Capítulo 31
La sala de criados era una locura, con unos yendo y viniendo con bandejas repletas de deliciosos aperitivos.
Era de noche y el palacio estaba lleno de las grandes familias nobles. Todas invitadas al gran baile de las máscaras.
Por lo general era un evento que repetían una vez al año. Con elegantes vestidos y vistosos trajes, llevaban máscaras en tonos oro y plata, algunos tocados en rojo y plumas por doquier.
«Elke me pidió que te advirtiera sobre esta noche, no puedes aparecer en escena. Habrá mucha guardia y cientos de ojos mirando.» Escribió Lena viendo como Klaus se probaba un traje negro.
—Es precisamente el tipo de noche donde me gusta aparecer. Los chicos y yo necesitamos probar algunas cosas.
«Te lo advierto»... comenzó a escribir.
—¿Qué vas a hacer para impedirlo? —la increpó—. ¿Vas a hacer volar cosas por los aires? ¿Vas a bloquear la puerta? ¿Me vas a amenazar con algún objeto punzante?
Lena no escribió nada.
—Ya me lo imaginaba—continuó Klaus—. Lena, estamos del mismo bando. Tienes que confiar en mí y en la misión. Todo resultará bien, está muy planificado.
Lena siguió sin escribir y Klaus dio por sentado que el fantasma se había retirado. Terminó de abrocharse el saco negro que había rentado en la ciudad y se probó frente al espejo la máscara. Le cubría media cara, tenía una nariz puntiaguda y muchas plumas a los lados y arriba. Se preguntó si sería suficiente para pasar desapercibido. El príncipe ya lo tenía en la mira y no podía arriesgarse a ser cazado, no aún. Había mucho por hacer.
Esa noche haría entrar a la banda y se colarían en el baile, tantearían que tan tan fácil era burlar nuevamente la seguridad y prepararían el terreno para el verdadero día de asedio, la boda real, que estaba realmente próxima.
Elke se había negado a que fuera esa noche, la chica se preocupaba mucho. Por otra parte, hacía mucho que no la veía. Bien podría haber cambiado de opinión sobre muchas cosas. Él tenía que seguir con lo pactado.
Entre el montón de los atiborrados sirvientes, pasó sin ser detectado y abrió las puertas de la salida trasera. Vik estaba ahí junto a una docena más, todos finamente ataviados y con sus respectivas máscaras. Miró a los lados en busca de los guardias. Por ser noche especial habían designado un par de guardias extras a vigilar esa entrada. La verdad es que aquella parte del palacio era la olvidada, a nadie le importaba demasiado si un loco entraba y mataba a algún criado. Con los guardias arriba, no se supondría que llegara muy lejos sin ser detectado. Asi que solo apostaron dos o tres soldados para guardar las apariencias. Si algo pasaba, se enterarían.
Entraron uno tras otro y Klaus cerró las puertas nuevamente. Las llaves las guardaba el mayordomo, que dicho sea de paso, no se había enterado que se las habían robado.
—¿Cómo está todo allá arriba? —dijo Vik en un susurro.
—No lo sé, el fantasma no está muy colaborativa hoy—contestó Klaus negando con la cabeza—. Todo debe de estar acorde a lo esperado. Mucha pompa y la seguridad confusa por las máscaras. Yo digo que entremos, hagamos nuestro recorrido y nos vayamos.
—Estoy contigo—dijo Luke y le palmeó la espalda.
—Ey tú— le advirtió—. No hagas ninguna estupidez.
—Tranquilo— lo calmó—. Solo lo ensayado.
Avanzaron a paso seguro, mezclados entre la servidumbre, nadie los notó o se percató de ellos. Estaban demasiado atareados y si alguno los vio, enseguida pasó a otra cosa.
Siguieron por el corredor hasta la puerta unos escalones más arriba y salieron al enorme hall de entrada. Algunos se quedaron allí para no entrar en masa y los otros avanzaron hasta el gran salón. Klaus guiaba por el camino. Avanzó con cautela por los pasillos opulentos del palacio, decidido a involucrarse en el baile, una celebración que resonaba con risas, música y el murmullo de conversaciones elegantes.
La música fluía desde el salón, atrayéndolo hacia la puerta doble adornada. Al empujar las puertas entreabiertas, se encontró con un espléndido espectáculo: el Gran Salón, iluminado por candelabros centelleantes y adornado con exquisitos detalles arquitectónicos.
Las risas y los murmullos resonaban en la sala, donde nobles elegantemente vestidos danzaban al compás de la música. Pero lo que más destacaba eran las máscaras, una variada exhibición de colores y formas que ocultaban las identidades y añadían un misterio a la festividad.
Klaus, también ataviado con una máscara elegante, se deslizó entre la multitud como una sombra. La máscara ocultaba su rostro, permitiéndole mezclarse sin levantar sospechas.
