a múltiples personas, él se encontraba en el mundo exterior, en el real.

Era increíble.

Sus sentidos y todo su cuerpo se activan cuando escucha el sonido de la puerta abriéndose y dirige su mirada hacia la entrada rápidamente.

Entonces llega la calma y la tranquilidad, la emoción y la comodidad al ver el rostro suave y hermoso del agente doce asomándose con curiosidad por un pequeño espacio abierto. Su alfa se sacude al ver la sonrisa del pequeño y todo su cuerpo vibró cuando obtuvo una bocanada de aire cargado con el aroma más delicioso del mundo.

Era agradable, fresco, olía como el hogar, a comodidad y seguridad, y lo supo: él era un omega y era completamente suyo.

Mi compañero. Mi pareja destinada.

El agente doce se internó en su habitación con seguridad al encontrarlo despierto, cerró la puerta detrás de él y se acercó hasta sentarse en la silla vacía junto a su cama. JongIn no lo perdió de vista en ningún momento y el agente doce no pareció incómodo con eso; al final él también le devuelve la mirada con calidez y dulzura.

—¿Estás bien, JongIn? Dormiste por un tiempo. Tu cuerpo necesitaba descansar.

—Estoy bien. ¿Tú?

El agente doce se encogió de hombros tranquilamente.

—También estoy bien. La misión fue un éxito; tuve suerte de sufrir tan solo un par de rasguños a pesar de la magnitud de la misma.

La preocupación se enciende en el corazón de JongIn y su alfa se remueve con incomodidad ante la imagen del agente herido, sangrando o siendo víctima de algún ataque. Él puede notarlo, así que agrega con rapidez:

—No te preocupes, estoy bien, de verdad. Tuve una luxación un poco incómoda y un par de cortadas, pero es algo simple y mínimo considerando el tipo de trabajo que tengo. Ya estoy acostumbrado a esto, así que no me molesta realmente.

—Eso no lo hace mejor. Hubiera preferido acompañarte para que no sufrieras ningún daño.

Los ojos del agente doce se suavizan al escucharlo y sus hombros se relajan aún más, y es esa imagen tranquila y cautivada la que sacude cada célula de su cuerpo y lo llevan a caer en él y en la aparente perfección que desborda su cuerpo y su esencia.

—Eso era imposible; tú eras mi objetivo, así que era mi deber asegurarme de que salieras de ese lugar de forma segura. Estoy feliz por haberlo conseguido, y también estoy feliz por encontrarme contigo en este momento —después de decir eso, el agente doce sonrió tímidamente y todo a su alrededor fue cautivador, incluso entrañable—. He sido paciente durante toda mi vida y encontrar a mi alfa luego de tanto tiempo fue una gran recompensa del destino. Soy afortunado por conocerte, JongIn.

JongIn se desarma ante esto y no le queda más remedio que relajarse contra la cama y aceptarlo todo.

Lo hecho, hecho está; ahora lo importante comenzaba ahí, con ellos encontrándose y aceptándose mutuamente, reconociendo el valor del otro y admitiendo fácilmente la relevancia del contrario en sus vidas.

A partir de ahora puedo encargarme de él, eso es seguro.

—También lo soy... tanto. Te lo debo todo, y planeo recompensar tu esfuerzo por el resto de mi vida. Seré un buen alfa para ti, y si tu jefe policía tiene un lugar para mí, me dedicaré a cuidarte eternamente.

La sonrisa del agente doce creció aún más, hasta llenar sus ojos de felicidad y darle aspecto mucho más juvenil, sin preocupaciones y lleno de una dicha inmensa.

Tan hermoso, tan dulce, tan suyo. JongIn realmente era afortunado.

—Mi trabajo va más allá de la policía. Me desenvuelvo en casos difíciles y misiones peligrosas otorgadas por una agencia ultrasecreta del gobierno, pero creo que puede hacerse algo al respecto, y si no es así —doce se encogió de hombros nuevamente, sin perder el buen humor—... siempre puedo jubilarme. Quiero una familia, después de todo.

El corazón de JongIn dio un vuelco y su alfa se hinchó con un afecto tan puro que resultaba impresionante dado el escaso tiempo juntos.

La conexión es obvia; la unión se está llevando a cabo y ellos lo han aceptado: un futuro juntos, la posibilidad de una familia... JongIn nunca lo hubiera esperado, no con el curso que había tomado su vida.

Se miran por un tiempo para apreciarse y admirarse con reverencia y cuando menos se lo espera, doce se pone de pie y se acerca a él con seguridad y resolución.

Su aroma se intensifica y él se siente un poco perdido en su intensidad, en su comodidad. Le gusta, le gusta tanto. Lo olería fácilmente por el resto de su vida y sería increíblemente feliz por ello.

Su cercanía le produce complacencia y como un perro ansioso espera su próximo movimiento. Grande fue su sorpresa al sentir sus dedos tanteando su nuca y escuchar el sonido del broche de seguridad del bozal abriéndose.

Lo mira; mira sus ojos, sus rizadas pestañas, sus labios prominentes y los lunares que se asoman tímidamente en su cuello pálido. Lo observa atentamente mientras el segundo broche es deshecho y suspira cuando el bozal es retirado de su rostro.

Doce lo alejó y lo colocó sobre la mesita de noche y dirigió una nueva sonrisa hacia él.

—Creo que lo llevaste el tiempo suficiente y en las circunstancias equivocadas. Ahora ha llegado la hora de que luches por llevar una vida digna nuevamente, JongIn. Lo mereces —entonces Doce estiró una de sus pequeñas manos y acarició delicadamente su mejilla; tan, tan suave y cuidadoso. Lo llenó de regocijo, de verdadera gratitud—. Me llamo KyungSoo; puedes usar ese nombre cuando estemos solos. También un poco más tarde, cuando llegue tu madre, tus hermanas y tus sobrinos.

Esto salió en un susurro, uno suave y maravillado, y JongIn cubrió su mano con la suya y la dirigió a su boca para besar su palma con adoración mientras la emoción lo embargaba por completo.

KyungSoo; su familia. Su madre, sus hermanas y sobrinos que conocerá en poco tiempo; la libertad, la esperanza, el deseo de vivir.

Era tanto, tanto por agradecer, tanto que sentir.

JongIn no podía lidiar con todo eso al mismo tiempo, no lo haría porque sabía que estallaría, así que se mantiene sujetando esa mano con el corazón agitado y cierra los ojos, sintiéndose en paz.

Nunca volveré a despertar en la oscuridad. Gracias a él, a KyungSoo, mi vida ha vuelto a iluminarse.

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