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Capítulo 38

Elke escuchaba atentamente la reunión que se llevaba a cabo en el segundo piso. La revuelta estaba bastante descontrolada, en algunas partes del palacio se seguían escuchando disparos y en el frente, una turba de gente con antorchas acosaban la seguridad del lugar.

Elke sabía que Klaus estaba ahora en las mazmorras, junto a algunos de su grupo. ¿Qué harían con él? Seguramente le darían la pena de muerte, algo bastante antiguo pero que Karl trataría de imponer. La carcomía la culpa; ella era la única culpable de eso. Pero no deseaba la muerte de Karl. Tampoco la de Klaus, y sin embargo, lo había condenado. Tenía que sacarlo de allí, hacer algo y ahora.

En la reunión había algunos guardias, dos ministros, el rey y Karl. Ella había quedado dentro de todo por su seguridad. Entre los pliegues de su vestido llevaba oculta la pistola que se le había caído a Klaus. Había tenido unos momentos de confusión para tomarla, y ahora la llevaba pensando que podría serle útil en algún momento.

El rey se alzaba orgulloso, se creía orgullosamente victorioso. Enviaría a confiscar casas buscando culpables; seguramente no se tomaría el tiempo para descubrir y diferenciar culpables de inocentes. Para el rey, nada de eso era muy importante; solo deseaba tranquilizar a los nobles. Dicho sea de paso, la guerra estaba sobre ellos, y el viejo no se tomaba la molestia de defenderlos. Eso la hacía sentirse enferma; mucha gente moriría por culpa de ese hombre. Tenía que hacer algo.

Se descubrió a sí misma apretando suavemente la pistola con la mano. ¿En serio sería capaz de matar al rey? Eso salvaría a muchos miles, salvaría a Klaus. Pero, ¿se atrevería? La sangre fría corría en esos momentos por sus venas, el dolor de los demás... podía sentirlo. No tenía nada que ver con ese hombre, no la unía ningún sentimiento.

Sin pensarlo y con los ojos rojos, apretó los dientes y apuntó la pistola al rey, quien se quedó perplejo al verla. Antes de que pudiera decirle algo, presionó el gatillo. Nadie de los presentes pudo salir del estupor cuando el rey cayó sobre la mesa de su despacho.

—¡¿Pero qué hiciste?! ¡Por Loris!—gritó Karl más que escandalizado. Entonces Elke le apuntó a él.

—Vas a llevarme a las mazmorras— dijo ella tratando de ocultar el temblor en su voz y verse fuerte—. Hazlo ahora y te perdonaré la vida.

—Elke...

—¡Ahora! No tientes mi suerte, Karl. Créeme que no dudaré en apretar el gatillo.

Los guardias, por miedo a que la situación se descontrolara aún más, le hicieron caso y se apartaron. Karl abrió la puerta, y Elke le siguió sin dejar de mirar atrás, protegiendo sus espaldas.

—Recapacita, por favor —insistió Karl—. Aún puedes redimirte.

—Sabes que eso no es cierto, maté al rey.

—Puedo perdonarte.

—No es así, solo lo dices para que baje el arma y así detenerme. Sé muy bien como piensas, nunca me darías una oportunidad. Y de todas maneras no la quiero.

—Pensé que me amabas— dijo casi en un suspiro.

—Tú tampoco me amas, no te hagas el sorprendido— escupió sus palabras.

—¿Es por ese bandido? ¿Haces todo eso por él?

Elke debía haberse sorprendido por la pregunta pero a estas alturas nada podía sorprenderla ya.

—No sabes lo que dices.

—Es eso, es por él— Karl se detuvo y Elke le empujó con la pistola—. Vamos, mátame. No creo que seas capaz, allí abajo me salvaste la vida, aún te importo.

—No me conoces, Karl. No sabes lo que pienso, lo que siento.

—Sorpréndeme— dijo deteniéndose y ella lo empujó nuevamente.

—Ya no te detengas porque te mataré.

—No lo harás, me necesitas.

—No, solo necesito esa llave que cuelga de tu cinturón.

