Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

16 | Tú conmigo y yo conmigo mismo

Orión estaba a punto de decir aquello tan importante frente a los dos mejores amigos de Heine, y Heine estaba a punto de pedir una botella de ginebra para bebérsela de un trago y olvidar lo que quiera que su pareja fuese a decir.

No podía decirle eso en público. Lo iba a matar como lo hiciera en público.

Orión abrió la boca:

—Hoy... es mi cumpleaños. Y me he pasado dos meses lloriqueándole a Heine por venir de boda justo hoy, ¡que no es que no me apeteciese, eh! Pero, yo qué sé, me imaginaba que pasaríamos el día juntos, además Dian me dijo hace un porrón de años que le apetecía venir a Madrid por mi cumpleaños alguna vez y este año tampoco ha podido ser... pero bueno, que ya vendrá, ¡que esto está siendo mejor! Me lo estoy pasando de puta madre, en serio, vuestra familia es toda majísima y...

Heine no escuchó nada de lo que Orión siguió diciendo.

No había cajitas con anillos, ni declaraciones de rodillas, ni promesas de amor eterno que no lo dejasen dormir... No había nada de eso.

Orión no había entendido ni una palabra de lo que Ángela le había dado a entender...

Orión no le estaba proponiendo matrimonio.

Heine notaba el corazón en la boca, como si hubiese estado a punto de vomitarlo. Al parecer, ni siquiera la deductora Ángela o el perdido Carlos estaban reaccionando a la gran noticia que Orión había soltado en realidad.

¿Cómo que gran noticia...? Aquello de grande no tenía nada.

Todos dejaron al pelirrojo acabar la retahíla de excusas y rodeos antes de aportar algo a su monólogo de aniversario:

—Vaya... Felicidades, bro —sonrió Carlos. Se escucharon los golpes enérgicos que propinó sobre la espalda de Orión—. Me alegro de que te lo estés pasando bien. Tendremos que invitarte a algo, entonces.

—Que sí, que sí. Que no lo digo por cumplir, ¿eh? Y con el cuadro también me lo pasé bien —rio el pelirrojo—. Y rebuscando por tu Instagram, las cosas como son.

—¡Eh! Pero serás cotilla, ¿qué miraste?

—¡Cotilla no, tío, que lo tienes en público! ¡Tenías hasta una foto de la primera vez que cenamos en Madrid, menudas pintas llevábamos...!

—¡No jodas! ¡Yo no me acuerdo de subir eso! ¿Cuál es?

Orión y Carlos sacaron los móviles para mirar fotos del pasado y reírse a carcajadas, de ellos dos y de los propios Ángela y Heine, como si no se encontrasen presentes.

Y en cierto modo no lo estaban. Ángela seguía pasmada en el chasco de no visualizar una preciosa declaración de matrimonio en directo, y Heine todavía se recuperaba del shock de haber estado a punto de sufrir ese momento con trescientas personas delante, incluyendo camareros atareados y familiares de los que no se sabía ni su nombre.

La promesa de una canción o bebida especiales se cumplió, aunque no fuese exactamente lo que Ángela esperaba ofrecer. Tanto la familia del novio como de la novia se habían encariñado con un pelirrojo que no conocían de nada (¡que su tía Montse me ha encargado un cuadro!, gritó Orión en algún momento).

Todo el salón se entregó de corazón a ese "Cumpleaños feliz" que cantaron para él.

—Ay... Nunca me había cantado "Cumpleaños feliz" tanta gente...

Hubo varias risas exageradas ante el comentario y algunos vítores, como si de un gol de final de Mundial se tratase. Se siguieron los bailes que parecían espasmos de infarto, la riada de bebidas combinadas, los momentos románticos y tiernos...

Después de brincar y reír como locos, Heine y Orión se abrazaron en un vals lento. Ninguno de los dos sabía bailar, pero aquel vaivén no necesitaba de manual de instrucciones o coordinación alguna. Heine podía apoyar su mejilla en el pecho de Orión como si de su príncipe azul se tratase, y Orión podía sostenerlo por la cintura y balancearlo como a un barquito en las olas del mar...

—Ven —le susurró de repente, y Heine pudo sentir el ímpetu de su voz susurrada contra su tímpano. Ni muy aguda ni muy grave, ni muy rápida ni muy lenta...—. Quiero darte una cosa.

Orión podía romper la atmósfera romántica del momento cuando le viniese en gana porque, si no lo hacía, dejaba de ser Orión.

Heine respiró hondo y se limitó a acompañarlo. Lo cogió de su gruesa mano como si temiera perderse.

Orión lo arrastró hasta un balcón con vistas al mar. Los bancos de mimbre beiges estaban rodeados por la intimidad de unas frescas cortinas blancas. La brisa marina los alcanzaba, y despeinaba sus mechones de pelo ya alborotados tras tantas horas de trajín. Parecía como si la exquisita madera del balcón fuese una pasarela que andase por encima del horizonte marino.

