4- "El espejo de Edeso"
Tthor no durmió prácticamente nada esa noche. Sentía un dolor punzante, que iba y venía, cada vez que se movía, en el lugar donde había recibido la puntada de la espada de Murk. La piel le picaba, sobre todo en las manos y en el rostro. Sentía un fuerte ardor en la cabeza y tenía la vista nublada.
Aunque estaba todo en penumbras, en el living-comedor de la señora Nogg, Tthor podía ver a la perfección a los otros durmiendo: todos alineados en el suelo sobre abultadas mantas de lana. Porque allí, curiosamente, de noche también hacía frío, como en Viper Tive Rd., aunque afuera el viento norte soplaba bastante, cargando el aire del denso calor del desierto ecuatoriano cercano.
Tthor cambió de posición por décima vez y dio un resoplido cargado de frustración. No lograba conciliar el sueño. Y sabía muy bien porqué. Mejor dicho, por quién. No podía sacarse de la cabeza a Lee- Won, pese a que le seguía produciendo cada vez más rabia el pensar en él. Su silencio le dolía. Y esa noche le hacía mucha falta.
Necesitaba hablar con él; contarle todo lo que había vivido ese día. Pero el orgullo lo estaba venciendo. Había escrito demasiadas cartas y enviado demasiados canopus. Y no había obtenido respuesta. Y, por esa razón, decidió no escribirle más. Ese día se cumplía un mes exacto de que su último canopus había sido enviado. Y ese orgullo fue el que le impidió levantarse y escribirle una nueva carta.
Cuando amaneció fue el primero en levantarse. Tenía mucho que preparar esa mañana por lo que tendría la excusa de mantenerse ocupado y no pensar en su amigo. Pero un nuevo suceso, le hizo olvidar la pena que sentía.
Tthor acomodaba la espada flamígera en un sobre de cuero que la señora Nogg le había dado, cuando Wilgenyna se tapó la boca, al verlo, para no gritar. Aún así, su grito ahogado despertó a Murk con un sobresalto, quien inmediatamente se puso de pie, con la mirada alerta y una mano sobre el pomo de su espada.
Vio primero a Wilgenyna y luego a Tthor y su semblante se relajó.
- Sí, sabíamos que eso podía pasar.- dijo mientras despertaba a Darius, quien parecía estar hablando en sueños.
Wilgenyna tomó de la mano a su primo, quien no entendía el porqué de tanto alboroto y lo llevó hasta un estante cercano. Allí, en un pequeño espejo, Tthor vio su reflejo y suspiró. Su cabello era, ahora, negro brillante y una mancha marrón, con pintitas oscuras se le había dibujado a un costado de la cara, desde el mentón hasta la frente, cubriendo también media oreja. Tthor rozó la mancha con sus yemas temblorosas, la cual tenía una textura peluda y parecía sobresalir un poco de la superficie de la piel. Y sus contornos eran blancos rosáceos.
- Tranquilo, querido. Pasará.- dijo la señora Nogg, trayendo una fuente con el desayuno.
- ¿No era que mi cabello podría volverse blanco?- preguntó Tthor sin poder quitar sus ojos de su reflejo.
- Blanco, negro… ¿Qué diferencia hay?- contestó Fresia Nogg sin inmutarse.
- Al menos, andarás por ahí sin llamar la atención, al no tener el cabello tan rojo. Será más difícil que te reconozcan como un Asís.- reflexionó Murk, aceptando con gentileza una taza de te de la señora Nogg y guiñándole un ojo a Wilgenyna, quien se sonrojó visiblemente.
Cuando Tthor, dando un gran suspiro de resignación, se sentó a la mesa, para disfrutar del desayuno, notó que sus uñas se le habían puesto negras y parecían más gruesas y algo descascaradas. Trató de no darle importancia y se sirvió una galletita de anís. Murk sonrió complacido.
- Tienes temple de Rey. Otro en tu lugar estaría haciendo un berrinche o ya habría mojado sus pantalones por el miedo.
- Tengo miedo.- afirmó el muchacho, sin dudar.
- Sólo un verdadero Rey lo reconocería.- le contestó Murk con otra sonrisa de satisfacción.
Tthor pasó toda la mañana tratando de auto-convencerse de aquellas palabras. Pero era conciente de que no era sólo miedo lo que sentía sino que la culpa lo había invadido después del ataque del otro Murk. Y esa culpa lo hacía sentirse tenso y nervioso. Por lo que cuando, de vuelta en Viper Tive Rd., su prima Lesly, mayor que él un par de años y tan detestable como su madre, Atenea, hizo un gesto de profundo asco al ver la mancha en el rostro del muchacho, Tthor se acercó a ella y le dijo con desagrado:
- Me han dicho que es extremadamente contagioso. Así que te perseguiré por toda la casa hasta que te contagies.
Lesly pegó un grito tan aterrador que hasta su abuelo, quien dormitaba en su sillón frente al fuego, pareció recobrar la conciencia y vociferó:
- ¡El enemigo ya está aquí!
Lesly desapareció escaleras arriba. Tthor, sonriendo amargamente, se acercó a su abuelo.