Las parejas danzaban con gracia en la pista de baile, mientras risas y conversaciones llenaban el aire. El grupo se dispersó, cada uno a un lado diferente del salón. Observar, esa era su misión. Observar sin ser visto, poder inmiscuirse en el gran palacio y no ser notado. Algunos de ellos recorrerían el palacio en medida que se pudiera para poder establecer un camino seguro hasta la capilla, donde harían la gran entrada dentro de poco. Una parte ya la habían completado, estaban dentro. Ahora restaba luego la salida, tenía que ser exitosa, como no.
Klaus observaba desde las sombras, su atención centrada en el objetivo de su misión. Se acercó a un rincón menos concurrido, donde podía estudiar la situación sin ser notado. Tenía otra idea en mente, Elke. Comenzaba a echarla de menos. Quería verla, hablar con ella. Libremente.
El Gran Salón estaba lleno de damas vestidas con espléndidos trajes y máscaras enigmáticas, pero Klaus, con aguda observación, buscaba a una en particular. Aunque sus rostros estaban ocultos tras las máscaras, recordaba la trenza color cenizo que solía decorar el cabello de Elke, deseando que esta vez no hubiera decidido optar por un peinado diferente.
Avanzó por la sala con elegancia, su mirada escrutadora recorriendo cada rincón en busca de esa característica distintiva. Las parejas danzaban al ritmo de la música, pero Klaus se movía con determinación, deslizándose entre los invitados.
Finalmente, sus ojos se posaron en una dama cuyo cabello trenzado era inconfundible. Klaus reconocía los rasgos y la gracia de Elke en cada movimiento.
Llevaba un ostentoso vestido de color dorado y bordados plateados. Las mangas acampanadas iban sujetas y arremangadas con unos breteles a tono. Ella caminaba y el vestido daba el efecto de que flotaba.
A Klaus realmente poco le importaban los vestidos y todas esas cosas banales, pero se quedó hipnotizado al verla. No pudo evitar no apartar su mirada, tanto así que quedó de pie en el camino de un criado que avanzaba apurado cargando una bandeja llena de copas tintineantes. El choque fue inminente, y antes de que pudieran apartarse el uno del otro, la bandeja se desequilibró.
Copas finamente talladas y llenas de líquido centelleante volaron por el aire, creando una instantánea de caos y belleza en medio de la elegancia del baile de máscaras. Klaus, ágil, se esforzó por evitar el impacto directo, pero algunas gotas de la bebida salpicaron su atuendo oscuro.
La música seguía su melodía, aparentemente sin inmutarse por el pequeño incidente. Klaus se disculpó con una sonrisa ligera hacia el camarero, quien, visiblemente preocupado por el percance, trataba de recoger las copas restantes y mantener su compostura.
Klaus volteó a verla, volver a buscarla, lo necesitaba. Y allí estaba, mirándolo. Tal vez el incidente había pasado por alto a muchos pero no a ella y estaba escudriñandolo con la mirada. No pudo darse cuenta de si lo había reconocido, su disfraz era casi tan bueno como el de la mayoría. Sin embargo le sonrió y él le devolvió la sonrisa. Tenía que haberlo reconocido, Elke podía ser muy perspicaz.
Se acercó despacio, tanteando un poco el terreno. A su alrededor charlaban la nobleza más alta, los más importantes del reino. Su target, a ellos apuntaba Klaus. Pero no podía echar a perder su aparición aquella noche, ya los vería pronto.
Sin dejar de moverse entre los cuerpos danzantes, avanzó hasta la columna donde reposaba su espalda la chica. Se acercó con la cautela de quien descubre un tesoro. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió una mano con gracia y tocó suavemente su brazo. Sus miradas se encontraron y ella volvió a sonreír.
—Te pedí que no vinieras—dijo disimulando su descontento con una sonrisa.
—¿Y perderme este gran evento? Pff, no podría ni aunque hubiera querido— contestó simpáticamente.
—Es peligroso, realmente no entiendes cuando hay que detenerse.
—Todo es peligroso en ese mundo, solo hay que saber moverse dentro de lo seguro, a veces. Pero bueno, vine a verte. Ya no me visitas.
Ella se notó incómoda.
—¿No me vas a decir nada? —insistió él.
—Las cosas no son tan simples— negó con la cabeza—. Todo se está volviendo demasiado real, sabes. La boda está a la vuelta de la esquina, ya me he probado el vestido y pronto comenzaremos con el ensayo.
—No tienes que tener miedo, la boda no se celebrará—insistió él.
—Hice mi tarea, tengo un pequeño dibujo de la capilla con las salidas marcadas. Le pediré a Lena que te lo alcance por la noche.
—Buena chica— le sonrió—. Todo está en marcha, hoy estamos familiarizándonos con el entorno, nada pasará. No hay nada que temer.
—Solo quiero la paz, Klaus.
—Y la tendrás, todos la tendrán— se sintió incómodo al notar que a su alrededor la mayoría se habían puesto a bailar. La miró y señaló el lugar—. Toca bailar, creo.
