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1 4 | SUICIDIO

Un guardia de seguridad se acerca a avisarnos que cerrará la escuela y debemos irnos, por lo cual Henzin a pesar del poder que tiene, parece no aprovecharse de eso porque accede y agradece de manera educada. Es el mínimo esfuerzo, sí, sin embargo no estoy acostumbrada a tener personas poderosas cerca o al menos, socialmente hablando. 

—Voy a cerrar el local—me levanto y comienzo a ordenar, dándome prisa al sentir la brisa la cual está comenzando a caer en mi cabeza.

—Te llevo a tu casa, es tarde y es peligroso que estés sola. ¿Dónde vives?—cuestiona con cierta autoridad que me comienza a causar mala espina.

Comienzo a desconfiar al leer su comportamiento y al ser tan directo, me causa incomodidad. Mi intuición me alarma y mi cuerpo reacciona sin saber la razón detrás. Aparentemente, es un tipo agradable que siempre está rodeado de personas, tiene una personalidad y apariencia fácil de tratar y ver. Su aura es carismática.

Miro a los lados y está todo oscuro, desolado y silencioso a pesar del agua rebotando en el piso del campus. Hay solamente unas cuantas luces del andador lejos de nosotros, se encuentra prácticamente todo desierto.

Me distraigo y tiro utensilios al acomodarlos, casi terminando de limpiar y ordenar todo con su ayuda.

—Debes tener cuidado—se acerca e intenta tocarme, lo rechazo alejándome y le agradezco con una sonrisa tiesa.

—¿Qué es lo que viniste a decirme en realidad?—lo miro seria, su expresión parece preocupada aunque cuando le digo esas palabras, su semblante cambia. Parece que sus intenciones no son casualidad, se acerca a mí con un objetivo que no termino de aceptar que es meramente romántico.

—Jiu... Estás sangrando—de mi frente caen gotas rojas que se resbalan hasta el suelo, miro al lado y me cayó un picahielos junto con otros utensilios.

Maldición. Qué vergüenza.

Me atiende y se quita la bufanda para presionar y calmar el rasguño escandaloso que me hice de manera tan estúpida. La tela es tan suave, delicada, y temo dejar manchas de mi ADN, nunca se sabe. Muy "crimi" de mi parte, ajá.

¿A qué le temo tanto? El hecho que me pueda causar un daño, su presencia, la información que quiera obtener de mí, no encuentro una sola razón. Estoy siendo paranoica de una persona relativamente normal, humana. Es temerle a los míos cuando ya has conocido lo que parecería el verdadero peligro, lo salvaje, la bestia, el monstruo, la amenaza, el peligro, cuando en sí, desconfío más de lo que somos capaces los humanos.

—Gracias, me pondré un poco de hielo—me levanto como puedo y corro alejándome. Me doy la vuelta y con arrepentimiento, presiono mis labios y cerrando los puños, le digo: —Perdón Henzin, he estado alterada últimamente y reacciono impulsivamente. Vámonos de aquí.

Podrá ser el ambiente el que me pone nerviosa, vulnerable y que me sienta acorralada a cualquier tipo de riesgo que podría ocasionar en un espacio en el cual relativamente debería sentirme segura.

—Tengo curitas en mi auto, te acompaño y después de ahí decides a dónde dirigirte o si quieres que alguien venga por ti—se quita el abrigo y me lo pone encima para que no me moje, se lo comparto y juntos corremos hacia el estacionamiento.

Hay solamente tres autos en todo el lugar, incluyendo la patrulla escolar que está abandonada en una esquina.

—¿Cuál es el tuyo?—le pregunto y se queda mirando detenidamente un auto en específico.

—El blanco—me responde mirando el azul marino que está al lado del suyo, en el cual se ve una persona recostada, percibo su figura de manera borrosa.

—Hay una persona ahí—apunto y entrecierro los ojos, dejándome inquieta, con un mal presentimiento.

—¿A esta hora? Eso es extraño, nadie debería estar aquí.

Me alarmo, lo miro y miro el auto hasta acercarme corriendo al ser un hecho inusual. Podría necesitar ayuda o estar simplemente durmiendo, aún así siento que debo hacer algo, avisarle, sentirme aliviada al ayudar a quien no pide ayuda, cuando de manera contradictoria, a mí me cuesta demasiado pedirla.

Henzin corre detrás mío y comienzo a tocar el vidrio, y a la vez, jalo de la puerta, visualizando ser una mujer en una posición poco natural, normal. Al pensar lo peor comienzo a desesperarme, no hay respuesta y le pego más fuerte al cristal, sin éxito.