- No pasa nada, abuelo, estamos a salvo.
- ¡¿Tthor?!
- Sí, abuelo, soy yo.
El anciano, quien a los ojos de Tthor pareció envejecer varios años en los pasados meses, lo miró con dulzura. Le hizo una seña con la mano para que se acercara y le susurró cerca de la oreja que ahora estaba negra y peluda:
- SATOR…
- SATOR.- contestó Tthor.
Sabía esa palabra de memoria. Era casi lo único que su abuelo le repetía cada día. El anciano miró a su nieto y sonrió. Tthor le devolvió la sonrisa y dijo, casi en un susurro:
- AREPO…
Ésa era la otra palabra sin sentido que su abuelo solía decir casi compulsivamente.
Tthor no pudo ocultar sus lágrimas cuando tuvo que despedirse de él aquel mediodía. La vuelta a Meaghdose se había adelantado. Y ya no importaba que faltara una semana para que finalizaran las clases. El muchacho sufría con la partida, aún sabiendo que su abuelo quedaba en buenas manos: las de Wilgenyna y las continuas visitas de la señora Nogg.
Murk y Darius sabían que Tthor debía volver a Warghost porque allí estaría más seguro, siempre haciéndose pasar por un sirviente común y corriente para no llamar la atención de un enemigo que aunque, por ahora, oculto, se hacía más fuerte a cada momento.
Ördel Domtrov había perdido sus poderes al querer sentarse al trono y no ser el legítimo heredero. Pero aún estaba vivo, escondido. Y no estaba solo. Tenía secuaces que lo ayudaban. Uno de ellos había sido Equs Lileproof, el antiguo guardián de caballerizas de Warghost, quien viéndose derrotado por Tthor frente al espejo del Incaniclón, la fuente misma de poder de Meaghdose, buscó su propia muerte, sabiendo con certeza que el fracaso, según Domtrov, se pagaba con la muerte.
- Vas a estar bien.- le dijo Tthor a su prima mientras se fundía con ella en un interminable abrazo.
- Lo sé. Murk ya me lo ha explicado. Sé que Domtrov te busca a ti. Debes prometerme que te cuidarás. Evita las aventuras, Tthor. Sé que te gusta salir a explorar. Meaghdose, por lo que me has contado, es un lugar interesante pero dedícate a aprender, a entrenar. Sé que el profesor Evans no es muy amigable. Pero tiene experiencia y te puede enseñar mucho.
Tthor abrió la boca para replicar pero la voz de Murk lo sobresaltó:
- Wilgenyna tiene razón. En todo. Yo no lo habría expresado mejor. Hazle caso, Tthor. La última vez tuviste suerte pero Domtrov se hace más fuerte a cada minuto y no está solo. No confíes en nadie. Presta atención a todo y a todos.
Tthor sintió un nudo en la garganta cuando se subió a la carreta que conducía Darius. Miró a Wilgenyna una última vez antes de que el caballo alazán se pusiera en marcha. Trató de tranquilizarse al recordar que Murk se quedaría con ella y con la señora Nogg unos días. Luego retomaría camino a Héfeso donde, una vez que se cerciorara de que era un lugar seguro, llevaría al forjador para alejarlo del peligro.
- ¿Qué hay en Héfeso?- preguntó Tthor a Darius, mientras se preparaba mentalmente para el largo viaje que tenía por delante.
No miró a su madre pero no le hizo falta. Sabía que Ellysa, sentada al lado de Darius, en la parte de adelante, seguramente tenía los labios fruncidos. No le hacía ninguna gracia tener que volver a Warghost para trabajar de dama de compañía de la anciana señora Mariamne.
Y tampoco le hizo falta a Tthor, esperar demasiado para comenzar a sentirse descompuesto, como le sucedía cada vez que viajaba. Y en el primer recodo del camino vomitó la primera galleta de anís que había probado aquella mañana.
Y , ante una nueva acelerada de la carreta, el muchacho se felicitó en silencio por no haber querido almorzar antes de emprender el viaje.
- Héfeso es una comarca al otro lado del pantano.- le explicó Darius, al recordar la pregunta de Tthor y buscando que se distrajera un poco y así vomitara menos- Es tierra de herreros.
- Los más poderosos forjadores y las armas más letales salieron de allí.- acotó el señor Fen, sentado al lado de Tthor y luciendo tan pálido como éste.
- ¿Cómo cuáles?- quiso saber Tthor, tratando de evitar una nueva arcada.
- La espada flamígera, el ramillete de Uquara Asís…
- El de la reina…
El herrero asintió, sorprendido de que Tthor conociera su nombre.
- El fusil de Égazo y el espejo de Edeso.- acotó Darius- Y también colaboraron en la construcción de la paila, junto con el mismísimo Orffelios.
Tthor trató de retener todos esos nombres y datos pero un mareo lo obligó a quedarse callado por un buen rato.