Karl se detuvo y cruzó de brazos. Se dio vuelta y la enfrentó.

—Ya detente, Elke.

—No me hagas hacer algo que no quiero hacer.

El momento se volvió frenético cuando Karl, en un impulso, se lanzó hacia ella. Sin pensar demasiado, apretó el gatillo. El sonido del disparo resonó en los pasillos vacíos del palacio, ahogado por gritos y la conmoción exterior.

El proyectil encontró su objetivo en la pierna de Karl. Un alarido de dolor se mezcló con el eco del disparo, y el cuerpo de Karl colapsó en el suelo.

Elke quedó en shock por un momento, sus ojos se encontraron con los de Karl, llenos de asombro y traición. No pudo soportar la mirada y apartó la vista, dándose cuenta de lo irreversible de sus acciones. La pistola temblaba en sus manos, y todo su ser estaba atrapado entre el arrepentimiento y la urgencia de seguir adelante.

Karl, en el suelo, presionaba la herida mientras intentaba incorporarse. Su rostro reflejaba dolor y sorpresa.

—¿Por qué, Elke? —balbuceó, pero ella no pudo articular una respuesta.

—Ponte de pie— le ordenó y Karl obedeció con dificultad. El disparo había perforado su pierna e iba dejando un reguero de sangre por el camino.

Caminaron por los pasillos vacíos; la mayoría de los guardias estaban luchando al frente del palacio, donde se habían amotinado la mayoría de los rebeldes. Así que caminaron rápido hasta la puerta que conducía a los calabozos. Tampoco había guardias protegiendo el lugar, pero Karl tenía la llave para liberar a quienes estuvieran dentro.

Descendieron las escaleras a paso apresurado o lo más rápido que pudo exigirle a él. Elke podría haber tropezado con el vestido, pero en esos momentos eso ni siquiera le preocupaba. Solo podía pensar en Klaus y cómo se sentiría, traicionado. Siguieron bajando hasta las primeras celdas. Había por lo menos veinte personas, todos en silencio, probablemente sopesando los hechos acontecidos. En una de ellas, sentado en el piso, estaba Klaus. En la oscuridad, no pudo ver bien, pero tenía la cara manchada con algo; imaginó que era sangre.

Sin dejar de apuntar a Karl, le ordenó que abriera las celdas.

—No estarás hablando en serio. Estas personas te matarán en cuanto salgan— dijo tratando de hacerla entrar en razón.

—Me voy a arriesgar— dijo ella, cobrando valor. Karl abrió las puertas, y todos comenzaron a salir. Muchos de ellos le asentían a Elke con la cabeza, señal de respeto. Entre ellos, Klaus pasó; no se detuvo a verla, solo siguió de largo con los demás.

—Tu te quedas aquí. De verdad lo siento, Karl— le dijo y lo encerró en una celda—. Quisiera que todo hubiera sido diferente— bajó la pistola y corrió tras los rebeldes. Fuera de los calabozos, les pidió que la siguieran, y ella los condujo entre pasillos hasta la salida al exterior de los jardines. Desde allí, podían escapar fácilmente.

El corazón le latía en los oídos, no podía aún procesar lo que había pasado. Muerto el rey y Karl dejado a su suerte. Rogaba para sí que alguien se percatara de que el príncipe estaba en el calabozo. Herido como estaba, puede que no dudara demasiado. Se maldijo a sí misma. Tanto dudaba de las intenciones de Klaus y he aquí ella siendo mucho peor que él. Qué vergüenza, qué desaire. ¿Cómo podría vivir así, con el peso de sus acciones sobre sus hombros? Todo estaba perdido para ella. La doble traición, a Klaus y a Karl. ¿Cómo podría alguien quererla ahora?

—¿Vienes con nosotros, princesa? le dijo uno de los bandidos.

—¿Puedo? —preguntó ella nerviosa. Si no podía, estaba perdida; ya no podía volver atrás después de lo que había hecho. El bandido asintió sonriendo, y echaron a correr en la oscuridad del bosque.

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