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Mío.


Comenzó con un agudo dolor en el pecho. Una abrasadora sensación que lo quemaba por dentro. Haro se quejó mientras se apretaba en esa zona a la altura de su corazón. Cerró los ojos por un momento intentando encontrarle una explicación a ese súbito padecimiento, pero era tan lacerante e intenso que sus pensamientos no lograban conectarse con eficacia. Volvió a abrir los ojos, Kiriaf a su lado lo miraba con un gesto extrañado.

-¿Que es? ¿que te sucede?-le preguntó acercándose un poco más a él.

El trató de formar las palabras, pero el ardor desde adentro era tal que le secaba la garganta.

Repentinamente entendió, esto que le sucedía no era un ataque externo, era lejano... era mágico.

Al entender esto temió por los suyos, si él era el primero en recibir aquella invisible agresión, ellos seguramente le seguirían ; decidió alejarse.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas Haro se puso en pie. Algo tembloroso, algo tambaleante; pero lo logró. 

Kiriaf seguia inquiriendo sobre su estado; seguramente lo evidenciaba su expresión de dolor.

Él extendió una mano hacia su segundo, pidiéndole calma.

-Nada...solo un ...un pequeño malestar- dijo con dificultad; rogando que esto no se notara-Caminaré un poco...seguro pasará-.

Se empeñó en caminar erguido y sin flaquear. Si esa magia lo perseguía a él, lo mejor era apartarse de ese lugar, sino era así y pronto todos sucumbían a ella, lo más acertado era buscar el origen del ataque, e intentar detenerlo. 

Un buen plan para el cual no sabia si tendría la fuerzas suficientes.

Cuando unos metros después se supo lo suficientemente alejado, se dejó caer de rodillas en la tierra, e intento con un renovado afán llevar aire a sus pulmones.

Respirar le escocia. Dolía tanto...era una agonía. 

Estaba por ponerse de pie cuando percibio algo más; de sus oídos y ojos comenzó a derramarse lento un liquido viscoso. Llevo su mano hasta el solo para comprobar lo que temió, era sangre, su sangre.

Quien fuera que estaba desquitándose con él, lo estaba destrozando internamente. 

Tosió, y le brotó de adentro más de ese fluido carmesí. En ese instante supo que su cuerpo natural no soportaría por mucho tiempo el daño que recibía...era hora de cambiar de piel; su forma bestial era mucho más resistente.

Se concentró en su transformación, intentando no sucumbir al apabullante dolor que lo recorría de pies a cabeza. Sus músculos comenzaron a engrosarse, a crecer a la vez que su altura aumentaba y sus huesos se endurecían. Sintió el conocido fluir frenético de su sangre que circulaba velozmente por sus venas, irrigando vastamente a su anatomía en proceso de cambio.

Un vello grueso y pardo emergió sobre su piel bronceada; de su boca fuertes colmillos y de sus garras uñas afiladas.

Su mente se embruteció, volviéndose más animal, más instintiva, más salvaje. 

Al sentirse de nuevo en esa piel con la que convivía desde su niñez, Haro se puso en pie y se estiró en su postura. Elevando su cabeza al cielo dejó brotar desde adentro un aullido sonoro y ronco, un aullido de enojo y represalia; ese que hacia que sus enemigos al oirlo, temblaran

En grandes y veloces zancadas el lobo rojo comenzó a ascender por la montaña hacia el otro lado, en dirección a el castillo del hechicero oscuro.Ese condenado dolor aún estaba presente en su cuerpo, pero en esa forma, su resistencia se había multiplicado ampliamente. 

De pie lo observó desde atrás. Se erguía majestuosamente rodeado de un foso profundo. No había manera de llegar hasta el desde esa vista posterior. Lo recorrió con la mirada buscando la forma.

Una vez más bajó su mirada al foso, este parecia no tener fin; exhalaba un humo venenoso que le irritaba la vista. Contemplo sus posibilidades y se decidió por una. Se echaría al pozo y buscaría en esa profundidad algún tipo de entrada subterránea. Esta idea le pareció adecuada a su raciocinio animal, si la que hubiera decidido hubiera sido su mente humana, seguramente hubiera buscado otra manera, pero el que vestía su piel era el temible lobo rojo y este no le temía a nada, ni se dejaba amedrentar por ningún reto, por más peligroso que fuera.

Respiró hondo percibiendo ese ardor lacerante en su interior. Para darle mayor convicción a su determinación trajo a memoria sus ojos, esas iris plateadas que le recordaban a la luna a la cual aullaba en ciertas noches en las que la contemplaba en su plenitud.  Evoco sus risas, y lo encantador del rubor de sus mejillas cuando el pudor las coloreaba. Sus no, que él siempre creyó que escondían detrás un si, su silueta elegante. Lo haria por él, todo, lo que fuera necesario. Ni siquiera el maldito Marok con un ejercito de sus demonios podrían detenerlo si sentía que Ahren, su Ahren, estaba en peligro.

También lo haria por aquellos a los que lideraba.

Se lanzo sin dudarlo. La caída fue rápida, sus fosas nasales se llenaron de aquel humo negruzco provocándole náuseas y un cierto embotamiento en sus sentidos. Seguía cayendo; una profundidad insondable, lúgubre.

Paso algo de tiempo para que chocara con la superficie debajo, pero esta no era pantanosa, ni firme, era liquida.La desembocadura de ese foso era un lago, fétido y repulsivo, el origen de ese vaho venenoso. Al contacto con se fluido sintió que la piel le ardía, de igual manera que aquella corrosión interna. Por un instante sufrió con tal violencia esa quemazón que creyó que caería incinerado, pero luego recordó, y eso le trajo nuevas fuerzas; su frágil elfo lo necesitaba.

