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13 | Placeres en el jacuzzi (+18)

⚠ Capítulo con una escena algo sugerente, no explícita (+18) 

La discusión acerca de la camisa que Orión debía llevar a la boda los tuvo entretenidos durante unos tres meses. Más o menos, ese fue el tiempo que pasó tras hablar con los ajetreados novios, preparar las maletas para el fin de semana y llegar hasta el lujoso hotel con spa en primera línea de playa, rodeado por las finas arenas de un cachito privado de la Costa Blanca.

Ni siquiera cuando se adentraron en la recepción del hotel cesaron su repertorio de quejas:

—Ya estamos otra vez —replicó Heine, importándole poco o nada que tuvieran público a su alrededor—. Que no vas a ponerte la camisa de las cerezas.

—Sabes que es la que llevé a nuestra primera cita y que te gustó, ¿verdad? ¿Tú sabes la ilusión que me hace a mí que aún me quepa?

—Que me da igual, eso no es serio, no sé ni cómo la has metido en la maleta sin que te viera...

Orión soltó una risotada.

—¡Uy! Si supieras la de cosas que he metido sin que las veas tú...

Heine le dirigió una mirada asesina, pero Orión se enfrascó en el check-in sin hacerle ni caso. Por supuesto, la persona al otro lado del mostrador ya se estaba riendo.

Mientras esperaban a que Orión recordara su propio documento de identidad, Heine se entretuvo mirando la gente que atravesaba el hotel. Aquellos paseantes tenían toda la pinta de llevar hospedados un buen rato. Acompañó con la mirada a una pareja de ancianos que paseaban cogidos del brazo, y después ojeó a un grupo de chavales ruidosos a la salida de los ascensores.

Se preguntó si todos serían familia de los novios, si habría más amigos invitados a la boda o más compañeros de universidad. Heine llevaba años sin ver a la mayoría. Prometieron mantener el contacto y todo eso, pero, para quienes abandonaban la ciudad, aquello casi suponía un imposible. El círculo de matemáticos graduados se había desperdigado entre Valencia, Alicante, Madrid o Barcelona, e incluso algunos países europeos.

Heine solo había mantenido amistad con las dos personas que ese fin de semana se estaban casando. Ángela y Carlos habían comenzado a salir nada más terminar la carrera, y vivían bajo el mismo techo desde que Orión se plantó en Madrid y Heine le abrió las puertas de su casa.

Se podía decir que sus relaciones eran un espejo la una de la otra. La pareja de la boda también se había mudado a Madrid, ya que Ángela había encontrado un buen puesto de trabajo en una multinacional tecnológica. Carlos había decidido acompañarla en esa aventura y empezar su carrera profesional en la capital.

Aquella invitación de boda había sido bonita e inesperada, pero no surgía de la nada. Las dos parejas se habían convertido en inseparables. Lo habían compartido todo: cenas, cañas, tardeos...

¿Cuántos años haría ya que se conocían? ¿Más de diez? Habían estado juntos durante todos los cursos universitarios, desde la primera clase de Álgebra hasta el último trabajo de la carrera, ese que expusieron primero Ángela, luego Heine y, por último, Carlos...

En ese recordar inesperado que lo estaba asaltando, Heine visualizó ese día donde él mismo pronunció las últimas líneas de su exposición, con Ángela y Carlos a punto de enamorarse para siempre. Aquel día, Orión había decidido autopresentarse a todos sus compañeros de universidad sin tenerlo a él presente. Heine todavía recordaba sus ganas de meterle una patada donde más le doliese...

Al pelirrojo no se le podía dejar solo, y ahora mismo llevaba demasiado rato sin supervisión adulta. Sin embargo, a juzgar por la expresión calmada del recepcionista, Orión debía haber completado todo el proceso de check-in sin ayuda.

El pelirrojo loco se estaba haciendo mayor. Heine estaba orgulloso de él, como si fuese su criatura.

Cuando terminaron de convencer a aquel empleado de que eran personas normales, tomaron las llaves y se encaminaron hasta la sexta planta del hotel. Heine continuó sumido en sus pensamientos y no volvió en sí hasta que no entraron en su suite.

—¿Pero qué miras ahora, Heine? ¡¿Has visto que tenemos jacuzzi?!

El aludido se giró hacia Orión, que curioseaba la habitación como un chiquillo.

Tanta blancura y modernidad parecían irreales. La cama estaba preparada a la perfección, con unas sábanas que deslumbraban de blancura, un precioso tono crema en las patas y un reposapiés negro incorporado, a juego con el cabecero sencillo, rectangular y de madera recién barnizada. El espacio sobre el colchón era tan amplio que habrían podido campar a sus anchas cuatro hombres del tamaño de Orión.

