Capítulo 2: Trauma
Los sobrevivientes de tercer año del Alfonsina Storni no se sentían afortunados. Por el contrario, a veces deseaban haber corrido la misma suerte que Mariano, que Ramiro, que Belén y que tantos otros. Fantaseaban con que todas las dudas, los miedos, las preocupaciones y las inseguridades fueran borradas de su memoria. Una vida bajo tierra, en el cielo o incluso en el infierno. Muertos, para no tener que seguir recordando.
Las consecuencias del Juicio habían sido catastróficas para los chicos por razones que no eran visibles ni en la superficie ni en lo más profundo de sus corazones. El consuelo que tenían, por más pequeño que se sintiera, era resguardarse en la presencia de los únicos que podían entender lo que habían vivido.
Porque nadie más lo hacía.
—¿Cómo te sentís con tus nuevos compañeros?
—Bien.
—¿Te sentís adaptado al grupo?
—Sí.
—¿Pensaste si querés volver al atletismo?
—No voy a volver.
La psicopedagoga anotó en su libreta con desgano, parecía que llenar casilleros de una planilla no la entretenía. Lucas odiaba tener que sentarse con ella y perder su tiempo respondiendo preguntas insensatas. Sabía que Gonzalo y Darío pensaban lo mismo. Jazmín siempre trató de defenderla, y por más de que eso les hiciera hervir la sangre, los chicos no la juzgaban. Era Jazmín, al fin y al cabo.
—¿Cómo estás con tu psicóloga? ¿La seguís viendo todas las semanas?
—Sí.
La psicopedagoga se sacó los anteojos y miró a Lucas con cansancio.
—No me dijiste cómo estás con ella.
Lucas esquivó el contacto visual lo mejor que pudo. Después de que TAI apuñalara a Sebas, Julián lo había mirado a los ojos a él, regocijándose con su dolor. Lucas supo en ese momento que nunca más podría confiar en la mirada de nadie.
—Bien. No sé qué querés que te diga.
—Que me cuentes algo, Lucas. Yo te quiero ayudar. ¿Me vas a dejar ayudarte algún día?
Negó con la cabeza. Era la única respuesta posible. No había nadie que pudiera ayudarlo.
—¿Ya terminamos? —preguntó; quería irse de esa oficina lo antes posible.
La psicopedagoga cerró su libreta y le hizo una seña de aprobación.
—Nos vemos la semana que viene.
Lucas salió y no se giró a despedirla. Le había hecho perder la mayor parte del recreo de la mañana. Cerró de un portazo y se fue al pasillo. Un pasillo lleno de chicos y chicas a los que despreciaba. Todos tan concentrados en la próxima previa o en si su crush les había reaccionado a una historia en Instagram. "Qué imbéciles que son", pensaba Lucas. Con lo que había vivido se sentía mucho más allá de esas cosas de adolescentes con las que ahora no se identificaba.
Había perdido de vista a Gonzalo y a Darío. Era probable que estuvieran juntos, pero no sabía dónde. Vio a Jazmín hablar con algunas de las chicas de su curso , cerca del baño, pero no se acercó a formar parte de esa conversación. Admiraba cómo Jazmín podía actuar como si nada hubiese pasado. Él no tenía ese poder.
Suspiró derrotado y se fue solo hasta el aula.
Entró y no había nadie ahí. Avanzó hasta el fondo con los hombros caídos, como si las piernas le pesaran. Ese era su nuevo caminar, su nueva forma de lidiar con la mierda que le había quedado de vida, la vida que Julián le había arrebatado.
Cuando encontró su banco, la piel se le erizó ante su descubrimiento.
—No puede ser —susurró para sí mismo, sosteniendo un pequeño sobre blanco.
Las manos le empezaron a temblar. Quería sentir odio, pero lo único de lo que se llenó fue de miedo. Detrás de él, vio que Gonzalo y Darío habían llegado al aula, seguidos de Jazmín. Cuando los otros tres vieron lo que Lucas sostenía, sus rostros se horrorizaron.
Abrió el papel y leyó su contenido con la voz titubeante:
Mis queridos amigos:
Qué maravilla volver a comunicarnos. Nueva escuela, ¿eh? No será el Alfonsina Storni, pero espero que el Manuel Belgrano los esté tratando con el mismo cariño que los traté yo. ¡Les tocó un gran prócer!
Hoy vengo a invitarlos a un nuevo juego que sé que los va a hacer muy felices: ¡uno en el que pueden salvar a Nachito y Estefi! Es reeeee simple lo que tienen que hacer...
¡NO DEJEN QUE EL DAMIANCITO BARRIOS SE MUERA!
Si se muere, se mueren los chicos. ¡Así que arriba las palmas y a no cagarla, muchachos! Mientras yo me pueda seguir divirtiendo con el detective, todo genial. Así que denme una mano y yo después les suelto a nuestros amiguitos en común . ¿No es un plan maravilloso? ¡Y mientras tanto, yo disfruto de seguir compartiendo aventuras con ustedes!
Pero ojo: no se metan más de lo que tienen que meterse. Siempre se pueden dar vuelta las cosas y... ¡puf! De repente les toca a ustedes estar en peligro.
Vayan a las diez de la noche a la dirección que les dejé al final de este mensajito. Encuentren a Damián. Él va a saber qué hacer.
