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1 2 | ENEMIGO

Qué original, llamarme a mitad de la noche en la terraza del edificio, obteniendo sabe cómo mi número telefónico.

Subo el elevador, cubriéndome solamente mi ropa para dormir de color blanco, por lo que comienzo a sentir un poco de frío al llegar al último piso. Al encontrarlo de espaldas, mirando la distancia, siento escalofríos, nervios, confusión y una pesadez de molestia.

Comienzo a acercarme, solamente tengo unos ligeros zapatos, tengo cuidado en que mis pasos firmes no me hagan resbalarme, la lluvia provoca que mi ropa se apegue a mi piel, haciéndose más pesada. El escenario nocturno con el cielo mostrando los relámpagos los cuales indican que se desatará una tormenta eléctrica, decoran de una manera inigualable, espectacular.

—¿Tú fuiste quien envió todo eso a mi domicilio? Acaso es la manera en que crees que aceptaré el trato—camino hacia él, sin dudar y sin mostrar temor, siendo más impulsivo de mi parte.

Hay luces de color blanco, tenues, que nos iluminan, aunque el ambiente con la neblina es color azul, la terraza cuenta con un espacio de reunión al aire libre, sin sombrillas, y una gran piscina con camastros a los lados. El viento hace ruido y la brisa te congela la piel, mi corto cabello se mueve como loco, enredándose entre sí y cubriendo parte de mi visión.

—¿Qué recibiría a cambio de atormentarte de semejante manera?—se da la vuelta y viste una ligera camisa blanca que está desabrochada del pecho, al estar mojada se apega a su cuerpo, tal vez intentándome distraer.

—A mí—me detengo al frente suyo, poniendo mis manos en mi cintura, manteniendo una postura de poder.

—No es como que exista una abismal diferencia, ¿no crees?—se recarga en el barandal y cruza su pierna, imitando mi cruce de brazos.

Es como un espejo, analiza e imita mis comportamientos, actitudes e intenciones.

Reniego.

—¿Quién fue entonces?—al intentar negociar, miro a los lados, el lugar está completamente vacío. —Eres un ser omnipresente, tú deberías saberlo perfectamente.

Se ríe y comienza a caminar, acercándose a la piscina, lo persigo, dando pasos lentos. La lluvia ligera se comienza a tornar densa, empapando mi cabello.

—Me quieres encasillar como un todo absoluto, un ser supremo, todopoderoso, celestial, infernal...

—¿Y no lo eres?—se detiene a mirar mi reflejo a través del agua de la piscina, caen varias gotas, haciéndose un poco borroso, y yo en cambio, miro el suyo.

—Puedo ser dios o el mismísimo diablo, eso depende de lo que tú me pidas hacer—me susurra, inclinando su cuerpo al mío. Intenta tocarme, lo cual rechazo y me pongo a su otro costado, en el límite de la piscina.

—¿Qué tanto debo creerte?—permanezco quieta, poniéndolo a prueba y sacando la mayor información posible al seguirle el juego.

—Depende de qué tanto me tengas fe.

¿Qué tan lejos estoy dispuesta a ir? Querrá decir. Me dice de todo y absolutamente nada al mismo tiempo, me comienza a cansar.

Río y niego.

—Si esperas que me arrodille a orar, rezar, suplicar, llevarte flores y entregarte mi ser... Te estás equivocando. No te mostraré mi debilidad—me alejo de él, me persigue y la sensación acelera mi corazón.

Debo dejar de correr, de dar círculos, y aunque lo persiga, no voy a ningún lado, ¿qué debería hacer?

—Una amenaza es un enemigo y te puedo asegurar que no lo soy. Así que, te daré un consejo; Únetele.

¿Unirme? La presa debe convertirse en cazador y el cazador en presa, envolviéndose mutuamente en un final fatal y destructor. Parece la única manera si es a lo que estoy dispuesta. Ir voluntariamente a la trampa que le puso el cazador a la presa, poniendo a prueba si realmente el fin de la presa es su destrucción. O si es sucumbir ante la tentación.

