Capítulo 33
—El cargamento de Von Wittelsbak ingresó esta noche en los almacenes de la familia. Creemos que lleva armas para la guerra. De cualquier modo es importante, el mismísimo Von Wittelsbak se aseguró de recibirlo esta noche— dijo Vik dirigiéndose a los presentes. Lokys y Klaus se miraron. Habían trazado un plan que incluía una incursión a los almacenes Wittelsbak, robar armas, destrozarlo todo y salir del lugar cuanto antes.
Klaus estaba comenzando a hartarse un poco de todo. Seguía teniendo la misma fuerza pero el tiempo pasaba y todo se demoraba demasiado. Siempre a contrarreloj y no tenía ganas de irrumpir en la boda de la princesa como un lunático de disparo en disparo. La quería a la chica y aunque la idea loca se veía graciosa en su mente, no era ni por asomo lo más conveniente.
—¿Cómo llegamos? No hay que levantar alarmas— preguntó.
—Tengo un camión de cargamento robado—dijo Vik—. Entran unas veinte personas más o menos. Tendrán que ingeniárselas para caber dentro— hizo una pausa—. Todo está arreglado ya. Esta medianoche los conducirá hasta los terrenos del lord y ustedes harán su trabajo. Confío en que será el inicio del caos entre la realeza. Si se sienten inseguros, si el rey no puede protegerlos y no lo hará, comenzarán a flaquear.
—Las reglas están claras— dijo Klaus—. Hoy, cargamento.incendiarlo.huir.
Todos los presentes asintieron y uno a uno comenzaron a separarse. Tenían que ultimar los detalles, hacer los preparativos. Irían armados, solo por si acaso, y eso dejaba un poco de tranquilidad a Klaus.
Tenía también que pensar en cómo regresaría al palacio luego. Desde la última incursión habían redoblado la seguridad y el guardia que vigilaba era otro.
Dieron las doce.
Se alistó y guardó la pistola debajo de la chaqueta. Salió al exterior y caminó las calles que lo separaban del estacionamiento donde estaba oculto el camión, la calle estaba desolada. Nadie caminaba por allí y los vehículos solo se veían algunos a la distancia. El silencio era bueno, pero también podía ponerlos en foco para miradas ocultas.
—Tú subes adelante con el conductor— le dijo Vik señalando a un hombretón de unos cincuenta años más o menos—. Él es Marvin, le tengo plena confianza.
Marvin estiró el brazo para darle la mano y Klaus se la chocó.
—Un placer, Marvin— dijo.
—El placer es mío— agregó regodeándose el hombre—. Esta noche la he estado esperando por mucho tiempo.
—Lo mismo digo— aseguró Klaus subiendo al asiento del acompañante. Quería el fin de todo y ya casi se le daba.
La atmósfera en el camión era tensa mientras Klaus y las otras personas se dirigían hacia la mansión del lord con un propósito. Klaus, a pesar de su destreza para controlar el fuego, sentía una mezcla de nerviosismo y determinación. Últimamente siempre estoy nervioso, la situación me supera. Estoy cansado de huir.
El rugido del motor del camión resonaba en la noche, mientras las sombras de los pasajeros se movían en la tenue luz de la luna. El conductor, tal vez sintiendo la tensión en el aire, intentó romper el silencio incómodo con una charla que solo aumentaba la incomodidad.
—¿Alguna vez se han preguntado qué pasaría si los fuegos que controlamos se salieran de control? — preguntó Marvin.
—Honestamente, no— contestó Klaus.
A medida que se acercaban a los imponentes muros de los almacenes del lord, Klaus sentía cómo la adrenalina aumentaba. Su mente se debatía entre la justicia y las posibles repercusiones.
El camión se detuvo cerca de los muros, y la oscuridad de la noche se cernía sobre la mansión. Klaus se preparó, ajustando su pistola y poniéndose la máscara negra. Los demás también se preparaban, listos para llevar a cabo su plan.
En el silencio previo al acto, se recordó a sí mismo la razón detrás de esta acción. Era un intento desesperado por cambiar un sistema opresor, pero también entendía que el fuego que controlaba podía ser una fuerza destructiva si se desataba sin restricciones.
El grupo, con Klaus a la cabeza, se encaminó hacia los muros de los almacenes, listos para desafiar al lord y su injusticia. El destino de la noche estaba sobre ellos, y Klaus se aferraba a la esperanza de que este acto marcara el comienzo de un cambio necesario en su mundo.
La oscuridad de la noche era su aliada mientras los hombres sacaban silenciosamente las cuerdas y se preparaban para trepar los muros. La intriga flotaba en el aire, no sabían con certeza cuánta vigilancia había del otro lado y cuál sería la reacción del lord si los descubrían.
Klaus, con los labios apretados y los ojos muy abiertos, lideraba el grupo hacia lo desconocido. Los almacenes se alzaban imponentes ante ellos, sus paredes altas y muros sólidos como testigos silenciosos de incontables secretos. La misión, aunque llena de propósito, estaba envuelta en un velo de incertidumbre.
Con movimientos coordinados y en completo silencio, los hombres amarraron las cuerdas a estructuras firmes y comenzaron a trepar, ascendiendo con destreza. Klaus, siempre en guardia, observaba cada movimiento, sus sentidos agudizados por la tensión en el aire.
Los muros se elevaban ante ellos, pero algo más grande impulsaba a los hombres.