Aquel paraje era demasiado idílico. Heine ya sabía lo que iba a ocurrir.

Ahora sí que sí.

Orión le pidió que lo esperase allí un momento, que tenía que ir a la habitación. Heine asintió y atinó a balbucear que trajese también la bolsa de El Corte Inglés, que era para él.

La elegancia de aquella tienda, que Heine mencionó como en una valla publicitaria, hizo que Orión se riese.

—¿Qué me has comprado de El Corte Inglés? ¿No será una camisa sin cerezas? —bromeó.

Heine no le había comprado nada de esa tienda: necesitaba una bolsa grande para esconder su regalo de cumpleaños, sin más.

—Tú tráela y cállate.

Ni el aroma del mar ni las espléndidas vistas mantuvieron a Heine entretenido durante la breve espera. Él sólo podía pensar en la famosa cajita, en las rodillas de Orión y en frases que empezaban por "Sí" y terminaban en "quiero"...

—¡Cómo pesa esto!

Orión volvió de repente. Se dejó caer en el banco como un plomo y zarandeó el objeto de la bolsa como un muñeco. Heine entró en pánico.

—¡Pero no la muevas así, que se rompe...!

—¡Vale, vale, pues avisa...! Me tienes intrigado, aunque creo que ya sé qué es.

Orión tenía una sonrisa enorme en la cara, pero a Heine el nudo en la garganta no lo dejaba sonreír.

—No hay que ser un genio, no va envuelto y la has cargado en el maletero tú... —Respiró hondo—. Pero... habla tú primero.

Habla tú primero, se repitió Heine para sí mismo. Su mente le propuso una continuación para esa frase: Habla tú primero y así, si discutimos, puedo ir a la tienda, devolver tu regalo y ya está.

Carlos tenía razón: se estaba volviendo un dramático.

—Vale.

Pero Orión no se arrodilló, ni pronunció las palabras llenas de sentimiento y bobería que se decían en las películas. Le tendió la caja de sopetón y, solo entonces, Heine se dio cuenta de que era más grande de lo que parecía.

Se le quedó cara de idiota.

—¿Qué? —rio Orión, que al fin parecía darse cuenta de que Heine reflexionaba algo—. ¿Todavía no lo has abierto y ya me vienes con que no te gusta?

—N-...

—Va con ticket, ¿eh? Que mira que es feo devolver los regalos, pero bueno, contigo nunca se sabe...

—Que n-...

—Como sabía que me ibas a comprar algo para mi cumple, pues pensé, venga, va, vamos a tener regalo los dos, ¿no? Además, que llevas unos meses más pesado con el tema...

—¿Es un anillo de compromiso, Orión?

Era difícil interrumpir al pelirrojo en sus monólogos, pero Heine había aprendido a colarse entre sus frases con bofetones en la lengua tan directos como los suyos. Al menos estaban solos. Al menos, todo el salón no iba a tener que ver cómo a Heine se le vidriaban los ojos...

Orión sí que lo vio, claro. Se le levantó una ceja con lentitud, en una expresión que, desde luego, no acompañaba a la respuesta que Heine esperaba.

—¿Qué...? No.

Quizá a Heine le dio un pequeño vuelco el corazón.

—Es el reloj... —explicó Orión—. Que llevas no sé cuántos meses diciendo que lo ibas a llevar a reparar... Pues no hace falta, ya te he comprado uno yo. Para que pienses en mi y todas esas bobadas que...

Orión le dio a Heine toda la explicación, pero ni Heine lo escuchaba, ni Orión se escuchaba a sí mismo.

—¿De verdad te pensabas que era...?

—No —negó rápidamente—. Lo he dicho por decir.

Después de la tremenda emoción que Heine había sentido adentro, había llegado el momento de admitir el error, sonrojarse y querer que el mar bajo sus pies se lo tragase.

Orión estaba empezando a reírse con timidez. ¡Como si las semanas que le había hecho pasar entre la intriga y el pánico fueran objeto de risa!

—¡Pero si la caja es enorme...!

—Ya lo sé, pero como tú eres así...

—¡Como yo soy así, dice...!

Heine abrió la caja y comprobó que Orión... no mentía. El contenido era un reloj de pulsera, de piezas doradas y ensambladas entre sí con mucho gusto y clase. Nada que Heine se hubiera planteado devolver en la vida (Orión ya lo conocía lo suficiente como para acertar en sus gustos), nada que tuviera dobles sentidos, sin bromas ni circunferencias de plata ocultas...

Orión lo miraba con los ojos abiertos como dos canicas en la cara.

—Me has dejado a cuadros. En serio.

—¡No! —chilló Heine—. Tú sí que me has dejado a cuadros a mí, con el... secretismo que te traes con esto...

—¡Cojones, porque te ibas a dar cuenta! ¡Que te fijas en todo! Si te fuera a pedir matrimonio creo que lo sabrías ya...

—Pues eso creía, ¡que lo sabía...!

—Y si tanto quieres, ¿por qué te lo tengo que pedir yo? ¿No me puedes sorprender tú a mí, o qué?

