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9- "La curandera"

Unos veinte minutos después, un Tthor ojeroso, con el estómago revuelto y las manos sudorosas, llegaba a paso enclenque a la casita terracota que se alzaba en la cima de una pequeña colina.

El lugar estaba a resguardo por una hilera circular de árboles que la tapaban de ojos curiosos que pudieran andar por el camino ascendente. Sólo se veía desde allí el Monte Kaf aunque, por una densa capa de nubes, esa mañana no se distinguía su cima, lo que lo hacía parecer como si hubiese sido cortado abruptamente.

Abby miró de reojo a Tthor. Iba a preguntarle cómo se sentía pero la extrema palidez del muchacho le dio la respuesta. Se mordió el labio, nerviosa y miró hacia la casita terracota. Tthor también miró hacia allí, tratando de olvidar las fuertes punzadas que sentía en su estómago.

La casa de la curandera era una estructura pequeña y de extremos redondeados. Parecía no haber sido construida sino más bien daba la impresión de que hubiera nacido de la tierra misma, con su forma de hongo rojo, algo extravagante.

Abby iba a tocar una pequeña campanilla que colgaba de la cerca que separaba el camino de un pequeño jardín, cuando un gato negro apareció desde un costado de la casa y, al verlos, maulló varias veces mientras se acercaba corriendo.

- ¡Hola, Ulises!- lo saludó Abremelina, mientras le acariciaba el lomo- ¿Dónde está la señora Iccer?

Ulises pareció entender la pregunta porque tensó las orejas y caminó hacia la puerta del frente, seguido por ambos jóvenes. La empujó con la cabeza, abriéndola, y desapareció adentro. Abby metió la cabeza con sigilo y saludó con un “buenos días” demasiado bajo para ser oído.

Tthor miró por la única ventana del frente. Adentro, un fuego rojo brillaba en la chimenea y sentada en una mecedora, moviéndose levemente hacia delante y atrás estaba una mujer de piel aceitunada, larga cabellera salvaje y oscura, peinada en una gruesa trenza y llevaba un vestido marrón de hilo tejido, sujeto con una faja en la cintura. Un cuchillo colgaba atravesado en un costado de ésta. Y por encima de los hombros le caía formando pliegues un abrigado poncho con dibujos geométricos tejido en vivos colores y con gran destreza con el mismo telar que ahora descansaba silencioso en un rincón de la habitación.

La mujer estaba con los ojos cerrados y parecía estar sumergida en un sueño profundo. La pipa que sostenía entre sus labios se había apagado hacía ya un largo tiempo.

En la habitación había un mobiliario simple: una mesa cuadrada, sillas de mimbre y más allá una jaula de metal colorada con su pequeña puerta abierta. Y sobre la jaula, un pájaro carpintero parecía estar muy ocupado, acicalándose las plumas. Parecía no importarle la mirada atenta del gato que parecía preparado para saltarle encima en cualquier momento.

Abby llamó una vez más, esta vez con un poco más de fuerza, lo que provocó que la anciana señora se despertara de un sobresalto. Miró con los ojos aún entrecerrados hacia la ventana y se encontró con la vista persistente de Tthor que la veía sin parpadear. Con la pipa apagada en su boca, se puso de pie, ayudada con los brazos apoyados en la mecedora y caminó hacia la puerta. Pero, a medio camino, pareció recordar algo porque se volvió sobre sus pasos y se acercó hasta la mesa. Tomó una dentadura que estaba sumergida en un vaso largo lleno de agua. Se la colocó, dejando la pipa a un costado y retomó el camino hacia la puerta. Mientras caminaba, a Tthor le pareció que la sombra que proyectaba la curandera, provocada por el fuego del hogar, no le correspondía, como debería ser parecida a una silueta humana sino que tenía forma de delfín que se movía dando ondas sobre la pared y luego sobre el suelo de ladrillo molido y viruta.

