La Guardiana
"Guardiana del Bosque Encantado, hemos venido en busca de tu ayuda. Una terrible peste está asolando nuestro pueblo, y solo podemos encontrar la cura en tu reino"
Aquellas fueron las palabras que Eira había oído, antes de aparecer de la nada delante de una docena de seres humanos. Un reino, del cual ella no pertenecía.
Miró a su alrededor, y le pareció curioso e inteligente, que el lugar que habían escogido se trataba de uno sumido en un gélido abrazo invernal. La blancura predominante se alzaba en todas direcciones, cubriendo la tierra y los árboles con un manto de nieve virgen, que centelleaba bajo la luz plateada de la luna. Los copos de nieve seguían cayendo suavemente del cielo, como diminutas estrellas fugaces que se desvanecían al tocar el suelo.
El aire estaba impregnado de un frío penetrante que se colaba hasta los huesos. Cada inhalación era como una daga de hielo que cortaba los pulmones. No para ella, claro. El aliento de los humanos presentes, se convertía en vapor y se disipaban rápidamente en el aire, dejando tras de sí una estela efímera. El sonido del viento estaba presente, era nítido y delicado, como un susurro, pero cortante cuando acariciaba la piel.
Eira, con sus ojos azules clavados hacia el grupo, miraba con curiosidad y asombro. ¿Cómo habían podido invocarla? Como fuese, debía tratarse de una magia fuerte y antigua en ese mundo.
—¿Cómo osasteis a traerme a vosotros, y cómo obtuvisteis conocimiento de mi custodia? —preguntó, con sorpresa.
Un hombre de aspecto fuerte, con una apariencia de más de cuatro décadas, dio un paso enfrente. Al igual que el resto, su cuerpo estaba cubierto por pieles gruesas, botas, e indumentaria medieval, clásico de quiénes no pertenecían a alguna corte real. Eira supuso que se trataba del líder de todos ellos.
—Milady, por verídica necesidad y con corazones atribulados, hemos rastreado incasablemente hasta dar con una anciana hechicera de tintes oscuros en nuestra tierra —La verdad sobre su rostro, estaba reflejado como un espejo delante de todos—. Fue ella quien nos desveló la existencia de tu dominio y, aseguró, que solo vos, noble dama, poseéis el don de auxiliarnos. Dispuestos estamos a emprender cualquier cosa que demandéis, con el fin de asegurar la cura y librar a nuestro pueblo del mal que lo aqueja.
Eira, paseó sus ojos por todos, y el símbolo de haber experimentado dolor y angustia, estaba clavado en la mirada de ellos, incluso, en el anciano mago que destacaba en el grupo por su túnica purpurina, cubierta por una capa blanquecina, y un báculo que resplandecía en su punta. No podía negarlo, se sintió conmovida.
Durante generaciones, se le había enseñado que los humanos eran peligrosos y que el Bosque Encantado debía permanecer oculto. Pero en ese momento, la determinación y la sinceridad de los humanos la hicieron cuestionar sus creencias. ¿Debía hacerlo? ¿Eran tan terribles como se les había comunicado?
—¿Por qué, en lugar de buscar mi auxilio, no habéis evocado a Norber, vuestro guardián? Pues es a él a quien compete la tarea de asistiros en vuestro cometido —preguntó, sabiendo la respuesta, pero necesitaba confirmarlo.
—Os explico, Milady, que Norber, el guardián de estas tierras, tiene a su cargo la salvaguardia del reino, pero la habilidad de otorgar la cura no reposa en sus manos —respondió el mago, inclinando la cabeza respetuosamente y mostrando una mirada cauta, como si buscara su comprensión, con cierta disculpa por su intervención—. La responsabilidad de salvarnos está en vuestras manos, mi señora.
Eira cerró los ojos y se permitió vislumbrar un sombrío futuro en el que se negaba a ayudar a los humanos, dejándolos sin la cura que buscaban con tanta desesperación. En ese futuro, el pueblo humano continuó siendo devastado por la peste. Las calles estaban llenas de sufrimiento y agonía mientras las personas luchaban contra la enfermedad, sin esperanza de curación. La desesperación se apoderó de ellos, y el miedo y la tristeza se convirtieron en compañeros constantes. Se volvieron más desconfiados y amargados, y la culpaban a ella y al Bosque Encantado por negarles la ayuda que tanto necesitaban.