Parece un laberinto en mi cabeza, es entonces que decido hacer algo extremo, fuera de mí, destinando la prueba a quien le corresponda.

Me quito mis zapatos y ando descalza hasta pasarme el barandal de protección, sujetándome con mi vida de por medio. Está resbaloso, helado, y el tan solo hecho de estar en esta esquina, es mortal. Aún así, realizo mis movimientos sin temblar ni dudar, aunque el corazón me lata como loco.

—¿Qué tanto significo para ti?—lo miro a los ojos al decírselo, sin querer mirar la semejante altura a la que estoy expuesta, distrayéndome en cada respiración que doy.

—¿Estás segura de lo que haces?—se apoya en el barandal, se mueve y parece disfrutar de mi valentía, mi convicción. Mi terror me hace querer temblar aunque lo evito, mirando sus ojos oscuros como mi único objetivo claro.

Niego.

—Desde que te conocí... No sé lo qué hago, no sé quién soy realmente, no sé en quién me estoy convirtiendo—las lágrimas salen disparadas llenas de emoción. —Tu nombre significa pecado, y el purgatorio no es nada más que la vida misma. ¿Lo que buscas es la destrucción del ser humano? El gozar de la desesperación, temor, sufrimiento y muerte, porque si es así... No eres diferente de nosotros, en absoluto, porque de algo sí estoy segura: El pecado es el inicio y el fin de todo—con esas palabras como consiguiente a mi cruel destino, cierro los ojos y me suelto del barandal. Mis dedos se dejan de aferrar y en cambio, rozan la muerte, extiendo mis brazos gozando del aire helado mientras voy cayendo del edificio.

Fin del juego.

La paz que siento es infinita, la oscuridad finalmente me resulta acogedora al no haber ruido mental, esperando el impacto del final el cual en vez de ser duro, es mojado con un fuertísimo trueno que retumba el lugar y se queda el sonido en mis oídos. Caigo en el agua de la piscina, tan helada que parece que pequeños trozos de hielo me atraviesan como cuchillos, sin embargo, estoy a salvo, estoy viva, estoy en los brazos de Tsumi los cuales me sostienen con firmeza en la profundidad del agua, flotando en la intensidad de este sentir, lo que parecía el fin. Nos miramos con detenimiento, apenas y puedo observar en esta oscuridad y sin poder respirar, su rostro inexpresivo, pareciendo tallado por seres supremos para hacerte perder la cordura, incitarte a pecar sin arrepentimientos.

¿Ahora quién está poniendo a prueba a quién?

Al salir a la superficie, tengo algo claro en mente: Tengo a mi propia entidad de protección que está ante mí.

Intento tocar, acariciar su rostro, sin embargo cuando lo estoy por lograr, otro trueno me sorprende y al volver a cerrar los ojos, estoy tosiendo en el balcón de mi habitación, empapada y sostengo un periódico con la noticia, el cual está ardiendo en llamas, lo aviento y se apaga con la lluvia en su caída.

Ahora estoy completamente segura de quién está a disposición de quién y que estamos atravesando el mismo lado, ligados, unidos por la raíz, siendo uno mismo y todo lo que quiera ser.

Fue hasta el amanecer en que pude quedar dormida, despertando con el cabello húmedo y envuelta en una cobija como último acto antes de quedar rendida. El tiempo pasó volando el fin de semana, pasándomela junto con mi tía, haciendo limpieza, acomodando mis pertenencias, terminando tarea y yendo de compras por la despensa, hasta estar de nuevo con mi trasero puesto en mi lugar de clase, siendo de las primeras en llegar cuando el sol aún no sale y el frío te hace sentir adormilado. Las luces están apagadas y me recuesto en mi butaca esperando a Li, eligiendo un lugar cerca de la pared, en el centro de la fila.

Odio llegar temprano, y ahora al estar más lejos, mi tía me traerá cada mañana. Me siento cansada y con cero ánimos en ir a trabajar, por lo menos me distraerá.

Las luces se encienden de repente, alguien le pega al pizarrón y cuando levanto la cabeza, se trata de la maestra de la materia de Psicopatología criminal dando una entrada demasiado exagerada para las almas en desgracia que somos los universitarios.