—Iré a buscar al guardia, quédate aquí—me indica y asiento sin poder hablar. Los labios y manos me tiemblan, con frío y nervios.

Insisto y no puedo ver demasiado al haber una tipo capa de humo dentro del auto, sigo golpeando, desesperada, y al mirar a los lados una posible solución que sería el romper el cristal, miro una piedra. Lo que me trae en automático fragmentos del pasado, la cuestión de no dudar en lanzar la siguiente piedra.

El tiempo se detiene y me quedo hechizada mirando la piedra, me acerco con lentitud, con la mente en blanco y dejando que mi cuerpo reaccione en automático. Mi cuerpo choca con otro, el ruido regresa y escucho todo a lo lejos, regresó el movimiento. Hay dos guardias en la escena, rompen el cristal, acuden al rescate, gritan que no tiene pulso, todo lo escucho lento. Mi nombre se repite y repite, pero mis piernas se debilitan, se doblan, no pudiendo resistir más.

Siento que Henzin me arrastra y carga como puede hacia su auto, al salir de la escena me pone el cinturón y al verme en shock, solamente se apresura en silencio a comenzar a manejar, hasta salir totalmente de la universidad. Pasan unos minutos y nos detenemos en una farmacia, la luz tan blanca me encandila y ya puedo reaccionar, es cuando salgo del congelamiento que experimenté. Siento unas punzadas en los costados de mi cabeza, me quejo, y es cuando por fin puedo comunicarme.

—¿Te sientes mejor?—me mira con preocupación y sin acercarse, estudia mis movimientos.

Asiento.

—No sé qué me pasó...—me acaricio la cabeza, disminuyendo así el dolor que siento.

—Parecía ser una crisis por la impresión. Parecías desconectada de tu cuerpo—se desabrocha el cinturón, con la clara intención de salir.

Justamente eso sentía, una alteración de la realidad de una manera irreal, exagerada.

—Ya estoy mejor, mis emociones están al límite últimamente, tomaba calmantes naturales para el estrés, pero supongo que debo regresar a los ansiolíticos—se lo explico, tomándolo como nota mental el seguirme medicando. Estaba estable al estar en mi verdadero hogar, pero al llegar aquí, todo cambió para mal. Creí que no necesitaba consumir pastillas para sentirme estable, sin los bajones emocionales los cuales he padecido desde la adolescencia y resultó ser ansiedad. Claramente, necesitaba un tratamiento, creía que lo tenía bajo control, incrementando en mi contra.

—Te traeré té de manzanilla para relajarte, al igual que una pomada para tu frente, no tardo—se va con paso apresurado, corriendo en la lluvia nocturna.

Me toco la frente y me duele, maldita sea, lo había olvidado.

Me acurruco a esperarlo, cerrando los ojos y haciendo ejercicios de respiración. Debo calmarme, me volveré loca yo sola si sigo así, debo alejarme de los golpes fuertes de emociones. Bajo el vidrio, inhalo y exhalo varias veces, me siento inquieta, saco mi celular que está húmedo, lo seco con mi manga y reviso los mensajes sin leer, intentando distraerme.

Henzin regresa y me da con cuidado en un vaso de unicel el té que me quema un poco, lo sostengo con cuidado y le agradezco apenada de sus actos de servicio y cuidado. En estos días, las personas me han cuidado como si me fuera a romper, cuestión que no estoy acostumbrada al hacerme siempre la fuerte y lidiar hasta no poder más.

—Ponte mis guantes, tienes las manos heladas—se los quita, me los da y sostiene el té mientras me los pongo, son suaves y cómodos aunque me quedan un poco grandes.

Se pone gel antibacterial y después se acerca a ponerme la pomada con la mayor delicadeza posible, luciendo tan tierno desde mi perspectiva, lo cual me hace sonreír.

—Podrías dedicarte al ámbito de la salud, luce natural en ti. Te lo agradezco—bebo del té sin sabor al no tener azúcar, tal vez para no perder efectividad.

Me ve y sonríe, negando.

—No es la primera vez que hago esto... Mi mamá solía tener frecuentemente ataques de pánico y yo era quien solía cuidarla. Aprendes a ser pragmático y racional en situaciones de emergencia, pero definitivamente prefiero la salud mental—me comparte de manera muy personal, calmada, como si eso ya no le afectara más o hubiera ido a terapia para poder superarlo.

