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Capítulo 16

—¿No deberías estar en el palacio?

—Nadie notará mi ausencia— se excusó Klaus—. Hoy Elke no tiene planeado ningún viaje y todos allá están como locos.

Niklas lo miraba esperando una aclaración, para interiorizarse más sobre el tema.

—Parece que el príncipe se llevó todo su regimiento a una guerra— continuó—. Lo hizo a espaldas del rey y las cosas están que arden.

—Mírale el lado positivo— objetó Niklas—. Si el príncipe muere, la chica es tuya.

—No seas tonto— lo empujó suavemente.

—Tú eras el primero en decir que todos debían morir— se excusó Niklas—. No me digas que trabajar para ellos te ha ablandado.

—No, no— tragó saliva—. Pero el tipo aún no gobierna, me trae realmente sin cuidado lo que le pase. Y la chica, bueno— resopló—, creo que la tengo de nuestro lado.

—¿De qué hablas?

—Tengo una idea en mente.

Niklas se frotó las manos, preparado para lo que Klaus tenía por decir.

—¿Qué sabes sobre nuestro mundo?

—No comprendo.

—¿Sabes algo de historia? ¿Lo básico al menos? —Niklas negaba con la cabeza mientras trataba de recordar—. Ya, no sabes ni donde vives.

—Que sí hombre, pero justo ahora no lo recuerdo. No me iba bien en la escuela.

—No te preocupes, les contaré a todos mi plan el próximo domingo— sabía de qué estaba hablando. Klaus no era de los que se andaban con rodeos.

Esa mañana, había pasado un buen rato en la biblioteca del distrito. Arriesgándose a quedarse sin empleo por el largo rato de ausentismo. Pero lo que buscaba era mucho más importante. Lo cierto es que él tampoco sabía mucho de historia, pero esos libros habían sido tremendamente esclarecedores.

—¿Puedo tomarlo prestado? —consultó con la bibliotecaria.

—Lo siento, joven. Los libros se quedan aquí. Puedes regresar luego y seguir leyendo— dijo la señora delgadísima desde el otro lado del mostrador. Klaus había tenido que improvisar, necesitaba seguir estudiando el tema asi que mientras la bibliotecaria se distraía con otro lector, rasgó las cinco páginas que le interesaban y se las guardó debajo de la chaqueta.

"Nunca rompas un libro", le había dicho su madre, una ávida lectora.

Lo siento madre, era necesario.

Saludó a la buena mujer y salió de la biblioteca.

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Elke desayunaba sola.

El rey casi nunca estaba presente y hoy mucho menos, con eso de que el príncipe había huido a la guerra llevándose todo el regimiento mientras todos dormían. Todos estaban atareados, en el palacio los ministros corrían de un salón al otro y la reina, bueno, nadie sabía dónde estaba.

Elke era la única que había sabido sobre la partida de Karl con antelación, pero se lo guardaba para sí. Además estaba convencida de que irse era lo mejor aunque a nadie le interesaría saber su opinión.

Por lo que se limitó a comer sus panquecitos con mantequilla y a mirar por la ventana de vez en cuando. Qué soledad, eso le gustaba. Pero también le gustaba la adrenalina que sentía con Klaus. Y anoche le había confesado que estaba de su lado.

Todavía pensaba en ese momento en que pronunció las palabras que la catapultaron contra la gente que conocía. Sabía que las cosas deberían estar mejor, pero no estaba igualmente segura de obrar contra sus pares. Después de todo vivían en un mundo moderno, las cosas podrían arreglarse hablando, celebrando una reunión. Igualmente no creía que ninguno de los bandos estuviera dispuesto a ceder, ni siquiera un palmo.

Abandonó el salón del desayuno y con despreocupada tranquilidad se dirigió a la biblioteca. Klaus le había pedido que averiguara lo que pudiera sobre la gente con poderes sobrenaturales. No era un tema fácil de buscar sobre todo porque no sabía por dónde comenzar. No había una sección especial para ver primero, estaba sola frente a cientos de libros y algunos no estaban escritos en su idioma.

Dio una vuelta por el pasillo primero, leyó los lomos de los libros que estaban a su altura, los acarició con los dedos. Humanidades, derecho... eran algunos de los temas de esa repisa. Su mundo era avanzado, había leyes y la gente podía conseguir abogados si algo no era correcto. Aunque eran demasiado caros y existía el claro caso de la corrupción. Las leyes, eran hechas y deshechas por el rey a su conveniencia. Y la seguridad a mano de los policías, era fácilmente comprable. Al final no eran tan avanzados como parecían.

Elke negó con la cabeza y siguió revisando libros, buscando una pista. Ojalá hubiera un libro que se llamara "los superpoderes de la gente", aunque sería demasiado cómodo para mí, rio para sus adentros.

