Capítulo 27
—¿Cómo es eso que me dicen, Karl? —preguntó Célie durante el desayuno, mientras probaba unos bocaditos de manteca—. Oí que trajiste un prisionero, pero mucha información no me dieron. Confío en que me lo aclares.
Elke levantó la mirada alarmada, ¿un prisionero? ¿Karl tenía un prisionero? Su segundo pensamiento fue con Klaus, ¿tendría algo que ver? Necesitaba con urgencia descubrirlo. Comenzaba a sentir el nerviosismo recorrer sus venas, calentando poco a poco con el gélido frío de la incertidumbre.
—Estás en lo cierto, madre— contestó él—. Anoche hice apresar a una persona que puso en riesgo la seguridad del palacio y se negó a cooperar cuando le indiqué que se retirara en paz.
—¿Trataron de atacarnos? —preguntó Elke.
—Yo no diría un ataque— sorbió un poco de su té—. Estaba solo, hice que los soldados patrullaran por el perímetro y no encontraron a nadie más. Un loco fanático.
—Es extraño que una sola persona actúe así, teniendo tanto que perder— reflexionó.
—Corren tiempos duros, la gente está disconforme y este individuo solo intentaba hacérnoslo saber.
—Pero lo apresaste...
—Que comprenda sus motivaciones no significa que permitiré que violen las reglas. El cambio necesita darse, si. Pero tiene que ser gradual y consensuado. Se tienen que redactar nuevas leyes, nuevos derechos. Dejar que los ciudadanos sean un poco más libres y que sus tareas sean mejor compartidas.
—Perdónalo querida— interrumpió la reina—. Mi hijo es todo un idealista.
—¿Lo soy madre?
La reina se quedó prendada de la mirada del príncipe, parecían estarse compartiendo pensamientos e impresiones con los ojos. Elke carraspeó obligándolos a romper el vínculo. Parecía que estaban a punto de saltar uno sobre el otro. La electricidad del lugar le producía escalofríos y Elke se vio en la necesidad de cambiar de tema.
—Tu madre dice que estoy mejorando en mi costura— le dijo a Karl—. ¿Verdad?
Célie volteó a mirarla, podría decirse que no le gustó la intromisión.
—Así es. Tu puntada es más certera, pero mucho te falta si quieres ser una experta costurera.
No quiero ser una costurera, pensó Elke. Pero gracias por la apreciación. Le dejaré esa tarea a otros de momento.
—Bueno— dijo Karl poniéndose de pie—. Madre, Elke. Me retiro, las veo más tarde.
Ella vio cómo se alejaba, deseaba con todas sus ganas seguirlo, necesitaba averiguar quién era el prisionero ¿y si lo conocía? Tenía que, debía hacerlo.
Se limpió la boca con la servilleta de tela bordada, siempre le había parecido un desperdicio tanto trabajo para terminar en la boca sucia de alguien. En fin, cosas que no podían remediarse. Pero lo que si podía remediarse era que se pusiera de pie y dando una excusa bien tonta, se alejara camino al pasillo por donde se había escurrido Karl. Lo vio a lo lejos y apresuró el paso, golpeó por accidente a dos criados que pasaban con bandejas en el camino y luego de ayudarles rápidamente a levantar lo que se les había caído se echó a la carrera, tanto como correr con un vestido le fuera posible.
Karl se volvió a verla, estaba agitada y se acomodaba la ropa con urgencia.
—¿Estás bien?
—¡Por supuesto! ¿Por quién me tomas? —rio nerviosa.
—Vale, ¿qué necesitas?
—No me trates con esa frialdad por favor.
—Uf, respira por favor— Elke se dio cuenta de que había hablado de corrido sin detenerse ni un momento—. Tengo deberes que cumplir, eso es todo.
—Bueno, quisiera saber sobre el prisionero ¿se puede? Digo, ¿será posible?
Karl se echó a reír y ella se sintió tonta.
—Eres muy curiosa ¿verdad? ¿O es que estas cuatro paredes son muy aburridas? En cualquier caso te llevaré a verlo si quieres. Era muy peligroso pero ya fue neutralizado.
—¿Peligroso? Creí haber oído que era un simple ciudadano.