¡Cuídense un montonazo! Y que no decaiga.
Los quiere,
TAI.
Lucas sintió una fuerte punzada en el corazón, una angustia que lo dirigió a esos momentos del pasado que lo perseguían en cada una de sus pesadillas. Jazmín, Gonzalo y Darío, quienes observaban cómo el rostro de su amigo se tornaba pálido, se adueñaron de la carta en un instante.
—No —dijo Darío, alejándose unos pasos en un intento por ganar espacio.
—¿No qué? —contestó Gonza, tratando de reconocer los pensamientos de Darío. Se había vuelto bastante bueno para eso en el último tiempo.
—No puedo..., no puedo volver a hacerlo —admitió, su voz desfigurada por los nervios—. No puedo volver a ser parte de esto, no puedo volver a jugar con él. No, no. No puedo.
—No digas pelotudeces, ¿querés? —le respondió Lucas, tenso, sonando más agresivo de lo que le hubiera gustado. Estaba tratando de procesar lo que acababa de leer.
—Calmate, man. No te pongas así —se apuró a decir Gonza, que no soportaba en lo que se había convertido Lucas después de la tragedia.
Nunca más volverían a ser los que eran.
—¡¿Cómo querés que me ponga?! ¡Mirá lo que es nuestra vida, chabón! ¡No vamos a estar tranquilos nunca! —se violentó Lucas, que no lograba mantener sus emociones bajo control.
—Bueno, pero pará. No se puede ni hablar cuando estás así —le respondió Gonza, encogiéndose de hombros.
—¿Así como? —Lucas empezó a caminar en dirección a su compañero. Enojado. Frustrado. Fuera de sí.
—Infumable —susurró Gonza dándole la espalda, tratando de acercarse a Darío para evitar una pelea.
—¿Qué dijiste, la concha de tu madre?
Lucas se apuró a voltear a Gonzalo para poder golpearlo en la cara. Sus brazos tensos, sus puños apretados, cargando el golpe que dejaría salir toda su ira.
—¡Basta! —La voz de Jazmín aquietó los impulsos de su compañero. Ella nunca gritaba; no, a menos que fuera estrictamente necesario—. ¿Se piensan que así van a resolver las cosas?
Lucas supo que tenía razón. Retrocedió varios pasos, casi avergonzado por esa faceta impulsiva de él que se le había desarrollado, y se fue en silencio hasta la ventana.
Gonzalo prefirió ignorar el episodio y concentrarse en quien de verdad le preocupaba ahora mismo. Sabía lo que estaba pasando por la mente de Darío: todos los escenarios en los que las cosas podían salir mal, todas las dudas que lo carcomían. Él era el único que podía calmarlo. Así que, dejando de lado sus propios miedos, lo sentó con delicadeza en su banco y le puso las manos en los hombros. Un detalle mínimo, pero que le recordaba algo esencial: "sigo acá, no me voy a ir a ningún lado".
Jazmín, siempre atenta, no solo vio los movimientos del dúo, sino también cómo Lucas había empezado a transpirar. Con la cabeza gacha, negaba derrotado. Estaba tan asustado como los otros dos, solo que su cuerpo lo expresaba de una forma distinta.
Dejó que pasara un minuto más para que las emociones se aquietaran y el mensaje tomara forma en las mentes y corazones del resto del grupo. Cuando el tiempo terminó, las palabras salieron de su boca con una gracia, calma y elegancia que solo ella podía alcanzar en un momento de tanto estrés:
—Hoy a la noche vamos a ir a la dirección que nos dejó Julián —decretó. No estaba haciendo una pregunta. Les estaba diciendo lo que iba a pasar.
Los tres chicos se miraron entre ellos y luego la observaron, sorprendidos.
—Pero, Jaz...
—Hoy a la noche vamos a ir a la dirección que nos dejó Julián —repitió, su voz igual de pacífica, pero con un tono que les recordó que estaba hablando muy en serio.
Darío quería llorar. No era capaz de controlar el vendaval de terror que crecía en su interior. El solo pensar en Julián, en lo que les había hecho, en los que había matado... lo destrozaba.
—No quiero, Jaz. No quiero. ¡Por favor, nos va a matar a todos! No lo hagamos, por favor... —Sus palabras se arrastraban entre sollozos, no había caricia de Gonza que pudiera tranquilizarlo.
Jazmín se acercó hasta a él y se puso de rodillas para quedar cara a cara con Darío.
—Yo tampoco quiero, pero tenemos que hacerlo. No por nosotros, no por Julián. Vos sabes por quiénes.
Se levantó, asegurándose de que Gonzalo, Lucas y Darío la estuvieran observando al pronunciar su siguiente frase:
—Por Nacho y por Estefi. Hay que salvarlos. Ellos lo harían por nosotros.
El timbre sonó y el resto del curso volvió al aula, sin darles tiempo a contestar. Varios fueron testigos de los rostros demolidos de los sobrevivientes de TAI cuando la siguiente clase se dignó a comenzar, pero ninguno fue capaz de acercarse y preguntarles cómo estaban.
Ellos cuatro habían superado un infierno, un infierno del que nadie quería ser parte; menos aún ahora, que había sido reanudado.
Esta vez lo sentían más cruel. Más personal. Más peligroso. Un infierno al que no podían renunciar, no si querían salvar a sus amigos de una muerte segura.
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