Klaus sabía que cada paso los acercaba más a la confrontación con el sistema opresor. Con el corazón latiendo fuertemente, continuaron trepando, decididos a desafiar la oscura fortaleza del lord y reclamar un destello de libertad para aquellos que habían sido oprimidos por demasiado tiempo.
Llegó su turno, trepó hasta lo alto y se agazapó. Lokys estaba a su lado mirando el panorama.
—Hay dos junto al almacén y otros tres dispersos en la esquina oeste— dijo—. Creo que podemos con tan pocos guardias, siempre y cuando los sorprendamos antes de que den alguna alarma.
—¿Crees que hay guardias ocultos dentro? —preguntó Klaus.
—Seguro, este cargamento es importante. Si son inteligentes habrán asegurado el cargamento con guardias dentro de los camiones.
Klaus dirigió la mirada al cargamento que habían comenzado a descargar. Dentro del camión solo se veía oscuridad.
—Vayamos uno a uno. Que tres hagan guardia mientras los demás nos encargamos del primer camión.
—Me parece bien— confirmó Lokys e hizo señas con la mano a los demás. Klaus siguió en silencio mirando el espacio desprotegido donde empezarían. Tendría que ser rápido, mucho más de lo que había sido nunca.
Entre los hombres había otros cuatro como él, capaces de lanzar bolas de fuego e incendiarlo todo. El resto venían armados con palos para destrozar todo lo demás.
Se descolgó por el muro y aguardó a Lokys, que enseguida se le unió. De espaldas a uno de los camiones se abrieron paso entre cajas cerradas de madera.
La oscura silueta de los hombres avanzaba entre las cajas, moviéndose con sigilo hacia el almacén donde se guardaban los suministros del Lord. Dos guardias vigilaban cerca del camión abierto, y la tarea era reducirlos sin alertar a otros.
Con movimientos coordinados, tres hombres se acercaron a los guardias. La lucha fue sutil pero intensa. Forcejeos en la penumbra mientras trataban de reducirlos sin llamar la atención no deseada. La adrenalina se mezclaba con la urgencia de su misión. Klaus aguardaba con los nervios a flor de piel.
Lograron someter a los guardias, atándolos uno al otro y asegurándose de que permanecieran en silencio. Klaus, con su destreza en el control del fuego, lanzó una bola ardiente sobre el camión, cuya luz parpadeante iluminó momentáneamente el almacén. No había contado con eso, las luces. Impulsó otra bola de fuego recordándose a sí mismo el por qué estaba allí. La opresión, su familia muerta, Elke. Por ellos lo hacía y tenía que terminar lo que ya había comenzado. Así que volvió a iluminar la noche con más fuego. El interior del camión ardió rápidamente mientras los demás hombres se dirigieron hacia las cajas que estaban alrededor, dispuestos a descubrir lo que guardaban.
Corrieron al siguiente camión, en eso aparecieron otros tres guardias alarmados por el ruido y las luces. Lokys no dudó, alzó la mano con una pistola y abatió a uno de ellos.
—¿Qué haces? —lo cuestionó Klaus—. ¡No se suponía que nadie muera esta noche!
—¡Hay que continuar! —le contestó empujándolo—. ¿De qué lado estás, Klaus?
Las luces, los gritos, la confusión. Por unos momentos Klaus se perdió mirando a la nada.
—¡Ey! —lo despertó uno de los hombres—. ¿Estás bien?
—Eh... si— logró decir y cerró los ojos asegurándose a sí mismo que todo era necesario para la causa. Cobró coraje—. Ya voy— aseguró y corrió junto a los demás que ya estaban destrozando la puerta del tercer camión. El primero y el segundo ya echaban chispas al aire e iluminaban la negra noche. Solo faltaban dos más y podrían irse.
El fuego crepitaba en las sombras mientras avanzaba decididamente entre los camiones, lanzando llamas controladas en su camino. El resplandor naranja iluminaba su rostro.
Sin embargo, de repente, desde el interior del cuarto camión, un guardia salió corriendo con llamas danzando sobre su uniforme. La escena se volvió surrealista. La reacción de los demás fue variada: algunos miraron incrédulos, mientras que otros soltaron risas nerviosas.
Klaus, aunque maestro del fuego, se sorprendió ante la inesperada aparición del guardia envuelto en llamas. La realidad del caos que había desencadenado se hizo palpable en ese momento. La risa que surgió de algunos no estaba exenta de un matiz de desconcierto.
El guardia, desesperado y en llamas, corría en círculos tratando de apagar el fuego. La ironía del momento pesaba en el aire. El hombre sufría y nadie parecía dispuesto a ayudarle. Klaus con pesar levantó al aire su pistola y lo mató de un tiro. Sintió que estaba siendo compasivo, no le deseaba a nadie una muerte por llamas.
Se esforzó por recuperar la compostura, evaluando rápidamente la situación y buscando la mejor manera de mantener el control.
Comenzaron a oírse voces de alarmas, guardias que se reagrupaban y avanzaban hacia ellos.
Con cuatro camiones destrozados y dos muertes, a Lokys le pareció suficiente para abandonar esa noche. Se replegaron y treparon los muros nuevamente.
—¿Cómo fue todo? —preguntó Marvin mientras conducía a alta velocidad por las calles oscuras.
—Como tenía que ser— afirmó Klaus no dando rienda suelta de lo que sentía en ese momento. No deseaba la muerte de aquellos guardias, eran como él. Solo hacían su trabajo, no eran nobles con culpa. Sus muertes solo potenciaban más sus ganas de eliminar a los de arriba, empezando por el príncipe. A él sí lo quería muerto.
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