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0 2 | TSUMI

Al recuperar el control, la lluvia se ha desatado y al poder descifrarlo, aún me encuentro mareada y con mi vista borrosa, resultando ser un estacionamiento vacío, encerrada en el mismo auto. El único detalle es que el desconocido que estaba aquí ha desaparecido.

El pánico me comienza a inundar hasta percatarme de una silueta acercarse y unirse a mi compañía, tratándose del mismo mencionado. 

—¿Café o chocolate? —me ofrece despreocupado en una bandeja, pareciendo bebidas recién traídas de una tienda de conveniencia.

Su voz... Es profunda y oscura. No son solamente las palabras que dijo anteriormente, sino que tiene una esencia que se siente de tal manera. Combinando con la oscuridad de su cabello y su atuendo.

Lo miro aterrada mientras me sonríe inocente con su expresión y rasgos angelicales, mostrando sus hoyuelos y entrecerrando un poco sus ojos rasgados.

—No temas, estás a salvo. Deberías tomar algo dulce, te hará bien—insiste, no tomándole la importancia que ameritan los hechos ocurridos.

El silencio nos inunda al no darle respuesta y la lluvia torrencial de fondo es el único ruido de ambientación que hay entre nosotros.

—Las palabras que dijiste... Las recuerdo. Recuerdo todo.

Sonríe con obviedad.

Deja la bandeja de las bebidas en medio de nosotros y busca algo en el auto hasta parecer encontrarlo.

—Te aferraste a ella hasta lastimar tu mano. Parece que no te diste cuenta—se acerca a mí y agarra con delicadeza mi mano, entregándome una pequeña piedra en la palma, apoyando mis dedos encima de la misma. —En la siguiente ocasión, no dudes en lanzar la siguiente piedra.

—No habrá siguiente ocasión—respondo de inmediato.

—Claro—añade con sarcasmo.

Con la otra mano libre, jalo la puerta, intentado escapar de este sujeto el cual no me deja una buena sensación, dejándome inquieta. No lográndolo al tener el seguro puesto.

—Déjame ir—le exijo más que pedírselo.

—¿Así le agradeces a tu salvador? —me mira con intensidad antes de voltearse, lo cual me pone un poco nerviosa.

Paso saliva, acomodándome el suéter, sintiendo frío.

—Estoy agradecida, sin embargo, es suficiente—intento nuevamente abrir la puerta y esta vez lo logro, no dudando en irme de ahí lo más rápido posible. Dejo caer la piedra y me aproximo a caminar por la helada lluvia que me hace temblar. Apenas y la siento recorrerme.

—¿Estás demasiado confundida para cuestionarme o aún no terminas de creer que fue real? —me grita detrás mío.

Sin responderle, solamente lo miro, dándole a entender que me ha dejado sin palabras.

—Ambos—termino por contestarle antes de darme vuelta y seguir mi camino sin importarme nada más, solamente queriendo llegar a mi cálido hogar, me siento sin rumbo, sin saber qué hacer, perdida. Ese pensamiento ocasiona que mis penas se desaten y no pudiendo aguantar más, rompo en llanto hasta tirarme al suelo, gritando y golpeando el asfalto hasta lastimar mis nudillos.

Me desahogo hasta no poder más, hasta sentirme debilitarme, es cuando la lluvia deja de cubrirme y en cambio, ha cesado. Miro hacia arriba y estoy siendo cubierta por un paraguas negro. Él está sosteniéndolo, empapándose en cambio, para poder cubrirme completamente.

Es altísimo, ahora luce inexpresivo y me mira detenidamente, antes de ofrecerme su mano para levantarme.

—¿Por qué? —le pregunto mirándolo, pareciendo más una súplica a su respuesta.

Se pone en cuclillas y me susurra:

—Es lo que deseabas. Tú lo pediste.

Niego con miedo.

—¡Yo no quería que nadie muriera de tal manera! —comienzo a llorar de la culpa.

—Lo deseabas tan intensamente que tu oscuridad me llamó para hacerlo realidad—se pone serio al decirme algo que no esperaba escuchar. Me agarra el hombro y me acaricia el rostro, consolándome: —Merecía morir, era su destino.