—Simple no, dotado— caminaron rodeando el jardín, los pensamientos de Elke comenzaron a volar. ¿Sería posible que hubiera enjaulado a Klaus? ¿Klaus era tan tonto como para dejarse apresar tan así? Por otro lado, esa emoción de desafiar a la autoridad que a veces lo gobernaba, podría tal vez haberlo llevado a esa situación. Eso echaba por tierra cualquier tipo de plan. Casi llegó a maldecirlo por lo bajo.
—¿A qué te refieres? —inquirió tratando de parecer desinteresada.
—¿Recuerdas que hablamos sobre las personas que tenían algún tipo de poder?
—Si— ¡Rayos! ¡Es Klaus!
—Bueno, el prisionero es uno de ellos.
—¿Qué es lo que puede hacer? ¿Podría ver cómo lo hace?
—No, tranquila. No puede hacer nada por ahora, lo he neutralizado con brazaletes que cubren sus manos al completo. Están creados con tungsteno, lo cual es muy útil si me encuentro con un inferno. Es resistente y los inmoviliza para defenderse.
—¿Inferno?
—Es el nombre que utilizamos para los que tienen control sobre el fuego.
—¿Tú y cuantos más?
—Somos un grupo, Elke. No te puedo dar detalles de eso, lo siento.
Siguieron el camino hacia el final del pasillo hasta una escalera discreta al doblar el recodo. Un guardia cuidaba que nadie descendiera. El príncipe le tocó el hombro y procedió al descenso. Elke le siguió muy de cerca mirando bien donde pisaba, no quería caerse y terminar rondado por las escaleras. Trataba de reprimir todos los pensamientos que la abordaban, ¿cómo iba a reaccionar cuando viera a Klaus? ¿Qué se suponía que dijera? Klaus esperaría una respuesta de su parte, así también el príncipe. Pero no podía dárselas, tenía que mostrarse neutral o eso creía.
Abajo estaba oscuro, muy oscuro y húmedo. El aire en los calabozos era fresco y ligeramente enrarecido, con un olor a humedad y tierra. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgo y humedad, favoreciendo la sensación de abandono.
Las antorchas en las paredes proporcionaban la única fuente de luz, arrojando destellos danzantes sobre las superficies de piedra. Las sombras se alargaban y retorcían a medida que avanzaban más profundamente en el pasaje.
Las celdas de los prisioneros se encontraban a ambos lados del corredor, separadas por barras de hierro oxidado. Algunas estaban vacías y cubiertas de telarañas, mientras que en otras se veían restos de heno y paja, indicios de que habían sido utilizadas recientemente.
Los sonidos distantes de gotas de agua cayendo resonaban en el aire, creando un eco persistente. La sensación de claustrofobia se intensificaba a medida que se adentraban más en los calabozos, donde las paredes parecían cerrarse sobre ellos.
La atmósfera era opresiva, y los recuerdos de la historia turbulenta del castillo se sentían en cada piedra desgastada y cada rincón oscuro de este lúgubre laberinto subterráneo.
Elke reprimió un grito que quiso brotar desde su interior. Estaba anonadada con lo que veía. A solo unos metros arriba había un palacio opulento y aquí abajo, olvidado de todo, un lugar donde esconder a los criminales.
Había muchas cárceles en la ciudad, se preguntó qué tipo de presos eran los que guardaban allí dentro.
Caminaron un par de celdas más y Karl se detuvo, golpeó las rejas y esperó. Elke, desde detrás observó cómo un hombre se acercaba a la luz. Cruzó los dedos, rezó en voz baja y cerró los ojos. Cuando los abrió la persona que estaba aquí de pie, no era Klaus. La tenue luz que entraba por una pequeña ventana con barrotes, recortaba su silueta.
Elke respiró aliviada, también se sintió mal por ello. El pobre hombre estaba ahí encerrado por la misma razón que Klaus se rebelaba.
—¿Qué quieres? —preguntó el hombre. A la luz de la antorcha Elke pudo ver que era joven, bastante joven. Tenía una estatura considerable y una pose altiva, como quien se siente orgulloso de estar donde está. Eso le recordó a Klaus.
—Vengo a ver cómo estás.
—A ti no te importa como estoy, eres un maldito príncipe que solo se mira a sí mismo— entonces su mirada se cruzó con la de Elke—. Ah, trajiste a la chica.
—Ya viste todo lo que hay que ver— le dijo Karl a Elke—. Vámonos de aquí.
—¿Qué es lo que sabes hacer? —se atrevió a preguntar ella.
—Tienes curiosidad, si. ¡Podría mostrarte si no estuviera amarrado como un puerco!
