Vida.
Hola. Perdón por el exagerado retraso, estoy editando mis historias, y es un trabajo agotador.
Espero les guste el capítulo. Mil besos.
Caleb se adueñó de su dolor; lo quiso hacer suyo, compartirlo con él, y es que Ahren se veía tan perdido en ese momento, tan apesadumbrado y triste que el solo mirarlo lo embargaba de una profunda pena.
Hubiera deseado tanto abrazarlo, tanto abrigarlo entre sus brazos para que su cuerpo se reconfortara con su calor. Pero él ya tenia quien lo cuidara, ya tenia quien velara por él.
Volvió su mirada a Dagor y a Elle. El eremita parecia estar esperando el efecto de sus palabras en Ahren , había en su mirada una expectación maliciosa e incisiva.
No quiso observar la expresión de Elle, le hería su engaño, se sentía un completo idiota, uno que se dejó gobernar por sueños románticos y necedades.
-Dicho esta-sentenció Dagor. Su voz sonó lejana y abismal.
Caleb llevó una mano a su espada, se puso en guardia. Haro a su lado, en su intimidante piel de lobo, tomo también una postura de espera y alerta.
El hechicero sonrió, y luego ante sus ojos su imagen comenzó a desvanecerse; sus extremidades, su torso, por un último su rostro. Antes de que sus labios se esfumaran, les soltó una advertencia teñida de presagio.
-La próxima vez que me vean uno de ustedes morirá.
Y desapareció. Caleb notó que Elle iniciaba el mismo proceso.
-No estaban aquí realmente, usaron un batiamen-dijo Ahren. Caleb lo miró con el ceño fruncido, comenzaba a entender-Debí notarlo,¿como no lo hice?
-Es porque eres un inútil, príncipe elfo-escupió Ellle con saña-, pobre de los que sufran durante tu reinado. Estas más interesado en decidir con quien de tus enamorados te quedaras, que en usar tu poder y ser de beneficio para los reinos.
Ahren no le respondió nada, tenia los labios apretados y respiraba en forma irregular y ligera.
-Adiós-continuó mientras su bella tez se disolvía-...no seré tan misteriosa y profética como mi hermano. Nadie morirá cuando se encuentro conmigo nuevamente... alguien morirá ahora.
Caleb no pudo terminar de procesar aquellas últimas palabras, pues al termino de ellas, Elle se deshizo en el aire, y de los vestigios luminosos de su batiamen surgió un rayo tan púrpura como el tono que destellaba en sus ojos verdes. Solo atino a mirar, en un segundo que se extendió en el tiempo, como este se dirigía raudo hacia su objetivo. Este era claro y previsible, Ahren.
Hizo un movimiento giratorio en dirección a el príncipe, pero no podía llegar antes, era imposible, lo sabia. Un quejido brotó desde lo más profundo de su garganta por el esfuerzo sobrehumano, mientras veía como Haro intentaba cerrar los brazos alrededor de Ahren a tiempo para escudarlo con ellos, pero él tampoco podría, la luz purpurea a una milésima de impactar en el pecho de Ahren comenzó a iluminar su túnica plateada.
Caleb no llego a esbozar ese"no"que nacía del más profundo miedo de su corazón, perderlo.
Casi podía anticipar el impacto, el daño, el mortal resultado.
Pero no. Alguien que no fue él ni Haro se interpuso entre el rayo y el cuerpo de Ahren. No era humanamente posible, sin embargo sucedió. Caleb no supo de quien era aquella anatomía que recibiendo el ataque cayó con pesadez al suelo.
El tiempo volvió a su correr habitual. Caleb dio una rápida ojeada al frente, Elle ya no estaba.
Caleb completó el giro y se acercó en dos pasos( los que antes le impidieron ser su salvador) a Ahren, quien estaba arrodillado en el suelo negro manchado de sangre. Sostenía un cuerpo delgado y alto. El cabello rubio corto y las orejas en puntas le dieron a conocer que era un elfo, específicamente era su general, Laris.