Es la maestra Zaharie, alias Za, la rubia elegante con energía bastante brillante y ruidosa para mi amargada personalidad.

—Buenos días, clase. Comenzaré a tomar lista y esperaré a que estén todos presentes antes de comenzar la dinámica grupal del día de hoy—comienza a escribir con marcador lo que parece un debate con el texto: ¿El criminal nace o se hace?

Hay algunos murmullos y sin darme cuenta, Henzin se sienta al lado mío, sorprendiéndome.

—¿No es muy temprano para esto?—reniega y su cabello blanco teñido parece un poco despeinado, como si recién se acabara de despertar, su peinado se hubiera arruinado o siquiera se molestó en cepillarlo, lo cual me causa gracia al parecer tener un almohadazo.

—Joven Layh, parece ser voluntario al mostrar interés en compartir sus ideas con su compañera. Pase al frente—sin hacer prioridad sobre quién se trata, él va rodeando los ojos, y la clase hace burla sobre nosotros dos.

Li aprovecha para entrar corriendo y sentarse atrás mío, comienza a sacar lo que tiene de papelería, siendo varias decoraciones coloridas y está muy bien vestida con ropa estilo de punto, peinada con una trenza de lado, cayendo sobre su hombro al tener el cabello demasiado largo.

—¿Ya comenzó la clase?—Li me susurra y apunta lo que hay en el pizarrón.

—Al parecer—respondo.

Leo lo que Henzin escribió: "Depende a quién le preguntes".

Se sienta de nuevo y los que faltaban en nombrar y sentarse en su lugar, comienzan a murmurar entre sí, cuando otros pertenecen pensativos ante el pizarrón blanco.

—Muy bien, recuerden que no hay respuestas incorrectas en mi clase. Dejaré marcadores por los que se atrevan a compartir sus ideas—indica moviendo las manos y mientras camina con porte en sus grandes tacones rojos.

Pienso un instante leyendo varias frases interesantes, profundas como el hecho de que es el etiquetamiento, el ambiente, lo biológico, las motivaciones, las influencias, me levanto y escribo "La sociedad es el gatillo que el criminal jala hasta convertirse en tal".

Li me sigue y añade junto a mí: "La sociedad cría criminales, los criminólogos los reeducan y la cultura, los condena".

Su frase me deja sin aliento, al ser tan buena con la filosofía, aunque es un hecho que nuestra carrera combina desde derecho, filosofía, psicología y sociología.

—¿Gris?—repite la maestra y casi siento su voz dentro de mi alma.

¿Cómo que "gris"? Me giro como un robot y la respuesta viene de alguien a quien realmente no extrañaba cerca mío.

Apenas deja de escribir con una caligrafía impecable, que yo estoy casi soltando mi marcador.

La atención está centrada en él y yo no soy la excepción. Un compañero reniega que no tiene sentido, es demasiado simple y sin sentido a lo que él con toda la seguridad y firmeza, deja el marcador en su sitio y se pone al centro para responderle con toda la clase:

—No hay respuestas erróneas, simplemente mal fundamentadas, no por nada los poderosos salen ilesos.

Se crea un silencio casi ceremonioso y algunos se asombran, a mí solamente me irrita y me hace querer irme a sentar.

—Fundamente su respuesta, joven...—la maestra interviene, revisando su lista de asistencia.

—Tsumi—sonríe al decirlo, marcándose sus hoyuelos, pareciendo ser el encanto que hechiza a las más hormonales de la clase, excepto a mí, en ese preciso momento. Su atuendo es liso de color negro, pulcro, como si todos los días fueran un funeral, probablemente el de mi paciencia. —Bien dicen que la criminología es como el aire, ya que está en todas partes. Es común que la humanidad se usen términos extremistas como "blanco" y "negro". Pero, ¿Y los puntos ciegos? El gris, el cual divide ambos...

Al comenzar a explicar su punto como un político en campaña, haciéndose el interesante, el cual conozco a la perfección y puede funcionar como discurso, me salgo del salón de clases dirigiéndome al baño, harta.

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