La señora Iccer resultó ser una anciana muy simpática y muy interesante, según le contara Tthor a su prima Wilgenyna en una carta, días después. Y apenas vio a Tthor, la curandera se interesó mucho por la mancha que tenía en el rostro. Sin que éste se lo dijera, la anciana concluyó que era un efecto secundario de una poción. Y al ver que el jovencito, a cada rato, se arrascaba el rostro distraído le sugirió que probara untándose una capa de barro del pantano, que siempre era usado en esos casos.

- Pero recuerda que nunca debes ir sólo a un pantano.- le dijo como al pasar- Una vez mi hijo Elio casi se entierra vivo en uno, por querer ayudar a su hermana.

- ¿Cómo está Elio, señora Iccer?- preguntó Abby.

- Oh, Elio cada día hace más y más cosas que me hacen sentir tan orgullosa…Es el mejor hijo del mundo: atento, servicial, solidario. ¡Tú ya lo conoces! Ahora está en algo realmente importante pero me ha asegurado que muy pronto pasará por tu casa a darles la novedad…

- Señora Iccer,- dijo Tthor tratando de no ser demasiado descortés, al cambiar el rumbo de la conversación- Nos ha dicho algo sobre los pantanos…

Y mientras cosechaba mandrágoras en su patio trasero, la anciana les habló sobre las propiedades de muchas de las plantas de la región y también les contó sobre el Monte Kaf y las ruinas abandonadas del Volcán Kaab. También mencionó que éste tenía un lado oscuro el cual era llamado así porque daba hacia el sur y desde Meaghdose era imposible divisarlo. Tampoco dejó de mencionar a las Hadas acuáticas y los misterios de los pantanos.

- Hay dos grandes pantanos en Meaghdose.- les dijo Iccer varios minutos después mientras preparaba una marmita con un líquido espumoso y dulce- El que está más cerca, allí a los pies del Kaf es de donde recojo la mayor parte de los ingredientes para mis pociones. Pero hay que ser muy cuidadosos cuando uno va al pantano…

- ¿Por qué Iccer?- quiso saber Abby mientras bebía de su taza de té.

- Porque te hundes.- dijo Tthor mirando a Iccer, buscando su confirmación.

- Por eso… y porque sus habitantes te pueden engañar.- dijo- ¡Nunca escuches a un habitante de un pantano! Se verá confiable pero será solo un disfraz. Te mentirá, te dirá lo que quieres oír. Te prometerá cumplir los más profundos deseos de tu corazón pero solo para arrastrarte hasta el fondo y matarte.- contó como al pasar la curandera mientras le daba a Abby unas hierbas para que Lee- Won las bebiera en una infusión hasta que ella pudiera ir a verle.

Tthor se había quedado un poco impresionado por aquellas palabras sobre los habitantes del pantano, las cuales lo siguieron durante todo el camino de regreso.

Abby que caminaba a su lado, lo miraba de reojo cada dos ó tres pasos. Comentaba las palabras de Iccer y daba su propia opinión. No quería quedarse en silencio pues temía que Tthor recordara la otra conversación, la que habían tenido en el camino de ida. Abby aún se sentía culpable por haberle amargado la mañana, hablando del dueño de la tierra. Sabía que en cuanto Lee- Won se enterara, se enojaría mucho con ella.

En un recodo del camino, Tthor desaceleró el paso y se puso a contemplar una extensa plantación de papas del aire que cubría un valle fértil.

- Abby, ¿puedo pedirte un favor?- le preguntó Tthor parándose a su lado.

- Sí, claro.- contestó la jovencita, mordiéndose el labio nerviosa.

- No le digas nada a Lee- Won sobre…nuestra conversación. ¿Está bien?

Abby suspiró aliviada. Y caminó el resto del descenso algo más relajada, como si le hubieran quitado un peso de encima.

- ¿Sabes?- le dijo a Tthor cuando se acercaban al reservorio a refrescarse- Lee- Won se la pasó hablando de ti todo el año. Y ahora entiendo porqué…

Tthor sonrió y miró hacia la ventana oval del tercer piso. Unos ojos negros brillantes lo miraban con dulzura, llenándole el pecho de un inusual calor que siempre era capaz de devolverle la felicidad.

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