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Juego de Crueldad


Si la base del terror es el miedo ¿Quién determina que la vida no lo sea?

La historia que les contaré inició en el momento en que otra acabó. Hablo de una relación en la que se compartió el lecho, comidas, risas, viajes y momentos, que se tradujeron en tiempo. No sabría decirles si es tiempo invertido o perdido, pero como fuese, no lo hizo más sencillo. Hablo de una ruptura que fue forjada con lágrimas y ansiedad, debido a una desconfianza latente por mentiras. A eso añádele los imperfectos que como personas solemos tener. Se vuelve una realidad que se torna inaguantable y simplemente estallamos.

Bueno, yo estallé.

Cuando se posee cierta edad, nos damos cuentas que las cosas no son sencilla como en la juventud creíamos. Sabemos que todo se debe trabajar con esfuerzo, paciencia y con mucho amor. Pero este último es tan abstracto, que no entendemos la magnitud de lo que es, si lo sentimos o no, si es real o no, o si es humano. Por eso, cuando se manifiesta algo que es intolerante para nosotros y que tiene la capacidad de movernos el piso a tal punto de romper nuestras fortalezas, las compensaciones buenas que se puede tener no parecen ser bases suficientes para mantener la estructura. Allí, se viene el cuestionamiento y la procrastinación. Una que me hizo dejarlo todo, aunque significara vivir en las calles de la soledad y la tristeza.

A una semana de aquel rompimiento, con una profunda decepción, cansancio y reproche acumulado en el corazón, con la osadía de dejarlo todo, tuve la valentía y la mala costumbre de embriagarme y cantar canciones buscando reparar mi corazón. Como dijo Belinda en su canción, "la terapia ayuda, pero la música sana más cabrón...". El problema estaba, en que, en momentos así, se suele cometer un error tras otro como si fuéramos forjadores de nuestro propio abismo, como si necesitáramos tocar fondo, un juego macabro, sombrío y destructivo que nos lleva a la miseria humana muchas veces. Pero ¿Cómo salir de allí?

Conocí a alguien esa misma semana. Estaba deseosa de enterrar mis sentimientos, sin saber, que todos ellos estaban a flor de piel. Recuerdo que se trataba de un encuentro casual y fortuito, de esos en la que esperamos saciar nuestra ansiedad para seguir llorando, pero que te proporcionan minutos de felicidad que, en tiempos oscuros, cualquier pedacito de luz, por muy mínima que sea, fugaz o efímera, es valorada como un tesoro que, de no tener cuidado, se podría convertir en un vicio. Bueno, en mi caso no se trató de algo tan corto, al menos, no para lo que creía.

No olvido que eran las dos de la tarde. Cuando le vi, me fue imposible no sentir nerviosismo, no solo porque era alguien que veía por primera vez, sino porque me cautivó verlo en persona y darme cuenta que era más atractivo de lo que creí. Aquella piel morena como si hubiera danzado alrededor del sol, curtida por el trabajo, el esfuerzo y el poco cuidado de su piel, y unos ojos vivaces que, al encontrarse con los míos, no pudimos evitar sonreírnos mutuamente. Creerán que soy muy romántica, lo cual no es una mentira, pero en esa mirada hubo un "click" de inmediato, cargado de deseo e impresión. Debí verlo como una oportunidad para sanar, pero mentiría si fue así. Estaba muy confundida.

—Hola, ¿cómo estás? —pregunté, intentando romper el hielo en medio de la tensión que nos rodeaba.

No solo porque nos veíamos en el parqueadero de la "Emergencia" de un hospital, sino porque el lugar al que lo llevaría era en el mismo recinto de mi trabajo.

—Bien, gracias —respondió él con voz suave, pero sus ojos revelaban un mundo de emociones que parecían querer salir a la superficie.

—¿Te importaría acompañarme? —le pregunté, señalando hacia el pasillo empedrado, que conducía a las habitaciones de los médicos. Él asintió en silencio y me siguió.

Caminamos en silencio, pero podía sentir el peso de su mirada en mi espalda, como si estuviera tratando de descifrar cada pensamiento que cruzaba por mi mente. Era temprano, y la caminata que recorrimos estaba al aire libre, mostrando a nuestros laterales la enorme estructura.

Finalmente, llegamos a las puertas de las habitaciones de los médicos, donde me alojaba temporalmente. Giré el pomo con cuidado y abrí la puerta, invitándolo a entrar.