Me hace rememorar las veces que vi sufrir a mi mamá por las infidelidades de mi papá, el tenerla que apoyar, presionar su mano y abrazarla para calmarla cuando lloraba. Sostenerla fuertemente conmigo, tener que actuar como la adulta, siendo que yo no puedo hablarlo tan fácilmente como él. El poder hablarlo es de gran admiración, un avance en la aceptación de ese dolor, el solo hecho de recordarlo me hace sentir un nudo en la garganta.

—Ahora entiendo lo que mencionaste anteriormente con respecto al libro, sí te veo haciendo investigaciones de esa manera—es lo primero que se me viene a la mente, sin querer profundizar, tal vez sonando muy vacío, banal. 

Escucho su risita sin agregar nada más. Lo miro y tiene una mirada profunda, sus ojos parecen ser color avellana, si no se ríe podría parecer que quisiera matarte, teniendo una expresión pesada, más que intimidante, atrayente. Con rasgos marcados, fuertes y visualmente atractivos.

—¿Estás cansada? Déjame llevarte a tu casa y poder dormir tranquilo—agrega como un total caballero, se acomoda en el asiento de piel, de su auto el cual luce lujoso porque no sé mucho al respecto, solamente sé que todo se parece a su dueño y la esencia del auto es tal cual su personalidad.

—Por favor, nos haremos un favor mutuamente —sonrío y nos vamos de ahí, dándole la dirección la cual pone y sigue en la pantalla del GPS. En el camino bebo té hasta terminarlo,  me relajo más y más a medida que charlamos casualmente, me cuenta de su gusto en la actuación y resultando el tener ello en común.

Al llegar a los departamentos en la zona residencial de la ciudad, nos despedimos y espera hasta que pase la seguridad del lugar, lo despido a lo lejos y tomo el ascensor. Me veo  destruida en el reflejo, agradezco que lo que me pasó en la frente es mínimo y probablemente no dejará cicatriz ni será difícil de cubrir. Me distraigo con ese pensamiento hasta encontrarme a mi tía preocupada en la puerta, me comenta que había visto las noticias y estaba muy preocupada por mí, es cuando me doy cuenta de sus llamadas perdidas, mi mala costumbre de desactivar el sonido cuando más se necesita que esté alerta. Me sorprende lo rápido que se supo lo que pasó y que incluso, está en la televisión.

"Joven estudiante de la universidad Layh se quita la vida en el estacionamiento del lugar, encontrándose a su lado una carta de despedida dedicada a su familia". 

Un suicidio.

Estamos todos reunidos en la aula magna, mostrando respeto a nuestra compañera fallecida, vestidos de negro, guardando un minuto de silencio y respeto ante este fatal suceso. El ambiente es tan triste que el llanto y dolor están presentes, me conmueve y siento intriga el detrás de su decisión, el conocer su historia, su persona y el desear haber podido haber ayudado a tiempo.

Su foto está presente y está rodeada de flores blancas, era tan joven, parecía una persona alegre en esa foto que escogieron, con el cabello corto de color castaño, ojos claros y una sonrisa brillante, tal vez queriendo ser así recordada. Me dan ganas de llorar al tan solo pensarlo, miro a mi lado y me encuentro con la mirada de Tsumi que está ligeramente sonriendo, de manera descarada, perturbadora, enfermiza y hasta repugnante.

¿Cómo puede sonreír viendo el dolor y sufrimiento ajeno? Es un psicópata si lo clasificara en parámetros humanos, pero en realidad, es un monstruo.

La cólera me causa náuseas, por lo que me voy al baño a escupir mi malestar. La garganta me raspa y el estómago me arde, tantos ácidos en mi organismo me terminarán creando una úlcera si es que todavía no la tengo.

Al estar encerrada en un cubículo de los baños, escucho a una chica entrar a llorar con desesperación, me siento incómoda y me paralizo hasta decidir irme de ahí para darle privacidad. Salgo con rapidez después de tirar de la cadena, me lavo las manos y enjuago la boca, me encuentro con su presencia y se trata de una chica bajita, muy delgada, con largo cabello negro que le cubre casi todo el rostro, sus ojos rojos, luce demacrada y le sangra la mano, específicamente la palma.

Al verme y darse cuenta que miré ese detalle, se gira hacia el espejo y comienza a lavarse la herida, con desespero. Me doy cuenta que tiene cicatrices con cortes similares en la misma palma.

Me largo de ahí, veo mi mano y me pregunto: ¿De qué se tratará? Hasta caer en cuenta una posibilidad, que me hace detenerme y mirar a lo lejos esa oscura figura entre la multitud, pareciéndole una función de circo, un espectáculo de fenómenos, la cual disfrutar.

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