Pasó por Filosofía y Ficción. Se detuvo en uno que le llamó la atención, pero por otras razones. Se llamaba "Anna se va de viaje", era una historia sobre una chica que recorría el mundo en su plenitud. Visitaba lugares que nadie había visitado y vivía una aventura mágica.

Hay magia, pero es solo una historia inventada por un buen escritor. Lo que necesito son verdades.

Llegó al pasillo de Historia.

Historia de la guerra,

Historia del último siglo,

La historia de San Pieter,

Historia del continente, se detuvo.

Puede que contenga algo.

Tomó el libro con ambas manos, era grande y pesado. Lo depositó sobre la mesita junto a la entrada y los abrió, buscando en el índice de páginas.

Había varios mapas del continente, lo que allí reflejaba iba cambiando. El primero era reconocible, pero a medida que avanzaba las páginas, los mapas eran diferentes con otros nombres e historias. El libro se remontaba hasta la emperatriz roja, mil años atrás. Había oído hablar de ella, no mucho, pero sabía que había sido quien venció al antiguo emperador Melstranium. ¿Qué había pasado antes de eso? Nadie lo sabía. Tal vez los libros de aquella época se habían quemado para dar lugar a una nueva historia. Eso era todo lo que sabían. El texto se explayaba un poco sobre ella, contaba que era joven cuando asumió el puesto de emperatriz y que había gobernado justamente dando lugar a que todos las diferentes aldeas y reinos crecieran y proliferaran. No había nada sobre su pasado y honestamente tampoco era algo que le interesara, era solo una emperatriz y nada sobre los poderes aparecía allí.

Revisó otro libro, tampoco encontró nada.

Rendida, lo dejó en su lugar y salió de la biblioteca.

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El sol del mediodía rebotaba contra los Kropas, Karl continuaba manejando sin decir palabras mientras una gota de sudor resbalaba por su frente.

Hacía calor y el uniforme pesaba. Estaba incómodo, más de lo usual. La hebilla que llevaba en el pecho se le había caído y el cuello le rozaba molestamente el cuello, provocandole picazón.

El Kropa no se había detenido en ningún momento, avanzaron toda la noche y ya llevaba una buena parte del día. Estaba cansado y con sueño.

—Mi señor, deberíamos detenernos a descansar— le habló un general desde un Kropa cercano—. Nuestros hombres están fatigados, en estas condiciones no estarán óptimos para la batalla.

—Vale— dijo pensando rápidamente o lo más rápido que pudo con la mente adormilada—. Ordena que se detengan, levantaremos campamento.

Uno a uno los Kropas se detuvieron y los aletargados soldados pusieron tiendas en medio del campo. Por suerte era campo, bien podría haber sido desierto.

Pero el paisaje de Crodford siempre había sido verde y todos esperaban que siguiera siéndolo. El bosque Encanto se extendía a un lado del camino y brindaba algo de sombra.

Caminó despacio y se sentó bajo un árbol mientras los demás terminaban de preparar todo. Tenía que pensar. No se estaba acobardando pero empezaba a sentir el peligro que acechaba más adelante.

Karl estaba preparado tanto en lucha cuerpo a cuerpo como con armas de fuego.

Tenía una puntería envidiable, estaba el dicho que decía "si la mano del rey te apunta, puedes darte por muerto". Así le decían antes, "la mano del rey". Es que eso era, hasta que su padre empezó a ignorarlo y a hacer lo suyo. Puede que por la vejez, aunque era relativamente joven para ser un rey. Pero no actuaba como tal. La paciencia se le había acabado y los gruñidos aumentaron. Se negaba a reconocer que la guerra llegaba y prefería inventar para sí un mundo utópico, que mucho distaba de ser así.

Karl tenía muchos planes para el futuro, muchas cosas que deseaba hacer. Quería ser un buen líder, gobernar mejor que su padre, aunque para eso faltaba mucho aún. Y además estaba Elke, pronto se casarían y él quería darle una buena vida.

Ella lo apreciaría, lo apreciaba. Creía.

Era un matrimonio arreglado. Su asesora le había sugerido que la eligiera a ella entre el montón de chicas, y él hizo caso. Confiaba en que fue una buena decisión, aunque al principio había dudado de hablar con la chica excluida de la corte. ¿Por qué no la había visto antes? ¿Quién era? Todo ello le confería cierto misterio, uno que quería descubrir.

Ahora estaba a medio camino de la guerra. ¿Que si sentía miedo? Si, pero no podía darse el lujo de mostrarlo. Tenía que verse valiente para darle coraje a sus hombres. Un buen general era todo lo que necesitaban. Ninguno se había enfrentado aún a nada, inexpertos con muchas ganas de defender su reino. Pronto se pondría a prueba su valía.

—Karl— la voz de Lukien lo tomó por sorpresa.

