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Capítulo 1: El ladrón al que le gustaba bailar


Joel

Lo primero que pensé cuando la aplicación me pidió que indicase mi género fue que ya no podría hacer la gracieta donde me pondrían sexo y yo dijera que mucho. Aquella fue una de las razones por las que me instalé Tu cupido personal cuando me apareció en un anuncio tras solicitar ver un vídeo que me diera más vidas en el Candy Crush. Sí, era uno de esos fieles acérrimos del juego y lo sigo siendo. Mis intenciones durante las dos horas de viaje eran la de jugar con mi móvil y echarme una buena siesta, aunque lo segundo fue lo primero que hice por si se me pasaba el tiempo y me saltaba mi parada. Me dirigía a una ciudad que no había pisado nunca ya que había encontrado un trabajo a tiempo parcial y del cual esperaba coger experiencia los seis meses que permaneciera allí. Con suerte, la empresa me renovaría el contrato o podría optar a otro puesto. Las esperanzas eran lo último que podía perder.

Aquel lugar no era lo único que desconocía, tampoco había visto en persona el piso que había alquilado. Todo lo había hecho vía internet y en las fotos se veía bastante bien. Solo esperaba que no hubiera detrás ningún tipo de estafa y que me viera con las maletas en mitad de la nada. Además, el resto de mis cosas llegaría a finales de aquella semana con el camión de mudanzas, y no quería que estas quedasen a la deriva.

Consulté una última vez el mapa para ubicar el lugar donde viviría antes de que el autobús parase para bajarme. No estaba lejos, a unos quince minutos andando, así que opté por no coger ningún urbano y caminar por el lugar para ir haciéndome con él, al fin y al cabo aquellas calles serían mi hogar durante al menos seis meses, cuanto antes me fuese quedando con ellas, más fácil lo tendría.

El calor no hacía llevadero el paseo así que tuve que hacer una parada en un local de comida rápida para comprarme una botella de agua. Fue el sitio más cercano que encontré y mi sed no quería aguantar a pasar por un quiosco o un supermercado. Eran las doce y media de la mañana y ya había quienes almorzaban, mientras algún que otro rezagado se tomaba un café tardío, o quizás, si se acababan de despertar, le resultaba temprano.

Había una pequeña cola en la que tan solo esperaban para recibir su pedido que estaba a punto de salir. No tuve que esperar mucho y eso alivió mi sed, aunque para mí aquel tiempo pareció eterno.

―¿Para comer o llevar? ―preguntó un chico uniformado tras el mostrador.

―Para beber. Y llevar. Bueno quizás casi antes de llegar me la beba. ―Negué con la cabeza ante mis divagaciones―. Perdona, una botella de agua ―pedí al fin.

―¿Grande, mediana o pequeña? ―Preguntó el chico que podría rondar mi edad.

―Mediana... Si venga, mediana misma ―dije encogiéndome de hombros.

―¿Con gas o sin gas? ―volvió a preguntarme.

―Sin gas.

―Bien. ―El chico tecleó algo en la máquina que tenía delante―. ¿Fría o natural?

―Fría, hace mucho calor ―pedí.

―Aquí tienes ―dijo instantes después mostrando una sonrisa―. Es un euro con veinte.

―¿Qué? ¿Cómo va a valer tanto? Mira bien, anda... Agua mediana.

―Sí. Lo que pasa es que con los menús toda bebida está en oferta, pero suelta vale más ―parecía disculparse―. Esto funciona así. ―Se encogió de hombros―. ¿Tarjeta o en metálico?

―Metálico ―dije extendiendo una moneda de un euro y dos de diez céntimos.

―Ajá. ¿Tienes tarjeta de aquí? Hay buenas ofertas ―me comentó.

―No, soy nuevo por la ciudad. Ya me la haré otro día si eso.

―Vale, genial. Te aseguro que con esa tarjeta te puede salir más barata incluso esa botella, así que no lo dudes. ―Sonrió.

