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5- "El bote itinerante"

Nadie dijo nada durante el resto del viaje. El herrero mantenía su vista clavada en el camino ascendente. Darius estaba también hundido en sus pensamientos. Sólo parecía reaccionar cuando susurraba algún hechizo para animar al alazán. Ellysa Vin resoplaba cada tanto y tenía el entrecejo fruncido y la nariz arrugada. Y Tthor sabía exactamente porqué. Su madre odiaba tener que volver a Meaghdose.

Ya una vez se había ido de allí, luego de la muerte de Samej, su esposo, con el pequeño Tthor en brazos. Había que esconderlo del enemigo hasta que tuviera la edad suficiente para asumir el trono. Para Ellysa, volver a Albión, fue casi una bendición. No había sido feliz en Warghost y deseaba, secretamente, no tener que volver allí. Que apareciera otro heredero más directo y mejor preparado era su plegaria diaria.

Tthor adivinaba todo esto. Pero no se animaba a hablarlo con ella. Él se había acostumbrado a los silencios prolongados de su madre, cuando se trataba del pasado. Y nada podía hacer para cambiar eso. Pero su nueva vida en Warghost le proporcionaba al muchacho una oportunidad inesperada de averiguar más sobre ese pasado y también sobre su futuro.

En un principio estuvo muy renuente a asumir su identidad. Se sentía inútil y débil como para ser “el heredero” que muchos estaban esperando. Pero los meses en los que había estado en Meaghdose, le habían hecho reconsiderar. Aún se sentía inútil y débil; su madre se lo recordaba a diario, pero el deseo de cambiar algunas cosas injustas en su entorno y la fe que Lee- Won había depositado en él, desde un comienzo, le habían dado el valor suficiente como para pensarse como un futuro rey. Aún cuando, en la mente de Tthor, eso parecía muy lejano.

Y allí estaba… Otra vez, Lee- Won se aparecía en su mente, mirándolo por entre los pensamientos, con los ojos llorosos y una mueca de dolor. Tthor pensó que ese dolor era el suyo y que, inconscientemente, lo trasladaba al rostro de su amigo.

Estuvo tentado de preguntarle a Darius, si sabía algo de él. Pero el orgullo no se lo permitía, cada vez que abría la boca para hacerlo. En vez de eso, preguntó, al ver acercarse la costa del Mar Oscuro:

- ¿Tomaremos el tren hasta Meaghdose?

- No, no hay tren hasta mañana. El de hoy lo hemos perdido. Iremos en el Bote Itinerante.

- ¿El Bote Itinerante…?

Tthor había oído hablar de él. Pero nunca lo había visto hasta ahora. Escudriñó toda la costa de la playa y del puerto que estaban siendo envueltos por el sol que desangraba por el oeste, escondiéndose por detrás de unos picos lejanos y neblinosos.

Mientras Darius dejaba la carreta y al alazán en manos de un mozo del puerto y le pagaba algunas monedas por el servicio, Tthor avanzó con el herrero, quien aún lucía pálido, por un camino de piedras y guijarros. Luego, Darius comenzó a silbar una melodía suave, repitiendo una y otra vez tres notas: dos altas y una baja y muy sostenida, mientras cerraba los ojos y cruzaba las manos por detrás de su espalda.

El mar estaba algo tumultuoso y a Tthor se le revolvió más el estómago. Pero algo dentro de sí, le avisó que no era por el viaje sino porque, cruzando el Mar Oscuro estaba Meaghdose y allí, en aquel pequeño pueblo, estaba también aquel que le había quitado el sueño y la calma en los últimos días.

Sentía la boca seca y el corazón algo acelerado. Ahora la emoción de estar más cerca de Lee- Won parecía estarle ganando al orgullo. Tthor era conciente de eso y, para evitar una recaída, buscó concentrarse en el herrero.

- ¿Cómo se siente, señor Fen?

- Bien, Tthor. Tú eres el que me preocupa. Estás algo pálido. ¿Siempre te descompones así cuando viajas?

- Siempre.- interrumpió Ellysa acercándose a ambos- Y no importa cuál sea el medio de transporte que utilice, siempre termina vomitando sobre mis zapatos. Parece que lo hiciera a propósito.

Darius carraspeó, mientras se acercaba dando zancadas cortas pero rápidas. Miró a Ellysa de reojo, pero con disimulo, y se paró cerca de Tthor, quien realmente lucía muy pálido y ojeroso.

- Da…Darius, ¿a qué ho…hora llega el Bo…Bote Itinerante?- la voz del muchacho estaba quebrada.

- ¡Ya llegó!- exclamó el pequeño hombre dando un respingo, feliz de que aquella tensa situación concluyera- ¡Allí está!