-No, no, no-sollozaba el príncipe-No, tonto, ¿porque lo hiciste?, ¿porque?
Caleb se arrodilló a su lado. Se sintió incapaz de intervenir en aquella dolorosa escena. Se notaba cuanto quería Ahren a el elfo, su rostro estaba descompuesto y empapado de lágrimas.
Haro tenia su enorme mano en el hombro de Ahren. Tampoco decía nada.
-Sabes porque Ahren-le respondió Laris-, como sabes que no dudaría en volverlo a hacer. Mi madre solía decir algo" El amor nos hace locos, y en esa locura somos más cuerdos que nadie, porque sabemos exactamente que hacer"
Cuando Laris dijo esto entre expulsiones de sangre y aspiraciones superficiales, Ahren se quebró. Gimió su dolor y se apoyó en su pecho, coloreando de rojo su mejilla derecha.
Laris exhaló; el espíritu se le fue en ese último soplo de vida.
-Diosas-murmuró Caleb, sintiendo como suya la perdida, aunque casi no conocía al general elfo.
Ahren lo mecía y lloraba. Caleb estaba harto de verlo padecer, maldijo el día en el que lo secuestró, debió buscar otra alternativa, otra manera.
No era la primera vez que Caleb veía la caída de un valiente, había sido testigo de tantas en sus años en el mar, en su adolescencia, la cual fue obligado a dejar atrás prematuramente para hacerse hombre, no obstante, lo seguia entristeciendo.
-La lamento mucho-le dijo a Ahren en poco más que un murmullo-, es evidente el amor que te prodigaba.
Ahren alzó la cabeza al oírlo. Caleb jamas lo vio tan frágil, tan joven. Su amado era solo un niño con demasiadas responsabilidades sobre sus hombros.
-G-gracias-tartamudeó un poco. Limpió su rostro con una de las mangas de su túnica; un seísmo acompañó su movimiento, debían arderle las heridas frescas en sus manos.
Los tres callaron. Un pequeño tumulto se escuchó en el exterior el castillo. Caleb reconoció la voz de Kiriaf, seguramente los suyos, al notar la liberación de los cautivos, vinieron a apoyarlos.
-La enfermedad, la soledad, la perdida, hay muchas garras que nos apresan en el agridulce camino de la vida-pronunció Ahren, con sus ojos grises puestos en la nada-, pero solo unas de las que no nos es posible escapar. La muerte tiene dedos demasiado largos, uñas demasiado filosas y un amarre demasiado fuerte, ¿quien con todo y su fuerza, con todo y su juventud, podrá acaso escapar de ella?
Caleb estuvo de acuerdo con esa melancólica recitación. La muerte era lo único que no se podía revertir.
Aunque...
Él caviló en aquella visión predictiva de Dagor. Ahren le decía en ella que su Satalay era la vida, en ella él la albergaba; un imposible. Seria absurdo pensar que podría...
Tal vez si...tal vez no.
El dolor recorría su pecho como olas que alejándose le daban efímeros instantes de tregua, pero que luego atraídas por el recuerdo de lo querido volvían y azotaban su corazón herido con inclemencia.
Laris lo amaba. Lo hacia hace tanto que para Ahren sentir su amor como cálido acompañante de los largos días en su reino le era habitual. Estaba acostumbrado al amor que el general le dispensaba, este venia escondido detrás de cada palabra, de cada gesto, de cada mirada.
Ahren no podía lamentar el no haberle correspondido, porque el sentir va donde quiere y con quien quiere, no oye razones, ni se somete a argumentos, por esto no sentía aflicción, pero si un hondo pesar. Él se merecía amar y ser amado, y al entregar su vida para resguardar la suya, esa posibilidad se había marchado para siempre como los latidos en su heroico corazón.
Su poder fue su perdición, y sus sentimientos los motivos para dejarse perder.
