1 - "El ladrón de la espada"
La Banshee observaba el legendario árbol de Creta con los ojos entreabiertos. El viento hacía que sus cabellos azules se mecieran acompasadamente. Parecía respirar con dificultad.
Seguramente, porque había subido la colina a paso presuroso, justo a tiempo para ver cómo el puente levadizo de la vieja abadía de Warghost se replegaba sobre sí mismo.
La primera estrella en el firmamento carmesí pareció darle una señal silenciosa a la Banshee, quien se acomodó sobre una roca negruzca y comenzó a preparar los tres cuencos de barro que cargaba entre sus ropas. Los colocó en fila sobre la tierra reseca y los llenó con un polvo verde que parecía destellar en el crepúsculo, mientras revolvía con sus retorcidas uñas oscuras.
Miró al cielo, esperando ver a Sirio, y la halló justo cuando la primera imagen, en el cuenco de la izquierda, se empezaba a hacer más clara. La voz suave de una jovencita flotó por el aire hasta llegar a los oídos de la Banshee, quien cerró sus ojos buscando concentrarse en lo que escuchaba:
- Háblame de nuevo sobre Warghost.- imploró la pequeña Wilgenyna Eyes a su primo Tthor, quien estaba encendiendo la chimenea en la casa de Viper Tive Rd.
Tthor miró a través de la ventana. El sol brillaba con fuerza. No había una sola gota de viento y el calor amenazaba con aumentar conforme la mañana avanzaba. Pero adentro, hacía frío, como siempre, por alguna extraña razón que Tthor no alcanzaba a comprender.
El jovencito ayudó a su prima a sentarse en el sillón frente al hogar, pues ella tenía una pierna ligeramente más corta que la otra y cada vez parecía costarle más caminar, sentarse o incluso ponerse de pie sin ayuda.
Aprovechando que la “vieja bruja” de la tía Atenea- como la llamaba secretamente Wilgenyna- y la “joven bruja”- como le decía Tthor a la prima Lesly- se habían ido de compras a la ciudad, junto con Ellysa, la madre de Tthor, los dos se habían instalado en la pequeña biblioteca de la casa de dos plantas.
El abuelo de ambos, quien cada año que pasaba parecía envejecer toda una década completa, estaba en un rincón, dormitando, cómodamente recostado sobre la otomana, sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor.
Desde que Tthor lo recordaba, era anciano, taciturno, maltratado por su hija Atenea y soportado, únicamente, por la fortuna que poseía y que había amasado en sus años de juventud. Aunque Tthor nunca había podido averiguar a qué exactamente se había dedicado su abuelo en el extranjero.
En aquella casa de Viper Tive Rd. nadie parecía querer hablar de cosas del pasado. Y eso incluía al padre de Tthor, muerto el día de su nacimiento, y al padre de Wilgenyna, quien a ninguno de los mayores parecía importarle si estaba vivo o muerto.
- Warghost es una abadía que está ubicada sobre una colina hexagonal, en el valle del pueblo de Meaghdose.- explicó Tthor mientras se sentaba en el sillón junto a su prima y la abrazaba, poniendo la cabeza de ella sobre su pecho.
Le acomodó la melena castaña que siempre parecía estar revuelta. Los ojos grandes y brillantes de Wilgenyna reflejaban las llamas del hogar. Sus labios finos y pálidos se vistieron de una leve sonrisa al escuchar la voz de su primo. Aquel era el primer atisbo de alegría que mostraba la jovencita desde hacía varios días. Y Tthor conocía la causa: su inminente partida. En una semana las clases concluirían y Tthor partiría junto a su madre a Warghost y no volvería hasta el próximo Abril, dejando a tras a una Wilgenyna triste y sola, a merced del maltrato y las burlas de su tía Atenea y su prima Lesly.
Tthor ya había intentado, el año anterior, llevarla clandestinamente con él, metiéndola en su baúl, pero por un desafortunado accidente habían sido descubiertos. Como consecuencia, se vieron obligados a separarse por varios meses.
Tthor sentía, a veces, que de no haber sido por las asiduas cartas que recibía de la jovencita, no hubiera podido soportar la separación.
Habían tenido varios meses para planear cómo llevar a Wilgenyna a Warghost pero ahora, que solo faltaban unos días para que el joven se marchara, se encontraban abatidos y tristes, porque ninguna de sus ideas se había podido concretar.
Y allí estaban, los dos sentados, abrazados, sabiendo que la separación era inevitable. Tthor trató de hablar sin que la voz le temblara, pues sentía que, a pesar del atisbo de sonrisa, la niña podría ponerse a llorar en cualquier momento, como había estado sucediendo cada día de la última semana:
— Darius debe de estar preparándose para la llegada del invierno. Por estos días, los Blumber llegarán pronto a Warghost y el pobre Darius tendrá que trabajar bastante para atenderlos a ellos y, claro, al Profesor Evans…
—¿Crees que ese tal Profesor Evans te trate mejor este año?
Tthor hizo una mueca de desagrado.
Persseus Evans lo había humillado a Tthor desde el primer momento en que éste había llegado a Warghost, junto a su madre, para trabajar allí durante la temporada invernal.
Tthor no le había contado a su prima, en sus cartas, ni la décima parte de los malos tratos que el Profesor Evans – médico personal de los Blumber- le había dedicado.