Darius señaló hacia el mar. Tthor entrecerró un poco los ojos para poder mejor, pues tenía los últimos rayos del sol de frente. Al principio sólo logró vislumbrar una pequeña luz titilante que parecía acercarse a ellos. Unos segundos más y la luz se convirtió en un farol grande de hierro que colgaba del extremo alto de un bote alargado que se mecía con gracia sobre las olas bajas y espumosas que terminaban en la playa.

Cuando sólo estuvo a un par de metros, Tthor pudo contemplarlo con todo detalle: parecía estar cubierto de hojas grandes y carnosas, de un intenso color verde oliva con nervaduras bien marcadas que le daban la sensación, a quien las mirara, de que estaban hechas  con hilos de plata, pues destellaban de ese color con la luz carmesí que atravesaba las nubes bajas. El bote medía unos quince metros de eslora. Uno de sus extremos terminaba en una especie de rulo elaborado, mientras que el otro se alargaba un par de metros hacia arriba culminando con el inmenso farol de luz amarilla intensa.

Y cuando el bote llegó a sólo medio metro de Tthor, el muchacho se sobresaltó al ver que alguien parecía escudriñarle desde abajo de la farola. Tenía un rostro raro, según pensó Tthor. Su piel parecía de un suave tinte índigo que despedía brillos pequeños cuando el bote se meneaba entre las olas más grandes. Tthor no pudo vislumbrar bien los contornos de su rostro. Pero sí se percató de su intensa mirada plateada y su cabello blanco como la nieve que le sobresalía por algunos lados, bajo un gorro rojo oscuro y alto que terminaba en punta. Tenía, además, una especie de malla enteriza que lo cubría de la cabeza a los pies de un brillante color negro con bordes verdes. Y llevaba entre sus manos azules, casi transparentes, un palo largo y fino.

Cuando todos se hubieron ubicado en los pequeños bancos , en el centro del bote bajo, Tthor volvió su mirada a quien lo conducía. Y, cuando éste lo miró, Tthor recién se percató que sobre su hombro derecho descansaba un ave pequeña y jaspeada que parecía dormitar muy tranquila, con su cabeza semi-escondida bajo un ala.

- Es un azor.- dijo quien manejaba el Bote Itinerante, al ver a Tthor interesado.

- Es hermoso.- respondió el muchacho, sonriendo.

- Se llama Evrá. Y yo soy Nim. ¡Bienvenidos!- dijo, haciendo una suave inclinación con su cabeza, pero sin quitar sus ojos del jovencito.

Aquella mirada, le pareció a Tthor, desprendía calidez y paz. Y el muchacho se dejó llevar por ella, deseando que lo acompañara todo el viaje. Y Nim le sonrió, como adivinando sus pensamientos y asintió levemente. Luego, se acomodó sobre sus labios rojos y delgados un extremo del pequeño palo alargado que llevaba y, sin dejar de mirar a Tthor, comenzó a soplar por una ancha boquilla. Entonces Tthor comprendió que aquello era una flauta. Y producía la melodía más dulce e hipnotizante que él hubiera escuchado jamás. Aunque algunas de sus notas le recordaban a la voz de su prima Wilgenyna, cuando en las tardes de Albión, le recitaba poesía frente a la chimenea de Viper Tive Rd.

Y, con aquellas primeras notas dulces, el Bote Itinerante comenzó a moverse, primero lento, luego algo acelerado pero siempre suave, en línea recta mar adentro.

- ¡Él lo dirige con su flauta!- Tthor estaba asombrado- ¿Es magia?- susurró a Darius, sin poder quitar su vista de aquel instrumento largo de caña.

Darius se acercó hacia el muchacho y le explicó:

- Nim utiliza la flauta Shakuhachi. Es un instrumento milenario cuyo verdadero origen se desconoce. Pero lo que sí se sabe es que su sonido representa el hálito de todas las cosas, incluso de los árboles y plantas.

- ¿El hálito?

- La respiración, el aliento que da la vida.- intervino el herrero, quien estaba sentado detrás de ellos.

- ¿Ustedes la hicieron? A la flauta, me refiero…

- Oh, no.- sonrió el forjador- Nosotros utilizamos hierro y otros metales. Esa flauta es de caña. Es lo que se llama arte sacro, pues está hecho con un elemento natural. Y es lo que le da vida a este bote. Es un bote viviente.

Tthor observó entonces al bote con más detenimiento. Y fue recién allí que reparó en que no estaba cubierto de hojas como él había pensado al principio sino que el bote entero parecía ser una inmensa planta flotante. Tthor recorrió con su vista todo el piso y luego los bordes. Hojas y hojas unidas a ramas gruesas, entrelazadas entre sí. Y con cada nota de la flauta de Nim, las hojas parecían vibrar, respirar, al compás. Y en varias oportunidades, notó que algunas ramas se deslizaban a los lados o se entretejían más como si estuvieran realmente vivas.