—Este es mi lugar por ahora —le dije, con una mezcla de incomodidad y determinación en mi voz. Recuerdo que las manos me sudaban y el corazón lo tenía acelerado.

Él asintió con comprensión, pero, aun así, el silencio entre nosotros parecía gritar las palabras no dichas que flotaban en el aire. Nos quedamos parados allí por un momento, sumergidos en un mar de emociones aparentes.

—Gracias por acompañarme —añadí finalmente, rompiendo el tenso silencio que amenazaba con envolvernos por completo.

Él me miró con una mezcla de gratitud y curiosidad en sus ojos, como si estuviera a punto de decir algo, pero luego se contuvo.

—No hay de qué —respondió con una sonrisa tenue, para luego indicarle donde estaba la cama.

Ambos sabíamos a lo que veníamos, pero estaba segura de que ninguno de los dos contamos con que hubiera una química tan chispeante.

No les mentiré, se suponía que debía ser un asunto de unos diez a treinta minutos, algo de ese momento y ya, pero lo que debió ser, se convirtió en cinco horas. La noche incluso nos recibió. Por supuesto, el pequeño foco iluminado de la habitación, las sábanas revueltas, aquel olor embriagador que salía de su cuerpo, su sonrisa, el sonido de sus risas, y todo lo que conversamos en ese tiempo, se convirtió en un juego hipnótico. No queríamos separarnos ninguno de los dos, pero el hambre apremiaba y, sabíamos que debíamos despedirnos.

Cuando se fue, nuestro segundo encuentro fue más pronto de lo que creí. A unos diez minutos de su partida, vi llamadas en mi celular. No les miento, me asusté. Me dio miedo creer que algo malo estaba ocurriendo, o peor, que se tratara de un acosador o un maniaco al que no conocía. Cuando contesté, me dijo que había tenido un accidente. Me pareció curioso, loco e incierto, porque yo misma le había acompañado a tomar un transporte. Sin embargo, afanada y con el corazón en la garganta, salí a verle, dándome cuenta que había sido real. Había sangre en su pierna izquierda.

Gracias a Dios que solo fue una magulladura y un raspón. Pero ese segundo encuentro marcó historia de recordatorio cada vez que vea la cicatriz de su pierna. Era una firma de nuestro encuentro. Doloroso, pero cierto.

Sí algo deben saber, el problema se suscita cuando permitimos que existan más de dos encuentros. Un amigo mío dice que el sexo enamora. Me pareció una locura en su momento, pero al meditarlo y experimentarlo, me di cuenta que es real. Pero, siempre y cuando exista más de una segunda vez. Mi error.

No solo le narré mi dolor de mi ruptura reciente y le revelé motivos que no debía saber, pero ¿quién podría dominar un corazón herido a hablar? Yo lo necesitaba. Él siempre eme oyó. Incomprendido, según él, de cómo alguien podía lastimar a alguien como yo. Me parecía un chiste cuando lo dijo, porque mi vida ha estado llena de fracasos en cuanto al amor. Para mí, había sido una raya más que tatuar en mi alma.

Compartimos fiestas, cenas, fin de año, y por supuesto, más sexo. Me presentó su casa, su familia, y yo le presenté todo mi entorno, trabajo, amistades y mis noches, sobre todo en ese colchón que, de hablar, contaría lo bien que nos pasábamos. Si algo no podía hacer hasta ese momento era dormir abrazada, bueno, ese hombre destruyó mis creencias y me doblegó de tal forma que ahora no puedo evitar abrazar un peluche de Pikachu por su ausencia. Como fuera, se metió en mi piel, se tatuó en mis poros, y dio pinceladas a cada vello que me arropa. Me sentí querida, deseada y acompañada.

Pero como siempre, quienes no expresan mucho en el momento no adecuado, terminan saliendo lastimados.

Fue en una de tantas noches, donde la oscuridad del parque se veía interrumpida por los faros de los postes y de los autos que pasaban cerca, iluminando brevemente el césped donde estábamos sentados, con el sonido alegre de los niños jugando en el fondo y que se mezclaba con el crujir de nuestras pisadas sobre la hierba mientras caminábamos hacia un banco, cuando sentados, uno al lado del otro, y compartiendo un helado que se derretía rápidamente en la noche cálida de verano, en el que la conversación fluía fácilmente entre nosotros, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, con una verdad palpable en mi alma que dije algo contundente y que fue el inicio que le marcaría:

—Sabes, creo que eres una persona increíble, preciosa y con una energía que ilumina todo —comentó él, mirándome con ternura—. Me encanta pasar tiempo contigo y cada vez que estoy contigo, siento que quiero algo más serio.