Los broms, con su enérgica presencia, fueron los primero en cruzar las altas puertas de acero, detrás venían las simaritas y sus elfos; las exclamaciones y lamentos de estos últimos se oyeron con claridad cuando se acercaron hasta ellos. Todos amaban y respetaban al general.
-Ahren-escuchó detrás suyo la voz de Haro, su voz bestial pues aún no mudaba de apariencia. Ahren levantó la cabeza y la volteó un poco para observarlo.
-Debo cambiar...me retiraré un momento-continuó-, ¿crees que puedas...?
Ahren le sonrió. Sus orejas estaban bajas y sus ojos apagados. Su lobo invencible se veía empequeñecido. Era obvio que compartía su angustia.
-Puedo-le aseguró.
Haro asintió y se marchó haciendo sonar la laja con sus pisadas rudas y firmes.
Él lo siguió con la mirada un poco más antes de volver a reclinarla.
Suspiró y cerró los ojos. Se sabia rodeado de guerreros murmurantes que esperaban que él se pusiera en pie para retirar el cuerpo del elfo fallecido, pero él se resistía a dejarlo.
-Ahren-oyó nuevamente. Era Caleb-...debo decirte algo.
Ahren no supo si fue el tono enigmático de su voz o el cariz urgente de su pedido, pero al oírlo abrió los ojos y lo buscó con la mirada.
-Quizás-comenzó al tener su atención-...quizás es otra de esas tretas mágicas en las que suelo caer con facilidad, pero...si no, y esto puede cambiarlo, no me podré perdonar el haber callado.
Ahren no comprendió lo que le expuso. Su confundido semblante debió darle muestra de ello, porque haciendo un chasquido con la lengua, Caleb lo volvió a intentar.
-Lo que quiero decir es que, antes, cuando me fui con Dagor, él me mostró algo...dijo que era un futuro probable, una visión de el...bien , en ella tú-en ese tramo Caleb reanudó su titubeo-, tú...tenias tu Satalay activa, y en ella me decías que tu poder élfico era el de dar vida.
¿Dar vida?...Ahren se sintió azorado por las palabras de Caleb. Él solía explicarse con mayor claridad, en cambio esta vez, cuidaba y escogía de tal manera sus palabras que lo hacian vacilar y fluctuar. Se preguntó que no le estaba diciendo, y también si algo así sería posible, nunca escuchó de una habilidad como esa.
Al profundizar en el significado de lo revelado, Ahren entendió a que iba Caleb.
Queria que intentara accionar ese poder gestante, que lo diera a luz para arrancar a Laris de las palidas manos de la muerte.
¿Pero como?...el Satalay no se activaba a voluntad, era algo que nacía cuando tenia que nacer.
-No sabría como-comenzó una respuesta. El salón estaba lleno, pero él solo podía mirar los ojos celestes de Caleb intentando encontrar seguridad-, en el caso de que ese visión fuera veraz, no sabría como activarla. No hay una formula Caleb.
Caleb asintió aunque la decisión floreció y creció en su mirada.
-Entiendo esto, pero...¿y si haces el intento?, sé que estas sufriendo, mas esto podría ser un detonador, un aliciente para tu don dormido...el que quieras con todo tu ser que Laris vuelva a la vida-suspiró-, no lo se, quizás solo estoy divagando.
Pero quizás no, pensó Ahren.
Se tomó un segundo para meditarlo. Escucho a Kiriaf preguntarle algo en voz baja a Caleb, y a Haro ordenandole otra cosa a Varika, ya en su forma de hombre. Veía y oía, pero su mente estaba sumergida en esa probabilidad, le daba vueltas y le buscaba lógicas.
No le dio una respuesta a Caleb aunque percibió su mirada algo ansiosa sobre él.
Ahren, quien aun sostenía a Laris lo observó en detalle, y rememoró.