—Lo siento, lo siento mucho—siguió diciendo Elke y Karl tiró de ella hacia la salida. Dejaron atrás a los dos guardias que vigilaban las celdas y subieron las escaleras. Karl estaba decidido y claramente enojado.
—¿Qué fue eso, Elke? —la miraba con determinación y de sus ojos salían chispas.
—Nada, yo solo..
—¿Tú solo qué? Te dije que no intervinieras, solo debías mirar. Sabía que no tenía que permitirtelo, eres demasiado curiosa y sensible.
—Solo dije dos palabras, no encuentro el problema en ello.
—Nunca encuentras el problema en nada. Todo lo que te cuento parece no interesarte. ¿Acaso no te importamos? Esa gente es nuestra enemiga, desea vernos muertos y tú le demuestras piedad ¿en qué nos convierte eso? ¿En qué me convierte a mi?
—En el prometido de alguien que se interesa por la gente. ¡Tú mismo querías reclutarlos si mal no recuerdo! Son valiosos, lo sabes.
—Si, y ahora son una amenaza. No pude llegar a ellos, se reunen con alguien más. Mis agentes no logran ubicarlos, estan muy bien disfrazados. Quieren derrocarlos, acabar con todos nosotros y el hecho de que seas amable no impedirá que también te aniquilen si pueden.
Karl se alejó dejando a Elke llena de pensamientos. Necesitaba hablar con el prisionero asi que esperó a que Karl se hubiera perdido en la distancia para dar la vuelta y adentrarse en los calabozos nuevamente. Si, el guardia la había visto. Si, se arriesgaba a ser descubierta. Pero Karl mismo lo había predicho, era curiosa y esta vez por necesidad.
Los dos guardias que vigilaban las celdas no se movieron al verla, dejaron que pasara. ¿La reportarían más tarde?
—Necesito hablar a solas con el prisionero— exigió. Los guardias no se inmutaron—. Si no me lo permiten, el príncipe Karl se encargará personalmente de cada uno.
Se mantuvo firme asegurándose de que la luz de las antorchas iluminaran la firmeza de su rostro. Se miraron uno al otro y asintieron, dieron la vuelta y se alejaron de Elke.
Con rapidez llegó hasta la celda del muchacho que se quedó viéndola con expresión interesada.
—¿Qué quieres niña? —le preguntó.
—¿Quién eres? ¿Para quién trabajas? —susurró.
El muchacho se puso de pie y avanzó hacia ella.
—Soy Luke y yo sí sé muy bien quién eres tú... princesita. De donde vengo se habla mucho de tus simpatías con nosotros. La princesa que nos ayudará, la que nos dejará entrar. ¿Es verdad?
—Yo...
—Tu dubitativa respuesta me hace creer que sí. Así que princesa, ¿vas a sacarme de aquí o tendré que delatarte?
—¿Disculpa? —se echó hacia atrás.
—Lo que oyes, necesito que me des una mano. Yo solo no puedo salir de aquí. Tu príncipe me interrogará y no puedo asegurar que mi lengua se mantenga callada.
—¿Qué te hace pensar que puedo ayudarte? ¿Por qué te arriesgaste tanto en primera instancia?
—¡Eres la maldita princesa! ¡Por Loris! Por supuesto que puedes sacarme de aquí. Usa esa cabecita linda— se señaló la cabeza—. Y busca una manera antes de que sea demasiado tarde.
Elke empezaba a desesperar. Tenía las manos con sudor frío, trataba de secarlas frotándolas con el vestido disimuladamente.
—Yo no sé cómo sacarte de aquí ¡te juro que no lo sé!
—¡Piensa! Si me tengo que podrir en esta celda te prometo que serás mi compañera.
—Vale, vale— estaba entre la espada y la pared. Tenía que entender cómo actuar, le urgía encontrar una salida y no podía preguntar a nadie sobre cómo hacerlo, Klaus no encontraría la manera de llegar allí o ¿si? —. Déjame pensar, este sitio es nuevo para mi. Por favor no digas nada hasta que regrese.
—Apúrate entonces.
Elke salió disparada por el pasillo y no se detuvo hasta encontrarse en su habitación. La cabeza le daba vueltas, estaba dentro de una horrible vorágine de sucesos que no podía detener y tampoco sabía cómo.
—¿Cómo saco a un prisionero del calabozo?
