Coincidencia
El movimiento de dinero podría compararse fácilmente con el caudal de un río, billetes arrugados que van de mano en mano y desembocan en un lugar todavía más grande. La desesperación por la compra y por el consumo han generado un caos en las noches de Barcelona.
Las calles de El Raval son la clara muestra de lo que se ha comenzado a construir por el desasosiego de quienes necesitan consumir. Venta de bienes materiales, robos, peleas y demás, son algunas de las cosas que nacen por este hecho. Sin embargo, la cara que se vive dentro del negocio es diferente.
Ferran Torres siempre ha tenido la mente centrada en una sola cosa: "intentar, para ser el mejor en lo que sea que inicie", y hasta el momento no ha tenido ningún tipo de problema con eso.
Arrancó desde abajo, se hizo de contactos y buscó personas de su total confianza para dar comienzo a un negocio completamente revolucionario. Ferran no siempre pensó que la venta de drogas fuera lo mejor, vivir a costa del deterioro ajeno no sonaba tan bien en su cabeza al inicio, pero viendo las ganancias, el movimiento de dinero y el pedido de ayuda de todos aquellos que alguna vez le dieron la espalda, Torres no dudó ni un segundo en apostarlo todo a esto.
Recuerda perfectamente haber leído sobre el inicio de una droga en Estados Unidos, una que ponía a la gente como jodidos zombies en la calle, dispuestos a hacerlo todo por comprar. Investigó mucho y descubrió que su elaboración no era muy compleja, lo único que debía conseguir era insumos y alguien tan comprometido en triunfar como él.
Barcelona siempre ha estado repleta de drogas, quien diga que eso es una mentira, debería dejar de ser tan hipócrita consigo mismo, pues eso le permitió tener cierta seguridad a la hora de empezar a moverse por las calles. Pasado cierto tiempo, sus contactos fueron extendiéndose y haciéndose muchos más.
Lo que se esperaba fuera algo local, terminó siendo mayor: traslados a otras ciudades e incluso países. El "Tiburón" comenzó a resonar por todos lados, para cuando se dio cuenta, ya estaba manejando un imperio mucho más grande del que había imaginado alguna vez.
—Joder, ¿por qué esa cara? —El hombre entró en la habitación y vio a quien considera su mano derecha hacer la expresión más preocupante posible.
—¿Por qué la cara? ¿Me estás jodiendo? —Pablo arrugó el entrecejo y tomó aire—. Te he dicho un millón de veces que mantengamos un perfil bajo y parece que te empeñas en ir en contra de todo lo que te digo —escupió para pararse y comenzar a dar vueltas.
—¿Ha habido algún inconveniente? ¿Tenemos a alguien detrás de nuestros culos? La puta DEA está tan lejos de esto, que parece chiste —se paró frente al contrario—, así que deja de ser un gilipollas de mierda y busca algo mejor que hacer, que calentar la silla pensando estupideces —gruñó.
—¿A dónde vas?
—Tengo una reunión con alguien de Ciutat Vella, asegúrate de que el lugar esté bien cuidado.
Tendrá un encuentro en un restaurante cercano a la costa, ha recibido números preocupantes por parte de quienes deberían distribuir en esa área. Los envíos han salido bien, sin embargo, el dinero es poco. Podría haber enviado a cualquiera para revisar, pero siempre le gusta ir a la costa y mucho más a ese restaurante.
Lejos de todo el negocio que ha comenzado, la idea de conseguir una pareja nunca se ha visto descartada y Ferran es un romántico de los que ya no existen, algo muy contrario a su imagen. De hecho, cree mucho en aquella leyenda que transita por la boca de todos, se dice que todos cuentan con un "alma gemela".
Ha oído aquello desde muy joven: "todas las personas nacen con una pequeña marca en el cuerpo, algo similar a un tatuaje. Si alguna vez logras encontrar a tu alma gemela, es probable que esa persona cuente con el mismo símbolo". Torres tuvo innumerables cantidades de parejas sexuales, probablemente con el deseo interno de encontrar a su otra mitad. Es bastante ingenuo en ese sentido.
—Buenas noches, señor —la voz del chico lo sacó de sus pensamientos y lo obligó a elevar la mirada. Se ve joven, no demasiado, pero no cree que cruce los veintitantos años—, ¿ya sabe que va a ordenar? —Torres lo analiza con cuidado y recorre toda su figura sin ningún tipo de pudor.
—Espero a alguien, pero —sonrió—, ¿qué me aconsejas pedir?
—Podría decir que todo sabe bien, incluso nuestro plato más básico —también lo miró un momento—, ¿tiene algún interés en particular para esta noche? —Ferran volvió su mirada al menú.
—Te llamaré en caso de que algo llame mi atención.
El chico asintió y se giró, caminó un poco más de dos pasos y la mirada parda de Torres, aquella que no se había despegado de él, notó eso que se dibujaba en la nuca del mesero. El tatuaje escapaba tímido por debajo de la camisa, pero el hombre no tenía que verlo demasiado para reconocerlo. Al final, es el mismo símbolo que reside en su piel desde el día de su nacimiento.
—¡Discul-! —Iba a llamar al joven, pero la llegada del hombre con quien iba a encontrarse interrumpió el momento. Ferran no le quitó la mirada de encima al mesero en toda la noche, logrando encontrarse con él únicamente en el momento que escapó al baño.
—Buenas noches, señor Torres... ¿Disfrutó de la comida? —La cercanía de ambos cuerpos se acortó poco a poco, Ferran logró pegarlo a la pared detrás.
—Tu nombre.
—Pedro —susurró tragando saliva, los dueños del restaurante le dijeron que sea especialmente amable con ese hombre. Parece ser alguien importante o eso hicieron ver con las atenciones que pusieron a su mesa.
—¿Cuánto ganas en una noche, Pedro? —Antes de que pudiera responder, habló—. Te pagaré el triple.
—¿D-Disculpe? —Abrió la boca.
—¿El cuádruple?
No podía ser una coincidencia. Es el mismo tatuaje. No puede dejarlo ir.
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