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Capítulo 8

—-¡Por Loris! ¿En qué me metiste, Niklas? Me dijiste que era un empleo ocasional, que pagaban bien y que podría seguir viviendo donde yo quisiera— ahora estaba en un problema mayor, no solo por su posición de empleo sino por Elke, la chica inalcanzable pero tan deliciosamente interesante.

Klaus estaba enojado y Niklas se reía de él.

—No es mi culpa, querido, de que te ascendieran el primer día de trabajo.

Si no fuera por Elke, ya habría renunciado. ¿Qué diría mi padre si me viera? Trabajando para el mismísimo rey, que humillación. Esto es demasiado para mí.

—Si tanto te molesta, puedes renunciar—siguió diciendo Niklas—. Pero yo no tengo otro empleo que ofrecerte.

—Sabes que no lo haré— resopló.

—¿Por la chica? —le guiñó un ojo su amigo.

—Ya, no molestes— lo empujó alejándose.

Había interrumpido a Niklas en su almuerzo y ahora estaba más enojado que antes.

—Vamos, ¡no te enojes conmigo! —lo siguió—. ¡Yo no te juzgo, la chica es linda! Pero es una cría, lo sabes ¿verdad?

Klaus se dio vuelta y lo señaló con el dedo índice.

—No te metas con Elke, las cosas tampoco salieron bien para ella— refunfuñó—. ¡Y no es una cría, por Loris!

—¿No salieron bien? —rio—. ¡Es la nueva princesa! Yo creo que le salieron más que bien. A quien no le salieron bien es a tí. Por cierto— continuó—. ¿Elke? ¿Te deja llamarla por su nombre? Y si, mi amigo, es una cría. Si fuera mi hija, te impediría que la cortejaras.

—Ella no quiere ser princesa— dijo mirandolo con fuego en los ojos. Bueno, eso le había dicho ella. Tal vez solo había querido aparentar, porque Niklas tenía razón. Era muy bueno ser princesa. Bueno para ella, malo para él. Soy un idiota por hacerme tontas ilusiones, ella es rica y yo no. Punto. No hay nada que nos una. —¡Y no soy tan viejo! Tengo la misma edad que tú.

—¡Lo sé! —rio—. Pero yo no me aventuro con jovencitas que no alcanzan la veintena. Tienes treinta años, ya hazte una idea de la realidad— hizo una pausa para tomar aire—. Además solo quiso ser amable. Ellos saben cómo tratarnos. De seguro se estará riendo de ti por cómo te manipuló.

—No me manipuló— dijo refutando no tan convencido—. No tenía por qué ser amable conmigo, yo fui quién habló primero.

—Vale, como digas— le pasó un brazo por los hombros—. Solo no te involucres demasiado o saldrás herido.

—No lo haré o si, no lo sé. Me confundes— se soltó y poniendose la chaqueta de cochero en el hombro, salió a la calle. Tenía cosas que hacer, llegar a donde Bauen y juntar sus pertenencias. Sus tres o cuatro pertenencias. Todo cabía en una mochila.

Llegó al edificio y se encontró al encargado de frente.

—Señor, tengo que decirle algo.

—¿Te vas? —intuyó.

—Me temo que si, me ascendieron en el trabajo y debo dormir ahí.

—Ah— dijo con voz ronca mientras se acariciaba la barba—. ¿Eres un criado? Lo siento por tí muchacho.

—No, cochero y gracias— tenía razón, ese trabajo no era lo que su padre hubiera deseado para él. Apenas había abandonado su hogar y ya se metía en un nuevo embrollo.

—Los aristócratas creen que pueden hacernos sus sirvientes, ignorarnos y castigarnos si decidimos abogar por nuestros derechos— negó con la cabeza—. Renuncia, encuentra un empleo digno— le instó.

—Lo haría, pero necesito el dinero— mintió. La necesito a ella. Elke es diferente, creo que vale la pena el sacrificio.

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—Lena, fue un día agotador y no hice nada. En realidad dudo que me haya movido lo necesario para llamarme a mi misma "un ser vivo".

—No exageres— contestó al verla mirar por la ventana—. Por cierto, la ventana no da al sitio de la servidumbre, no lo verás allí.

—¿Tú crees que esté aquí? —se encontró diciendo con un hilo de esperanza en la voz—. Me pregunto si debería averiguarlo.