El baño se desplegaba tan espacioso como la habitación, alicatado con unos azulejos grisáceos resplandecientes, dos escalones conduciendo hacia aquella piscina en miniatura en el centro y unos nenúfares ficticios colocados en sus cinco esquinas, que tenían toda la pinta de ser ambientadores.

Pero lo primero era lo primero. Una vez consiguió salir de su ensoñación y melancolía, Heine se apresuró a colocar sus trajes y camisas en las perchas. 

Mientras tanto, Orión se entretuvo probando las funcionalidades de aquella bañera relajante. Colocó en la orilla las dos toallas que tenían disponibles, llenó la piscina de sales, descubrió cómo activar los tres tipos de burbujeos y esperó a Heine allí, completamente desnudo.

Heine solo pudo reír cuando entró en el baño y se lo encontró tan concentrado... y tan como Dios lo trajo al mundo.

—No me digas que ya te has bañado sin mi.

Orión levantó la cabezota de sopetón.

—Claro que no —sonrió—. Para qué me voy a bañar sin ti, estamos tontos. Así pierde la gracia.

Orión se arrastró lejos del borde de la bañera. De rodillas en el suelo, se abrazó a las caderas de Heine y, antes de que él pudiera reaccionar, levantó la camisa del interior de sus pantalones para empezar a paladear su ombligo...

Heine se sobresaltó.

—A-ah, pero déjame que me... —Enredó sus dedos en sus mechones pelirrojos mientras intentaba decir algo con coherencia— desnude, o que termine de entrar, no vayas tan a...

Orión apartó su cara solo un momento para decir:

—Ya te ayudo yo.

Deshizo el cinturón de Heine entre unos dedos demasiado ágiles. No parecía reaccionar a lo que estaba ocurriendo (Orión, tan directo como siempre), pero el pelirrojo no iba a tardar demasiado en llevárselo a su terreno, en tenerlo tan loco y sediento como lo estaba él mismo.

Se habían pasado todo el viaje en coche bromeando sobre lo sugerente que sería tener sexo en las aguas de un jacuzzi.

Después de que Orión metiese la cabeza por dentro de su camisa y lamiese todo a su paso, a Heine le temblaban las piernas. Había conseguido desembarazarse de su camisa y zapatos a trompicones, Orión le había tirado del pantalón hacia abajo mientras tanto...

Heine casi tropezó en los dos pasos que dio hasta el agua. Orión rió victorioso, pues a él le bastó con arrastrarse para poder sumergir medio cuerpo en el sensual baño de burbujas. En cuanto tuvo a Heine cerca, volvió a sostenerlo cerrando los brazos alrededor de sus muslos. Heine abrió la boca para soltar otra gilipollez (como que aún tenía que quitarse las gafas o algo así), pero Orión lo arrastró adentro sin avisar.

Heine se agarró al borde del jacuzzi con violencia.

—¡Que casi me doy, bestia!

Se miraron a los ojos en un desafío que se saldó con un abrazo y un cruce de labios.

Se comieron las bocas de un beso furioso.

Heine acertó a levantar una mano con sus gafas y a dejarlas a salvo de su pasión, sobre el borde del jacuzzi. Orión continuó la tarea que había comenzado su lengua. Acarició todo el torso de Heine con dedos golosos y terminó con un descenso por la línea de su ombligo. Las burbujas, la oscuridad elegante del entorno del baño, el suave eco de sus caricias y labios húmedos, las fragancias del exceso de sales perfumadas y el lento repiqueteo del agua le conferían una atmósfera sensual a la escena, una que no habría podido transmitir ni el mejor afrodisíaco del mundo.

Heine sostenía a Orión por la cara y Orión sostenía a Heine por el culo, sumergiendo sus dos manos más y más en el agua. Un grueso dedo valiente empezó a juguetear por su trasero, y Heine empezó a gemir por dentro de sus bocas.

Era extraño sentir el fluir del agua en cada uno de los movimientos que hacían sus entrepiernas.

Se quedaban sin aire a cada momento. Era como si las burbujas aromáticas los devorasen; como si lo que se los tragase no fuesen sus propias lenguas, enredadas por dentro de unas bocas que, en ciertos momentos, sonreían.

—A-ah...

Orión soltó una risa floja ante ese jadeo y atrajo a Heine hacia sí, hasta sentárselo encima. Heine estuvo a punto de dibujar un puchero al descubrir que ya no podía manosear el miembro de nadie.