El joven trató de cambiar de tema, poniendo alegría en su voz:
— La huerta que hemos preparado con Noel y Lee-Won ya debe de estar cargada de manjares. Al menos eso espero… No puedo comer las famosas papas del aire que el mismísimo San Orffelios plantó…_ se burló Tthor— y ya no puedo seguir a pan y leche.
—Pero las choco-telarañas sí son ricas.— dijo Wilgenyna haciendo una mueca graciosa- Fue Murk quien te las regaló, ¿verdad?
Tthor sintió una oleada de calidez en el pecho al escuchar ese nombre.
De todas las personas que había conocido en Meaghdose, Murk era quien más lo había impresionado.
—Murk es…valiente, fuerte y…fue siempre muy bueno conmigo.
—¡Y te salvó del kraken!
—¡Sí! Ojala yo fuera como él…
—¡Y lo eres!— afirmó Wilgenyna, acariciándole el rostro- A mí me defiendes todos los días… Y me diste a “Lady”, para que me haga compañía mientras estás lejos.
“Lady” tenía toda la intención de ser una muñeca. Pero no era más que una pelota hecha de medias viejas, que simulaba ser una cabeza y tenía un cuerpo vestido con un viejo trapo desgastado con símbolos extraños pintados en él, el cual formaba parte del “tesoro” que Tthor había heredado de su padre. Completaban esa herencia, una piedra gris y un pequeño cáliz de bordes filosos. Todo esto era guardado por el muchacho, como si fuera lo más importante del mundo, en un pequeño cofre cerrado, cuya llavecita colgaba siempre del cuello de Tthor.
La Banshee revolvió con su uña el segundo cuenco, que mostraba un evento pasado. Y de repente, una turbia imagen comenzó a brotar de él. Lo que al principio solo parecía un mar de destellos dorados, se hizo más grande y más denso hasta convertirse finalmente en la forma nítida de un espejo alto, majestuoso, con bordes resplandecientes y llamas de color amarillento que parecían envolverlo y hacer más oscuro su reflejo.
—¿¡El espejo de Edeso…!?— la Banshee pareció horrorizada.
La Banshee abrió los ojos de repente. Y miró la imagen del tercer cuenco que ahora se elevaba a unos metros por encima del suelo: un hombre corpulento, con el rostro semi-tapado, pesada capa de piel y un largo cuchillo en su mano corría por la arena de una costa oscura y ventosa. A pocos metros adelante, otro hombre se arrastraba sobre una roca. Respiraba entrecortadamente , mientras se apretaba con fuerza el pecho con ambas manos, buscando detener, sin mucho éxito, la sangre que se le escapaba a borbotones de una herida profunda.
La Banshee, al ver esto, volvió instintivamente su mirada al primer cuenco: Tthor miraba ahora por la ventana con ojos desorbitados y labios temblorosos. No lograba dar crédito a lo que veía, aunque desconfiaba de su vista, la cual a la luz del sol era cada vez más pobre. Un caballo alazán blanco venía al galope por la calle empedrada, justo en dirección a Viper Tive Rd. El cuerpo de un hombre se balanceaba, aparentemente inerte, con la cabeza sobre las crines y sosteniéndose a penas de las riendas.
Tthor, alertado por el ruido de cascos cercanos, muy poco frecuentes en Albión, se paró de un salto y se asomó por el gran ventanal.
Cuando sólo estaba a unos pocos metros, Tthor vislumbró el rostro de perfil del extraño y pese a su corta visión, supo, por instinto, quién era.
—¡¿El señor Fen?! ¡¡Aquí!?
—¿El…herrero de Meaghdose?— balbuceó Wilgenyna a un Tthor que ya había salido corriendo de la sala, dejándola sorprendida y llamándole a los gritos.
Al llegar a la puerta de entrada, la abrió con violencia. El caballo frenó el galope y se puso a relinchar nerviosamente.
—¡Tranquilo!— le dijo Tthor, acariciándole las crines.
El jovencito se puso más tenso al notar, entonces, que una buena parte del pelaje albino del animal estaba teñido de sangre.
—¡¡¡Wilgenyna!!!— gritó Tthor mientras intentaba desatar la hebilla de metal de un cinturón que rodeaba la cintura del hombre y lo sujetaba con fuerza a la silla de montar.
Cuando por fin lo hubo liberado, intentó bajarlo suavemente. El hombre entre abrió los ojos y dijo con voz temblorosa:
—Me han robado la espada flamígera…
—Señor Fen…
—Estás en peligro, Tthor.—el hombre tosió violentamente, escupiendo sangre varias veces.
—¿Quién le hizo esto?— gritó Tthor, zarandeándole al ver que se desvanecía.
—El marino…me sorprendió en la playa…cuando cometía el error de volver al pueblo…
Tthor palideció. El único marino que él conocía formaba parte del “Tormenta e Impulso”, un barco de gran calado que lo había llevado hasta Meaghdose. Pero Tthor se negó a creerlo y trató de hacer que el herrero le dijera algo más.
—¿Cuál marino, señor Fen? ¿A quién se refiere?— le espetó, zarandeándole un poco más.
—Murk…¡Fue Murk!— alcanzó a susurrar el herrero y cayó desplomado en el suelo, en el medio de un charco de sangre, dejando a un Tthor vencido, arrodillado y a una Wilgenyna horrorizada, mirando todo desde el dintel de la puerta de Viper Tive Rd.
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