Su convicción ante la situación me deja en shock, ¿realmente merecía morir? ¿es la culpa la que no me hace pensar con claridad?

—Es inevitable mantenerse en un blanco y negro por siempre, en un bien o mal. En un extremo u otro, necesitas contaminarte, para encontrarte, conocerte realmente. Convertirte en gris—explica y cuando termina, se levanta bruscamente. —¿Eliges ser mi gris? —replica.

—¿Gris? —repito ingenua.

—Quiero ser tu gris.

Su sonrisa se vuelve retorcida, sus ojos se oscurecen y lo único que puedo hacer es recobrar la razón, levantarme y huir de sus garras, de él. Saliendo corriendo hasta seguir por la oscura y solitaria calle.

Al perder su rastro, el alivio que estaba comenzando a sentir se convierte en miedo al verlo a lo lejos al final de la calle, esperándome y estirando su brazo, deseando que tome su mano.

No debes esperar a conocer el cielo o el infierno, no existen, tan solo debes vivir y comprobar que puedes vivir ambos en carne y hueso, en carne propia. ¿Luz y oscuridad? ¿Ángeles y demonios? Al diablo con eso también, maldigo todas esas creencias de bien o mal, que te enjaulan y moldean para encajar, para seguir un patrón como bufón, para actuar correcta y decentemente, esperando recibir lo mismo a cambio. Si todo eso fuera verdad, esto no estaría pasando, no me estaría pasando a mí y de lo cual nadie me rescatará, nadie me ayudará. Es mi perdición.

—¡¿Qué eres?!—grito con todas la fuerzas que acumulo en mi débil cuerpo. El eco es impresionante, la lluvia se intensifica y camuflajea mis lágrimas de desesperación, incomprensión.

Se queda inmóvil, sin respuesta.

—Maldita sea...—me acerco con los pasos pesados, acercándome a él.

Al estar en frente suyo, lo acerco a mí, mirándolo a los ojos y sujetándolo del cuello de su abrigo.

—Pregunté: ¿Qué eres? ¿Qué es lo que quieres y buscas de mí?

—Deseas escuchar la razón de mi aparición, el por qué y para qué, ¿es correcto? Sin embargo, eso depende de ti, lo que represente y signifique para ti.

¿Depende de mí?

—Soy Tsumi. La oscuridad que te corromperá o te purificará.

Lo suelto y miro el suelo, pasándome las manos por la cabeza, no creyéndolo. No pudiendo encasillarlo o juzgarlo de manera apropiada. Esto es demasiado y está sucediendo ante mí. Es jodida y completamente real.

—Ahora tengo una pregunta para ti, ¿te conoces realmente? ¿sabes lo que eres realmente? —ladea la cabeza al dirigirse hacia mí, lo que me hace cuestionarme profundamente, concluyendo en que ni yo misma lo sé. No sé y no tengo idea de la capacidad de la oscuridad que mantengo en mi interior.

—He sido buena con los demás toda mi vida, nunca he dañado a otros, no merezco esto...—intento negarlo, descartar la idea y explicación de la razón de todo esto. De la inmensidad de este castigo otorgado a mí, el cual me deja acorralada.

Avanza dos pasos hacia mí y hace que sostenga el paraguas.

—Llámalo castigo celestial o bendición disfrazada, quedará a tu criterio—me quita algunos cabellos del rostro y sonríe. —Será una prueba a tu pureza, si fuera así, no estaría hoy aquí rendido ante ti, cumpliendo tus más bajos y oscuros deseos.

Le quito la mano de encima mío, no permitiéndole que me vuelva a tocar ni posarse sobre mí.

Nos miramos con detenimiento, tal vez, mutuamente queriendo saber los pensamientos y deseos de uno y el otro, descifrarlos o encararlos. Nuestras verdaderas intenciones.

—Descubrirás si has sido un blanco puro o un negro oculto, deseando salir y mezclarse en un perfecto gris. Lo descubrirás—me dedica como último antes de darse vuelta. Y dejarme sola en medio de la calle, sosteniendo su paraguas, y viéndolo marcharse corriendo por la lluvia. Alejándose completamente de mí y esta vez, permitiendo que la distancia permanezca, perdiéndonos en nuestra lejanía, evitando unirnos una vez más en esta nueva y peculiar cercanía.

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