El pelirrojo apoyó un brazo en el borde del jacuzzi en un distraído intento por acomodarse.

—Ah... E-espera.

Tenía a Heine abrazado por la espalda y al tratar de moverse lo zarandeó como a un títere.

—¿Qué haces...?

Heine se había enganchado de su cuello y no tenía intenciones de soltarse. El calor le corría por dentro como una fuente de agua y burbujas desbocada. Estaba de maravilla mordisqueando una de las orejas de Orión y llenándole el cuello de besos.

—Me... sitúo...

Orión concatenó una risa detrás de otra. Heine le estaba haciendo cosquillas y así no había quien se concentrase.

—Estate... —Orión volvió a pegar un movimiento brusco—...quieto un momento...

—¿Ahora quieres que me esté quieto...? —rió Heine, aunque no le dejó darle una respuesta. Lo frenó con un beso en la boca. Eso era lo que le hacía Orión siempre y, en su intimidad, a Heine le encantaba vengarse.

Pero, de golpe, Orión calculó mal su apoyo y se hundió hasta la coronilla. 

Heine se soltó de su cuello para no hundirse con él. ¿Ahora a quién besaba? Se había ido su compañero de besos.

Orión permaneció sumergido en el agua durante unos momentos. Había dos explicaciones para ello. 

La primera: quizá quería mojarse bien el pelo o hacerse un tímido largo de una esquina a la otra, así porque sí, en mitad de su escena privada de sexo.

La segunda: quizá un palmo de agua estaba logrando ahogarle.

Antes de determinar cuál era la respuesta correcta, Orión emergió por su propio pie.

Para acompañar a esa sensualidad del entorno, podía haber vuelto a la superficie con cierto estilo. Podía haber sacudido el cabello, apagado y largo hasta los hombros por el efecto del agua, como uno de esos hombres playeros de las series veraniegas: esos con abdominales irreales y unas largas piernas de infarto. Heine podía haber reparado en el destello verde musgo de sus ojos de pestañas brillantes, levemente enrojecidos, o en las cinco gotitas de agua que reposaban sobre el rosado de sus labios.

Pero no. Orión, en lugar de mostrar algo así, se sonó la nariz con energía de dibujo animado. Heine se encontró enseguida ahogándose de la risa a su costa. Otro buen clip para el canal de "Orión en proves".

—¡¿Pero qué estás haciendo?!

Orión respondió indignado:

—¿Qué hago...? —Tosió—. ¡Ponerme bien! ¡¿Tú qué crees...?! —Se sonó de nuevo—. ¡Puaj, me sabe la nariz a colonia...!

—¡A sales de baño será...!

Orión se frotó el ojo derecho mientras seguía sonándose las fosas nasales con más sonoridad de la necesaria.

—¡Tú no me rescates, eh...! —Hasta la voz le sonaba nasal—. Casi me ahogo, ¡pero tú tranquilo...!

—Anda, cállate ya.

Orión tenía tanta habilidad para ponerlo a tono como para bajársela de un manotazo, pero Heine se había metido en ese jacuzzi con un propósito y ese propósito era el que iban a cumplir.

El moreno lo volvió a abrazar y se le colocó encima, frotándose otra vez contra sus caderas y cortando su drama absurdo con otro beso.

—De verdad... —Jadeó contra su boca—. Que no es tan difícil...

—Ahí n-no es...

—Ponte más recto...

—No puedo ponerme más recto, te lo estoy diciendo...


En aquel jacuzzi tenía que ocurrir el mejor polvo de sus vidas, pero nada más lejos de la realidad. Aquello fue como tratar de encajarse artificialmente; como si quisieran imitar uno de esos tetris que Heine montaba en sus bolsas de la compra cada sábado. Quizá lo sobrepensaron tanto que, a la hora de la verdad, no hubo forma de acomodarse.

Lo intentaron una y otra vez, dando unas mil vueltas de lavadora. No se callaron en todo ese rato, ni mientras Heine paladeaba el ombligo de Orión con la boca, ni mientras Orión besaba su cuello a riesgo de dejarle algún lametón. Orión volvió a sumergirse hasta la cabeza un par de veces, Heine chapoteó en el agua cuando estuvo a punto de arrastrarle...

—¿Se acabó?

—Se acabó.

El jacuzzi ganó la batalla y él mismo los obligó a terminar en la cama, hartos de alargar los preliminares más de lo necesario y agotados por esa mera pasión peliculera.

Quizá allí no ocurrió el mejor polvo de sus vidas, pero seguro que fue el más largo.

En fin.

La ficción siempre edulcoraba las escenas sexuales.

-- Continuará en la Parte 3 -- 

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