- El bote es regado por las mismas tres doncellas que riegan diariamente a Iggdrasil.- contó con suavidad el herrero.

- ¿A quién…?- preguntó Tthor.

- Es así como se llamaba originalmente al árbol de Creta.

La melodía de la flauta se hacía cada vez más envolvente y el Bote Itinerante parecía desafiar las olas sin dificultad. Tthor miró hacia los costados pero sólo vio neblina. Estaba absorto pensando cómo el bote se deslizaba con sólo el sonido de la música. Y Nim, quien seguía con sus ojos clavados en el muchacho, ni siquiera miraba el camino.

Después de unos veinte minutos, Nim dejó de tocar pero el bote no se detuvo.

- Agárrense fuerte, por favor.- pidió con una sonrisa.

Tthor apenas tuvo tiempo de sujetarse de uno de los bordes. El bote comenzó a acelerar sobre el mar picado y después de unos segundos y unas olas que mojaron a todos los viajeros, comenzó a ganar altura, haciendo que el Mar Oscuro se convirtiera en sólo una mancha con vetas plateadas allá abajo.

El viento soplaba en el rostro de Tthor, quien se mantenía aferrado al barandal y era consciente de que, bajo ningún concepto, debía mirar hacia abajo o comenzaría a vomitar otra vez, aún cuando tuviera el estómago completamente vacío.

Lo que único que pudo hacer, para mantener la calma, fue clavar su vista hacia delante, en un manojo de nubes que se veían acercarse a gran velocidad. A medida que volaban hacia ellas, Tthor percibió su intensos tonos grises y le pareció ver, en varias oportunidades, destellos de minúsculos relámpagos que las atravesaban por la mitad.

Nim, quien hasta aquí no le había quitado la vista de encima a Tthor, giró sobre sus pies descalzos y se paró en el borde del bote, sólo sujeto por un par de dedos al palo donde colgaba el candil. Con su mano libre, se llevó la flauta a su boca y sopló sólo una vez y las nubes parecieron cambiar de tonalidad: ahora eran de un límpido color blanco y ya no había relámpagos.

Nim se volvió a sentar de espaldas a las nubes y le regaló a Tthor una amplia sonrisa, mientras acariciaba distraídamente al azor, el cual parecía estar despertando.

El Bote Itinerante, siempre en un vuelo tranquilo, finalmente atravesó el grupo de nubes. Y, por unos cuantos segundos, Tthor se sintió envuelto entre grandes copos de algodón. Con lentitud, estiró un brazo hacia un costado y rozó con sus dedos aquello que lo rodeaba. No sintió nada al tacto, como estaba esperando sentir. Pero, en seguida, unas gotitas resplandecientes como hechas de plata, comenzaron a caer sobre él, humedeciéndolo con delicadeza y dándole a su cabello una brillantez especial.

Nim parecía complacido de que aquel joven viajero estuviera disfrutando de esa travesía. Y lo miró sin parpadear por varios minutos, hasta que su ave comenzó a picotearle con suavidad una mejilla. Nim pareció volver de sus pensamientos. Entonces tomó la flauta con ambas manos y comenzó a tocar una melodía igual de dulce que la primera, haciendo que el bote descendiera con rapidez pero siempre con suavidad hacia las nubes bajas.

Tthor miró hacia un costado y reconoció el contorno del puerto de Meaghdose y hasta pudo vislumbrar las ramas más altas del árbol de Creta. Entonces notó que el malestar que había sentido en su estómago ya no estaba.

A pesar de que el sol aún brillaba por detrás del pico de Kaf, Tthor tenía la vista clara y podía ver cada detalle de la tierra debajo.

Había llegado a Meaghdose e, igual que le había sucedido la vez anterior, se sintió completamente renovado como si hubiese dormido muchas horas seguidas. Y él sabía porqué era. En aquel pueblo estaba su fuente de poder. Allí, él no se sentía tan débil como en Albión. Tenía más energía y se curaba más rápido de cualquier dolencia.

Cuando el Bote Itinerante tocó las arenas doradas de la playa, Nim se puso de pie de un salto y respiró profundo.

- Gracias, Nim. ¡Fue un viaje maravilloso!

- Gracias a ti. Y ya sabes. Cuando necesites del Bote Itinerante, sólo tienes que llamarme. Cualquier instrumento de viento y la intención adecuada me convocan. Recuerda, la música abre caminos donde, aparentemente, no los hay…

Y diciendo esto, Nim retomó la canción que había estado tocando y se perdió, con el Bote Itinerante, mar adentro, el cual ahora estaba en calma y teñido de destellos rojos dorados que venían del mágico sol del atardecer.

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