Gruñendo alto Haro nadó en esas aguas ponzoñosas, cada brazada lo heria, era un nado tortuoso y agobiante. Dejó su cabeza fuera, sabia que inhalar ese agua podría matarlo. Nadó con dificultad y con dolor, pero no se detuvo hasta llegar al otro extremo. Ya allí, se tomó un momento para respirar. 

El castillo estaba en lo alto, no había entradas traseras ni ventanas, y no se le antojaba escalar semejante altura para ascender de nuevo, y buscar algún tipo de acceso. Miró a su alrededor buscando una alternativa, y no tardo en encontrarla. Saliendo desde la mismísima fortaleza de Dagor había un caño de bronce añejado; agua residuales entendió, y supo que esa seria su entrada.

Se deslizó hasta el y calculó el espacio. Era algo angosto para su robusto cuerpo, pero cabria o se forzaría a hacerlo. Entró en el, se sintió apretado y algo sofocado, pero no retrocedió. Tramo a tramo se arrastró por ese reducido espacio; en forma horizontal al inicio, poco después elevándose en forma ascendente. Tuvo que aferrarse con las garras de manos y pies mientras trepaba.

Sintió un revoltijo en el estomago mientras subía, se detuvo un momento y escupió sangre.

Esa maldita magia seguia dañándolo.

Le llevo cierto tiempo y muchísimo esfuerzo, pero llegó a la desembocadura. Tenia una rejilla de metal que removió fácilmente.

Se impulsó hacia arriba y se dejo caer. Aterrizó pesadamente en una habitación que olía espantosamente.

Escucho sus exclamaciones de temor antes de verlos. Era un calabozo, estaba lleno; contendría unas 50 personas.

Al verlo en su aspecto licántropo las mujeres aferraron con temor a sus niños y los hombres se pusieron en guardia.

Haro levanto una mano en gesto de paz antes de poder decir algo; estaba extenuado.

-No les haré daño- les dijo con ese tono bestial que intimidaba-. 

Lo miraron con recelo mientras se puso en pie. Él supo quienes eran en el acto; eran el pueblo de Caleb, los que tenían prisioneros para coaccionarlo.

Haro caminó hasta la reja y aferró dos de los gruesos barrotes entre sus manos.Eran de acero reforzado pero...¡ Él era el lobo rojo por todos los diablos!

Atenazó sus poderosos músculos y convocó a todas las fuerzas de su anatomía licántropa.

Le llevó un sacrifico considerable pero logró que de a poco estas cedieran, retorciéndose entre sus poderosas manos. Soltó el aire que retenía cuando consiguió hacer un espacio en la celda por el cual salir al exterior.

-Vendremos por ustedes- les prometió a los cautivos que aún lo miraban con desconfianza-.

Aunque él salió, ninguno se atrevió a imitarlo. Le temían demasiado a Dagor.

Haro miró a ambos lados en el pasillo. No había guardias a la vista, solo una penetrante oscuridad, pero no una que le dificultara el moverse, sus ojos de lobo podían ver en ella con claridad.

Corrió por los pasillos haciendo eco con sus pesados pasos en aquel tenebroso mutismo.

No había un alma. 

Siguió avanzando hasta que su agudo oído interceptó voces cercanas. Caminó en su dirección desacelerando sus pasos.

Llegó a un salón. Lo primero que atrapaba la mirada era una enorme imagen del fallecido Marok.

Luego sus ojos encontraron al que amaba.

Arrodillado en el suelo, con las manos en el rostro y sollozando bajo se encontraba Ahren.

Su largo cabello ahora solo rosaba sus hombros, las puntas se veían chamuscadas, su cuerpo temblaba ligeramente.

Verlo así lo enfureció sobremanera.

A su lado estaba parada una mujer; no tardo en reconocerla, era la prometida de Caleb. Elle, quien más que una mujer se veía como un demonio infernal con su larga cola agitándose y sus brillantes ojos púrpura.

Entender le llevó un segundo.

Comenzó a caminar hacia ellos; exudaba furia. En lo alto notó lo que creyó la razón del estado de Ahren. En un espacio levitante una imagen mágica lo mostraba a él en el suelo con los ojos y oídos sangrando, mientras su cuerpo convulsionaba con violencia.

Acontecimiento que fue real minutos antes.

Era algo lenta aquella señal mágica.

Elle clavo sus ojos en él con desprecio.

-¡Tú!- masculló y al oírlo su elfo levantó la mirada.

Su precioso rostro estaba surcado de lagrimas; una aliviada sonrisa se dibujó en sus labios rosados.

-Haro-solo murmuró-.

-Daleyri-le respondió él guiñándole un ojo, y luego miró a la bruja, una mirada vengativa y amenazante.

-Espero que no tengas en alta estima tu cabeza- le dijo con esa voz que sabia atemorizaba-Porque voy a arrancártela para hacer un balón...uno que le daré a esos pobres niños que tienen encerrados para que la pateen hasta el cansancio-.

Elle lo fulminó con la mirada, y luego sonrió con gesto altanero.

-Muéstrame que tienes cachorro...Este salón necesita un tapete nuevo-.

Los ojos ámbar de Haro brillaron. Quizás no era el más inteligente, quizás no era el más perspicaz, quizas no era el más sabio,  pero si Haro era algo, era posesivo con lo poco que consideraba suyo. Y Ahren lo era

No dudo en hacérselo saber a la hechicera.

-Cometiste tu peor error bruja...te metiste con lo que es mío-.

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