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✒c a p í t u l o 24

  Pasaron el día juntos en compañía de sus tres hermanos. Distraían sus mentes para no concentrarse en el hecho de que su maestro no estaba presente, pero aún así, se tenían ellos y con eso bastaba, aunque doliera.

[...]

  La oscuridad se apoderó del cielo nocturno y las estrellas aparecieron con su gran brillo, ese que le encantaba admirar a Setsuko.
Raphael la cargaba en su espalda mientras ella tarareaba alguna canción al azar, mientras reían y hacían bromas. El tiempo juntos comenzaba a ser especial, querían verlo como una necesidad pues se necesitaban a cada momento.

–Siempre que quiero calma vengo a este edificio –mencionó Raphael a la chica, la cual se calló en cuanto lo escuchó hablar. Se trataba de uno en especial, estaba situado hasta el otro extremo de la ciudad en el área de construcción que se encontraba abandonada, por lo tanto, no había ninguna señal de humanos– eres la primera que lo sabe.

–¿De verdad?

–Así es. Hacer todo el recorrido hasta acá es tranquilizante y estando solo puedo olvidarme del resto, incluso puedo descargar mi ira golpeando botes industriales que hay aquí –subió a la azotea del edificio y se sentaron en la orilla de este mismo– el aire es fresco y la vista de Nueva York es sensacional.

  El ojiverde tenía razón. Por primera vez en su vida, después de estar encerrada tanto tiempo, veía cosas tan increíbles, no cabía en ella por la emoción de apreciar un paisaje tan genial y único.

–No puedo...creerlo. Nunca creí que serías alguien que pensara así.

–¿A qué te refieres?

–Bueno, tu forma de buscar calma es como lo harían los demás: buscando un lugar donde sólo seas tú y nadie más.

–Sí –rió un poco, bajando la cabeza mientras sonreía– ahora no solamente seré yo, sino nosotros, Setsuko.

–¿Qué? –sus ojos se abrieron por la sorpresa.

–Si no te tuviera confianza no te habría traído hasta aquí –Setsuko se sintió satisfecha. Confianza. Sí, Raphael estaba recuperando aquella hermosa y gran cualidad– quiero que compartamos esto y más cosas.

  Raphael estaba seguro de sus palabras.
Nunca sintió tal cosa con su amor pasado, y tener a Setsuko hacía que le dieran ganas de presumir que ella era alguien totalmente diferente. Con ella estaba cultivando la confianza de nuevo, sin miedo a que tal esfuerzo llegase a marchitarse porque sabía que no sería así.

–Sarah nunca estuvo aquí –agregó él, aliviado por tal cosa mientras que ella hizo una mueca de disgusto. Oír aquello no le gustó, estaba harta de escuchar sobre aquella chica de la que nunca le habló. Pero no conocía del todo el sentir de Raphael y porqué la mencionaba cada que estaba con ella.

–¿De nuevo?

–¿Qué cosa?

–Sarah, Sarah, Sarah y Sarah. Rayos, me molesta un poco que sigas pensando en ella.

–Creo que estás malinterpretando.

–No. ¿Aún no eres capaz de dejarla ir? –no contestó de inmediato. Setsuko definitivamente no estaba entendiendo.

  Es cierto, el primer “amor” jamás se olvida. Se experimentan muchas cosas y cuando encontramos a alguien más es difícil porqué buscamos que tenga lo que la otra persona tenía. Sin embargo, es cosa imposible. El tiempo sirve para darnos cuenta de que cada persona es un mundo diferente. Como las aventuras de El Principito, que viajaba de planeta en planeta, encontrando muchas peculiaridades que lo hacían especial.
Setsuko no entendía que él se alegraba de que no era alguien que no buscaba el bien del otro.

  Tomó su mano buscando su mirada. Quería envolverla en un abrazo y decirle miles de cosas llenas de amor, era especial y ella lo valía; valía la pena volverse horriblemente amoroso aunque eso fuera en contra de su personalidad.

–Ya la dejé ir y tú has venido en su lugar –leer frases románticas en internet le estaba sirviendo– y no pienso permitir que te vayas.

  Volvió su mirada a él, con un gran brillo y se sintió tonta por haber juzgado mal sus sentimientos.

–Ella me hizo mucho daño –era el momento en el que Raphael se desahogaría y ella podría conocer más sobre el tema– me engañó haciéndome creer que el amor de mutantes y humanos es posible. Fue...una total tortura –rió con nostalgia, no por el dolor de la herida sino porqué los recuerdos con esa chica permanecían en él– y de repente, ella llegó diciendo que era hermana de un criminal, y afirmó tantas veces que su plan no era herirme, Sarah no sabía de aquella rivalidad que existía y le creí porqué se notaba, pero aún así terminé perdiendola y de igual manera conmigo, me perdí, desconocía quién era.

  Setsuko la odió con todo su ser. ¿Quién podría hacerle daño a Raphael Hamato? Ella nunca se atrevería, se planteó eso en su mente.
Los dos eran parecidos y lo comprobó una vez más cuando escuchó al mismo Raphael decir cuál era su miedo.

–Raphael...puedo curar tu corazón si confías en mí –tomó el rostro del ojiverde en sus manos, acariciando con sus pulgares su piel, acto que a él le relajaba mucho. Se sentía amado realmente.

–Por eso me estoy esforzando. Quiero ser libre de esas heridas pasadas y sanar para amarte. Sé que serías justa conmigo –le dolía escucharlo hablar así.

–Podremos hacerlo –se acercó a él, rodeando su cuello y apoyando su mentón en el hombro de él– quiero ayudarte ¿está bien? Quiero aprender a amarte, olvida el miedo y deja el rencor –esas fueron las palabras indicadas para que Raphael cobrara seguridad de lo que estaba a punto de hacer.

–Linda, esta vez estoy más que seguro de todo. Sé muy bien que ya te lo había dicho antes, pero te lo repetiré. Tu condición física no es una molestia para mí. He visto que gracias a eso aprecias mucho más la vida y eso es lo que necesito: una persona que me demuestre que vale la pena seguir luchando –la peligris sentía un gran nudo en la garganta– y lo repetiré una vez más –se separó de ella para mirarla a los ojos– si es necesario te cargaré en mi espalda el resto de nuestras vidas.

  Con ese monólogo tan bello bastó para que ella derramara lágrimas como una cascada. Raphael se había robado su corazón y la hacía sentir tan bien. Estaba feliz de que alguien la amaba y que la miraban como algo valioso que merece ser protegido y cuidado.

–Te necesito a mi lado –susurró abrazándolo de nuevo– gracias por aparecer, Raphael.

  La primera promesa estaba dicha y era un hecho.

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