—No, es un rotundo no— se serenó el fantasma—. ¿Cómo fue tu encuentro con las damas de compañía?

—Vamos Lena, un poco de emoción. Y aburrido, como todo aquí. Son tres chicas, una más tonta que la otra. No entiendo por qué las preciso.

—No puede ser tan malo.

—Claro que si. Yo puedo ser ignorante en historia, arte y todo lo que quieras, pero sé usar mi cerebro— hizo una mueca de superioridad—. Ahora, de nuevo a lo que me compete, es de noche. Todos deberían estar ya dormidos— caminó despacio hacia la puerta.

—Anna vendrá a prepararte en cualquier momento. ¿Qué tal la cena?

—Dile que enseguida regreso.

—Qué graciosa eres— Lena sacó la lengua burlona.

—O puedes acompañarme, tú eliges— la miró pícaramente—. Vamos, no vamos a morir por una travesura. Si no vienes lo haré sola.

Lena se encogió de hombros.

—Vale.

Elke abrió despacio la puerta, afuera estaba un poco oscuro, solo iluminado por unas lamparillas a los lados. No había nadie, un buen incentivo. Cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí. Lena a su lado como guía, nada malo podía pasar o tal vez estaba muy equivocada.

Dio pasos lentos por el corredor, tenía miedo de ser descubierta pero de todas maneras no debería tenerlo. Era la princesa, no tendrían que cuestionarla.

—Si te encuentran ¿qué dirás? —preguntó Lena.

—Eh, no lo sé— pensó rápido—. Que salí a dar un paseo nocturno.

—No te lo crees ni tú—bufó.

—Vale, no me cruzaré con nadie así que no tendré que dar ninguna explicación forzosa.

Avanzó en silencio por el elegante segundo piso, sus pasos apenas eran audibles sobre la alfombra. La atmósfera estaba cargada de aprensión. Miraba a todos lados buscando un indicio de que debería huir y le recordara la locura que estaba cometiendo. Pero estaba sola... bueno, con Lena que no producía ningún sonido.

Se dirigió hacia la balaustrada que marcaba el camino a la imponente escalera, miró hacia abajo. No se veía nadie, estaba todo en silencio. El servicio aún no había apagado las lamparillas por lo que seguían alumbrando su camino.

Descendió los peldaños de la escalera, uno a uno y en el máximo silencio posible. Nadie apareció, ni siquiera un criado. Ojalá no se hayan ido a dormir aún, pero no, si las luces siguen prendidas, al menos algunos deberían estar despiertos. Me pregunto qué les diré cuando me los encuentre.

Al final de la escalera, dio la vuelta siguiendo a dos sirvientes y atravesó la semi oscuridad del vestíbulo.

—¿Este pasillo se dirige a los aposentos de los sirvientes? —preguntó Lena siguiéndola.

—Espero que sí.

Cerró la puerta del pasillo y caminó rodeada de lámparas de vela. ¿Por qué no tienen lamparillas eléctricas?

—¡Señorita Von baden! —tropezó con la que parecía el ama de llaves. Llevaba unos uniformes en el brazo.

—Señora...

—Strasius, Señora Strasius para servirle— hizo una leve reverencia.

—Señora Strasius, un placer conocerla— sonrió.

—¿Qué está haciendo por aquí a estas horas?

—Oh, quería conoceros—improvisó—. No tuve oportunidad durante el día. Solo pude hablar un poco con Vikky, y no quería dejar pasar otro día —sonó bastante convincente.

—Que amable de su parte— agradeció con un gesto—. Venga, sígame. Pero debo advertirle que algunos ya se retiraron a sus habitaciones.

Por favor Klaus, espero que estés despierto.

La señora Strasius la condujo hasta el final del pasillo y juntas doblaron hacia la derecha hasta un pequeño comedor, tenía solo una mesa y muchas sillas. Había sobre la mesa restos de una cena, algunas criadas estaban limpiando. Junto a la puerta algunos sirvientes hablaban y reían, no alcanzaba a verlos y en la cocina contigua, la cocinera y su ayudante fregaban los platos y preparaban la comida del desayuno de mañana.

—Ejem— carraspeó la señora Strasius y todos voltearon a ver—. Aquí está la señorita Von Baden, quiere conocerlos. Por favor acérquense.

