
1.Taeyong
El día se notaba apagado. No había mucha gente por las calles puesto que el frío y las nubes negras y amenazantes que había en el cielo no invitaban a salir. Suspiré profundamente, hacía años que me sentía vacío y desdichado, aunque más desdichados eran aquellos que llegaban a sentir un ápice de amor por mí. El sonido de una persiana de metal al ser bajada me sacó de mi ensimismamiento. Me saqué uno de los auriculares para prestar algo de atención a lo que me rodeaba. Las tiendas estaban por cerrar o, al menos, algunas de ellas, que tenían un horario más corto. Me quedé quieto en medio de la calle de forma algo repentina. Pasear se había vuelto algo monótono y sin sentido, pero de alguna manera eso me hacía sentir... Humano. Los demás lo hacían con normalidad así que yo los imitaba para no sentirme tan monstruoso, para sentirme unido con una sociedad que, en realidad, nunca se atrevería a acercarse a mí.
Fue inevitable que las lágrimas empezaran a rodar por mis mejillas, quemando mi piel con la vergüenza, con la culpa, con la frustración de la injusta aberración en la que me había convertido, en la que mis padres habían decidido engendrar. Observé el suelo y apreté mis puños a los lados de mi cuerpo. La ropa negra que llevaba hacía juego con mi alma o con la ausencia de ella. Pues esa era mi maldición, mi destrucción, haber nacido sin alma y tener que alimentarme de las almas de aquellos que sienten amor hacia mí.
Cuando mis padres me contaron sobre ello (quizá se demoraron demasiado en hacerlo) yo estaba teniendo un ataque de pánico. Mi mente se había bloqueado por completo y no quería aceptar la que era mi realidad. Mia se hallaba tendida en el suelo, sin vida y lo único que hizo mal fue amarme. No comprendía nada, ella había sido mi novia desde hacía dos años por aquel entonces y nunca le había sucedido nada a costa mía. Pero yo me encontraba débil, casi enfermo, sin fuerzas, agonizaba por saber qué me sucedía. Y cuando ella vino a visitarme, siempre tan alegre, tan vivaz, solamente deseé poseer un poco de aquel amor por vivir, acabando con su vida por algo tan egoísta como pensar en mí.
Días más tarde me marché de casa, una vez había aceptado que lo que era no era ninguna burla por parte de mis padres. No quería estar más con ellos por dos motivos: por haberme ocultado lo que era, sabiéndolo ellos desde mi nacimiento y porque no quería hacerles sufrir el mismo destino que había tenido Mia.
El sonido lejano de unas campanitas retintinear me hicieron recordar que seguía parado en medio de la calle. Unos pasos se acercaban a donde estaba yo y al detenerse observé unos zapatos lustrados de color marrón. No quería levantar la mirada, no quería hacerle frente a ninguna persona, pues yo era el posible enemigo de todas ellas.
—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas ayuda?—Dijo una voz acaramelada y de tono bajo con clara preocupación en sus preguntas.
Parpadeé lentamente y ascendí mi mirada a la vez que secaba mis lágrimas encontrándome con algo inexplicable.
Sus pantalones eran de un color rojizo apagado, casi granate, conjuntado con una camisa completamente blanca y una chaqueta celeste con estampado de flores la cual llevaba colgando de un hombro, como si estuviera a medio poner. Su rostro estaba adornado por unas tiernas pecas y un rubor que cubría sus mejillas y nariz, seguramente por el frío que hacía. Su pelo castaño, revuelto por el viento le daba un aire juvenil y despreocupado que combinaba perfectamente con la expresividad de sus ojos color avellana que me miraban impasibles.
Sentí mi respiración detenerse por unos instantes en los que asimilaba que alguien me estaba hablando, hacía mucho tiempo que nadie se acercaba a mí y aún menos que me dirigían la palabra. Había colocado una mano sobre mi hombro, ejerciendo cierta influencia en todo mi cuerpo que amenazaba con salir huyendo de allí. Nunca había visto a nadie tan magnífico... Me dolía ver el amor que expresaban sus ojos, un amor incondicional e inmenso por el mundo, por la vida. Retrocedí un paso inmediatamente, asustado por mi extraña "habilidad".