—¿De qué hablas? —preguntó Lena y Elke le contó todo lo ocurrido. Se la veía molesta, Lena no era buena para disfrazar su enojo—. Todo esto es culpa de Klaus, te dije que era un bueno para nada. Sus estúpidos hombres hacen tonterías y tú tienes que ayudarlos en su estupidez.
—Ya, no sé qué tan así sea. Pero sabe mi conexión con todo y estoy perdida si dice algo.
—El príncipe no le creerá, opino que dejemos las cosas como están.
—No puedo, estuve allí, los guardias me vieron. Estoy implicada.
—Ay Elke, a veces no comprendo cómo sobreviviste tanto tiempo.
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Había estado todo el día limpiando el carro y dando vueltas por el jardín, fumando, no haciendo nada. Era una buena vida dentro de todo. Tenía completa libertad para pensar y poner a su cerebro a trabajar.
Después de cenar se dirigió al cuarto donde encontró una nota sobre su cama.
«Hay un prisionero en el calabozo que te conoce y conoce a Elke, la amenazó con delatarla. O la sacas de esta o me veré obligada a hacer de tu vida una tormenta.»
—Oh vale— suspiró con los ojos bien abiertos—. ¿Sigues aquí?
Un libro de la mesita salió volando hacia él, se diría que lo esquivó por los pelos.
—Sin violencia— insistió—. Intentaré resolverlo pero necesito hablar con ella. No tengo idea de donde están los calabozos. Dile que dé una vuelta en carro, para tomar el aire y yo la recojo.
La puerta se sacudió, Klaus imaginó que Lena se había ido.
Se preparó y salió. Estacionó el coche frente a la entrada, no dejando de ver a todos lados, buscando indicios de donde podrían estar los calabozos. Tenían que ser subterráneos, siempre lo eran o este palacio era moderno. Quien sabe, por más bajo tierra que estuviera, alguna conexión con el exterior tenía que existir.
Elke corrió escaleras abajo hasta su encuentro. Una vez en marcha el nerviosismo de la muchacha se hizo muy evidente.
—Tranquila, ya lo resolveremos. No puede ser tan malo.
—¿No puede ser tan malo? ¡Me metiste en este lio! ¡Ahora tú me sacas!
—¿Perdón? —volteó a verla—. Pensé que estábamos juntos en esto, no que te había arrastrado hasta esta situación.
—Lo siento, ¡lo siento! Estoy demasiado histérica. Si Karl se entera, yo no sé qué hago. Me va a apresar ¡me van a matar!
—Descuida, hace muchos años que no matan a nadie por traición, o tal vez ya los mataron a todos y por eso no queda nadie. En cualquier caso lo vamos a sacar a ...
—Luke, se llama Luke.
—Vamos a sacar a Luke... ¿qué clase de idiota se enfrenta a unos guardias él solo? —Klaus seguía sin poder creerlo. Después de todo, él también tenía poder pero no iba a arriesgarse de esa manera nunca. Tenía todas las de perder.
—No lo sé. Por un momento yo... —miraba hacia abajo y Klaus solo la veía por el espejo.
—¿Tú qué?
—Creí que eras tú.
—¿Perdón? ¿Me crees tan estúpido? —se enojó.
—¡No lo sé! El principe me lo describió como muy osado y envalentonado. Tú siempre te muestras así.
—Si, pero conozco mi límite, no voy camino al suicidio.
—Me alegra saberlo, lo tendré en cuenta para la próxima vez. Si es que hay una.
—Ya, ahora piensa. ¿Había otra salida en el calabozo?
Elke pensó negando con la cabeza.
—Solo la pequeña ventanita con barrotes. No creo que quepa por ahí.
—Entonces tiene que salir por la puerta. ¿Qué poder tiene?
—Creo que es como tú. Está con las manos dentro de unos brazaletes que las cubren, eso aparentemente aplaca su poder.
—Hay que romper esos brazaletes entonces ¿quién tiene las llaves?
—Imagino que Karl— contestó rápidamente—. Puedo quitarselas pero descubrirá quién lo hizo.
—Hay que hacer una copia entonces, que no sospeche. Tú consígueme esa llave para mañana. Si abrimos los grilletes y estamos ahí para abrir las puertas, estoy seguro de que con sus poderes podrá abrirse paso solo.
—¿Y qué hay de Karl?
—¿Qué hay con él?
—¿Lo estoy poniendo en peligro? —sonaba preocupada.
—¿Me lo dices enserio? Vale, intentaremos que salga ileso.
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