Elke sonrió y aunque Klaus no lo pudo ver por la máscara, estaba seguro de que se había ruborizado. La tomó de la mano y se dirigieron al centro del salón. Klaus tenía esa sensación de que se estaba excediendo pero lo dejó pasar, quería estar con ella.
Una mano en la cintura, la otra junto a la suya y estuvieron listos para girar en medio del montón de parejas danzantes que barrían la pista al ritmo de la música.
—No te había dicho lo bonita que estás hoy—susurró Klaus.
—Gracias. Creía que todo esto no te importaba como fuera vestida.
—Y no lo hace, pero puesto en tí se vuelve muy interesante.
Elke se limitó a seguirle el paso apresurado. Klaus no era el mejor bailarín ni por lejos, pero eso a ella no parecía importarle. A ninguno de los dos le preocupaba, solo querían pasar un momento juntos.
—¿Me permite esta pieza? —dijo una voz y se detuvieron de golpe, Klaus levantó la mirada y se encontró con el príncipe. Inmediatamente supo que había metido la pata.
—Claro— dijo ella tratando de desviar la atención hacia ella.
—¿Nos conocemos? —se aventuró Karl sin dejar de escudriñar a Klaus.
—Me temo que no he tenido el honor— contestó haciendo una leve reverencia.
—Ya, ya. No es necesario, ¿Quién eres?
Klaus pensó rápido. Si ese era el juego que jugarían, pues que así fuera.
—Soy el hijo de mi padre y de mi madre, nieto de mis abuelos y hermano de mis hermanos. No tengo primos, sino también tendría el honor de mencionarlos— con la mano derecha palmó inconsciente el lugar del saco donde ocultaba la pistola y Karl lo notó.
—Eres tú—dijo con seriedad el príncipe—. Vaya osadía aparecerte aquí de nuevo, ¿no tuviste suficiente?
—Lamentablemente no sé de qué habla, altísimo señor— en su voz se notaba el sarcasmo. Lo hacía adrede y quería ser oído.
—Antes de que te haga apresar por los soldados, dime a qué has venido. No tengo prisionero a ninguno de los tuyos— dijo firmemente Karl, lanzando miradas de soslayo, tratando de identificar dónde estaban los guardias.
—Solo estoy de paso, de eso podrías alegrarte. No armaré ninguna escena, solo quería ver.
—¿Qué quieres ver?
—A tí a lo mejor— Karl sintió el peso de sus palabras como una amenaza. Elke miraba a ambos, se debatía si intervenir sería una buena idea.
—Pues aquí me tienes—contestó el príncipe.
—Y qué decepción—Klaus ya no estaba midiendo sus palabras, solo se dejaba llevar por el momento.
—Karl, vayámonos por favor— le dijo Elke apretando su brazo. El príncipe la miró un instante para tranquilizarla y cuando volteó a ver nuevamente Klaus ya no estaba.
Klaus corría entre la multitud esperando que Karl no lo hubiera visto y lanzara sobre él a todos los guardias, de ser así estaría perdido. Entre la gente que no bailaba se cruzó con Vik, este le dirigió una mirada de sorpresa al verlo con prisas, pero lo dejó pasar.
Salió del salón antes de que dieran la alarma y cruzó el vestíbulo camino al corredor de servicio. Nadie se percató de él, fue hasta demasiado fácil. Se preguntó a sí mismo si no sería una trampa. Pero no lo fue. Siguió su camino hasta la habitación y se deshizo de las ropas elegantes.
Una noche emocionante, un poco de peligro y sus llamas se encendían.
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Alzó la mano y dos guardias se acercaron rápidamente.
—¿Qué ocurre señor?
—Un hombre joven, vestido de traje negro... rayos, todos están vestidos así—estaba nervioso, mucho—. Lleva una máscara plateada con plumas, como si fuera un pájaro. Búsquenlo y tráiganlo.
—Sí señor—los guardias se alejaron y llamaron a otros para establecer un perímetro.
—¿Tú estás bien? —le preguntó a Elke preocupado—. Estabas bailando con él, ¿te hizo algo?
—Tú tranquilo, estoy bien.
—Quédate cerca, donde pueda verte—insistió Karl preocupado.
De pronto el salón empezó a perder la magia, los rostros preocupados miraban a Karl y el baile se detuvo. Él los animó a seguir con la fiesta pero nada fue igual.
Un rato más tarde los guardias acercaron a dos hombres, los dos llevaban una máscara de pájaro plateada con plumas. Karl se las quitó e inmediatamente señaló a los guardias de que los soltaran, no eran él.
—Karl—lo alcanzó Elke—. No le hemos visto la cara, ¿cómo sabes que no es ninguno de ellos?
—Solo lo sé. Tengo el presentimiento de que ya lo he visto antes. Me refiero a antes de aquella noche.
—¿Cómo es eso posible? —dijo con preocupación en la voz.
—Siempre está cerca. Se ríe de nosotros.
—No puedes saberlo, es solo un rufián—trató de desestimar el tema la chica.
—No lo es, Elke. No lo es.
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