Cuando cruzaban el puente de piedra, Tthor clavó su mirada en el agua que corría debajo, ahora tranquila y acompasada. No le costó mucho encontrar el lugar preciso, a un par de metros de la costa donde casi un año atrás había caído junto a su prima Wilgenyna. Inconscientemente, buscó con la mirada al perro negro, que lo había ayudado en aquella oportunidad a salir del agua. Pero la costa estaba desierta.
Ese mismo animal que lo había ayudado tantas veces, hacía mucho tiempo que no aparecía. Pues solía aparecer en los lugares menos esperados, pero desde que había vuelto a Albión, no lo había visto más.
Justo cuando la carreta atravesaba los últimos tramos del puente, un traqueteo fuerte en uno de las ruedas, los puso en alerta.
Darius, con unas suaves palabras y gran destreza, salió del camino y guió al alazán hasta la playa de arenas blancas, justo debajo del puente.
- ¿Y ahora qué pasa? ¿Será posible que cada vez que emprendemos el viaje a Warghost algo tiene que pasar?- bramó Ellysa, bajándose de la carreta.
Clavó su mirada fría y despectiva sobre Tthor, quien se acercó a Darius y al herrero para ver cuál era el problema.
- ¿Es grave?- preguntó Tthor.
Darius lo miró con seriedad.
- No te preocupes. Es solo un perno que se aflojó.
- ¡Arréglalo!- ordenó Ellysa con disgusto.
Tthor la miró sorprendido. No podía creer que su madre se hubiera atrevido a dar una orden así.
- Yo…lo…los ayu…daré.- dijo el muchacho, aún con la mirada clavada en su madre.
Por un momento le pareció estar oyendo al profesor Evans.
- ¡Deja que ellos hagan lo que tengan que hacer! Tú sólo empeorarás las cosas. Eres un inútil. Sólo estorbarás.
El herrero carraspeó para llamar la atención de Tthor y , cuando éste lo miró, le hizo señas sutiles para que se alejara.
Tthor arrastró los pies hasta una roca grande cercana, abrazando su mochila y clavando sus ojos en el agua que se escurría hacia el sur. Se sentó con un suspiro. Sentía un dolor profundo en el pecho y sabía que no era por tanto vomitar.
Aunque llevaba años, prácticamente desde que tenía uso de razón, escuchando las críticas de su madre, no lograba acostumbrarse. Y siempre le dolía que ella tuviera una imagen tan pobre de él. Había pensado muchas veces en decirle todo lo que había vivido en Meaghdose pero sabía que debía ser cauteloso y cuanto menos gente supiera, más fácil sería mantenerse fuera de la mirada de Domtrov.
Pero además, como pensaba Tthor en sus noches de insomnio, no podría cambiar la opinión que su madre tenía de él. Podía llegar a conquistar el mundo y Ellysa Vin seguiría pensando que Tthor era la causa de su infelicidad.
Tthor se frotó el pecho y respiró profundo. Sentía un peso en sus hombros que parecía hundirlo en la arena. Tenía que luchar contra demasiadas cosas a la vez y muy en el fondo se sentía, a veces, tan inútil y miserable como lo pensaba su madre.
Hurgó en su mochila y buscó el espejo de Edeso y lo miró fijamente. En el mundo especular parecía estar todo en calma. El rostro de Tthor, atravesado por una mancha oscura y peluda, ojeras profundas y el cabello, ahora de un negro lustroso, demasiado largo y revuelto, era todo lo que aparecía reflejado.
Lo dejó a un lado y desenvainó la espada flamígera, aún herrumbrada y algo manchada, tal como la había encontrado en los túneles inundados de la abadía, en una de sus tantas aventuras. Todavía tenía una mancha de su sangre seca en la punta.
Tthor sabía que aquella espada era muy poderosa. Lo había aprendido de una forma dolorosa. Había estado a punto de morir por cortarse con ella.
Un frío glacial le recorrió el cuerpo e intuyó que los tiempos que venían no serían fáciles. Pensó en Wilgenyna, en su abuelo y luego en todos los de Meaghdose. Y el corazón pareció acelerársele de golpe cuando el rostro de Lee- Won se le apareció. Sus ojos parecían estar húmedos, como si estuviera a punto de llorar y su semblante lucía pálido y cansado. Hasta le pareció ver a Tthor, que Lee- Won tenía unas marcas rojas en la cara.
Y esta última imagen aceleró su decisión. Tthor sintió un impulso irrefrenable y se puso de pie. Tomó la espada con ambas manos, con la larga hoja apuntando hacia el suelo. La elevó a un metro por sobre su cabeza y clavó la punta metálica en el centro del espejo, destrozando el cristal en media docena de pedazos.
Ellysa miró a Tthor con desagrado. Darius y el herrero se sobresaltaron con el estruendo. Tthor juntó los pedazos y guardó la espada en su funda. Se acercó a la orilla del río y arrojó los restos del espejo de Edeso hacia el agua.
- ¿Tthor?- Darius se acercó hacia él.
- Pelearé…pero con un enemigo a la vez. Con el espejo roto…no podrán cruzar hacia este lado.- explicó Tthor, mientras se frotaba el dedo, donde se había hecho un pequeño corte con uno de los trozos de cristal del espejo.
El herrero pareció asentir complacido.
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