―Gracias, Julio ―dije al ver el nombre que había en su uniforme―. Hasta otra.

Me retiré de la cola con botella en mano mientras la abría con cuidado pero apresurado por beberla. No quería derramar ninguna gota para no desperdiciarla pero ansiaba tomármela de un trago.

Mientras bebía y me refrescaba por dentro, me permití observar aquel lugar. En el mostrador había tres cajas con sus respectivos trabajadores: Julio, una mujer de pelo rizado y un hombre que podría tener diez años más que yo. Había varias pantallas largas donde mostraban todos los productos que allí podían consumirse, y por lo poco que vi en aquel momento pensé que podría darle una oportunidad. La pinta de la comida era bastante buena y, como me había dicho el chico antes, había buenos precios. También me topé con una marquesina donde por un lado animaban a la gente a hacerse la tarjeta de la que me acababa de hablar mientras que por el otro aparecían varias imágenes que se alternaban, sobre algunas ofertas de día o novedades. Miré hacia donde estaban los comensales, quienes degustaban animadamente. A simple vista parecía un lugar limpio y acogedor.

Cogí mi equipaje cuando me terminé la botella, la tiré en una papelera que allí había y me marché al lugar que sería mi nuevo hogar.

Cuando llegué al bloque de pisos, tuve la suerte de que la puerta estaba abierta. Cuando firmé el contrato y lo mandé por correo electrónico, el dueño me dijo que pidiera la llave en la portería. No me fue difícil ubicarla. En el rellano había una pequeña cristalera y a través de ella había un hombre de mediana edad concentrado en su teléfono móvil. Llamé suavemente a la cristalera procurando no sobresaltare pero queriéndole hacer ver que estaba allí.

―Hola ―saludé cuando abrió la ventanilla―. Soy Joel Martín.

No tuve tiempo a decir nada más, porque el hombre asintió y me tendió una llave.

―Ya me dijeron que vendrías, te tengo aquí apuntado. Es el cuarto C. Si necesitas cualquier cosa estoy aquí. Soy Genaro ―se presentó tendiéndome la mano.

―Encantado ―respondí con el mismo gesto―. Por si hay alguna duda, firmé un contrato de alquiler con el dueño de piso, Nolan....

―Sí, Nolam ya me informó. No te preocupes.

Asentí y me marché despidiéndome con la mano. El hombre me había interrumpido por segunda vez así que decidí no continuar más. Al menos si aquel hombre me estaba confirmando que era el dueño no me habían estafado. O él estaba en el ajo.


Estuve toda la tarde fuera. Había comido en un bar de tapas que había a cinco minutos y después fui al supermercado. Cuando llegué por primera vez al que sería mi hogar me sorprendí gratamente. No era un lugar muy amplio pero bastante acogedor. Un pequeño salón bien amueblado y pulcro me recibió tras avanzar por el pasillo. También me encontré con una cocina que se encontraba en una estancia diferente, algo que me gustó, pues no tenían así que filtrarse los olores por la casa. No era grande pero estaba bastante bien. Mi habitación era bastante amplia y a simple vista parecía cómoda. Una cama de matrimonio me recibió con su presencia, pero me negué a estrenarla hasta que comiera y comprase en el súper. Había un escritorio con un ordenador y varias estanterías. Además, el armario era bastante amplio. En el contrato me explicaron que había una habitación en desuso que servía como trastero. Allí había cosas del dueño, y aunque se podía entrar, me había pedido expresamente que no cogiera nada de allí para uso personal. El cuarto de baño también estaba bien, pero a pesar de su impoluta presencia, decidí que tras volver de la compra le daría un repaso en limpieza.

Como cuando llegué a la casa tuve poco tiempo para hablar con mi familia, estuve por la tarde conversando más de dos horas mientras desempacaba y ordenaba mis cosas. Cuando quise darme cuenta, tras una ducha relajante, eran más de las diez de la noche. ¿Cómo había volado el tiempo? Mis tripas rugieron desesperadas porque me llevase un bocado a la boca, y es que con tanto ajetreo no había si quiera merendado.