Recordó aquella vez que lo descubrió en una de sus escapadas furtivas y no lo delato ante Nogwyn, ni ante su padre. Le dio en agradecimiento un beso en la mejilla. La vez que estuvo mas de medio día, después de haber entrenado hasta altas horas, practicando con él un hechizo para convertir acelgas en frutillas. Ahren amaba las frutillas y sonrió ante ese recuerdo.
Sus remembranzas hallaron excursiones a la laguna dorada para hacer mapas estelares. Prácticas incansables para su primer baile en la corte. Mil y una palabras de aliento, y un derroche generoso de sonrisas de animo y cartas afectuosas.
El cariño que compartieron se convirtió dentro de él en un bruma tibia y arrulladora. Sus manos cosquillearon y un celeste aéreo mano de sus palmas, las que rodeaban a su general.
Ahren ahondó más en sus recuerdos. Ahogo risitas que hubieran desentonado en ese momento gris. Sintió a Laris cercano, su espíritu próximo al suyo.
Y sin saber cómo, porqué o en qué momento, Ahren comenzó a cantar. Una melodía dulce de notas sencillas y puras brotó de sus labios. Acordes vivaces y cadencias pizpiretas germinaron de él como rosas en primavera.
En ese momento no le importó lo que pensarían de su atípico proceder, él debía elevar esa música como si en ella se ocultara una plegaria a sus diosas; y es probable que así fuera.
El cantar de Ahren se detuvo abruptamente, y no fue por vergüenza o inseguridad, fue debido a una sola cosa, a una exhalación profunda, Laris respiraba.
¡Oh Diosas Laris respiraba!
Su querido general lo estaba contemplando un segundo después. Fue justo ahí que Ahren se percató de que la herida que sangraba en su pecho había desaparecido.
-No creí volver a tener la dicha de contemplarte-le dijo.
De Ahren se escapó una dichosa risa impregnada de alivio. Lo abrazó con fuerza mientras murmuraba agradecimientos sin destinatario. Le besó el rostro: la sien, la frente, los parpados.
Cuando sus demostraciones afectivas menguaron Laris le hizo la gran pregunta.
-¿Cómo?...
-Lo imposible se vistió de posibilidad-declaró sonriente-, mi Satalay...parece tener la facultad de dar vida.
-Un don especial para el ser mas especial de las cinco regiones. No me sorprende.
Ahren se ruborizo un poco ante su comentario; ayudó a Laris a ponerse en pie. Recién entonces observó a su alrededor; los rostros de los presentes daban cuenta de su asombro e incomprensión.
Haro le sonreía asintiendo, Caleb lo miraba con devoción. No entendido la razón.
-Creo que lo mejor será que nos dividamos-propuso Ahren, en forma generalizada, aunque sus ojos estaban sobre Caleb-, deberíamos ir a alertar a los reyes de cada región sobre el poder que porta Dagor, para que se preparen. Laris, tú puedes ir con mi padre...el portal se abrirá pronto, eso te dará ventaja. Caleb, tú deberías ir con Guntrid, tu rey, y explicarle la situación a la que nos enfrentamos. Radgnik...te tocara ir con Ulrich, el rey enano. Varika, ve con tu reina, Azalea respeta a las simaritas, te oirá. Haro y yo iremos a Sina, para informar a Haakon.
Ahren no pretendió dárselas de líder, solo planteó una forma de organización, pero sin queja alguna, los aludidos asintieron. Él creía que su don los había impresionado.
Los que comandaban, comenzaron a ordenar a sus segundos los pasos a seguir. Ahren tenia tanto que procesar y asimilar que de solo pensarlo le daba dolor de cabeza.
Su mirada peregrinó entre unos y otros, pero se detuvo en una persona en particular.
Tayla.
La observó con ansiedad, con zozobra, con el matiz que le daba a su mirada la confluencia de cientos de preguntas.
Una sobre todas le escocía el alma.
¿Será verdad?