Elke miró todos los rostros, algunos bajaban la cabeza en reverencia y casi ninguno sonreía. Lo podía entender, su trabajo era duro y era para ella. Me ven como la patrona, no quiero que me traten de esta manera.

Klaus asomó la cabeza por el pasillo, había estado junto a la puerta riendo. Se quedó viéndola en silencio, jugueteó con su labio inferior y bajó la cabeza como avergonzado. Definitivamente no deseaba que lo viera allí. ¿Por qué te averguenzas?

Elke le dedicó una sonrisa, tenía muchas ganas de verlo.

—Señorita Elke— dijo Anna apurada, saliendo de la cocina—. No debería estar aquí, venga por favor, vamos a su habitación.

—Señora Klarence— el ama de llaves se dirigió a Anna—. Aquí por respeto, llamamos a la señorita por su apellido, nunca usamos su nombre.

—Oh— reaccionó Anna.

—A mi no me molesta que me llame Elke— contestó—. Así lo prefiero, nos conocemos desde hace mucho— miró a los demás—. Y también es para ustedes, no necesitan tantas formalidades conmigo.

Espero marcar una diferencia. No seas tonta, no eres una santa.

Se ganó algunas sonrisas simpatizantes entre los criados, pero la desaprobación de la señora Strasius. No va a venir esta mujer a criticar lo que no sabe.

—Ya señorita, despídase— insistió Anna. Elke esperó no haberle ocasionado problemas, tal vez su viaje nocturno no había sido muy acertado. ¡Pero vio a Klaus! Eso tenía que contar. Él no se mostró muy ilusionado de verla, puede que solo estuviera cansado a esa hora.

—Que duerman bien— dijo sonriendo y varios le contestaron, Klaus solo apretó los labios y volvió a inclinar la cabeza.

Anna prácticamente la empujó fuera de los pasillos de servicio y tiró de ella hasta la habitación.

—En menudo lío te metiste— susurraba Lena. Elke miraba para otro lado mientras subía las escaleras a trompicones.

—Ya Anna, tranquila.

La señora mayor se detuvo y se limpió las manos en el delantal.

—Lo siento señorita, aquí las reglas son diferentes a su casa. Los ojos de todos los sirvientes están puestos en mí porque soy la especial de la princesa. Otra chica iba a encargarse pero usted me pidió de preferencia.

—¿No querías seguir conmigo? —se asombró. Luego pensó en la triste vida de Anna, todos sus años sirviendola. Un tiempo desperdiciado.

—No es eso, por supuesto que quiero seguir con usted. Pero esta noche me ha avergonzado frente a los demás, no debería haber aparecido.

—Lo siento mucho— dijo despacio—. No fue mi intención.

Se sentía fatal, sin querer había hecho daño a una de las pocas personas que aparentaban quererla.

—Ya está, no se preocupe más— sonrió y le indicó que siguieran el camino.

¿Eso pasó con Klaus? ¿Lo había hecho sentir mal?

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—Muy bonita la nueva princesa— dijo Listraus, el compañero de cuarto de Klaus—. Ya quisiera ser yo el príncipe.

Estaban recostados, las luces apagadas y a la espera de que el sueño viniera a por ellos. Pero a Listraus, que no era su nombre sino su apellido, se le había ocurrido empezar una charla.

—Tú que la conocías, no la saludaste— continuó.

—Si, viste mal. La saludé como los demás— mintió Klaus.

Listraus suspiró.

—Lo que daría por tener una chica como esa, todo lo que haría.

—Si, que suerte— Klaus cerraba los ojos esperando quedarse dormido pronto para evadir la conversación, pero Listraus no se rendía.

—Que bien que seas su cochero, ¿ella te habla? —el espíritu curioso del criado no cesaba.

—No, para nada— contestó ya cansado.

—Ah, es toda una estirada— decidió.

—Seguro— Klaus bufó—. Déjalo, estoy cansado y digo tonterías.

—Está bien— Listraus guardó silencio y solo el sonido de algún grillo se oyó por la ventana a medio abrir. La primavera estaba en todo su auge y en las habitaciones de servicio se juntaba mucha humedad, el calor era más fuerte que en el resto del palacio.

Klaus cerró de nuevo los ojos, los apretó con fuerza y se maldijo en el interior por la actitud que había tomado frente a ella. Quedé como un idiota, probablemente bajó a saludarme... No, ya debería dejar de sentirme tan importante.

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