Su confesión me hizo detenerme por un momento, reflexionando sobre mis propios sentimientos y limitaciones. ¿Algo serio? ¿A menos de un mes de haber roto con alguien con quien vivía?

—Te aprecio mucho, de verdad. Pero no puedo tener algo serio en este momento —respondí, desviando la mirada hacia el suelo—. Acabo de salir de una relación complicada y todavía estoy sanando. Además, sé que estás buscando algo monógamo, y yo... bueno, eso no es algo que pueda ofrecerte en este momento.

—¿Monógamo? ¿A qué te refieres? —Preguntó confundido. No lo supe en ese momento, pero en su mirada estaba el llanto contenido por el rechazo. Ya saben, ese sentimiento de mierda que nos pone el corazón en las manos.

—Toda mi vida he intentado relaciones de ese tipo —admití, preocupada por lo que pensara de mí, pero era una verdad que necesitaba aflorar. Sabía que nada empieza bien si se miente desde el principio sobre quiénes somos—. Estoy cansada de repetir los mismos errores. La única forma que puedo evitarlos, creo, es haciendo algo diferente. Verás, nunca he llevado una relación diferente, pero he reflexionado, en que, me gustaría intentarlo. Si fracaso, al menos lo haré diferenciando que me es funcional o no, o que es exactamente lo que quiero y busco. Necesito equivocarme de forma diferente. Por ahora, solo somos eso, amigos con derechos.

Podía sentir la incomodidad crecer entre nosotros mientras mis palabras resonaban en el aire. Me mordí el labio inferior, esperando su reacción.

Él asintió con comprensión, pero también con un deje de tristeza en sus ojos.

—Entiendo —dijo suavemente—. Aprecio tu honestidad. La verdad, es que lo mío es mío y de nadie más —añadió, pero, aunque sabía que lo que decía nos hacía incompatible, pude entender que, aunque él también lo supiera, no estábamos dispuestos a alejarnos de nosotros—. Pero quiero que sepas que estoy dispuesto a esperar el tiempo que necesites. No quiero presionarte, solo quiero que estés bien.

Me sentí abrumada por su comprensión y su bondad. Sabía que no merecía alguien como él, alguien que estaba dispuesto a esperar y a aceptarme tal como soy.

—Gracias por entender —le dije sinceramente, sintiendo un nudo en la garganta—. Eres realmente increíble, y no quiero lastimarte. Eres más que un chico más para mí, pero necesito tiempo para descubrir lo que quiero.

Él sonrió tristemente, pero con una chispa de esperanza en sus ojos.

—Tomate el tiempo que necesites. —prometió, poniendo una mano reconfortante sobre la mía.

Nos quedamos sentados en silencio por un momento, sabía que, ese podría ser el momento del fin. Lo entendería, pero no fue lo que sucedió.

Con el tiempo, más noches y más cercanía ocurrió. No me mal interpreten, no todo fue color de rosas. Hablo de que hubo discusiones, molestias, enfados, reproches y reclamos, él por no saber sobrellevar su dolor ante mi verdad incómoda y mi vida desenfrenada por no saber sobrellevar mi propio dolor, y yo, porque sentía que no me entendía. Yo necesitaba tiempo, y él no tenía para dármelo. Yo no estaba lista, y él lo estaba desde hacía mucho. Yo no le lastimaba con intención, aunque sucedía, pero él lo hacía a modo de hacerme sentir lo que él experimentaba. Dejó de ser un carrusel, para convertirse en una montaña rusa.

Lo que él no sabía, es que sí, no estaba equivocada, yo necesitaba tiempo. Con cada paso, yo me acercaba a él, pero él se alejaba. No fue algo que no vi.

En un punto de inflexión, un fin de semana maravilloso y espectacular, había preparado todo para que compartiéramos atrapados en aquellas paredes, con comida, películas y una cama, como nunca lo habíamos hecho. Mi cabeza estaba lleno de muchos sentimientos, dudas y miedos, ese domingo le pediría que oficializáramos la relación. El sábado, cuando inició, comimos, no quiso compartir películas, aunque moría por hacerlo, sin embargo, no me molestó porque compartimos lecho y hablamos mucho. No mentiré, fue la mejor noche que había pasado con él. Ojo, y no era que no habíamos tenido buenas, es que ese día desbordó todo lo que era y yo quería, me llevó al cielo y a la tierra, y me sentía realmente querida y amada.