Lo preparé todo para tener una buena cena. Lo primero que hice fue coger el móvil y ponerme los cascos a un volumen considerablemente alto. Mientras unos filetes de lomo se hacían en la sartén, tomé la paleta a modo de micrófono mientras fingía cantar gesticulando con mi boca. Bailaba al son de la música a mi propio y descontrolado ritmo. Fue en un salto dando media vuelta cuando la paleta impactó contra el suelo. Apagué la música rápidamente mientras me quitaba los cascos. Los nervios me carcomían por dentro y me preguntaba las mil maneras de coger la sartén y utilizarla como arma. No me podía creer lo que tenía ante mis ojos: un ladrón bailando imitando los movimientos que estaba haciendo. ¡Hasta había estado fingiendo cantar como yo!

―¿Desde cuándo los ladrones bailan? ―Fue lo primero que se me ocurrió mientras mantenía cogida la paleta de cocina que estaba usando.

Sí, no se me ocurrió mejor cosa que preguntar, lo sé, pero ante una situación así es normal que se tarde en reaccionar e incluso de razonar.

―¿Puedes verme? ―Aquella pregunta me dejó desconcertado, ¿de qué iba?

―¡Pues claro que te veo! ¡Ni que fueras un ladrón invisible! Te cuelas en mi casa a robar, te pones a bailar exponiéndote y solo se te ocurre preguntarme que si puedo verte. Ahora mismo voy a llamar a la policía... ―Le amenacé señalándole con el utensilio que aún portaba.

―No es tu casa, tú la has alquilado. ―No, si encima era tiquismiquis.

―Eso es lo de menos.

―Pero el caso es que si puedes verme, eso quiere decir que eres miembro de la aplicación Tu cupido personal, ¿me equivoco?

―¿Y a ti qué te importa? Voy a llamar a la policía ―dije sacando el móvil con la mano libre.

―No llames a la policía, solo puedes verme tú y poca gente más.

―De verdad, eres un ladrón adicto a la mentira surrealista.

―No soy ningún ladrón, soy tu cupido personal ―me dijo mostrándome una sonrisa.

―¿Qué?

―Sí, tú has contratado mis servicios. ¿Es que no has leído la letra pequeña? Aún no te han asignado a mí, pero si me puedes ver es porque pronto me darán el aviso...

―No sé qué fumas, pero eso no te ayudará para salir de la cárcel.

Un sonido proveniente de su bolsillo nos interrumpió. El ladrón sacó su móvil y echó un vistazo para luego mostrarme una foto mía, exactamente la que había puesto unas horas antes en la aplicación aquella.

―Mira, ¿ves? De ahora en adelante, durante tres meses, seré tu cupido personal.

―Ya mira, en primer lugar, no sé de dónde has sacado mi foto, en segundo...

―¡La comida! ―el ladrón exclamó y se acercó rápidamente a la sartén para apagar la vitrocerámica y apartarla.

―Muy considerado de tu parte por evitar que se queme la comida de a quien vas a robar ―dije con sarcasmo aun apuntando con la paleta―. Para empezar, aunque esa chorrada fuera cierta, estás aquí antes de que te me asignaran. ¿Con qué tonterías sin sentido lo vas a justificar?

―Es mi casa ―dijo encogiéndose de hombros.

💘🏹💘🏹

¡Hola! Antes de nada quiero daros la bienvenida a esta nueva obra. 

"Tu cupido personal" por fin ha salido a la luz después de tanto tiempo de espera. 

Ya habéis conocido a Joel, el próximo lunes conoceréis más a Nolam.

Los lunes iré publicando un nuevo capítulo pero habrá algunos jueves que también.

¿Qué os ha parecido? ¿Cómo os ha caído este protagonista? ¿Qué creéis que pasará ahora? 

¡Os leo en los comentarios! ¡Se aceptan todo tipo de teorías!

¡Un abrazo virtual! 


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