El chico me miró con cierta perplejidad antes de incorporarse por completo, dejando a la vista los cinco centímetros más alto que él era. Bajó su mano lentamente y me sonrió con delicadeza, marcando unos adorables hoyuelos en ambas mejillas. Un pequeño hipido escapó de mis labios, quizá de la sorpresa de que alguien tan etéreo e irreal como él me hubiese hablado.
Al ver que no contestaba y que no tenía intención de hacerlo sacudió su cabeza en señal de negación mientras soltaba una muy ligera risa. Sacó unas llaves del bolsillo trasero de su pantalón y se agachó dejándome algo perdido. Instantes después sonó el chirriar de la persiana que antes había escuchado. Al parecer él era el dueño o empleado de una cafetería-librería puesto que en cuanto hubo abierto la puerta de cristal del establecimiento giró su rostro hacia mí, invitándome a pasar. Y a pesar de todo, de que sabía que debía alejarme de él, lo seguí. Quizá fue por su sonrisa, por su amabilidad o porque anhelaba demasiado sentirme mimado o atendido por alguien. Cuando encendió las luces pude contemplar la calidez del lugar, decorado con colores arena y beige, lleno de cuadros renacentistas y estanterías llenas de libros de aspecto antiguo. Las pequeñas mesas para dos estaban repartidas por el lugar con lámparas de lava en cada una de ellas, haciendo del ambiente algo asombroso.
—Es hermoso... —No pude evitar susurrar.
El desconocido pareció escucharme ya que asintió levemente antes de indicarme que tomara asiento.
—Me costó bastante tiempo reformarlo, la verdad es que antes la tienda no estaba en buen estado, pero con ayuda de mis amigos logré sacar adelante la cafetería y dejarla como yo quería... Perdona, aún no me he presentado, me llamo Jung Jaehyun.— Dijo de manera cortés mientras se dirigía a la zona de la cafetería, frente a las mesas, y encendía la cafetera.— ¿Quieres algo de beber? ¿Un té o café?
Me quedé embelesado por un momento antes de dedicarle una pequeña y fugaz sonrisa. Sequé el rastro de mis lágrimas con las mangas de mi chaqueta y bajé la mirada, siendo incapaz de mirarlo a los ojos de manera continua.
—Hicisteis un buen trabajo... Mi nombre es Lee Taeyong... Supongo que un té de menta no me vendría mal, de poder ser.— Susurré en respuesta.
Él volvió a asentir y se giró para preparar las bebidas, dándome un descanso de la incomodidad que sentía en aquel momento. Suspiré algo agobiado y me relajé en mi asiento después de quitarme la chaqueta, viendo como la suya descansaba ahora en la silla que había frente a mí. Lo miré de reojo mientras jugaba con mis manos, acto que solía hacer cuando me ponía nervioso. Necesitaba salir de allí, desaparecer entre la bruma de la soledad nuevamente, pero mi cuerpo se negaba a ello. Mi mente demandaba poder quedarse más tiempo junto a aquel hombre que había logrado obnubilar mis pensamientos, quería saber más de él, quería sentir su mirada sobre la mía y mantener una conversación normal, simplemente pasar el tiempo conociéndonos el uno al otro de forma espontánea y natural.
—Sé que puede sonar indiscreto, pero llevaba rato observándote parado en la calle. ¿Hay algo que te tenga mal? No nos conocemos de nada, pero quizá hablar con un desconocido es lo mejor que puedes hacer.— Me dijo mientras me entregaba mi taza con té y se sentaba en su silla correspondiente.
Me quedé en silencio moviendo la cuchara en la taza, incapaz de pronunciar palabra. ¿Cómo iba a decirle que cuanto menos supiera de mí mejor sería para él? ¿Cómo le diría que todo aquel que me tenía el más mínimo cariño acababa con el vacío de la muerte en sus ojos? ¿Quién era yo para arrebatarle a él un amor tan puro como el que su mirada destilaba?
—Es mejor que no te lo cuente, Jaehyun. No soy una buena persona.
Bebí del té para no tener que hablar más y sentí su mirada sobre mí. Justo cuando parecía que iba a hablar las ya reconocibles campanitas de la entrada de la tienda sonaron, haciendo que ambos giráramos la cabeza para ver de quién se trataba.
