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2- "Los dos Murk"

Tthor sentía cómo el cuerpo le temblaba. Tenía la boca seca y no podía quitar su mirada azorada del rostro del herrero.

De repente, un viento fuerte que pareció salir de la nada lo golpeó. Levantó la vista y vio, con horror, cómo el cielo se cubría con pesadas nubes negras. Se hizo de noche en apenas un momento y el polvo que se levantaba en remolinos cegaron a Tthor por completo. Pero al no ver nada, sintió que sus oídos captaban sonidos cada vez más fuertes y definidos.

Eran pasos. Tthor se puso en alerta y percibió, nítidamente, que alguien se acercaba, a toda velocidad. Y su intuición le dijo que debía huir. Así que tomó al señor Fen por los brazos y lo arrastró hacia la puerta de Viper Tive Rd.

Sosteniendo al herrero con una mano, tomó con la otra a Wilgenyna y empujó la puerta, abriéndola con violencia.

Cayeron los tres de bruces en la pequeña alfombra roja que daba la bienvenida en varios idiomas. Y una nueva ráfaga de viento turbio cerró la puerta de un golpe, justo cuando una lluvia de flechas se clavaban en la madera gruesa y dura. Algunas la atravesaron varios centímetros, apareciendo del otro lado, con una facilidad increíble, como si el material de la puerta se hubiera convertido en mantequilla.

Wilgenyna ayudó a Tthor a arrastrar al señor Fen hasta el fondo de la habitación, escondiéndose detrás de un caro sillón de dos cuerpos. Tthor respiraba con cierta dificultad. Miró a su prima, quien a su vez tenía la vista fija en él. Sus ojos estaban desorbitados y parecía agitada pero, ante un rápido análisis de Tthor, no parecía estar herida. Sin meditar demasiado, atrajo hacia atrás del sillón, a la rastra la otomana con su abuelo, quien apenas parpadeó. Estaba profundamente dormido.

Y antes de que Tthor pudiera pensar en algo más, un sonido fuerte en la puerta los sobresaltó. Al abrirse la entrada, de par en par, el viento impetuoso y cargado de tierra llenó la habitación en cuestión de segundos.

Tthor se asomó por un costado del sillón y miró hacia la puerta. Se quedó con la boca abierta ante la aparición que ahora entraba en la casa y se paraba desafiante, mirando hacia todos lados.

-¡¿Murk?!- pronunció entre dientes el muchacho.

Murk se alzaba , sacando pecho, con una mirada gélida, con su capa gruesa de piel, su cinturón con hebilla y su cabello largo y oscuro atado prolijamente en una cola de caballo tirante. Su rostro, aunque joven, tenía una expresión dura, extraña, con el ceño fruncido y una mueca de sonrisa que terminó de confirmarle a Tthor que aquel no era el Murk que había conocido unos meses atrás, cuando había viajado en su barco, el "Tormenta e Impulso".

Tthor se quedó helado frente a lo que veía. Y por un segundo sus ojos se encontraron. Murk esbozó una sonrisa torcida y apuntó su arco plateado hacia el muchacho quien al ver venir el peligro se agazapó detrás del sillón, abrazando instintivamente a la niña y al herrero. Éste último permanecía inconsciente , ajeno a todo lo que ocurría.

Ante una nueva lluvia de flechas que silbaban sobre sus cabezas, Tthor vio de reojo su mochila, al otro lado de la habitación. Y en seguida supo lo que tenía que hacer.

Se acercó a Wilgenyna y le señaló su mochila y luego su pecho. La niña pareció entender ya que sonrió encendida y se arrastró hasta el otro extremo del sillón. Y, ante una orden silenciosa de Tthor, se paró resuelta y le gritó al extraño que ahora recargaba su arco.

Éste la observó por un par de segundos y sonrió, mostrando todos sus dientes grandes y blancos. Tthor, caminando en cuatro patas, se arrastró hacia la mochila pero justo cuando ponía una mano sobre ella, una nueva ráfaga de flechas ulularon sobre él. Se agazapó sobre la mochila y esperó, nervioso, que alguna flecha lo hiriera. Sintió que la campera le tironeaba cuando intentó moverse. Y allí se dio cuenta de que una veintena de flechas lo habían fijado literalmente al piso de madera, atravesando una de las mangas de su abrigo y los bordes de su pantalón marrón.

Tthor giró la cabeza, la única parte del cuerpo que tenía libre, junto con su mano izquierda que había quedado debajo de él. Observó a Murk quien, con una mirada brillante y glacial, lo veía desde la puerta.

-Ti...tienes mala pun...tería. Le erraste.- tartamudeó Tthor desde el piso.

-No quería apuntarte a ti.- contestó Murk divertido- Mi Señor te quiere vivo ..., por ahora.- agregó dando pasos cortos hacia el muchacho.

