10- "Ensuciar es delito"
Para cuando Tthor pudo recuperar el aliento, ya tuvo que emprender camino nuevamente, esta vez hacia el norte. Tenían un nuevo encargo: traer algunas cosas del almacén de Whetbourr.
El almacén de ramos generales del pueblo era en realidad una calle techada, con varios puestos rústicos, todos, con techos improvisados de madera o cartones, uno al lado del otro, los cuales ofrecían al público toda clase de mercadería, desde ropa, enceres para la casa y algunas herramientas, excepto las de labranza y cosecha; ésas eran de propiedad estatal y los trabajadores solo podían usarlas para las cosechas pero no para uso personal, según le explicó Abby a Tthor, ante sus insistentes preguntas.
Ninguno de aquellos puestos, sin embargo, vendía comida. Ese privilegio estaba reservado, desde los tiempos de Orffelios a un lugar llamado “Centro de Distribución”. Era un local de dos plantas, con imponentes paredes de ladrillo a la vista y techo a dos aguas, poblado con tejas azules, brillantes y esmaltadas, que siempre habían sido en Meaghdose, un símbolo de clase y majestuosidad. Se erguía imponente a un costado de la única calle empedrada con piedra caliza de todo el pueblo.
- Según se dice,- le contó Abby a Tthor mientras cruzaban los puestos del almacén, a esa hora abarrotados de gente- el Centro de Distribución fue diseñado por el propio San Orffelios. Toda la comida que allí se vende: vegetales, hierbas, leche, huevos, harinas y demás son de producción local.
-… Lo que no se ha podido vender afuera…- dijo Tthor con amargura.
Abby asintió, revoleando los ojos para todos lados.
- No es conveniente que digas esas cosas aquí, Tthor.
El jovencito miró a su alrededor y entendió en seguida la aprehensión de Abremelina. Además de los tenderos que vendían a viva voz sus mercancías y de la gente que se agolpaba alrededor de ellos, Tthor observó que cada cierta distancia había dos ó tres agentes con el inconfundible uniforme de la Guardia Civil: pantalón azul, casaca del mismo color, atravesadas por un franja blanca que iba desde la parte derecha de la cintura hasta el hombro izquierdo, altas botas grises y cascos de igual tono que las botas.
Todos los jóvenes eran fornidos y altos y llevaban colgando del cuello silbatos de plata. De sus cinturas pendían largas fustas de cuero. Cada guardia, además, blandía, alguno de forma más exagerada que otro, como buscando llamar la atención, largos bastones con puntas afiladas. Y todos ellos, según le pareció a Tthor, tenían caras de pocos amigos. Por lo que, cuando tuvo que pasar cerca de uno de ellos, trató de pasar desapercibido y clavó su mirada en el suelo empedrado y siguió a Abby a paso presuroso.
Pero esa actitud pareció tener el efecto contrario al que Tthor pretendía pues apenas se alejó unos pasos, el guardia civil clavó sus ojos en él y comenzó a seguirlo sin disimulo.
Abby y Tthor pasaron el último puesto y salieron a un rellano elevado. A un par de metros, a un costado, se alzaba en todo su esplendor el Centro de Distribución. Tenía dos amplias vidrieras que daban a la calle, llenas de bandejas doradas con todo tipo de choco-telarañas de distintas tonalidades. También había papas del aire confitadas, envueltas en azúcar impalpable, otras cortadas muy finitas y rehogadas en mantequilla y otras en largos frascos de conserva. En la vereda se apilaban, a ambos lados de la puerta alta de vidrio, cajones a rebozar de enormes zanahorias, cebollas aromáticas, lustrosas berenjenas, zapallos gigantes todo en cantidad suficiente para alimentar a los Sayr por un año. ¡Y por supuesto había decenas de cestos de papas del aire por todos lados!
Tthor le dio el paso a una señora que salía de la tienda y siguió a Abby puertas adentro. El muchacho quedó sorprendido ante semejante visión: del piso al techo, alto y abovedado, había anaqueles hasta rebozar con paquetes de azúcar, harina, jamones, quesos, latas en conserva, embutidos. Y sobre un largo mostrador lustroso y reluciente había cientos de canastas con decenas de diferentes panes. Tthor reconoció alguno que otro: pan de leche, algunos especiados, pan de harina negra con semillas y hogazas trenzadas con cáscara crocante y un profuso aroma a hierbas dulces. En un costado se encontraban barriles con carne disecada y altos tarros de leche espumosa recién ordeñada.
Media docena de empleados despachaban con gran esmero a los clientes y a Tthor no se le escapó, éstos eran saludados, con exageradas inclinaciones de cabeza y sonrisas amplias y cordiales. Pero al llegarle el turno a Tthor y Abby, tanto las reverencias como las sonrisas desaparecieron. Y el empleado que se erguía frente a ellos con una expresión seria.
- ¡Libreta de racionamiento!- ordenó el hombre, arrugando la nariz, mientras miraba a Tthor de los pies a la cabeza.
Abby sacó del bolsillo de su chaqueta agujereada unas hojas un tanto arrugadas y se las entregó al joven quien la tomó, utilizando solo la punta de los dedos. La abrió, se acomodó los anteojos de marcos dorados y con un lápiz de punta afilada comenzó a escribir algo con letras garabateada. Luego sacó un pequeño sello de su bolsillo y marcó con él en una de las hojas. Le devolvió la libreta a Abby y le hizo señas para que lo siguiera.