Una chica esbelta, de piel blanca como la nieve y cabello tan oscuro que casi parecía negro nos devolvió una mirada hecha de jade. Formó una bella sonrisa y se acercó a nosotros con elegancia.
—Jaehyun ¿Es por esto por lo que nos tienes esperando?— Dijo sugestivamente pero sin llegar a dejar entrever ninguna malicia en sus palabras.— Un placer conocerte, mi nombre es Miyoung, Kim Miyoung, la mejor amiga de este chico de aquí.
No sabía qué hacer en ese momento así que simplemente le devolví el saludo y me presenté.
—Creo... Creo que debería irme, te están esperando, Jaehyun. Muchas gracias por el té.— Comenté mientras me levantaba de mi asiento, después de haberme acabado la bebida.
Observé cómo disimuladamente Jaehyun le daba un leve codazo a Miyoung y bajé mi cabeza para ocultar la sonrisa genuina que se me había escapado.
—¡Taeyong, espera!—Oí la voz del chico llamarme mientras me dirigía hacia la puerta, con la chaqueta nuevamente colocada. Giré mi cabeza para mirarlo en silencio, no quería ser descortés pero si era la única manera de no hacerle verdadero daño me resignaría a ello. Él simplemente me tendió una delicada flor blanca con bordes rosados de la cual colgaba un papel atado al tallo.
Miyoung detrás de él sonrió y recién en aquel momento observé que tenía un ramo de flores iguales a esa en su mano.
—Gracias, Jaehyun, Miyoung, ha sido un placer.— Susurré en respuesta antes de salir de la cafetería, dejando atrás a la única persona que me había hecho sentir humano desde hacía años.
El aire frío chocó con mi piel con la fuerza de una bofetada, con la de la realidad. Al otro lado de la calle había una floristería con el nombre de Miyoung en el cartel y aparcado frente a esta había un chico alto y de tez blanquecina recostado en un coche. Me miró algo extrañado al verme salir de la tienda. Supongo que a él se refería Miyoung con que lo estaban esperando.
Sentimientos encontrados y pensamientos confusos recorrieron mi mente con velocidad. El chico esbozó una delicada sonrisa, dejando ver parte de sus encías. Me sonrojé levemente y me encajé mejor el gorro antes de bajar la mirada al suelo e irme por donde había venido.
Más tarde, una vez en la silenciosa incomodidad de mi casa me dediqué a observar la flor que Jaehyun me había dado con gesto esperanzado e impaciente. Cogí con delicadeza el papel que colgaba de esta y lo abrí, leyendo su contenido.
"No quiero rechazar lo que mi corazón ha sentido al verte. Solo dame la oportunidad de hacerte sentir lo mismo."
Debajo había un número telefónico el cual suponía que era el suyo. Una punzada en el corazón me hizo cerrar los ojos adolorido. Si él supiera que yo había sentido lo mismo... Sacudí la cabeza y coloqué la flor en un jarrón con agua. Dispuesto a irme a dormir apagué las luces y me dirigí a la cama y me tumbé en esta. Intenté con todas mis fuerzas no pensar en él pero mi subconsciente me traicionaba, mostrándome su sonrisa, sus hoyuelos, su aroma ambrosíaco que me hacía querer recostarme en su hombro y cerrar los ojos para disfrutar de su cercanía...
Me gustaría poder decir que tuve la suficiente fuerza de voluntad como para quedarme quieto y no ir en busca del número que me había dejado pensando, pero no pude resistirme.
Me levanté impulsado por mi corazón y agendé su número rápidamente antes de escribirle lo que mis labios se habían negado a pronunciar por miedo a que lo que más temía se hiciera realidad.
Necesito volver a verte, Jaehyun, pero no quiero hacernos daño.
22:36
Yo cuidaré de ambos, Taeyong, lo prometo, pase lo que pase.
22:38
Espero que os haya gustado tanto como mí me ha gustado escribirlo. Prometo subir pronto el siguiente capítulo. No olvidéis vuestra 🌟 me anima mucho a seguir con mi pasión. 😘
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