Al amanecer, el día crucial en el que le pediría que oficializáramos todo, recuerdo que para que todo quedara como era debía terminar mis responsabilidades de adulto, y sí, me tocó hacer unos pendientes en casa de trabajo. Él se levantó, hizo el desayuno y limpió la casa, eso me cautivó más y me hizo imaginármelo viviendo juntos y compartiendo como deseaba. Sonreí como niña, realmente lo hice. Lo que no sabía es que él, hacía todo aquello no solo por mí, sino porque estaba aburrido. Yo llena de ilusiones y él aburrido.

La mañana se deslizaba lentamente mientras intentaba terminar mi trabajo desde casa. El sonido del teclado resonaba en la sala, marcando el ritmo de mi concentración. Gunter, sentado en el sofá, observaba con impaciencia el reloj en la pared, deseando que el tiempo pasara más rápido.

Finalmente, cerré mi computadora y me volví hacia él con una sonrisa cansada pero genuina:

—¿Qué te parece si pedimos algo de comida y vemos películas? O, puedo cocinar si quieres —sugerí, esperando ver la misma emoción reflejada en el rostro de Gunter.

Sin embargo, su propuesta no pareció entusiasmarlo.

—¿No vamos a salir? —preguntó él, con una expresión decepcionada.

Fruncí el ceño ligeramente, sorprendida por su reacción. Por primera vez, comencé a preguntarme si había algo más detrás de la insistencia de Gunter en salir todos los fines de semanas. Algo que no les había contado, es que, a partir de nuestro primer y fugaz segundo encuentro, topamos muchas veces en fiestas, bebederas y salidas nocturnas que, parecían mantenernos muy animados. Pero, como adulta racional, sabía que no es un estilo de vida que me definiera o que se puede llevar. Además, se suponía que ese fin de semana era solo para nosotros. Le pediría que fuéramos novios.

—No, hoy no tenía en mente salir —respondí, con una mezcla de sorpresa e inquietud. La idea de quedarme en casa con Gunter era lo que más deseaba en ese momento. ¿Por qué él siempre quería salir? Además, se gastaba mucho dinero.

Gunter me miró con frustración. Todavía recuerdo esa mirada porque fue el detonante a mis inseguridades allí.

—Estoy aburrido —admitió, sin rodeos.

No niego que su confesión me hizo sentir incómoda. ¿Era yo la única razón por la que él quería salir? ¿O estaba buscando algo más que yo no podía darle?

Decidí no profundizar en esos pensamientos y me concentré en terminar mi trabajo. Mientras tanto, tomé mi celular y comencé a enviar mensajes a mis amigos, buscando alguna excusa para salir en la tarde. Sin embargo, las respuestas fueron escasas y ninguna oferta de fiesta o reunión se materializó.

Justo en ese momento, Dony, un amigo cercano de ambos, apareció en la puerta. Lo recibí con una sonrisa de alivio, esperando que pudiera ayudarles a encontrar algo que hacer esa tarde.

Después de saludar a Dony, me puse a preparar el almuerzo mientras le preguntaba a mi amigo si conocía algún lugar al que pudieran ir después del almuerzo. Recuerdo que Dony frunció el ceño, miró hacia la ventana, segura de que veía lo mismo que yo había previsto desde hace rato.

—¿Por qué saldríamos si está feo el tiempo? —se quejó.

Le di una mirada comprensiva, con una mezcla de incomodidad y le susurré que Gunter era quien deseaba salir. Pero él me oyó.

—Si no quieres salir, Lisa, no lo hagas, yo veo a quien invito para salir —mencionó, mientras tomaba su celular para enviar textos.

Solo imaginen esta respuesta para ustedes mismos. ¿Quién en su sano juicio le diría a la persona que te gusta que tienes otras opciones? No sé si lo hizo para molestarme, algo que logró, pero no quería caer en ese juego. Mucho menos cuando no quería que nada arruinara los planes. Me había quedado en silencio ante ese problema, suspiré, y seguí preparando la comida, mientras Dony se sentaba en uno de los muebles de la sala, haciendo como que todo estaba bien.

Al acabar el almuerzo, serví la mesa y todos comimos tranquilamente. Gunter me preguntó dónde había aprendido a cocinar, y le dije que desde los diez años lo había aprendido. Mi madre era una mujer que trabajaba y estudiaba, y los sábados, que quedábamos a cargo de mi papá, mientras él se iba a jugar el billar, a las apuestas de caballo y emborracharse, a mí me tocaba quedarme a cargo de mi hermana menor, y no me quedó de otra que aprender a cocinar desde niña.

Entonces, justo cuando me había desnudado y con la toalla en mi cuerpo, Gunter me vio. Evidentemente, mi cara no tenía el mejor agrado del mundo, pero es que mi cabeza estaba llena de muchas cosas. Él me miró, y me dijo:

—¿Para qué vas a salir si no quieres hacerlo? Yo no tengo por qué aguantarme la amargura de nadie. Si no quieres salir no salgas.

Me frustré, lo admito. Es que me parecía increíble que no se diera cuenta de nada. En especial, que estaba haciendo el esfuerzo de hacer algo que no quería por él.

No mentiré, suspiré, sintiendo una punzada de decepción ante la falta de comprensión de Gunter. Y le miré directo a los ojos:

—Lo hago por ti —dije con calma al principio, pero con las emociones estaban hirviendo dentro de mí. Y lo segundo, bueno, salió con toda la frustración que llevaba encima—: ¡No tengo problemas en hacerlo! ¡Pero espero que, cuando llegue el momento en que quiera quedarme en casa contigo, viendo películas, comiendo y estando en una cama, puedas hacer lo mismo por mí!

Sí, el tono que usé no fue el más adecuado. Pero él, como siempre sabía hacer, echó más fuego al fuego.

—¡Quédate si quieres! ¡Yo no te estoy obligando a nada! —recuerdo aquellos ojos verdes ponzoñosos, que no solo me mostraban su intención en lastimarme, sino sus propias frustraciones también—. Yo no nací para vivir encerrado en cuatro paredes. ¡Así que quédate!

¿Eso que significaba? Entenderán que pensé muchas cosas, entre ellas: ¿Acaso podría vivir con alguien el cual no sabía llevarme? ¿Debía estar con una persona que, aparentemente, no era hogareña? ¿Podía simplemente estar con él, cuando le era incapaz de morir a sí mismo por mí? ¿Era tan complicado que ambos pudiéramos ceder ciertas cosas por el cariño de la otra persona? Yo estaba dispuesta, iba a salir, aunque no quisiera, pero solo esperaba el mismo esfuerzo de su parte. ¿Debía darme una oportunidad con alguien así?

La rabia que me invadió fue explosiva, y con la misma le miré.

—¡Bueno, me quedo! ¡Lárgate si quieres! ¡Yo aquí no te tengo encerrado!

Con la misma que había salido con una toalla completamente desnuda entré a mi cuarto y me cambié. No iba hacer nada más por ese hombre. Recuerdo que solo escuché la puerta cerrarse.

Cuando me había cambiado, Dony me vio y dijo:

—Ustedes siempre pelean...

Si algo tenía Dony, es que no era el mejor consejero. Así como Gunter, tenía la facilidad de hacerme enojar solo porque eran incapaces de empatizar. La diferencia, es que Dony era mi amigo, y si bien Gunter en teoría lo era, sabemos que los "amigos con derecho" es simplemente llevar una relación sin compromiso. Así que sí, siempre hay emociones, gusto y un enamoramiento que no queremos aceptar.

Por obvio que suene debo decirlo. Pasé muy mal esa tarde. La decepción fue tan profunda como mi ira, mi rabia, y todo lo que en ese momento no podía comprender o aceptar. Después de ese momento, no le volví a escribir más. Y cuando nos topábamos, le trataba indiferente, dolida porque fuera tan bruto, tan tonto y tan ciego. Tiempo era lo que necesitaba, solo eso, y nunca lo vio. Yo no sabía qué quería, estaba confundida, pero sí conocía que, el tiempo, el sexo y muchas cosas más, eran suficientes para aceptar mis propios sentimientos. ¿Qué tan ciego se podía llegar a ser, o tan tonto, para no verlo?

"Me duele que me trates así".

Fue uno de los tantos mensajes que recibí, que me llegaron al corazón. Pero ya saben la problemática del orgullo. Confiada en que era una mujer que decisión que tomaba la respetaba, para serme fiel misma, no me di cuenta que había caído en la extrema locura. Yo amaba a ese hombre, aunque no lo aceptara.

Un mes completo pasó en ausencia, de añorarle en mi cama, de anhelar sus brazos y sus besos. Una tortura.

Cuando de pronto, recibí un mensaje que hinchó mi corazón. Solo comentaba una foto mía en mi estado y me fue imposible no responderle. No crean, no fue un mensaje pretencioso, más bien un pequeño gesto pero que sentí que hablaba más de lo que se debía.

El día después de esa pequeña interacción, tenía planeado con una amiga y sus padres ir a un río, y me atreví a invitarle. Mis amistades, incluyendo Dony, estuvieron durante el viaje molestándome por eso. No le negaré, me sentía como enamorada y lo sabía. Nos mirábamos con complicidad, coqueteo, y aquel brillo que siempre llevábamos.

Aquel río se desplegó ante mis ojos como un lienzo natural de serenidad y vitalidad. Las pequeñas cabañas abiertas, sin muros, se mezclaban con el entorno, ofreciendo refugio sin interrumpir la exuberancia del paisaje. Desde ellas se podía sentir la suave brisa que acariciaba la piel y el aroma fresco del follaje cercano, mezclada con el olor a tierra mojada por una lluvia incesante pero que relajaba.

La parrillera rústica y el humo ondulante que se elevaba perezosamente hacia el cielo, emitía un aroma tentador de carne asada y leña quemada que ya habíamos degustado, gracias a Dony y a Gunter. El piso de cemento y el sendero que serpenteaba junto al río parecían invitarme a reflexionar. Y, por primera vez, desde hace mucho tiempo, acompañada del sonido reconfortante de las aguas esmeraldas y cristalinas que corrían y chocaban contra las rocas creando una melodía tranquila y armoniosa, me hizo ver todo con claridad.

Por eso, le llevé a un rincón de aquel sitio. Y sentados en el cemento con el sonido de las voces de quienes jugaban al vóley, riendo y gritando con entusiasmo mientras perseguían la pelota, y otros aventurándose en botes para deslizarse con gracia sobre las aguas relucientes, nos sentamos en para conversar.

No mentiré, seguro me atreví a hacer aquello por el efecto de alcohol en mi sistema. Y no era que estaba borracha, pero ya tenía el efecto primario de este. Mis mejillas ardían en ese momento.

Recuerdo claramente aquella tarde en la que decidimos hablar. El aire estaba cargado de tensión, como si el peso de nuestras palabras pudiera romper el delicado equilibrio que habíamos construido entre nosotros. Gunter comenzó la conversación, y su tono serio me hizo estremecer, sabía que se refería a nuestra discusión del día anterior.

—Lo que realmente me molestó fue la forma en la que me hablaste, Lisa —dijo, con un deje de frustración en su voz.

Me sentí apenada al escuchar sus palabras. Sabía que había sido demasiado brusca, demasiado desafiante.

—Lo siento, Gunter —murmuré, bajando la mirada—. No fue mi intención... Pero lo que nunca he entendido es porque si te das cuenta como actúo, en vez de buscar una alternativa para calmarme, hayas formas de llevarme al límite. Es como si te probaras a ti mismo conmigo o como si buscaras adrede lastimarme...

Pero antes de que pudiera terminar mi disculpa, sentí un nudo en la garganta al recordar lo que había sucedido esa misma tarde. La verdad que había estado guardando durante tanto tiempo finalmente amenazaba con salir a la luz.

—Pero, ¿sabes qué, Gunter? —Continué, decidida a confesarlo todo—. Lo que realmente me molestó no fue solo tu comentario sobre salir con otra persona, que estuvo de más... Es que... ese día iba a pedirte que fueras mi novio.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, y pude ver el shock en su rostro.

—¿Qué? —murmuró, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

Inhalé profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicar mis sentimientos:

—Siempre te pedí tiempo para orientar mis sentimientos, y aunque creía que nuestra relación estaba destinada al fracaso, quería intentarlo contigo —confesé, sintiendo un peso enorme levantarse de mis hombros al decirlo en voz alta.

Hubo un silencio incómodo mientras esperaba su respuesta. Pero en lugar de decir algo, Gunter solo se quedó allí, mirándome con una expresión indescifrable en su rostro.

—¿Estás bien? —pregunté, preocupada por su reacción.

—Solo... me dejaste helado —admitió finalmente, pasando una mano por su cabello en un gesto nervioso—. No esperaba escuchar eso de ti... Y no podemos tener esta conversación ahora, Lisa. Tú estás un poco embriagada, y yo... bueno, no he dormido en toda la noche."

Me sentí decepcionada, pero entendí sus razones. Asentí con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta al darme cuenta de que nuestras emociones nunca parecían sincronizarse. Justo cuando estaba a punto de responderle, fuimos interrumpidos por una voz llamándonos desde lejos.

—¡Chicos! ¿Están por ahí? —Era Dony que venía a buscarnos. El momento había pasado, y la conversación quedó suspendida en el aire, sin resolver, pero con la ilusión de por medio.

La tarde fue magistral después de eso. Nos bañamos juntos, reímos, compartimos, y nos atrevimos a coquetearnos otra vez, como enamorados. Cuando regresamos, y el manto estrellado estaba sobre nosotros, le dije que si quería subir un momento a mi departamento. Él aceptó, y allí, en mi cuarto, nos besamos, desbordé mi corazón como nunca, y él acepto cada una de las cosas que tenía para darle. Me miró, como debatiéndose entre una escena real o no, y al mismo tiempo, como si anhelara ese momento. Me ilusionó. Había oportunidad.

Aunque le pedí que pasáramos la noche juntos, él declinó mi oferta. Dijo que sus familiares tendrían un viaje al día siguiente y se responsabilizó en llevarles. No era mentira.

Al día siguiente, enamorada como nunca, le escribí, me respondió, pero luego se desconectó. Sabía que estaba con sus familiares.

Tenía tantas emociones mezcladas, que pedí orientaciones a muchas amistades. Yo, ahora quería atreverme, quería darle lo que nunca le había dado y quería probar. Ese día, una de mis amigas no monógamas, me dijo algo que fue mi mantra o mi marca personal ese día, y que no esperaba de alguien como ella:

"Amiga, entiendo tus dudas y temores con respecto a la monogamia y las posibles infidelidades que puedan surgir en una relación. Es natural sentirse insegura ante la idea de comprometerse con alguien y temer salir lastimada. Sin embargo, permíteme ofrecerte una perspectiva diferente.

A veces, nos aferramos a la idea de que la monogamia no es el camino, es que no es uno designado para todos, pero también es cierto que puede no ser el camino adecuado para nosotros debido a nuestras experiencias pasadas o nuestras propias inseguridades. Pero ¿y si te digo que nunca sabremos si la monogamia es realmente para ti hasta que te atrevas a vivirla con esa persona?

Es posible que el chico que te ofrece una relación monógama sea justo lo que necesitas en este momento de tu vida. Quizás esté dispuesto a brindarte la estabilidad y la seguridad emocional que tanto anhelas. No hay forma de saberlo con certeza a menos que te atrevas a darle una oportunidad.

Sé que el miedo al dolor y a la decepción puede ser abrumador, pero recuerda que el dolor de no intentarlo puede ser igual de devastador. Si te arriesgas y la relación no funciona, al menos habrás obtenido la claridad que necesitas para seguir adelante sin arrepentimientos ni dudas. En cambio, si decides no intentarlo, siempre te quedarás preguntándote qué podría haber sido si hubieras dado el paso.

Así que te animo a que te atrevas a vivir esta experiencia. Aunque pueda doler, al final encontrarás paz en saber que tomaste la decisión correcta para ti en este momento de tu vida. Recuerda que el crecimiento personal viene de la mano de la exploración y el aprendizaje, y no hay mejor manera de descubrir lo que realmente necesitas que enfrentándote a tus miedos y dando pasos hacia lo desconocido. Confía en ti misma y en tu capacidad para tomar decisiones que te lleven hacia la felicidad y la plenitud. Estoy aquí para apoyarte en cada paso del camino."

Entenderán lo que estas palabras significan de alguien que no vive en monogamia, pero que es feliz en ese aspecto. Esperaba que me dijera que no lo intentara y que perdiera el tiempo. Pero sus perspectivas afianzaron que, surgiera como fuera, debía tener paz con lo que decidiera y sus resultados. Fueran positivos o no.

Con ese ánimo, en la noche, cuando llegó a la ciudad después de haber dejado a sus familiares como lo había previsto, intenté animarle porque estaba triste. Hicimos videollamada, pero lo notaba un poco alejado. Creí que era por el luto de despedir a seres queridos.

Sin embargo, algo dentro de mí me anunciaba otra cosa. Y el mismo tocó el tema.

—Verás, Lisa, te mentí. —Esas primeras palabras ya me había crucificado. La gente que me rodea sabe que mentirme, es el primer paso para alejarme—. Ayer, cuando hablábamos, ya había tomado mi decisión cuando me confesaste todas esas cosas. Y debo admitir que he estado hablando con otras chicas cuando te fuiste. Me sentí tan mal que fue mi escape. Y aunque lo que te voy a decir no tiene nada que ver con alguna de ellas o que me he enamorado de alguien más, estoy seguro de que ahora no quiero tener nada contigo.

Sí, no sé cómo contuve mis ganas de llorar, pero puedo garantizarles que mi corazón se desplomó y las lágrimas estaban al borde de la comisura de mis ojos. De seguro palidecí. Debía decir algo, pero el nudo en mi garganta me oprimía, y me hacía cuestionar todo en ese momento. ¿Qué significó para él todo el día de ayer?

—No entiendo —dije finalmente—. Por qué si te sentías ayer así, ¿por qué me besaste tantas veces?

—Porque quería comprobar si sentía lo mismo que antes. Y confirmé que no siento nada —respondió.

Me quedé completamente muda. Hubo un silencio incómodo que, pese a que en su rostro veía incomodidad por decirme aquello, mi cabeza no podía creer lo que estaba diciéndome. Recuerdo que asentí, y expresé que era válido lo que decía. Él volvió a mentir, lo supe, me dijo que estaba cansado y que quería dormir. Yo asentí y colgué.

Esa noche no pude dormir. Estaba devastada.

Quisiera que esta historia tuviera un final feliz, pero no lo tiene, por ahora. Solo sé que ese día desbordé mi llanto, mis frustraciones y mis sentimientos, dedicándonos canciones y escritos, así como este.

Recordé una vez que alguien dijo, incluso, que un sagitario y un tauro no podían estar, no porque no hubiera atracción, sino que sagitario siempre iba a encontrar formas de cortarle la cabeza a tauro y exhibirlo en su sala como un trofeo. Era una relación destructiva para tauro. Y aunque no soy tan fan de creer en estas cosas, como podía negar mi verdad en ese momento.

Algunos mensajes de ese día:

"¿Dónde veo el amor?

En esas miradas que susurran palabras.

¿Dónde veo el amor?

En esas miradas que desnudan el alma.

¿Dónde veo el amor?

En esas miradas que cantan mil palabras.

¿Dónde veo el amor?

En esas miradas que accionan y desgarran.

¿Dónde veo el amor? ¿Dónde lo encuentro?

En nuestras miradas silenciosas y cómplices, que, aunque ya el tiempo se ha pasado, allí queda la huella de este. En esas miradas."


"Soy hermética con mis sentimientos por temor a que eso no se valore. Hoy me siento mal. Verán, ayer me abrí, me confesé y admití, dejé que se desbordara todo lo que sentía, y tomaron todo eso y lo pisaron. Pero entiendo y acepto todo, aunque hoy me esté muriendo por dentro."


"¿Tú crees en los signos?

Hace un tiempo vi un video donde resumía la relación de un Tauro y un Sagitario como una tormenta de fuego, pasión y de libertad, pero el consejo final del que hablaba decía que, si se pudiera evitar estar en contacto entre ellos, que lo hicieran. En especial para Tauro porque Sagitario sería capaz de colgar la cabeza del toro y exhibirla en su sala. Palabras fuertes e intrigantes me fueron, y hoy resulta que soy el toro colgado en esa sala."


"Hoy será el único día en el que te dedique mi despecho, mi llanto y mi corazón entre mis manos. Hoy será el único día donde desnudaré mi alma por ti y me vulnerabilice como en mucho tiempo no me había pasado. Hoy será el único día donde estaré colgado en tu sala como un trofeo con la finalidad de que otros me admiren. Hoy será eso. Pero mañana no solo será más bonito, sino que forjaré con hierro y oro mis grietas, las dejaré allí para entender a otros y brillaré como siempre. No será hoy, pero sí mañana."

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