Sin la cura, la peste comenzó a extenderse a otras regiones, incluso, traspasó las dimensiones, afectando a criaturas y seres de otros mundos, mágicos o no. Incluso, El Bosque Encantado también fue tocado por esta, y sus paisajes mágicos se marchitaron y se volvieron oscuros. Eira, abrumada por la culpa y la tristeza al ver el sufrimiento que su negativa había causado, se retiró del mundo de los guardianes, viviendo en el aislamiento y la soledad. Su linaje de guardianes quedó manchado por su elección, y la orden perdió su propósito y credibilidad.
Abrió los ojos con determinación. Para los humanos, sus ojos brillaban de un intenso azul. Eso hizo que los humanos, por un momento, creyeran que la figura que tenía enfrente no podía tratarse de una simple guardiana de mundos, sino una mismísima deidad. La piel era pálida como la nieve, y sus cabellos rubios emblanquecidos como las copas de los árboles en invierno, y que caía en cascada sobre sus hombros, se mecían con el viento. Y aunque su estatura era promedio, tenía una presencia imponente y segura, con vestimentas azules y blanco.
—Acepto vuestra súplica, y, por tanto, les concedo acceso al Bosque Encantado, aunque solo por un breve lapso —concedió finalmente, con la esperanza de que su decisión estuviera en consonancia con el deber y no guiada por su propio deseo de evitar la soledad y la deshonra—. Deben jurar solemnemente que no infligirán daño a las criaturas de magia ni perturbarán la armonía de nuestro reino. No obstante, han de comprender que el reino que custodio es un lugar de retorcidas pruebas y desafíos, y deberán enfrentarlos por sí mismos.
Los humanos asintieron con gratitud y prometieron seguir las reglas impuestas por Eira.
Entonces, con un ademán de su mano, Eira invocó el poder del hielo ancestral y entretejió hebras de magia cristalina. Con un destello resplandeciente, el portal se abrió de par en par, revelando el camino hacia el Bosque Encantado. Una entrada hecha de brumas congeladas y cristales centelleantes. Los intrépidos viajeros fueron atraídos hacia la entrada por una fuerza invisible, y cruzaron el umbral en busca de la cura para la plaga que asolaba su pueblo.
La guardiana siguió, de forma etérea e incorpórea a los humanos, de modo que era invisible para todos allí. Sonrió, en el momento que vio a los humanos tan maravillados y perplejos, por su reino en custodia. Y era un efecto normal para cualquier humano, puesto que, el paisaje era un espectáculo que desafiaba la lógica y la naturaleza misma.
El Bosque Encantado estaba sumido en frío, como si el invierno se hubiera apoderado de él para siempre. La nieve cubría el suelo y las ramas de los árboles con un manto de pureza resplandeciente. Los copos de nieve caían continuamente del cielo, pero no quemaban en la piel. La luz de la luna plateada bañaba el paisaje, creando un brillo mágico en cada rincón del bosque.
Pero a pesar de la apariencia invernal, había un toque de primavera en el aire. Flores de colores vibrantes, que parecían fuera de lugar en ese entorno congelado, brotaban entre la nieve. Sus pétalos desafiaban la estación y se alzaban con valentía hacia la luz de la luna. Los árboles, aunque cubiertos de nieve, mostraban brotes verdes y hojas nuevas que comenzaban a abrirse, como si estuvieran en un eterno estado de renacimiento.
Sin duda, el bosque estaba lleno de vida, y las criaturas que lo habitaban eran tan diversas como el propio paisaje. En medio de la nieve, se veían pequeñas criaturas peludas de ojos brillantes que correteaban juguetonas. Aves con plumajes resplandecientes cantaban melodías mágicas desde las ramas de los árboles. Mariposas de colores iridiscentes danzaban en el aire, dejando estelas brillantes a su paso.
Pero no todo en el Bosque Encantado era tan benigno. Entre las sombras de los árboles, se vislumbraban figuras misteriosas y sombrías, gigantescas, medianas y pequeñas. Siluetas que acechaban en la oscuridad, ojos brillantes que observaban a los forasteros con curiosidad o cautela. Aunque algunas de estas criaturas parecían aterradoras a simple vista, no mostraban hostilidad hacia los humanos. Más bien, parecían intrigados por su presencia y los seguían con curiosidad.