Tthor trató de moverse, buscando desprenderse del suelo pero las flechas parecían no ceder. Eran largas, plateadas y el doble de gruesas de lo normal. Y entonces pensó, acertadamente, que aquellas no eran flechas comunes y corrientes, ya que cuanto más se movía más parecían aferrarse a la madera.

Murk se acercó a Tthor y lo miró con expresión seria.

-Alguien tan insignificante como tú...- dijo escudriñándolo de los pies a la cabeza, observando su cuerpo extremadamente delgado, cubierto por ropa vieja y desgastada, pelo rojo intenso, largo y despeinado y ojos color miel que parpadeaban nerviosos, revelando, sin querer, un miedo intenso- Mi Señor pierde el tiempo contigo pero sus órdenes deben ser cumplidas.

Tthor respiraba con dificultad. Trató de moverse un poco más, sin demasiado éxito.

-¿Dónde está?- preguntó Murk, poniéndose en cuclillas, cerca del rostro de Tthor.

-¿Do...dónde e...está quién?- balbuceó Tthor.

-¡El Amuleto Cabalístico, niño!

Tthor parpadeó confundido.

-No s...sé de qué ha...habla...

Murk lo agarró fuerte del pelo y le tironeó la cabeza hacia atrás, haciendo que Tthor gritara de dolor.

-El Amuleto Cabalístico..., ¡dámelo ahora! O la niña se irá en su lugar.

Wilgenyna escuchaba todo, escondida detrás del sillón y zarandeaba al señor Fen, para hacerlo reaccionar.

-Está bi...bien...- dijo Tthor, apretando los dientes.

-¿Dónde está?

-En mi ha...habitación, en mi mo...mochila.- contestó Tthor visiblemente nervioso.

Murk se puso de pie y jaló a Tthor de un brazo, arrancándolo del suelo y dejando toda su ropa hecha jirones. Éste, al ser levantado, apretó contra su pecho algo que había sacado de su mochila. Miró hacia la puerta, justo cuando ésta se abría de un golpe.

Junto con una nueva ráfaga de viento negro, una figura alta, fornida y blandiendo una brillante cimitarra apareció como de la nada.

Murk se dio vuelta instintivamente. Tthor vislumbró una espada que colgaba de su espalda, guardada en una funda de cuero, debajo de su carcaj. Murk apuntó el arco hacia el extraño de la puerta pero antes de que pudiera disparar, Tthor se aferró a su espalda y le tironeó la funda. Justo se alejó unos centímetros, con su botín en las manos, cuando una punta de sable manchada con sangre, atravesaba a Murk y salía por detrás en el mismo lugar donde un segundo antes, se hallaba Tthor. El muchacho sintió una fría puntada en su estómago y percibió cómo su campera se manchaba rápidamente con su propia sangre.

Murk se dio vuelta, sosteniéndose de la espada que lo cruzaba, buscando en un último intento desesperado agarrar a Tthor del cuello. Pero el muchacho se plantó frente a él y levantó las dos manos, sosteniendo a la altura de los ojos de Murk un espejo oval, el cual había pasado a formar parte de los "tesoros" de Tthor, desde hacía casi un año.

Murk vio, con horror, su reflejo en el espejo y lanzó un grito desgarrado mientras su cuerpo se transformaba en una densa nube que era absorbida por el espejo en forma de remolinos.

Cuando, unos segundos después, ya no quedaba nada de Murk, Tthor cayó vencido de rodillas, abrazando el espejo con las dos manos. Wilgenyna corrió hacia él, dando un grito desesperado.

-Estoy bien.- dijo el muchacho exhausto, apretándose el estómago- Gracias a Murk.

El extraño se acercó a él a paso presuroso.

- ¿Estás bien?-le preguntó, examinando la herida.

-Sí, Murk. Sólo me tocó la punta de tu espada.- contestó Tthor, sintiendo que la vista se le nublaba un poco.

Luego, miró a su alrededor. Y vio, con ojos desorbitados, como las cientos y cientos de flechas clavadas por todo el gran salón se volvían volutas de humo gris y desaparecían en el aire. Y los agujeros que habían provocado en las paredes y en los muebles, se evaporaron en un instante, como si nunca hubiesen existido.

Tthor rozó con sus dedos temblorosos la pared que tenía más cerca, tratando de entender qué era lo que había ocurrido. Miró el espejo que aún tenía en su mano y lo notó caliente al tacto. Pero antes de que pudiera decir algo, sintió una punzada muy fuerte en la cabeza. La vista se le nubló completamente y las piernas le fallaron.

Lo último que vio, antes de desmayarse fue la figura de un hombre, de cabello rojo, largo y lacio que se acercaba a él y lo tomaba entre sus brazos.

Al despertar, la imagen de aquel hombre aún le rondaba la cabeza, pese a un fuerte dolor en la sien que apenas le permitía abrir los ojos pero que no le impidió saber que había soñado con su padre; el sueño más nítido que había tenido en años.

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