Como si aquel tétrico salón no estuviera repleto de personas Ahren avanzó hacia ella en linea recta. No veía a nadie, hasta había dejado de escuchar sus voces. Solo podía contemplar los grisáceos iris de la élfa oscura, su largo cabello azabache, su armoniosa tez.
Tayla no bajó la mirada, no retrocedió. Se plantó estoica, como si conociera la pregunta que le iba a hacer. Tal vez sus ojos lo delataban, tal vez lo contenido de su respiración o la inquietud de sus manos.
Cuando llegó, ella le sonrió con toda la luminosidad que le faltaba a ese cuarto, en el cual las sombras danzaban.
-Como le dije antes mi príncipe, los elfos negros no hacemos distinciones con la realeza. Antes de ser simarita yo fui una princesa-comenzó ella antes de que Caleb le cuestionara aquello que le quemaba por dentro-. Mi padre, el fallecido rey Akron, nunca asistía a los concilios de reyes, mucho menos si tu padre estaba en ellos...pero esa vez asistió. Como príncipes debíamos hacer acto de presencia en cada reunión. Nos aburríamos mucho, eramos jóvenes inquietos. Conocí a tu madre ese día. Lais era muy bella, tenia encanto y una gracia singular. Nos hicimos amigas.
»También lo conocí a él, a el gran Ishtar, el joven soberano de sorprendente belleza y aguda inteligencia. Nadie se le igualaba, nadie estaba a su altura. Me encandiló; era solo una jovencita de veinte años con fuego corriendo en mis venas. Me colé en su habitación una noche, no me avergüenza reconocer que me le ofrecí abiertamente. Él titubeó, pero terminó cediendo y consumamos nuestra pasión.
»Ya arrancado el deseo de mi cuerpo, me di cuenta de que no había nada detrás. Ningún sentimiento aparte del respeto y la admiración, pero había alguien que si se había enamorado del apuesto rey, la princesa Lais.
»La animé en ir en pos de su corazón, ella estaba al tanto de nuestro fugaz aventura, pero le repetí hasta el cansancio que no había sido más que eso, que no le diera importancia.
»Me escuchó. Se acercó a Ishtar, y fue como si el destino los hubiera convocado en vez de Rudolph, el rey attar. Se enamoraron, se veían a escondidas; me hice cómplice de su romance.
»El concilio se extendió por dos largos meses, cuando finalizó Ishtar le pidió a Rudolph, la mano de Lais. Su soberano padre le dio un no rotundo. Él insistió, claro, pero el el rey estaba firme en su postura.
»Las familias reales volvieron a su reino. Ishtar le prometió a Lais que hallaría la forma. Me dolió despedirme de ella, le había tomado mucho cariño. Pasaron los días, las semanas; dos meses después mi cuerpo comenzó a hacerme saber el secreto que guardaba. El secreto eras tú Ahren, un pequeño milagro, pues es bien sabido que nuestras razas no pueden mezclarse.
»Decir que me asusté es poco, estaba aterrada. Mi gestación, según mis cálculos, contaba unos cuatro meses, se haria notar pronto. No sabia que hacer, ni a quien recurrir. Si mi padre conocía mi estado, quien era el padre del niño que esperaba, me obligaría a deshacerme de él con alguna poción formulada por una curandera. No quería perderte, me aferré a esa pequeña vida que dependía de mi.
»Una semana después se me ocurrió la idea. Pedí permiso para visitar a mi amiga attariana, mi padre y el suyo tenían una buena relación así que mi petición me fue concedida. Cuando llegué le revelé mi condición, y también mi plan. Era sencillo, Ishtar y ella se amaban, si decía estar esperando un hijo suyo, su padre les permitiría unirse. Él confiaba en ella, aunque severo, era un buen hombre.
»Alais siguió mi consejo; las dos nos beneficiaríamos con el, ella podría casarse con el hombre al que amaba, y yo evitaría la muerte de mi niño dejándolo al cuidado de su padre. Cuando le narramos la estrategia a Ishtar, tardó en asimilarlo. Elfos oscuros y de luz no se unían, su sangre no se mezclaba, le costó aceptar que tu gestación era un prodigio divino, y ¿porque no?, tal vez un vaticinio del futuro.