En cinco minutos y sin intercambiar palabra, el empleado llenó un canasto que la jovencita llevaba con un trozo de zapallo verde, un poco mohoso y con bordes amarillentos, un par de zanahorias pequeñas y arrugadas, con panes de grasa con los bordes chamuscados y media docena de pares de patas atadas a un hilo marrón que habían pertenecido a un ave grande y zancuda. Luego el vendedor llenó con gran destreza un frasco con un aceite oscuro que estaba depositado en un barril del cual salía un olor penetrante y bastante agresivo. Completaron el pedido tres paquetes grandes de harina oscura llena de gorgojos que buscaban escaparse por algunos extremos mal cerrados.
- Los huevos están por allí. ¡Pero solo los que están con las cáscaras rasgadas, chiquilla!
Abby caminó unos pasos hasta una vitrina cercana, donde un grupo de mujeres también con canastas, se empujaban con poca delicadeza para encontrar huevos que no estuvieran en tan mal estado.
Cuando Tthor amagó con seguirla, el joven empleado lo detuvo, tomándolo del brazo y dijo:
- Serán dos Kelsics…
Tthor miró la canasta de Abby y luego al empleado.
- Perdón, pero no me parece que haya hecho bien las cuentas.
El joven se acomodó nuevamente los anteojos, que parecían resbalársele todo el tiempo.
- ¡Yo nunca hago mal mis cuentas! Porque yo sé de aritmética. Algo de lo que estoy seguro tú nunca has escuchado mencionar.
Tthor lo miró fijamente.
- No puede cobrarnos dos Kelsics por…¡eso!- dijo Tthor empezando a perder los nervios.- Ha sacado esa…comida de un basurero y todavía pretende que le paguemos.
Un par de personas , alertados por el tono de voz de Tthor, comenzaron a murmurar entre sí.
- ¿Qué sucede aquí?- la voz ronca y autoritaria del guardia civil que lo había seguido desde los puestos del almacén, los tomó a los dos por sorpresa.
- Tenemos a un busca-pleitos. No quiere pagar por la comida y está ensuciando el piso con el barro de sus zapatos.- contestó el empleado arrugando la nariz otra vez.
Tthor miró de reojo al guardia y vio que éste ya había tomado con fuerza su bastón. Le llevaba un par de cabezas y tenía los brazos grandes y el cuello muy grueso. Sus ojos oscuros parecían estar eyectados en sangre y su cabello corto y castaño no le daban buen aspecto.
- Ya escuchaste. Sal de aquí o pasarás el resto del día en una celda. Ensuciar es delito.
Tthor sintió el impulso de de empujarlo y salir corriendo pero recordó que no estaba solo. Y sin decir palabra, enfiló hacia la puerta a paso presuroso. Y allí se quedó, mirando a Abby, cruzado de brazos y respirando con dificultad.
La jovencita, ajena a toda la escena, pagó la compra y salió de la tienda, arrastrándolo a Tthor con ella, mientras el guardia civil hablaba con un par de personas en un extremo de la tienda.
- ¿Puedo ver esa libreta?- le preguntó Tthor mientras tomaba el canasto.
No pudo creer lo que leyó: en una página interna había un calendario. Mes a mes se detallaba una lista de algunos vegetales, panes y huevos. Cada cantidad aparecía remarcada con rojo y sellada. Y hasta allí habían tachado los diferentes meses, incluyendo el que estaba en curso: Diciembre, el cual también estaba escrito con el nombre que tenía en el calendario propio de Meaghdose, instalado desde la fecha de nacimiento de Orffelios, el santo patrono del pueblo.
Tthor caminaba con lentitud, mientras volvía a leer cada palabra de aquella libreta.
- ¿Quién les da esto?- preguntó a Abby, haciendo una parada en el camino.
Se quitó su campera y se la pasó a Abby por los hombros y le cubrió la cabeza con su amplia capucha, ya que el viento comenzó a soplar con violencia.
- Así ellos organizan la distribución de la comida para las personas de menores recursos.
- ¿Quiénes son esas personas?
Abby lo miró seria.
-…Nosotros…- dijo.
- No, me refiero a quién decide lo que se escribe en esta libreta.
- El Equipo de Acción Social de la Alcaidía, por supuesto. ES una ayuda muy importante para nosotros.
- ¿Por qué no hacen una huerta?
- Está prohibido. Toda tierra que sea cultivable debe ser destinada a la papa del aire.
- ¿Y los demás vegetales que vimos allí?- Tthor sentía que la rabia lo estaba ahogando.
- Son de importación y son muy caros. Y los inmigrantes no tenemos acceso a lo que se importa.
- ¿Los inmigrantes?
- Mis padres vinieron desde lejos a poblar estas tierras cuando acabó la última gran guerra.
- Pero tú has nacido en Meaghdose, ¿verdad?
- Sí, pero soy hija de padres inmigrantes y ése es mi estatus en el pueblo.
- Sin escuelas, sin comida…- reflexionó Tthor enojado, recordando cuando en la casa de piedra, Lee- Won le había contado que los hijos de los sirvientes o campesinos no iban a la escuela, después de los once años.
Doblaron por un recodo del camino. Y Tthor sintió un raro impulso de mirar hacia atrás. Sus sospechas se confirmaron. Un par de guardias civiles los seguían desde lejos. Uno de ellos era aquel muchacho que lo había echado del Centro de Distribución. Pero, por algún motivo, no doblaron en el recodo sino que, echándole una última mirada a Tthor, se dieron vuelta y regresaron a paso tranquilo al mercado.
- ¡Apúrate, Tthor! Que estamos dejando la mitad de los huevos en el camino.- le dijo Abby, tironeándole con suavidad del brazo.
Y con una sonrisa, la jovencita retomó el camino hacia su casa, tarareando unos versos y disfrutando del sol que ahora parecía haber vencido a un grupo de nubes negras que se movían hacia el mar; no así las nubes oscuras que se cernían sobre el ánimo de Tthor, quien sentía que el mundo, al menos aquella porción que se abría frente a él, no estaba del todo bien.
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