—Si, dime— se enderezó despojándose de sus pensamientos dudosos.

—Te estamos esperando en la tienda para la planificación de mañana.

—Mañana, si, claro— se puso de pie y avanzó en dirección a las tiendas recién armadas.

—¿Estás bien? —Lukien notó su incomodidad.

—Por supuesto, vamos.

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El teniente general Karbro sacaba cuentas mentalmente mientras el coronel Disanti movía los muñequitos de madera a lo largo del mapa extendido sobre la mesa.

—Si seguimos a este paso, mañana estaremos en Kily— dijo el mayor Ribret al ver que Karl entraba a la tienda.

—En este momento están siendo atacados seguramente.

—Me temo que si— confirmó Lukien—. Pero mañana nos alzaremos sobre ellos y no podrán ignorarnos.

—Nuestra mejor táctica— dijo el coronel—, sería aguardar fuera de sus puertas, entablar conversaciones, asediarlos si no queda opción.

—No, no— dijo Karl sin dejar de ver el mapa—. No les daremos esa ventaja. Ellos nos atacaron primero, no pienso entablar conversación con asesinos. Atacaremos, y será brutalmente. Haremos caer sus murallas y mataremos a todos los que se interpongan.

—¿Y si ya nos están esperando? —preguntó el teniente general.

—¿Sugiere, teniente, que hay un soplón entre nuestras filas?

—Quisiera pensar que no, pero tenga en cuenta que Basenhow fue hasta hace muy poco, parte de nuestra alianza. Todos nos conocemos en mayor o menor medida.

—Entiendo—pensó Karl—. Si cuando llegamos nos están esperando, te encargaré que busques al soplón para ser juzgado. ¿Entendió teniente?

El teniente se irguió y sonrió sin sonreír.

—A sus órdenes, será un placer obedecer.

No solo era su general, era su príncipe. Aunque muchos creían que era innecesario que viajara con ellos, él estaba comprometido con la causa y nada lo haría hacerse a un lado. También sería quién respondería ante el rey al regreso, si había regreso.

—Prepárense para partir al anochecer, planeo llegar cuanto antes.

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Niklas recorría las calles de la zona oeste de la ciudad. Caminaba sumido en sus pensamientos. Klaus le había pedido que investigara sobre los abogados Kency y asociados.

No había tardado mucho en buscarlos en la guía barrial, la dirección era en el cruce de las calles Barles y Moble. Por lo general nunca iba por aquellas zonas, muchos de sus edificios eran ostentosos y la gente carecía de amabilidad, sobre todo al ver como iba vestido. Niklas no llevaba ropas de clase, apenas una camisa limpia bajo un pantalón de tirantes y un saco marrón, oculto bajo una boina que hacía sombra sobre sus ojos.

Era el mejor amigo de Klaus, se conocían desde pequeños. Ahora eran grandes y se seguían ayudando. Estuvo durante la muerte de su familia, lo apoyó cuando nadie más lo hizo y ahora le había conseguido un buen empleo, aunque Klaus se empeñaba en odiarlo. Daba dinero, eso era todo lo que necesitaba.

Continuó caminando, pensando en lo que haría cuando llegara al bufete. ¿Entraría? ¿Qué diría? Klaus no le había dado indicaciones. Suponía que tendría que improvisar.

La calle se acababa y estaba a solo unos pasos del sitio.

Pero,... ¿Qué?, pensó al ver que Kency y asociados era un edificio abandonado. La puerta tapiada con maderas y las ventanas sucias, apenas se podía ver hacia adentro. Miró a ambos lados, justo nadie pasaba por allí.

Se sacó la chaqueta, envolvió su brazo con ella y golpeó de un codazo contra el vidrio. La ventana se hizo añicos y Niklas pudo ver hacia adentro. Estaba oscuro y no había señales de que alguien hubiera estado allí en mucho tiempo.

Tuvo una punzada de curiosidad para entrar y hurgar un poco, sabía que no era buena idea, pero lo hizo de todas maneras. Se coló por la abertura de la ventana y se sumergió en el lóbrego lugar.

No era del todo oscuro, rayos de luz del exterior iluminaban un poco creando misteriosas siluetas que acechaban en los rincones.

Había un mostrador, probablemente había sido un negocio en algún momento. No encontró nada de interés allí. Unos periódicos viejos y libros de cuentas. ¿Por qué no se habían llevado estas cosas cuando se fueron?

Unas estanterías mostraban algunos frascos viejos, un almacén. Eso fue, un almacén. ¿Y Kency y asociados? ¿Qué pasó con ellos? Era todo una tapadera.

Niklas decidió que no había nada que hacer allí, cuando unos fuertes golpes sonaron en la puerta.

—¡Policía! ¡Abra la puerta! —gritó una voz desde afuera.

Oh, oh... me las vas a pagar, Klaus.

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