Eira, mientras observaba a los humanos y las criaturas del bosque, se dio cuenta de que nunca antes había experimentado su mundo de custodia de esta manera. Había sido enseñada a mantenerse alejada y a no intervenir, a menos que algo externo amenazara el equilibrio. Pero ahora, había incumplido dos reglas: enviar a los humanos a este mundo y al observarlos a ellos, y a su mundo, detenidamente.
"Ninguna de las criaturas se les ha acercado. ¿Por qué?"
Sin saberlo, aquella pregunta solo la sumergió a una curiosidad profunda e hipnótica, por saber el destino de aquel grupo, sabiendo que, no podían llegar demasiados lejos. A diferencia del reino humano, donde la magia podía ser limitada, El Bosque Encantado era la madre de esta. Una fuente infinita de magia.
Y como había pensado, un grupo de brujas, les rodearon. Eran figuras etéreas, algunas con aspecto amable y otras con un aura más misteriosa. Ellas, de todas las criaturas, parecían entender la verdadera naturaleza de los forasteros.
—¿Por qué habéis venido a este lugar? ¿Y cómo habéis conseguido ingresar? —preguntó una de las brujas, con cabellos rojizos y una túnica terracota, como las hojas otoñales.
—La guardiana de este mundo, la majestuosa Eira, nos ha concedido este permiso —habló el mago, al notar el temor en sus compañeros ante las figuras que parecían espectros—. Necesitamos desesperadamente su ayuda. En nuestro mundo, una plaga nos está llevando al borde de la extinción. Jezabel, La Bruja de Nauseabea, nos informó que la cura se encuentra aquí.
Eira, veía la escena intrigada, según la información que había aprendido. Las criaturas más maquiavélicas, eran las brujas. Se decía, que eran servidores de horrores ancestrales, capaces de llenar al mundo de mal y miseria. Pero, por algún motivo, Eira dudaba de lo aprendido.
—Lo sabemos —dijo otra de las brujas, esta vez, con el cabello rubio, túnicas azules, y tan blanca como Eira. Ella no tuvo que confirmar que se trataba de una bruja del invierno.
—De hecho, les esperábamos —argumentó otra, de cabellera castaña, y con túnicas de colores vivo, como la mismísima primavera.
—Si esa plaga no se detiene, tememos que pueda causar estragos en otros mundos como el nuestro —añadió una mujer de cabello oscuro y crespo, con una piel que asemejaba la arcilla de la tierra—. Por eso, creemos que es esencial darles lo que necesitan...
—La Flor de Escarcha Estelar y el Hielo Invernal...
—Las Hojas del Eterno Otoño y la corteza lúgubre del árbol otoñal...
—La Raíz de Primavera Perpetua y el Rocío de la Primavera...
—Y el Fruto del Solsticio de Verano y el Rayo de Sol del Verano...
Cada bruja estacional, había aportado tales ingredientes, que se concentraron en un orbe mágico por encima de ellos, que brillaba en colores, como si fuera el caparazón de un pequeño arcoíris. Comenzó a girar a gran velocidad, y brillando con una luz suave y dorada, todas las brujas, unánimes, dijeron:
"Esta poción tenían la propiedad de convertirse en una fuente inagotable de cura, siempre y cuando aquellos que la poseyeran tuvieran un corazón puro y estuvieran dispuestos a ayudar a los demás. Sin embargo, si el egoísmo o la maldad prevalecían en sus corazones, la fuente se agotaría y desaparecería para siempre."
Eira, sonrió, estaba conmovida por la generosidad y la sabiduría de las brujas del Bosque Encantado. Sabía que su elección de abrir el portal y permitir que los humanos ingresaran en este mundo había sido la correcta, y ahora, con ese poder, tenían la oportunidad de salvar a su pueblo y restaurar el equilibrio en los reinos. Se suponía que había hecho algo bueno.
En un cáliz de cristal, y con la simbología estacional de cada bruja, fue depositada la cura que brillaba como el oro. Sin tener que intervenir, las mismas brujas conjuraron un torbellino que los envolvió y que Eira sabía que era para regresarlos a su mundo.