Heine se calló y lo miró por respuesta.

Orión acababa de dar en el clavo. Quizá Heine tenía tanto miedo a una declaración de matrimonio porque, en el fondo, ardía en deseos de vivirla.

Orión le dibujaba esa mirada divertida del novio que no se enfadaba nunca, dijera lo que dijese. La mirada de la única persona que leía a través de él, como si se encontrase dentro de su cabeza.

Heine se envalentonó y tomó aire. Su respiración tenía mucho cuerpo de alcohol y unas ligeras notitas de miedo.

—Es que... tampoco sé si quiero... Si estamos muy bien así, como estamos. ¿No? No estoy preparado, creo.

Orión no se pudo contener más y explotó a reír. Heine estaba tan confundido que no sabía ni lo que estaba diciendo.

—¡Además! —Se incorporó y lo señaló con un dedo—. Ni de broma quiero que lo hagas delante de todo el mundo, pero qué vergüenza, ¡creía que te me ibas a proponer en mitad del banquete, no sabes el día que me has hecho pasar!

Heine expresaba su queja completamente en serio, pero Orión sólo se reía a carcajadas a su costa.

—¡Cuando te ha picado Ángela, estaba seguro de que me ibas a...!

—Heine... —lo cortó el pelirrojo, con lágrimas en los ojos—. ¿Tú te estás dando cuenta de que el borracho aquí eres tú...?

—Que no quiero que te me declares tú —continuó Heine, ignorándolo—. Que sí. Que tienes razón, que ya lo haré yo. Que sino me la lías.

—Llévame a un sitio bonito —aportó Orión, con los ojos llorando de la risa—. De esos con clase a los que te vas con los de la oficina y conmigo no. Ah, y el anillo... si no es de más de quinientos euros no lo quiero.

—Bueno, tampoco te pases... Que tenemos que ahorrar...

—¡Sabía que lo ibas a decir! —rio Orión.

Sus dedos gruesos sacaron la caja de madera de la bolsa. El contenido lo hizo sonreír más que lo que hubiera podido comprar Heine en la tienda a la que el plástico hacía referencia.

—Por lo menos antes de entrar en el ahorro me has comprado más pintura —añadió—. Que sino, a saber cuándo hubiera vuelto a pintar...

—Si no te gusta la marca se puede cambiar, ya sabes de dónde lo he comprado...

La tienda de Bellas Artes que estaba enfrente de su casa. Lo único a lo que Orión amaba por encima de Heine.

—¿Te atendió Antonia?

—Sí, y me preguntó por ti, por el cuadro y casi por los hijos, porque no tenemos que sino...

—Es muy bueno este maletín —lo interrumpió Orión, abriendo y cerrando las hebillas, mirando el contenido, los tubos de óleo y la paleta nueva—. Me hacía falta... Gracias.

Orión tenía en la cara esa sonrisa de pura honestidad que había enamorado a Heine desde el día en que lo conoció. Los años los habían ido moldeando poco a poco, como hacían las aguas del mar con las rocas perdidas en la arena, pero algunas cosas no habían cambiado ni, quizá, cambiarían nunca...

No hacía falta.

—Ahora que lo pienso... —reflexionó Orión.

Heine se dio cuenta de que llevaban un buen rato mirándose a los ojos sin decir nada. ¿Orión aguantaba tanto tiempo callado?

—Si esto fuera una película romántica, creo que sí que me habría declarado. Era todo perfecto. Entre las palmeras, la playa... nosotros tan guapos...

Heine no quería seguir pensando en su tremendo desliz, pero al mismo tiempo percibió las palabras de Orión como un piropo.

—¿Ves? Tenía sentido.

Orión se rio, y cambió su expresión abierta y sincera por su cara de farsante.

—Y si esto fuera una película yo sería el protagonista, por supuesto.

—¡Hombre! Faltaría más...

—Y tú conmigo... venga, vale. Te dejo. Tú conmigo.

—Yo contigo, sí. Y tú contigo mismo, que ya te vales solo, también.

—Y yo conmigo mismo.

Quizá el alcohol era lo que les había hecho decir más tonterías de la cuenta, o quizá esas tonterías eran las que los dos necesitaban decirse para amarse.

Se acercaron tanto que sintieron que se rozaban la punta de la nariz.

Y luego se fundieron en el enésimo beso de su vida juntos.


¡Y con esto termina Tú Conmigo y yo Conmigo! Espero que hayáis disfrutado tanto de la historia como yo de compartirla 😊

¿Esperabas esta importante declaración de Orión? ¿Crees que Heine realmente quería que Orión le propusiese matrimonio? (spoiler: yo estoy segura de que sí 😂)

Tendría mil agradecimientos que hacer, si has llegado hasta aquí MUCHAS GRACIAS por apoyar mi trabajo y disfrutarlo. Si me pudieras regalar un voto o comentario, mi felicidad ya sería máxima 🤗

Nos vemos en la próxima historia 👀


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro