29 | This is me trying
𝐓𝐫𝐨𝐮𝐛𝐥𝐞𝐦𝐚𝐤𝐞𝐫
PODÍA DECIR QUE luego de meses de lo que se había sentido como un juego del gato y el ratón: hicimos click.
La cita había sido estupenda; comimos, charlamos, nos reímos, nos besamos...
Y bueno, otras cosas que no deseo compartir.
En general, la pasamos bastante bien. Era un nuevo inicio para ambos todo esto de no querer matarnos, pero habíamos encontrado una buena forma de canalizar aquella tensión...
—Oye, princesa, pedí servicio a la habitación —volvió Carlos a la sala del cuarto de hotel que había pagado durante su estadía en Mónaco.
—Mmm, ¿pediste panqueques? —lo miré desde mi lugar en el sillón.
—¿Quieres que Zara me mate? —bromeó tirándose a mi lado mientras yo pasaba de canales en la televisión sin encontrar nada interesante que ver.
—No te tomaba por cobarde, Sainz —exclamé y sentí como se recostaba y dejaba caer su cabeza en mis piernas, mis manos por instinto se encontraron jugando con su cabello. De verdad adoraba a Carlos con cabello largo.
—No soy cobarde, solo que ya rompimos el régimen ayer y no quiero que te castiguen por mi culpa —cerró los ojos dejándose llevar por las caricias.
—Castigada ya creo que estoy. Si no le respondo pronto a Lele va a pensar que me secuestraron y tendremos a toda la armada buscándome —observé de cerca sus pestañas.
No necesitaban ni rímel, pero tenía curiosidad de cómo se verían con él.
—Solo unas horas más —se quejó—. Ya tendrás tiempo de explicarle todo. Yo me puedo hacer responsable, si quieres.
Ni lo dudé—Sí.
—Pensé que esa era la parte en donde decías que tú te encargarías —abrió un ojo y me observó desde abajo.
—Já, sigue soñando. Yo no quiero ser la que se enfrente a mi hermana cuando ella y Caco nos dijeron claramente que ya no querían que improvisemos.
Carlos estiró su mano y jugó con un mechón de mi cabello—Pero en todo caso lo hacemos ver más natural —se excusó.
—Lo sé, pero también hicimos ver muy natural esa pelea en el paddock y no en el buen sentido.
El madrileño se quedó callado tan solo viendo el mechón de cabello entre sus dedos muy fijamente con esa mirada tan suya.
—¿Siempre tuviste ondas? —dejó libre el mechón y observó cómo rebotó para formar un pequeño rulo. Suspiré viéndolo, parecía un niño pequeño maravillado con su descubrimiento.
—Carlos, cariño, estamos hablando de algo importante.
—Mira, yo me encargaré de hablar con Lele, ¿sí? ¿Ahora puedes responder mi pregunta? —me miró expectante.
—Sí, siempre he tenido ondas. De hecho, mi cabello natural es ruloso, ¿feliz?
—Mucho. No pensé que podías ser más atractiva y me acabas de probar lo contrario —sonrió divertido.
—¿Te gustan los rulos? —dije confundida.
—Sí, creo que se ven sexy.
Solté una carcajada.
—¿No quieres dejarte el cabello así? Deja de plancharlo o hacerte tratamientos, lo que sea. Solo déjalo así como está —insistió.
—Aunque quiera no puedo.
Frunció el ceño—¿Por qué?
—Mis patrocinadores me pagan porque mantenga cierta imagen, Carlos.
—¿Y?
—Pues significa que si quieren que use ropa de ciertas marcas, lo haré. Si desean que solo me maquille de tal manera, pues me toca. Y si quieren a Adora de cabello lacio, pues la tendrán. Así de sencillo. Es más fácil cumplir con esos requerimientos que en no meterme en problemas con la prensa —me encogí de hombros.
Sin embargo, se hizo un silencio en la habitación.
¿Dije algo mal?
Observé a Carlos, pero no parecía estar ahí conmigo. Su mente rondaba por alguna otra parte, lejos de esa habitación de hotel.
Se relamió los labios e igual de pensativo pronunció—¿No sientes que... somos como estos títeres de peces más gordos? Nos dicen cómo tenemos que vestirnos, qué comer, qué decir, cómo actuar...
Me quedé extrañada. No porque no fuera verdad, porque lo era, sino por lo repentino de su observación.
—Supongo que en parte, pero no podemos decir que no elegimos esta vida voluntariamente —le recordé.
—Lo hicimos, tienes razón... solo que nadie entenderá lo difícil que es —se quedó viendo el techo.
—Carlos, no tenemos una vida difícil... —negué con la cabeza—. Somos afortunados. Muy afortunados. Podremos quejarnos de la prensa, los patrocinios, el equipo, la falta de privacidad y lo que sea, pero hay personas que lo tienen peor.
—A nosotros hasta nos dicen con quién tenemos que salir, ¿te parece poco? No había oído de relaciones arregladas desde la edad media —bromeó.
Bueno, nunca lo había pensado de esa manera, pero también era cierto. Aquí el estatus y las clases sociales les importaba bastante, y no era tan bien visto que estuviéramos con cualquier fulano. Algo con lo que tampoco estaba de acuerdo dentro del mundo del deporte era ¿por qué les importaba con quiénes saliéramos?
Tomé sus cachetes entre mis dedos y apreté su rostro haciendo que forme un puchero chistoso—Oye, galán —solté con sarcasmo—, me estás deprimiendo. Y ese no es el mood que quiero cuando estoy contigo en una habitación de hotel a escondidas y usando solo tu camisa.
Eso pareció despertar su interés, pues sus cejas se alzaron—¿Solo... mi camisa? —se volteó entre mis piernas para ver la camisa suya que adornaba mi cuerpo.
Y juraría que iba a hacer uno de mis comentarios sarcásticos, pero el madrileño comenzó a dejar besos en mis muslos de una manera que se me olvidó hasta qué iba a decir.
Maldita sea. Este hombre era insaciable.
Bueno, para qué mentir. Yo igual.
Cuando quise darme cuenta ya me había recostado contra el mueble y continuaba con su trabajo de mordisquear y besar la piel de mis piernas con arrebato, sujetándome con una mano mientras la otra se encargaba de desabrochar su camisa.
—Carlos... la comida... —recordé en un murmullo sujetando su cabello con una mano para apartarlo.
—Sí, ya me encargo yo de eso —me regaló una sonrisa juguetona y desabrochó el último botón dejándome expuesta frente a él.
Si algo disfrutaba era de la sensación de sus manos en mi cuerpo. El cómo solo con una podía cubrirme medio estómago. Se sentían algo ásperas, tal vez debido a su entrenamiento, pero nadie podía decir que no tenían experiencia en lo que hacían.
Dejó un suave beso en mi rodilla mientras sus grandes ojos me miraban desde abajo y era como si me quisiera comer entera.
Lo cual, de nuevo, no ponía objeciones.
Sus dedos se engancharon en mi improvisada ropa interior, estremeciendo todo mi cuerpo—Creo que tomaré esto de vuelta —habló viendo los bóxers negros que le pertenecían.
—Rompiste mi conjunto ayer —le recordé. Sí, el bonito conjunto rojo que me había regalado no sobrevivió a la cita.
—Y te dije que te compraría otros... —sonrió con malicia y empezó a bajar con lentitud mi ropa interior...
Y justo cuando estaba por bajarlo por completo, tocaron la puerta.
—Te dije "la comida" a ver si se te pasaba lo antojoso porque en algún momento nos iban a interrumpir —me burlé y Carlos me miró irritado.
Se levantó de su lugar para ir a buscar la comida mientras que yo me levanté para esperarlo en la cocina a lo que abrochaba de nuevo los botones de la camisa tratando de calmar mis mejillas rojas y mi corazón alborotado.
Dios, solo fueron pocos toques y ya me tenía mal.
Decidí distraerme buscando los cubiertos porque no sabía si incluirían en la bandeja.
¿Qué habrá pedido?
Cuando volvió, dejó la bandeja a un lado como si no planeara ni tocarla, y me arrinconó contra la encimera haciendo que se me cayeran los cubiertos de las manos. Todavía en mi estupefacción me volteó sujetándome por la cintura—Ya no nos pueden interrumpir —dijo con la voz un poco ronca, y se acercó tanto a mí al punto que su nariz se rozó con la mía.
Okay, juego injusto.
Odiaba cuando usaba esa voz, tan solo era una mujer contra su voz ronca y unos grandes ojos marrones hambrientos.
Debía ser alguna clase de táctica, porque en sus ojos no vi ningún indicio de que fuera a dar el primer paso, como desafiandome a decidir qué quería más, comer... o comérmelo a él.
Difícil elección.
Acuné su rostro entre mis manos sintiendo su barba al ras picarme los dedos. Su mirada no me perdió de vista en ningún momento, tratando de anticipar cada paso.
Pero es que dos podían jugar este juego.
Tracé con mi dedo pulgar su labio inferior como en aquella cita hace quien sabe ya cuanto, cuando lo hice sin pensarlo ni con intenciones detrás. A diferencia de ahora, en el que el suave toque y ligero jalón que di fueron una herramienta para la anticipación que quería crear en el madrileño.
Escuché como inhaló entrecortado y sonreí con satisfacción. Bingo. Me acerqué lo suficiente para que nuestros labios se rozaran, jugando a tentarlo cuando no cumplí con la ilusión que le había creado de que sería yo quien tomaría sus labios entre los míos.
Y justo cuando pensó que lo besaría murmuré—¿Qué hay para desayunar? —y disfrutando de su perplejidad me alejé victoriosa, pero había un factor que se me había olvidado tomar en cuenta, y era que ya no estábamos jugando como antes.
Las reglas habían cambiado.
Ni bien terminé de decir esa frase cuando los labios de Carlos se apoderaron de los míos de una forma tan exigente que parecía un salvaje. Ahogué un gemido en mi garganta en el momento en que me apretó contra él de una manera deliciosa, su mano tomándome del cuello mientras la otra estaba en mi espalda baja.
Su boca no me daba tregua, era intensa y demandante, no me dejaba separarme ni un momento y tengo que admitir que mi cabeza empezó a dar vueltas cuando trazó mi labio inferior con su lengua antes de abrirse paso y luchar con la mía.
No había ni caído en cuenta de cuando apretó con una mano mis muslos indicando que saltara, pero mi cuerpo reaccionó por instinto entrelazando mis piernas en su cadera, donde se presionó contra mí, sintiéndolo en mi vientre.
Estaba consumida por él, no podía pensar con claridad, ni siquiera cuando se separó con sus carnosos labios hinchados y empezó a dejar besos entre mi mandíbula y mi cuello como si anoche no hubiera tenido suficiente de mí.
Me froté contra él sintiendo ese familiar cosquilleo en mi vientre mientras nos alejaba camino de vuelta a la habitación, y con ojos entrecerrados de placer vi la bandeja en la cocina.
—¿No vamos a desayunar? —dejé besos en su mejilla a ver si reaccionaba un poco, pero provocó lo contrario.
—No sé tú, pero eso es lo que yo planeaba hacer —me miró juguetón y ante mi estupefacción tan solo replicó besándome para hacerme olvidar cualquier pensamiento que pasara por mi mente.
Adiós panqueques.
[...]
—¿Sabes? Yo no te debería dar ni la hora del día —repliqué pensativa apoyada en su pecho.
Sentí como se sacudió su pecho cuando se rió—¿Por qué?
—Porque le diste el número a esa tipa en Azerbaiyán —dije rodando los ojos. ¿Celos? Sí, tal vez.
No solía ser celosa, pero por algún motivo con Carlos era diferente... Tal vez porque sabía la clase de tentaciones que se le presentaban en el trabajo a diario.
Me miró desde arriba con una sonrisita—¿Quién te dijo que tengo su número?
—No necesito que me digan, te vi poniendo tu número en su teléfono —no me iba a venir a llamar loca a mí, sabía lo que había visto.
—¿Y estás segura de que fue mi número?
—¿El de quien más sino? ¿Horner? —repliqué con sarcasmo y se volvió a reír.
Su brazo haciendo caricias en el mío ayudaba un poco con mi molestia, pero no me iba a dejar tan fácil ahora que había sacado el tema.
—El de mi manager tal vez, Caco, no sé si lo conozcas —bromeó y yo lo miré con los ojos entrecerrados.
—No me jodas.
—Bueno, muy tarde para eso.
Rodé los ojos—No, en serio. No te creo nada.
—Pues adelante. Pero ya quiero ver tu cara cuando te toque venir conmigo a la sesión de fotos para la marca de la que Vanessa vino como representante —replicó divertido.
—Vinissi. Mírate, ya hasta intercambiaron nombres —dije irritada sin prestarle mucha importancia a lo demás.
—Sí, porque tengo una sesión de fotos con la marca que representa y me vas a tener que acompañar —repitió con paciencia.
—¿Y por qué tendría que ir?
—Tal vez, solo tal vez porque esa marca nos acogió como patrocinadores de ambos —me miró y yo resoplé sin poder ocultar mi molestia.
Qué tonta.
Carlos rió al ver mi expresión y me besó la mejilla—Te ves tierna cuando te pones celosa.
—No estaba celosa —arrugué mi nariz sin querer darle la satisfacción, pero ya era demasiado tarde.
—Claro, y yo nací ayer —replicó con gracia.
—Agh, odio tu sonrisa de satisfacción.
—¿Cuál? ¿Esta? —y sonrió aún más.
—Jodete —Le pegué con una almohada.
Se rió a carcajadas—¡Pero si ya te me adelantaste!
—Salgo con un niño —me quejé.
Me aprisionó contra sus brazos—Pues creo que este niño te hizo sentir mejor que cualquier otro con el que hayas estado —sonrió egocéntrico y me dio un corto beso.
—Igual no te quita lo idiota.
—Puede que no, pero puedo hacer esto —me volvió a besar, pero esta vez mucho más lento y profundo, tomándose su tiempo para llevarme al delirio antes de tomar mi labio inferior con sus dientes y darle una ligera mordida que me dejó jadeante.
Me separé acariciando mi labio—No empieces lo que no puedes terminar.
—Creo que te he dejado muy claro que puedo terminar lo que empiezo —examinó mi rostro y apartó unos mechones que no lo dejaban verme en mi totalidad.
De verdad que estaba disfrutando mucho estar así con él, en nuestro pequeño nido de amor, apartados y desconectados del mundo. Era lunes y desde el sábado que no pisaba mi apartamento, pero no importaba. Solo quería seguir ignorando todo con él.
Pero llegó un momento donde se debía afrontar la realidad.
Y era que nos iríamos a Canadá en tan solo unas horas.
Mi teléfono empezó a sonar con el nombre de Lele en la pantalla.
—No contestes —se quejó Carlos besando mi cuello y quise hacerle caso, seguir ignorando a mi hermana tanto como pudiera, pero parece que se coordinaron o algo, porque no mucho tiempo después empezó a sonar el suyo con una llamada de Caco.
—Creo que de verdad necesitan comunicarse con nosotros... —empecé y pude notar la decepción en su rostro, aunque sabía que tenía la razón.
Era hora de afrontar la realidad.
Sin decir nada, cada uno contestó su llamada.
La verdad no quería ser la que hablara primero, por lo que la línea se quedó en silencio varios segundos.
—...¿Es en serio? Te desapareces sin decir nada, por fin te dignas a contestarme el teléfono ¿y ni un "hola"? —soltó mi hermana con molestia.
—...¿Hola? —solté con dudas.
—Te voy a matar —resopló—. Tú definitivamente vas a acabar conmigo.
—Lo siento...
—No, en realidad no lo haces, lo que me jode aún más. ¡¿Para qué carajos me haces tu manager si no me vas a hacer caso?! Te dije. ¡Te dije que no quería que improvisaran más!
—Pero resultó bien —quise defendernos—. Solo pocos nos vieron en los karts.
—Me vale. Se supone que nosotros coordinamos sus horarios, no ustedes porque para algo nos pagan y todo tu horario ya lo tenía planeado. Pero ahora por tu grandiosa idea de desaparecer sin dejar rastro tuve que cancelar reuniones por zoom con posibles patrocinadores ¡porque la coñita no respondía su maldito teléfono! —tuve que obligarme a apartar el celular un momento de mi oído con una mueca.
—Perdón, ¿sí? Lo siento, no tenía idea de eso.
—Ese era el punto. Yo te informo y tú haces.
—Lo sé, no va a volver a pasar —quise asegurarle. La estaba estresando mucho, lo podía sentir.
—No, no lo vas a volver a hacer. Pásame a Carlos.
Miré al madrileño, quien también portaba una mueca en el rostro parecida a la mía mientras hablaba con Caco.
—Está ocupado...
—Pues que se vaya desocupando o me va a reventar la vena.
Le señalé a Carlos el teléfono y pareció captar, apurándose a colgarle a Caco entre disculpas antes de tomar mi aparato entre sus manos—¿Aló?
Conforme pasaban los segundos su cara se convirtió en todo un poema. Juraría haber visto el terror pasar por sus ojos.
—Sí señora... digo, sí, Lele. Lo siento... Entiendo... —tragó grueso—. Ajá... no, no quiero saber... Bien, perdón de nuevo... Adiós.
Lo miré atenta cuando me devolvió el teléfono en la mano—¿Qué pasó?
—Pues me dijo hasta de lo que me iba a morir si volvíamos a hacer algo así, pero creo que bien.
[...]
Luego de pasar por mi departamento para cambiarme y empacar mi ropa, nos fuimos al aeropuerto. Pasamos seguridad sin problemas y nos fuimos en el mismo vuelo, en el cual mi hermana y Rocky, la rata a la que le llama perro, no dejaron de mirar con rencor a Carlos, quien trataba de ignorar sus miradas y convencerme de unirme al mile high club.
Ni de chiste.
Cuando llegamos al aeropuerto de Canadá, sin embargo, lo que creía que sería llegar e irnos directamente al hotel se convirtió en una espera sin sentido gracias a Lele.
—¿Ya nos podemos ir? —repliqué irritada. Ya teníamos todo listo y tan solo faltaba subirnos en la camioneta, pero ella parecía estar esperando a alguien.
—Que no, necia.
—¿Estás esperando a Danny? ¿Es eso? —presioné, pero no obtuve respuesta. Su mirada estaba muy enfocada en algo a lo lejos.
Ya estaba dispuesta a subirme en la camioneta a esperar junto a Carlos y Rocky cuando la escuché pronunciar un—¡Mamá! —y seguido de eso el sonido de sus tacones repiqueteando contra el suelo.
Me volteé sorprendida para encontrarme con la imagen de mis dos hermanos corriendo hasta mí—¡Adora! —se colgaron ambos a mis lados y los abracé estupefacta todavía con mi corazón bombeando con fuerzas en mi pecho.
¿Qué estaba pasando?
—¡Quítate, simia, yo llegué primero! —empujó Adrián a su melliza por la cabeza.
—¡Yo la vi primero! ¡Tú me seguiste, estúpido! —lo empujó de vuelta y yo me sentí jaloneada por ambos lados.
Fui a regañarlos cuando otra voz se me adelantó—Ey, se me comportan los dos. Estamos en público.
Y sentí como si el estómago se me hubiera caído diez mil metros.
Cuando lo miré todavía no lo podía creer, pero ahí estaba. Cualquiera diría que parecía como cualquier padre promedio, con dos mochilas colgadas en los hombros, pasaportes en la mano y la maleta de mano en la otra.
¿Qué hacía mi papá aquí?
En vez de llenarme de emoción, sentí angustia e incertidumbre. Esto no había sucedido en años, tantos que ya no recordaba la última vez que había estado conmigo. Al menos con algo relacionado al mundo del deporte.
Traté de auto convencerme que debía ser por trabajo.
Pero es que no terminaba de procesar el hecho de que estuviera.
Que mi mamá lo esté, okay, también me caía como una sorpresa porque no estaba acostumbrada, solo que mi mente no conectaba de qué manera había hecho que mi papá viniera también.
—¿Y bien? ¿Ni la bendición ni nada? —abrió sus brazos hacia mí cuando los niños se separaron, pero lo miré con desconfianza.
—¿Qué haces aquí? —no pude evitar ponerme a la defensiva.
En mi mente debía tener algún motivo superior para venir a verme, porque no terminaba de procesar que luego de años deseando con todas mis fuerzas recibir el apoyo de mi padre, que me abrace luego de ganar o me diera unas palabras de aliento cuando algo salía mal, estuviera presente.
Cosas así de buenas no me sucedían a mí.
—¿Cómo qué qué hago? Vine a apoyarte, mi vida.
Alcé una ceja, incrédula—¿Apoyarme?
—Pues claro, ¿para qué más vendría? —se metió las manos en los bolsillos—. Tu madre ha estado muy insistente en que venga a verte luego de que me perdí la carrera en Miami y debo admitir que lamento no haber aceptado la invitación en ese entonces.
¿Se alinearon los astros y yo no sabía?
¿Se iba a acabar el mundo?
—¿"Lo lamentas"? —Una risa salió de mis labios—. ¿Desde cuándo tú lamentas algo? No lo lamentaste cuando me echaste de casa, y mucho menos cuando no me viste por dos años, así que ¿que lamentes haber perdido una de mis carreras cuando no has ido a ninguna desde hace más de 8 años? No suena como tú.
Mi papá apretó los labios mirando alrededor—¿Podemos hablar de esto luego?... ¿En un lugar menos público?
—No sabía que te importaba tanto lo que los demás pensaran –repliqué con sarcasmo.
—Tal vez a mí no, pero a ti sí —me miró y detesté que tuviera razón.
No podía permitirme el lujo de otro escándalo público.
Por lo que me mordí la lengua, me obligué a inhalar profundo y luego de reflexionarlo unos segundos, asentí, admitiendo una momentánea tregua a regañadientes.
—Hablaremos después —me aseguró, y se alejó a subir las maletas cuando se encontró con...—. Sainz —le extendió la mano y Carlos la tomó con desconfianza, sospechaba que por pura cortesía porque mi papá no había tratado al piloto nada bien la última vez que nos vimos.
—Señor Torres —replicó estrechándosela rápidamente antes de soltarlo sin querer darle ni un minuto de más de su atención—. ¿Nos vamos? —me miró a mí.
Yo asentí y justo cuando estaba por subirme al auto sentí dos brazos rodearme por detrás—¿Y a mí no me vas a saludar?
El dulce olor característico de mi mamá me envolvió, y no pude contener las ganas de voltearme tan rápido como mi cuerpo me lo permitía para estrecharla entre mis brazos.
—Mi niña —murmuró apretándome con fuerzas—. Dios, a veces se me olvida que eres toda una mujer —sonrió cuando se separó y dejó un beso en mi mejilla.
—Mamá... —alargué la vocal cuando de repente le dio un arrebato de esos que a veces les daban a las madres de darme muchos besos en la cara.
Me puse colorada de la vergüenza solo de pensar que Carlos estaría viendo como mi mamá me trataba como una niña pequeña.
—Sigues siendo la niña de mami, que no se te olvide —dejó un último beso sonoro y se alejó para voltear a Carlos, quien observaba la escena divertido, todavía sin subirse en el carro—. Carlos, bueno verte de nuevo.
—Lo mismo digo, Alba —le sonrió de esa forma encantadora que solo él sabía hacer y pude ver la sorpresa en su rostro cuando mi madre lo saludó con el típico beso en la mejilla venezolano.
—Bienvenido a la familia —dije divertida cuando tan solo quedábamos los dos por subirnos.
—Tienes un poco de labial en toda la mejilla —señaló burlón.
—¿Y? Lo dices como si no planeara hacerte exactamente lo mismo, y con labial rojo para que se note más —le guiñé el ojo y me subí al carro disfrutando del sonrojo en el rostro del madrileño.
—Espero que cumplas con esa promesa —murmuró de modo que tan solo yo lo escuché cuando se subió a mi lado y sonreí.
—¿Cuándo no he cumplido mis promesas?
[...]
Habíamos llegado al hotel sin mayores inconvenientes, sin embargo, los verdaderos problemas empezaron poco después cuando habiendo terminado el check in de nuestras habitaciones nos topamos con ni más ni menos que al señor Sainz y Reyes en camino a los elevadores.
Juraría que Carlos se puso pálido.
—¡Hijo! Dios, hasta que llegan, hemos estado esperándolos a Adora y a ti para ir a cenar en este restaurante que mi amigo nos recomendó —comenzó el señor Sainz mientras abrazaba a su hijo, y yo miré a Carlos con las cejas alzadas "¿tú sabías de esto?"
Reyes me saludó con dos besos en las mejillas—Deben estar cansados del vuelo, amor, siquiera déjalos dormir un rato, es muy temprano —me sonrió—. Bueno verte de nuevo, Ada.
—Digo lo mismo, Reyes —le dediqué una sonrisa tensa.
En parte, estaba un poco irritada de que Carlos no me comentara nada de la presencia de sus padres en este Grand Prix, que pues podría también él decir lo mismo de mí, pero yo en realidad no estaba para nada enterada de esta visita de parte de mi familia.
—Hola, Adora —fue el saludo que recibí de parte del señor Sainz mientras me daba un beso en cada mejilla.
—Buenas tardes, señor Sainz, ¿cómo está?
—Todo bien, gracias a Dios —sonrió y en ese momento mi papá se aclaró la garganta, desviando la atención hacia él.
Mi madre habló igual de impulsiva que yo—¿Ustedes son los padres de Carlos?
—Sí —sonrió Reyes con cierto orgullo—. ¿Ustedes son...?
Podía sentir la ofensa de mi madre brotar de sus poros cuando puso sus manos en mis hombros—La familia de Adora.
Reyes me miró y yo no supe qué decir, por lo que aparté la mirada. Lo último que le había dicho a la madre de Carlos era que no me llevaba muy bien con mi familia, específicamente con mis padres, pues no me apoyaban.
¿Quedaría ahora como una mentirosa?
—Mil disculpas, no los reconocí —soltó Reyes apenada antes de acercarse a saludar a mi madre—. Reyes Castro, muchísimo gusto. Él es mi esposo, Carlos Sainz primero —bromeó. A su vez, mi padre y el de Carlos se saludaron con un apretón de manos. Los dos eran iguales de reservados.
—Alba Aguilar, el gusto es todo nuestro. Este es mi esposo, Leonardo Torres, mis dos mellizos, Aria y Adrián, y mi hija mayor, Alejandra —señaló a cada uno.
Reyes asintió con una sonrisa—Sí, Adora nos comentó mucho de ustedes. No sabíamos que vendrían.
—Queríamos darle una sorpresa a mi Dora —mi padre rodeó los hombros de mi madre con su brazo y pude ver cómo se tensaba en su lugar, pero no dijo nada.
—Y sorprendida quedé —afirmé y los padres de Carlos se rieron.
—¿Qué tal el vuelo? —miró el señor Sainz a mi padre.
—Pues incómodo, era en una de esas aerolíneas baratas. Ya debe saber cómo son —se encogió de hombros y el señor Sainz asintió.
En realidad no creo que supiera porque los Sainz siempre viajaban en primera clase.
—Pues si hubiera estado enterada de esta "sorpresa", podrían haberse ido en clase ejecutiva —murmuré. Tenía los recursos para que viajaran más cómodos y aunque fuera sorpresa, sentía que me veía como la idiota que no ayudaba a su familia.
—Se llaman sorpresas por algo —replicó mi padre.
—Podría fingir sorpresa.
Mi padre rodó los ojos.
Pude ver que los Sainz no hallaban ni por dónde meterse.
Reyes aplaudió y juntó sus manos rompiendo el silencio tenso que se había formado—Bueno, nosotros nos tenemos que ir. No sé qué planes tengan esta noche, pero nos encantaría que nos acompañen a cenar y así poder conocernos mejor, no sé qué les parezca —miró a mis padres con expectativas.
—¿Todos? —quiso asegurarse mi madre.
—Sí, todos. Si es que quieren y pueden, claro.
Mis padres se miraron y antes de que pudiera inventarme una excusa para que no fuéramos, mi padre respondió—Pues estaríamos encantados. Así podemos conocer a los responsables detrás de este encantador jovencito —solo yo pude percibir su sarcasmo, pero su respuesta ganó a los Sainz.
—Digo lo mismo. Su hija es encantadora, ya veo de dónde lo saca —sonrió Reyes.
Ella se veía calmada, mientras tanto el señor Sainz estaba inquieto, y si había aprendido algo del padre de Carlos durante el corto descanso en Mallorca, era que odiaba la impuntualidad y solía vivir apurado.
—¿Entonces hoy a las 8 en el lobby? —dijo el señor Sainz.
—Ahí estaremos —aseguró mi madre.
Carlos y yo nos miramos preocupados. No tenía idea del porqué, pero temía que esta cena no iba a salir para nada bien.
Y presentía que Carlos pensaba lo mismo también.
[...]
Apenas nos dejaron descansar en nuestra habitación, fue de lo último que hicimos.
—¿Venía tu bendita familia y no pudiste ni decirme? —exclamé irritada dando vueltas por la habitación.
—¡Tú tampoco me dijiste nada! —protestó Carlos.
—Lo mío fue una sorpresa, tus papás ya tenían hasta planes para la cena —tiré mi maleta sobre la cama, y empecé a desempacar bruscamente, la ropa que Carlos me había doblado quedando desbaratada en cuanto tocaban mis manos.
El español se acercó con dos grandes zancadas y empezó a doblar y acomodar lo que yo iba sacando. Rodé los ojos. De verdad que tenía tendencias de maniaco.
Estuvimos así en silencio desacomodando y acomodando como dos desquiciados
hasta que me desesperé que no dijera nada.
—¡Déjame desempacar mi ropa en paz!
—¡Pero la estás arrugando! —insistió.
—¡Carlos! —resoplé soltando la chaqueta que traía entre mis manos y me dejé caer en la cama con frustración dándome por vencida viendo al español seguir doblando—... Mira, la verdad me vale un comino si arrugo mi bendita ropa o no, la pregunta es: ¿por qué no me dijiste que venían tus padres?
Lo observé concentrado en su labor, frunciendo el ceño mientras tendía cada prenda con el más mínimo cuidado.
¿Acaso me estaba ignorando?
No despegué mi mirada de su figura esperando su atención—Hey, a ti te hablo, Cacas —le tiré una media apuntando a su rostro, más la atrapó sin ver para seguido alzar una ceja hacia mí como si me estuviera advirtiendo.
Ya sabemos que odia el apodo.
—Bien, puede que se me haya pasado mencionar que venían, ¿vale? Estábamos atrapados en nuestra propia burbuja y no tenía ganas de salir todavía.
—¡Pues burbuja explotada! Ahora gracias a eso tendremos que vivir una cena con nuestros padres —me quejé.
—¿Y? ¿Qué pasa? ¿Crees que mis padres no van a ser suficiente para el gran Leonardo Torres? —exclamó con sarcasmo tendiendo un vestido a mi lado.
—Por favor, ni que fuera de la realeza —rodé los ojos.
—¿Entonces? ¿Qué es lo que te preocupa? —conectó su mirada con la mía y yo gateé por la cama hasta quedar de rodillas enfrente suyo—... ¿Adora? —miró mis labios.
Rodeé su cuello con mis brazos y junté nuestras frentes con un suspiro—Tengo miedo de que... por el comportamiento de mi papá tú familia cambie su perspectiva de mí, y no en el buen sentido.
Miré esos grandes orbes que me dedicaban una de las miradas más dulces que había recibido en mi vida. Una calidez y familiaridad me recorrió de pies a cabeza, enternecida con el hombre que tenía de frente.
Desde el fin de semana íntimo que habíamos pasado juntos sentía que podía sincerarme con él, bajar mis defensas por un rato y caerme si así lo quisiera, porque él me atraparía.
—Eso no va a pasar, cariño... porque irónicamente: te adoran —bromeó con una sonrisa—. Tu papá no va a cambiar eso.
Entrelazó sus manos con las mías.
—¿Seguro? —busqué seguridad en él y solo una mirada bastó para saber la respuesta:
—Seguro —y dejó un beso en mi frente.
Sonreí atrayéndolo hacia mí, más aliviada—¿Qué tal si... nos bañamos juntos, mmm? Para salvar al planeta y esas cosas.
Carlos sonrió contra mis labios—¿Adora Torres me está haciendo una propuesta indecente?
—No empieces —lo besé y momentos después se separó con esa expresión que me decía que se le ocurrió algo.
—Porque eso sería inapropiado para tu compañero de trabajo, ¿verdad?
Jugué con su cabello—¿Carlos?
—¿Mmm?
—Cállate y bésame.
—Con mucho gusto —y seguido me empujó contra la cama y nos besamos entre risas.
[...]
No sabía porqué estaba tan nerviosa, pero lo estaba. Solo a mi madre se le ocurría la grandiosa idea de aceptar ir a cenar con mis suegros... falsos. ¿O verdaderos? Ya ni yo sabía.
El punto era que la idea, para empezar; era una locura.
Apenas entramos al restaurante pude notar el disgusto de mis padres, no sabía si por la elección del local de los Sainz, pero no eran muy fanáticos de la comida asiática. No estaban abiertos a probar cosas nuevas y todo el concepto del restaurante lo era.
Pero eso no tenían porqué saberlo los Sainz.
Miré a Lele y ella ya los estaba reprimiendo con la mirada.
Era de esos restaurantes asiáticos donde uno no pedía platos individuales, sino que se ordenaban platillos grandes para compartir de todo un poco. Eso no les agradaba.
Ya sabía de quién había sacado lo expresiva, los rostros de mis padres eran unos poemas.
Nos guiaron a una sala privada y espaciosa en una esquina apartada del restaurante. Si esta cena iba a resultar catastrófica pues al menos agradecía que fuera lejos de ojos curiosos.
La mesa era redonda, podías ver el rostro de todos los que estaban en la mesa. Nos acomodamos con mis hermanos enfrente con mis padres, Lele en mi lado izquierdo, Carlos del derecho, y al lado de él sus padres.
Que comience el show.
Mi madre fue la primera en hablar—Gracias por extender la invitación —les sonrió de forma amable al señor Sainz y Reyes.
—De nada, yo diría que ya era hora de que nos topemos en algún momento, ¿no? Nunca los habíamos visto en el paddock —la imitó Reyes.
—Bueno, esperemos que ahora nos vean más seguido. Tenemos nuevas metas como familia este año —comentó mi madre mirando de reojo a mi padre, quien se removió en su asiento.
—¿Cómo así? —entrelazó los dedos el señor Sainz sobre la mesa preguntando de forma curiosa.
—Pues estamos aprendiendo a priorizar ciertas cosas antes que otras —respondió mi padre de forma ambigua.
Los padres de Carlos asintieron.
—¿Ustedes van a todas las carreras de Carlos? —preguntó mi madre inclinándose sobre la mesa.
—A las que podemos, sí, cuando no estoy a cargo de mi cadena de gimnasios o nuestra pista de karting. Aparte de mis carreras de Rally, claro —replicó el señor Sainz.
—Ah, usted practica Rally. No estaba enterada.
—Bueno, sí, soy piloto de Rally. Carlos lleva el amor al mundo del motor en la sangre —exclamó con orgullo.
—¿Y por qué no seguiste los pasos de tu padre, Carlos? —mi padre de repente se veía intrigado.
Carlos alzó las cejas, confundido de que se estuviera dirigiendo a él, pero igual respondió—Pues no me llamaba la atención. Tuve la oportunidad de conocer a Fernando Alonso en el Grand Prix de Barcelona cuando tenía 10 años y supe que quería ser como él.
—Hijos, ¿no? —miró mi padre al señor Sainz—. Quiere que hagan una cosa y hacen lo contrario —bromeó.
Pero el señor Sainz no le vio gracia a su chiste—Yo nunca quise a Carlos en ninguna de las dos. Como piloto, sé los riesgos más que nadie, y aunque no tengo ansiedad cuando estoy detrás del volante, pues uno como padre es otra cosa. Ser espectador y no poder controlar nada me mata.
Mi padre asintió a todo lo que dijo, al parecer de acuerdo—Lo entiendo completamente. No seré piloto, pero tener a Adora detrás del volante es una ansiedad constante.
Me hundí en mi asiento, sintiendo como Carlos buscaba mi mano con la suya para entrelazarlas. Tal vez ayudaría a que sobreviva la noche.
—Aunque tiene a tremenda piloto en su familia, déjeme decirle —el padre de Carlos se veía... ¿orgulloso? De mí—. No creo que debería preocuparse tanto, ella va a llegar muy lejos. Le tengo fé.
—Pues eso decían también de Ayrton Senna y mire cómo terminó —murmuró mi padre abriendo el menú.
Carlos y yo nos tensamos en nuestros asientos.
Miré a mi padre con molestia. ¿Cuál era su jodido problema? Sabía que no le caía bien Carlos, pero tratar de causar conflicto en la cena era demasiado inmaduro hasta para él.
—Cualquier piloto se equivoca. Eso fue tan solo una tragedia que le pudo pasar a cualquiera.
—Una tragedia que no quiero que le pase a Adora —determinó mi padre con seriedad.
—Y mucho menos yo. No le desearía eso a ninguno de nuestros hijos. Si fuera por mí ganarían ambos.
—Pues ella está lejos de eso. Inicios de temporada y ya cuántos ¿2? ¿3 DNF's? —me miró mi padre.
Me quedé sorprendida de que supiera de mis carreras.
—No fueron culpa mía —me vi en la necesidad de defenderme. Por mucho que fuera mi padre no iba a dejar que me atacara en plena cena.
El señor Sainz quiso intervenir—Todo piloto tiene sus altos y bajos... Yo al menos recuerdo que en el 98' perdí la oportunidad de ganar por tercera vez el título de campeón mundial de Rally. A tan solo metros de la meta en la última prueba.
Yo quise colgarme a la oportunidad que se me presentó para cambiar el tema—¿Qué pasó?
Mi padre se vio irritado de que le diera cuerda al señor Sainz, mientras que el papá de Carlos parecía bastante agradecido de que lo invitara a contar su historia. De verdad me importaba muy poco complacer al primero.
—Dios, aquí viene —murmuró Carlos con lamento, tal vez acostumbrado a escuchar esa historia miles de veces. Yo me reí.
Su padre se acomodó en su asiento y comenzó a relatar con este aire de dramatismo—Pues el campeonato estaba por definirse ese año, muy reñido, parecía que el título podría irle a mi rival, Tommi Mäkinen, quien llevaba una ventaja de puntos sobre mí, si es que llegaba a terminar la última ronda en el podio. Pero llegó una oportunidad cuando se tuvo que retirar por un golpe contra un bloque y fue obligado a retirarse, así que para mí era ahora o nunca —se aclaró la garganta, su vista estaba distante, como recordando todo en piel propia—. Y no pensé que habría fuerza en este mundo que me detuviera de obtener ese tercer título, de verdad, pero a veces uno sufre por confiado. En el último tramo, a quinientos metros de la meta, se rompió una biela de mi Corolla, y tuve que renunciar al título. No te imaginas cuánto resentí esa pérdida. Los idiotas de los medios no dejaron de mencionarlo durante meses.
Por un momento su mirada se ensombreció.
Mi padre dejó el menú a un lado y con los labios tensos se inclinó sobre la mesa—Tal vez no dejaron de hacerlo porque sigue siendo una noticia. Difícil o no, los medios tan solo informan.
—¿Informar? Sí, es su obligación, pero no significa que no utilicen sus canales para promover sus propias campañas de odio. Por ejemplo, recuerdo a este reportero de... de... —chasqueó los dedos tratando de recordar:—globovisión, si mal no recuerdo. El tipo tuvo el descaro de decir que...
—Cualquier otro pudo haberlo puesto en la línea de meta —completó mi padre con seriedad, y el señor Sainz se le quedó viendo, como si los engranajes en su cerebro estuvieran girando en ese momento. De repente una mirada de reconocimiento pasó por su rostro.
—... Eras tú. No sé cómo pude olvidarlo, solía ver ese reportaje cada vez que necesitaba motivarme.
—Y parece que igual no te sirvió de nada porque no volviste a ganar el mundial —se encogió de hombros mi padre con desinterés.
—¡Papá! —solté con molestia. Estaba actuando como un inmaduro, y temía que su actitud afectara la percepción que había construido la familia Sainz de mí.
—Cuando sepas lo que es ganar, hablamos de lo que es perder —replicó a la defensiva el señor Sainz.
Todos estábamos callados, demasiado aturdidos con la situación como para reaccionar.
Mi papá solo se limitaba a verlo con resentimiento, pero cuando se dignó a abrir la boca para responder, Reyes lo interrumpió.
—Bueno, eh... ¿Qué tal si dejamos las discusiones para luego y ordenamos? —y seguido de eso miró a su esposo—... ¿Carlos?
Se podía notar que le estaba urgiendo con la mirada de que no siguiera discutiendo. Mi madre, en cambio, rodó los ojos hacia mi padre y le murmuró en voz baja cosas que no logré escuchar, pero bastó para que no respondiera y volviera a ver el menú en silencio.
—Ordenemos —declaró Carlos, y parece ser la voz de la razón que necesitábamos, porque seguido de eso el señor Sainz le hizo señas a un camarero para que viniera a tomar la orden.
Y pensamos que había sido el fin de aquella disputa, pero se estaba transformando en algo que tomó vida propia hasta escaparse de nuestras manos.
Pollo agridulce. Arroz frito. Chow Mein. Carne salteada con brócoli. Rollitos de primavera.
No terminaba de pedir uno de ellos cuando el otro agregaba algo más. Habían pedido demasiada comida, pero no se veían perturbados por ello. En cambio, estaban satisfechos viendo al otro desafiante.
Parecían dos niños pequeños.
—¿Seguro que puedes pagar todo eso, Torres? No sé si un trabajo de reportero puede alcanzarte —se cruzó de brazos el señor Sainz con una mirada orgullosa.
Me ofendería un poco si no fuera porque no estaba en buenos términos con mi padre.
—Papá, vamos —lo retó Carlos, pero lo ignoró.
—Es que no lo haré porque el que invita paga, ¿no? —mi padre alzó una ceja entretenido.
Ahí el papá de Carlos pareció caer en cuenta de lo que había hecho porque tensó los labios con molestia.
Torres 1 | Sainz 0
—Correcto —respondió Reyes por él y le dirigió una mirada de que guardara silencio a su esposo, tratando de ponerle un fin a aquella tonta disputa que traían.
Y esperaba que lo lograra porque me estaba comenzando a sentir muy incómoda y no sabía si la comida china sería buena elección para acompañar a mi estómago en estos momentos.
—¿Y... tienen otros hijos? —mi mamá preguntó hablándole directamente a Reyes.
—Sí, dos niñas...
—Niñas —se burló Carlos.
—Bueno —rió su madre—. Tienes razón, ya están grandes.
—¿Y qué hacen? ¿También algo relacionado al deporte?
—No, gracias a Dios —dijo algo aliviada—. Mi Blanca es manager de uno de los mejores gimnasios en España y Anita es consultora en una inmobiliaria.
—Ah, trabajadoras, qué bien —replicó mi madre—. Las educó bien.
—Sí, en esta casa a todos los hemos criado para que estudien y trabajen.
Enseguida pude ver la mueca que se formó en el rostro de mi padre, me volteó a ver y enseguida desvíe la mirada. Sabía lo que estaba pensando.
—¿Carlos estudió? —intervino mi papá mirándome de reojo.
—Sí. Historia del Arte, aunque no lo llegó a aplicar, pero siquiera tiene el título ahí —se encogió de hombros Reyes.
—Es bueno tener un plan B, ¿no? —siguió presionando.
—Depende —repliqué y ladeó la cabeza hacia mí.
—¿De?
—Carlos podrá tener el diploma, pero si llegara un punto donde no esté haciendo nada relacionado al mundo del motor creería que se encargaría del gimnasio de su familia o del negocio de los Karts. Y su título no tiene nada que ver con eso.
—¿Piensas lo mismo, Carlos? —volteó a verlo con los dedos entrelazados sobre la mesa.
—Pues sí. En el lejano caso que no esté compitiendo, creo que ayudaría con el negocio familiar.
Miré a mi padre como diciendo "¿Ves? El título no lo es todo", pero me ignoró.
—¿Y ustedes qué quieren estudiar? —le preguntó el señor Sainz a mis hermanos menores—. Me di cuenta que no les hemos hablado en toda la noche, perdón.
Mi hermana tenía cara de confundida, y no supe porqué hasta que se retiró uno de sus audífonos—Disculpa, ¿qué?
—Perdone a la maleducada de mi hermana —dijo Adrian con una sonrisita antes de voltearse hacia Aria—. El papá de Carlos pregunta que qué queremos estudiar.
—Maleducado tú —resopló Aria antes de quitarle el otro audífono a mi hermano del oído, a lo que Adrian soltó un quejido—. Yo arquitectura.
—Una arquitecta —asintió el señor Sainz con una sonrisa—. Muy bonita carrera.
—Paga bien —se encogió de hombros mi hermana.
—Ya veremos si sobrevives haciendo esas maquetas hasta la madrugada porque "paga bien" —se burló Lele.
—Pues tiene sus prioridades claras, no le veo problema a eso —replicó mi padre a la defensiva antes de ver a Aria—. Vas a ser la mejor arquitecta, mi cielo.
—Ajá —dijo con desinterés viendo su teléfono.
Por algún motivo sentía esta distancia en mi familia. Como si hubiera sucedido algo que no me habían contado, pero para mí era extraño ver a Aria así con mi papá. Era la mayor niña de papi que conocía. Tal vez solo era la adolescencia y estaba exagerando.
—¿Y tú? Adrian, ¿no? —preguntó Reyes viendo a mi hermano.
Él asintió y algo dudoso respondió:—Veterinario.
—Qué bonita profesión. ¿Te gustan mucho los animales?
—Sí. La verdad nunca he tenido ninguno porque no nos dejan, pero siempre me han gustado.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Abrir una veterinaria?
—Algo así —se removió en su asiento viendo de reojo a alguien.
—A ver, explícanos —lo alentó.
Mi hermano pareció pensárselo, pero se veía por primera vez inseguro detrás de esa fachada relajada—Pues... quiero tener un refugio de animales y veterinaria. Rescatarlos de las calles y darles un hogar.
A pesar de lo bonito de su sueño y lo orgulloso que debía estar de él, se veía cabizbajo.
—Amaría ayudarte con el refugio, cuñado —Carlos sonrió divertido—. Creo que ambos compartimos ese amor por los animales.
Mi padre se aclaró la garganta—Gracias por la oferta, Carlos, pero Adrian va a estudiar negocios.
Ahí estaba el porqué de la actitud de mi hermano.
En vez de padre se debería llamar el aplastasueños.
—¿Por qué? —fruncí el ceño.
No le gustaba que lo desafiara en público, pero me dejó de importar cuando se puso a pelear con el señor Sainz.
—Pues porque tiene que asegurar su futuro, ¿no? ¿Sabes cuánto le pagan a un veterinario? —soltó una risa irónica.
Por cada palabra que salía de su boca podía ver a mi hermano más vulnerable, como si apagara la chispa de sus ojos frente a mí. Y no podía permitirme observar cómo descartaba sus sueños de la misma forma que lo hacía con los míos.
—Entonces prefieres que haga algo que no le gusta, pero que pague bien.
—Como todos. Tampoco es el fin del mundo, Dora. Tú tan solo eres afortunada que puedes hacer lo que te gusta.
Me tiene que estar jodiendo.
—¿Eso crees? ¿Qué fui "afortunada" al entrar a la Fórmula Uno?
—Pues sí.
Empezaron a servir los platos a nuestro alrededor, pero no presté atención.
—Yo luché por llegar a donde estoy. Yo tuve que salir adelante sin apoyo alguno para lograr hacer lo que me gusta. Y no creo que solo aplica para mí el luchar por conseguir tus sueños... —le mantuve la mirada hasta que la apartó—... Así que ignóralo, Adrian, estudia lo que quieras que yo te lo pagaré —dije hacia mi hermano e ignorando la molestia en el rostro de mi papá empecé a poner comida en mi plato. Carlos me apretó la mano, y supe que era su forma de mostrarme apoyo sin decirme nada.
—No deberías ponerte en contra de las órdenes de tus papás así —mi papá habló con resentimiento.
—Papás me suena a plural. No he escuchado a mamá decir ni una palabra —volteé a verla—. ¿Tú qué opinas, má?
Se formó un silencio en la mesa hasta que sin importarle la opinión de mi padre dijo seria—Estudia lo que quieras, mi amor.
Mi padre rodó los ojos irritado, pero no importó.
Adrián sonrió ilusionado—Gracias, má.
Seguimos comiendo en un silencio incómodo, pero no me importó. Tal vez no podía hacer mucho por aquella Adora de 18 años, pero sí podía evitar que volviera a sucederle algo así a mis hermanos, lo haría.
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N/A: Aparecí, reviví wuuu
Lo siento, me dio gripa por unas semanas y no tenía ganas de escribir... ni de hacer nada que no fuera dormir, a decir verdad.
Las extrañé muchooo y voy avisando que el próximo capítulo serán dos partes, no me gustó la idea de hacer el maratón en el cap 29 porque me gusta cuando terminan en 5 o 0 jsjsjjs
Quiero oír lo que creen que va a pasar los próximos capítulos, ¿teorías?
¿Y qué pensamos de la rivalidad del señor Torres y el señor Sainz? ¿Opiniones?
Se siente bien estar de vuelta, estoy feliz de ver a nuestros niños ser felices juntos y bienvenidas a las nuevas que llegaron!
Espero que les esté gustando y puede que tenga una sorpresa después de este capítulo.
Vayan a dejarme sus opiniones en la cajita de IG! Amo leerlas, es en @vals.keeper
Las quiero mucho,
No se olviden de votar y comentar!
Se despide,
Val
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