Levantó su rostro empapado y miró la fuente que daba hacia su mundo, en aquella posición. Miró a su alrededor, se trataba de una sala bañada en oro, una habitación circular que tenía una fuente, conformada en una estrella de seis puntas, con símbolos, diagramas y talladuras en todo el recinto que le daba un aspecto mágico, pero también enigmático. Por supuesto, una capa de hielo fino le cubría, y del techo, nieve caía sobre ella. Ella era la guardiana de dicha fuente, la cual representaba el mundo del Bosque Encantado. Había estado observando la aventura de los humanos, con solo sumergir su rostro en la fuente.
Complacida de lo que había hecho, cerró sus ojos, y comenzó a visualizar el futuro de los humanos, una vez habían obtenido dicha cura:
Los observó con gratitud y emoción. Sostenían el cáliz de cristal sobre una fuente en un tranquilo rincón de su reino, y con un gesto ceremonial, vertieron el contenido en el agua cristalina. Al instante, la cura dorada se fusionó con el líquido, creando una fuente mágica de curación infinita, que comenzó a irradiar una luz dorada.
La noticia de esta maravilla se difundió rápidamente por todos los reinos humanos, y la gente acudió en masa con tarros y baldes para llenarlos con el agua milagrosa. Con el tiempo, la peste que había asolado su pueblo comenzó a retroceder, y las enfermedades cedieron ante la poderosa cura. La salud floreció, y la prosperidad regresó a su mundo.
Sin embargo, esta abundancia trajo consigo una mayor responsabilidad. La verdad del bien, es que no medía a quién. Y pronto, gente maligna que, para muchos, era mejor que el tiempo mortal les hiciera efecto para que decayeran, usaron la fuente para alargar sus días. Por eso, en un punto esta se secaría y desaparecería de ese mundo. Y, al final, solo vislumbró un sol rojo en el cielo, y una oscuridad insondable en aquel lugar, como producto de la maldad y el egoísmo humano. Pero, Eira entendía algo, su parte ya había sido cumplida.
Abrió nuevamente sus ojos, y al hacerlo, se encontró frente a Athar, el guardián del reino celestial, cuyo cuerpo dorado irradiaba una luz propia, con cabellos plateados que fluían como un río y unos ojos azules que parecían contener los secretos del cosmos. Su armadura celestial, adornada con diseños estelares, reflejaban la magnificencia de su cargo, y en sus manos, sostenía un cetro de ébano incrustado con gemas resplandecientes que representaban las constelaciones, emitiendo un aura de paz y seguridad que llenaba el espacio a su alrededor.
Eira siempre creyó que Athar tenía la habilidad de manipular las emociones a su favor, como en ese momento, que tenía la sensación extraña de estar confiada ante un guardián, que había oído, pero que no había visto. Se suponía, que ningunos de los guardianes podía tener contacto con otro.
Athar miró a Eira con una expresión seria y profunda en sus ojos estrellados.
—Eira —comenzó con voz resonante—, he visto lo que has hecho. Has desafiado las normas, has abierto tu mundo a los humanos y les has otorgado un poder que podría afectar a todos los reinos. ¿Qué excusa tienes para tal acción?
—No tenía opción, Athar —respondió con firmeza y sin intimidación—. Si no lo hacía, la plaga que azotaba a los humanos se habría propagado a otros mundos, incluyendo el mío. No podía permitirlo. Estaba en juego más que solo mi reino. ¿Pero qué excusa tienes tú para incumplir la norma y presentarte delante de mí?
Athar sonrió. Había astucia en ella que reconocía.
—Nos veremos más seguido —contestó finalmente, ahora con una expresión burlona—. No eres la única que puede adentrarse en otros mundos, y ahora tengo asuntos pendientes con El Bosque Encantado, por tu ofensa.
Eira sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal mientras Athar se desvanecía en un destello de luz. Pero lo que él dejó atrás fue una sensación de oscuridad, una revelación de que el guardián del reino celestial, que parecía la misma imagen del bien, en realidad, estaba lleno de oscuridad.
Mientras Athar se alejaba, sus palabras resonaron en la mente de Eira. Había salvado a los humanos de la extinción, pero ¿a qué costo? ¿Qué precio pagaría El Bosque Encantado por su decisión?
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