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❧𝒞apítulo 𝒰no

𝒞apítulo 𝒰no

«𝒥enn, Jenn, Jenn...»

───── JENNARY L'ROUX ─────

La música, más allá de ser sonidos dispersos en el aire, es el abrazo que la vida le pude dar a nuestra alma.

La música sabe cómo nos sentimos. Ella sabe que es lo que sentimos y como lo sentimos. Además que con solo escuchar aunque sea un pedazo de la canción favorita de alguien, definitivamente, sabes quien es esa persona.

La música sabe de nosotros, lo que no sabemos de nosotros mismos.

Por eso, cuando las notas salen de este viejo piano le cuento a los demás mi vida, aunque ellos no lo sepan. Es como lugar en el que caes y empiezas soñar que todo está bien, aunque este completamente mal.

Lastimosamente, el sonido de unas hojas golpeando el bastón del piano me hicieron despertar. Mis dedos tropezaron haciendo sonar bruscamente la notas.

—Subiste el tono y vas muy rápido.—Me regaño Sor Carmen, la monja encargada de acompañarme en mis prácticas de piano.

Yo me alcé se hombros ante su observación.

—La melodía se me hacía deprimente. Quise darle un poco más de vida.—Me excusé, pasando la página de mis partituras.

—Debes hacer las cosas tal y como te las ordenan.—Habla severa. —No puedes ir por la sociedad siendo una mujer que no cumple ordenes. No eres una cualquiera. Eres educada en un internado de alto prestigio, cuando salgas de aquí, compórtate como tal.

Rodé los ojos mentalmente. Escuchar a estas señoras hablar era como escuchar a mi madre. Y de por sí, mi madre era un dolor se cabeza. Peor aún, un maldito infierno.

Al menos, encerrada aquí, tenía menos posibilidades de estar cerca de ella. Más que un internado, ésto se sentía como un retiro de la paz mental.

—Vuelve a tocar. Y que esta vez, sean la mismas notas que tienes en el papel.

A pesar de que a mí me pudria por dentro que me sermonearan, estaba agradecida de que fueran palabras y no golpes. Cómo mi madre me había acostumbrado.

—Señorita L'roux.—Otra monja me llamo por la puerta. Dejé las notas ahí y me dirigí a verla.—Tiene visitas.

Suspiré pesado.

Había invocado al diablo antes de tiempo.

Me levanté de dónde estaba sentada. Acomodé la falda a cuadros de mi uniforme, me cerciore de que mi chaleco estuviera bien acomodado y caminé hacía el calvario acompañada de la hermana.

Como decía, éste lugar no está para nada mal. La mayoría de las paredes tenían ese detalle de madera en la mitad de la pared, seguido de papel tapiz de naturaleza muy muerta. Cada pasillo o lugar me daba la impresión de una fotografía antigua en sepia. O era mi imaginación. Quizás si le quitasen una que otra regla, estaría perfecto.

Tenía un gran patio donde practicábamos deportes. También jardinería que le daba una pizca de "acogedor" al ambiente. Igual, las plantas en los pasillos hacían el pequeño intento de darle más vida al lugar.

La hermana y yo tardamos unos cuantos minutos en llegar a la sala de visitas. Cómo estábamos en un internado cerrado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, por unos 200 o 300 días al año, nuestros familiares tenían la opción de venir a visitarnos. O dejarnos abandonados aquí como basura.

Me hubiera gustado la segunda opción. Pero para mi desgracia, mi madre optó por la primera.

La mire a la lejanía con sus gafas de sol y su traje ridículamente elegante, junto a su cara de hipócrita, que siempre sonreía como si me amara.

Mon amor. —Se levantó y me saludó con dos besos en ambas mejillas, cómo se acostumbra en nuestro país de origen.

Nos sentamos la una frente a la otra. Se despidió de la hermana con una sonrisa, cuando se fue me miró con disgusto.

—¿Por qué traes el cabello suelto? —Pregunto amargamente —. ¿No te da ni un poco de vergüenza estar así de desarreglada?

Sin protestar o decir alguna cosa, tome la liga en mi muñeca y me ate el cabello lo mejor que pude. Un minúsculo mechón cayó a mi frente y ella lo recogió.

Antoinette Villanuete no era ni de cerca una madre amorosa o amable. Era difícil de satisfacer y demasiado exigente. Sentía como si el simple hecho de mi existencia le molestara. No podría decir que me odiaba... Solo no era de su agrado.

—Eres un verdadero desastre, Jennary. ¿No piensas hablar?

—¿Cómo estás? —Hable, manteniendo una postura decente.

—Bien, supongo. Sin ti tengo más tiempo libre.

—¿Y papá?

—Viene para acá, estaba buscando un estacionamiento cuando llegamos. Quise verte primero y darte esto antes de que él aparezca.

Me mostró una cajita roja. la abrió y en ella vi un anillo dorado con un corazón y una cruz. La puso en mi dedo anular, me apretó la muñeca con fuerza, tanta qué sentía que empezaba a dolerme, y apunto firmemente el anillo sobre mi dedo. Esa acción me hizo levatar la mirada buscando una explicación.

La frialdad en sus ojos azules me llegaron a congelar hasta la más fina célula de mi cuerpo. Sentí que deje de respirar al ver la severidad en su mirada. Sentí el fuego de la ira pegarme de frente.

—¿Sabes lo que es ésto? Es un anillo de castidad. Este es tu boleto para que yo pueda conseguirte un buen marido y que tengas una vida decente.—Me dijo, en un tono bajo y muy serio.

Ambas sentimos un peso caer en la silla al lado de ella. Era mi papá. Traía su traje elegante de trabajo, su cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás y su sonrisa de felicidad al verme.

De los dos, él era el que más me amaba. Lo podía ver en sus ojos. La luz que les poseía cuando me miraban y conectaban conmigo.

Bonjour, Citrouille —Me saludo, acariciando mi mejilla—. Perdón por no haber venido las otras semanas. He estado algo ocupado en el nuevo trabajo.

En esos curiosos ojos de dos colores que tanto llamaban la atención. Uno de ellos era almendrado, mientras que el otro era azul marino. De lejos no se notaba tanto, pero ya enfrente se miraba con más detalle. Tomó mis mejillas entre sus manos y las apretó, besó mi frente y se sentó en su silla.

—Bien, ¿De qué hablaban? —Pregunto papá, mirándonos a ambas.

—Le comentaba a Jennary que he conocido a los Roberts Lambert, y que su hijo mayor está interesado en ella. —La mirada de mi madre me vio severa.

Mi respiración se alteró un poco al suponer que con eso, mi madre realmente si me estaba buscando un marido. Y con eso, se iban todas mis esperanzas de ser libre.

Si no era mi madre, iba a ser mi futuro "esposo".

Papá resopló, su mirada me reflejo pena.

—An, no creo que ese sea un tema para hablar hoy. —Habló, tomando mis manos—. No la hemos visto en semanas, no la abrumes con eso. No ahora.

—Killian, deja de ser así con ella. Por eso es una malcriada. 

—Solo digo de qué tengo tiempo de no ver a mi hija y hablar como si me estuviera deshaciendo de ella, no me agrada.

—Nos estamos haciendo viejos, ella debe de mantenernos.

—Antoniette, cállate ya. —Mi papá hablo, fuerte, tanto a que mi madre dió un pequeño salto.

Él espero paciente su reacción. Ella lo que hizo fue levantarse, murmurar a regañadientes y salir del salón de visitas. Papá sus miró y me miro con tristeza.

Hace un tiempo llegue a comprender de que mamá no me amaba a mí, y mucho menos amaba a mí padre. Desde que tengo memoria, papá luchaba cada vez por tratar de que ella se sintiera bien en su matrimonio. Al ser arreglado, pensó que debía esfuerzarse para que ella se sintiera bien. Pero por más que papá se interesaba por sus gustos, ella solo nos trataba como si fuéramos objetos y bolsas de dinero. Quizás él se cansaba de pelear.

—Te extrañé, Citrouille. —Acarició mis manos— semanas en la mudanza, tu madre enloqueciendo, el nuevo trabajo. No tengo tiempo para mi pequeña.

—Yo también te extraño, papá. Pero aquí no está tan mal. Creo que es mejor que estar en casa con mamá.

Abrió la boca para decirme algo, pero su teléfono empezó a sonar. Soltó mis manos y se levantó para atender la llamada. Mis dedos automáticamente se fueron al nuevo accesorio en mi dedo anular. El reflejo de mis ojos se mostró en el dorado de la joya.

El pequeño anillo que ahora posaba en mis manos era la presentación más decente de lo que vendría siendo un grillete en el tobillo o una etiqueta de precios.

No está de más expresar lo incómoda que me hacía sentir, y peor aún, lo incómoda que me hacía sentir las semanas siguientes que me harán recordar que mi madre le había puesto precio a mi cabeza. Si no también a mi integridad como mujer.

No me quiero ni imaginar a qué tipo de personas mi madre me uniría. Lo más probable es que estén tan locos como ella.

O incluso, más locos que ella.

—Cariño, tendremos que irnos. —Papá interrumpió mis pensamientos—. Te prometo que vendre más seguido.

Besó mi frente, apretó mi cuerpo en un largo abrazo, por último acunó mi rostro en sus manos.

—Te quiero, eres lo mejor.

Esas fueron sus últimas palabras antes de irse. Yo me tiré en la silla y cerré mis ojos unos segundos procesando la información, esperando recargar fuerzas para volver a tocar el piano. Un peso cayó frente a mí. Me tensé al imaginar que probablemente sea mi madre.

Levante mi vista, para mí suerte no era mi madre, era Jean Paul Roussel. Un tipo larguirucho, de piel pálida, ojos verdes y un frondoso y usualmente desordenado cabello; que desde hace una semana no se me despega. Es un francés de nuevo ingreso, igual que yo, y al parecer no tienen ningún amigo aquí. Me agrada, a veces habla de bandas de rock, luce como un vagabundo con un uniforme decente pero que siempre está desaliñado.

—Hola, Rubia. —Saludo con su pésimo acento fingido británico.

—Hola. —Le reste importacia a su presencia—. ¿Qué haces aquí?

—Vengo a traerte para que vayamos a tomarnos un té. Al parecer es lo único que sirven aquí. —Lo último lo digo entre dientes.

—Intentemos con un café.

Jean Paul y yo nos levantamos para irnos directo a la cafetería. Caminamos algunos pasos hasta que nos dimos cuenta que están remodelando el pasillo, iríamos por el camino largo, que era pasando por la biblioteca.

La biblioteca no estaba tan mal. Mi yo sé empeñaba en leer mucho para ignorar mis presiones hasta estos momentos. Puede que lleve un tiempo aquí, pero un mes no es nada cuando se vive en un siglo constante de monotonía. Yo a veces venía a leer algunos libros que eran de donativos. Lo más gracioso es que las monjas no se molestaban en leer o averiguar de lo que tratan algunos libros. Así que me he encontrado con algunas joyas de la literatura que probablemente no deberían de estar permitidos aquí. Algunas veces Jean me acompaña, solo para ver algunos libros que están ilustrados.

Pasamos por los grandes libreros, sin decir nada. Yo solo miraba al suelo hundida en mis propios pensamientos, eso hasta que Jean me empujó hacia uno de los libreros. Lo mire confundía mientras las costillas me punsaban de dolor.

—¿Qué te pasa, Roussel? —Le preguté, sobando la parte trasera de mi cabeza.

—Shhh —Fue lo primero que pronunció—. No hagas ruido. Mira allá.

Mire hacia donde él apuntó. Era una pareja besándose de una manera muy fogosa. Las manos del chico sujetaban con fuerza el trasero de la chica, mientras parecía que se estaban devorando mutuamente con tanta intencidad que se apoyaron en uno de los libreros.

La intensidad que reflejaban las mandíbulas de ambos. Sin importar la falta de luz, podía ver con claridad la guerra de sus bocas. El deseo que ambos se tenían era capaz de incendiar todo aquí.

Por la escasez de luz que hay en este salón, era muy común que algunos listos y aprovechados se metieran aquí a hacer sus cosas. Había visto y escuchado más de lo que a mí me gustaría admitir.

Me encogí de hombros.

—¿Qué con eso?

El muchacho me vio, sus ojos se volvieron saltones cuando frunció el ceño levemente, mostrándose desconcertando.

—¿Qué tan a menudo pasa como para que no te sorprendas?

Le pegué dos veces en el cachete.

—Más de las medicamente recomendadas.

Salimos del escondite del que él mismo nos había había metido. Caminamos distanciados de la pareja, pero aún así, quizás con un poco de morbo, los volteamos a ver.

—¿Ya dejaron de espiar, pervertidos chismosos? —Hablo el chico al que estábamos espiando.

Digo, viendo de manera curiosa.

Mi amigo solo me tomo de la muñeca y aceleró nuestro paso.

—¡Corre, rubia, corre! —Dijo, un no muy disimulado Jean Paul.

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A-O, criaturitas come libros! 👻

Hemos empezado un nuevo libro, y estoy muy emocionada por este estreno.

No sé si lo notaron (lo más probable es que sí lo hayan notado) pero esta es una novela sobre Jennary y Xavier. Los padres de Karter.

Esta es la historia antes de la historia.

A mí parecer, la historia de Jennary y Xavier es muy buena. A pesar de que quizás odien a Xavier por La vida de un fantasma en soledad. Pero pare mí, si le quitamos eso, Xavier no es un mal personaje.

Además de que todas sus actividades se verán explicadas mas no justificadas, en esta novela.

Espero que les guste.

—K.

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