»El rey Rudoplh no tuvo alternativa, así que permitió el enlace. Se casaron pronto, para evitar rumores, y por esto mismo Alais se confinó en su cuarto por los meses que presuntamente le faltaban para el nacimiento, con su amiga mas cercana, o sea yo, la que en verdad estaba preñada. Cuando el tiempo se cumplió, y saliste de mi entre gritos y mohines, te amé, pero aun así hice lo que debía. Tu hermoso cabello negro fue un partidario que no esperábamos, tan igual al mio como al de ella. Esto reforzaría la mentira, tu aspecto era el resultado de la fusión de un attar y un elfo, una que a diferencia de la real, era mucho más aceptada.
»Cuando te dejé con ellos, parte de mi alma se quedo allí. Te sufrí, te lloré, me culpé y asimismo al cruel hado que se había cernido sobre mi vida. Me hice simarita, lo había anhelado antes, pero esta vez fue solo un escape, uno en el cual pretendía huir de mi misma. Perdóname Ahren...se que esta verdad te esta haciendo mucho daño
Ahren sintió el corazón pesado, un palpitante ardor le escocia en el pecho, y sentía una vez más los ojos cargados de lágrimas. Inspiró profundo para no llorar. Intentó dar a conocer, a la que se decía su madre, aquel sentir, pero no logró hilvanar una sola silaba. Estaba agotado.
Asintió repetidas veces sin mirarla, y girándose en forma inestable se alejo de la élfa. Se reencontarian con ellas( las simaritas) en Sina, quizás cuando sus pensamientos lograran algo de equilibrio podría darle a conocer lo que sentía; en ese momento ni él mismo lo sabia.
Salió del castillo con pasos rápidos. Afuera lo recibió una incordiosa llovizna. El cielo nocturno henchido de nubes de tormenta, dejaba ver uno que otro relámpago iluminando su negrura.
Los guerreros de las distintas razas se preparaban para partir. Algunos, los que primero salieron, se hallaban cerca de las costas. Otros a medio camino, algunos cruzaban el estrecho puente.
Él, estaba allí, a unos metros de la puerta, con demasiado agobio en su interior como para decidir que hacer.
Escuchaba el potente tronar del firmamento cuando sintió un peso cálido sobre sus hombros. Era una capa la que le había trasmitido esa tibieza, una con la que alguien lo cubrió para protegerlo de la lluvia, pues debajo de la guata, y sobre la piel tenia un forro impermeable.
-Debemos irnos belleza-le dijo el autor de aquel gesto de cuidado.
Ahren se volteó para verlo. Haro le sonreía aunque en sus ojos se percibía su preocupación.
-¿Mis elfos te cedieron una nave?-le preguntó Ahren. Sabia que era así porque lo había escuchado, pero inquirió en eso tal vez para evitar entrar en un tema de mayor profundidad.
Haro asintió al mismo tiempo que despejaba su frente de un mechón húmedo.
-Sabes algo-le dijo, en sus comisuras comenzaba a formarse una sonrisa traviesa-, te ves absolutamente sensual cuando das ordenes. Me has dejado antojado.
Ahren se rió. Le venia de maravillas ese tópico de ligereza.
-Si...quizás te de una que otra en el camino solo para mantener la llama encendida-bromeó a su vez. Haro se carcajeó mientras se acercaba para dejarle un beso fugaz en los labios.
-Muero por mostrarte mi ciudad y mi hogar-le confesó mientras lo miraba a los ojos-, también mi alcoba, y ni que hablar mi cama.
Ahren negó, aunque ya se estaba acostumbrando a sus maneras.
Tenia mucho en que pensar, su vida y todo lo que creía conocer no cesaba de cambiar; cambiándolo al mismo tiempo a él, lo quisiera o no.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro