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El efecto vampírico - Comedia (Parte 3)

Horas después, regresaba a la casa de Martica, adolorido, magullado y aún con los colmillos.

—Qué dientes tan fuertes. Ni siquiera se astillaron con los golpes que Cobra les dio con el mazo.

El nuevo vampiro caminaba desolado, cabizbajo y acongojado, reprimiendo su desconocida ira.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Estoy decepcionado.

—¿Por qué?

—Te has dado cuenta de que todo lo que nos han dicho sobre vampiros es mentira. No soy más atractivo, ni tengo una actitud temible, lo único que puedo hacer es soportar algunos golpes, pero eso no me exime de sentir dolor. Si tengo que cargar esta maldición me hubiera gustado al menos ser... diferente.

Martica lo miró de pies a cabeza, no estaba de acuerdo con lo que decía.

—Me parece que estas... bien.

—¿Bien?

—Sí... siempre me has gustado... así.

La mujer siguió su camino con el rostro endurecido, sin prestar atención a la creciente alegría de Kiko, a quien se le había iluminado la mirada por el cumplido. Su Martica jamás le había dicho algo positivo de su apariencia.

Se sentía poderoso. Eso lo hizo enderezar los hombros y caminar con orgullo. No sabía lo que era ser atractivo, pero era muy agradable que la persona que más te interesaba aprobara tu apariencia.

—Deja de fanfarronear, tonto, aún tienes un problema serio —lo regañó ella al verlo practicar sonrisas seductoras, que más bien parecían muecas de dolor. ¿Qué vas a hacer ahora que eres un vampiro?

La pregunta de Martica lo desinfló. Esa nueva situación era un peso muy grande.

—No sé. Pronto será de noche, creo que tendré que hablar con Idolatra.

—¿Idolatra?

—La mujer que me convirtió en vampiro. Tendré que pedirle algunos consejos para ver qué puedo hacer o no con mi vida.

Martica lo miró confundida. Esperando obtener más explicaciones.

—¿Cómo te convirtió?

—No sé. La conocí por internet y anoche estuvimos en una discoteca. Esta mañana amanecí en su cama, desnudo, junto a sus tres hermanas y con los colmillos largos.

A la mujer casi le dio un infarto al escuchar la noticia. Se detuvo con brusquedad en la calle y lo miró con furia.

—¿Qué hiciste qué?

—¡No hice nada! No recuerdo lo que sucedió, solo la manera en que desperté.

Ella lo fulminó con la mirada, pero prefirió ignorarlo y seguir su camino. Kiko se sintió mal, sabía que había metido la pata. Después de haber logrado exprimirle un cumplido a su novia le salía con aquella historia de la cama y cuatro mujeres desnudas.

—Martica, te digo que no recuerdo nada. Ahora tengo que pensar cómo me quito a esa mujer vampiro de encima.

—¿Por qué?

—Dice que tengo que volver con ella. Si no lo hago esta noche vendrá a buscarme y...

—¿Y qué? —interrumpió la mujer con voz desafiante.

—Me amenazó con matarte si no lo hago.

—¿A mí? —Él asintió cabizbajo— Con que esas tenemos —murmuró para sí misma.

Martica se alegró por la noticia. Kiko no logró entender la razón, pero algo en el rostro divertido de la mujer le daba confianza.

—Vamos a mi casa. Allí planearemos la embestida —ordenó. El hombre quedó impactado. Él era el vampiro, el ser aterrador, dueño y señor de las sombras, pero Martica realmente daba miedo. No necesitaba de largos colmillos para ser intimidante.

Unas horas después, ambos se encontraban en la casa de Martica esperando la llegada de Idolatra. La noche estaba un poco calurosa, pero para Kiko, lo único que faltaba para justificar el frío helado del ambiente era que nevara.

—Deja los nervios —se quejó ella mientras se comía un snack.

—Si esa mujer es una asesina profesional, nos acabará en menos de dos segundos.

—Bahh... estoy segura que ni miedo trasmite.

—Según me dijo el sujeto que me ubicó en la calle, solo a los vampiros viejos les afecta el sol... y a los malvados. Esa mujer debe ser vieja y terrible.

—He vencido un par de veces a Cobra y a todos los imbéciles del barrio en competencias de lucha. Con ella será un paseo. Si te quiere tendrá que pelearte.

Nunca en la vida Kiko hubiera imaginado que su Martica algún día estuviera dispuesta a luchar por él. Eso lo hacía sentirse bien. Sin embargo, no tenía más opciones que quedarse junto a ella a esperar a la muerte mientras su novia afilaba un enorme cuchillo de cocina con una piedra de amolar.

De pronto, un vendaval arreció dentro de la casa. Y como todas las ventanas y puertas estaban cerradas, no fue difícil adivinar que aquel derroche de efectos especiales era la antesala a la llegada de Idolatra.

Kiko temblaba como gelatina aguada detrás de Martica. La mujer, en cambio, como toda una guerrera romana se mantenía firme en su lugar. Miraba con aburrimiento la repentina aparición de la despampanante rubia.

—Roco, querido, ven a mí.

Martica la observó con incredulidad, pensando que además de ser una vampira vieja debía estar loca.

—¿Roco?

—Mi dulce de calabaza, te extrañé muchísimo —expresó la vampira ignorándola.

—¿Hablas de Kiko? —consultó con extrañeza.

Kiko continuaba escondido detrás de Martica, muerto de miedo y espanto.

—Me hiciste pasar la noche más ardiente de los mil años que llevo de vida. No te dejaré ir tan fácilmente trocito de chocolate.

Martica estaba más que impresionada. Miraba con escepticismo a Idolatra, sin creerse sus palabras.

—¿Kiko te hizo pasar una noche ardiente?

—Ven a mí, dulce de limón. Mis hermanas y yo estamos ansiosas por estar de nuevo entre tus brazos.

Idolatra se acercó para llegar a Kiko, pero Martica se interpuso fulminándola con la mirada.

—Aléjate de Kiko, lagarta.

La vampira la observó con enfado.

—Kiko murió. Él ahora es Roco Graham, el ardiente dueño de mis deseos húmedos.

Aún más impactada, Martica seguía interponiéndose entre el aterrado vampiro y la vampiresa ardiente. No estaba dispuesta a dejarle ningún tipo de oportunidad, lucharía hasta la muerte.

—Déjalo que venga a mí, bruja —reclamó Idolatra.

—Él no quiere ir.

—¡Apártate!

Idolatra estaba furiosa, dispuesta a llevarse a Kiko como sea, pero Martica no lo iba a permitir.

Cuando la mujer se lanzó amenazante hacia ellos, Martica sacó de forma improvisada una estaca de madera y la clavó con facilidad en el pecho de la mujer. Idolatra chilló como una loca histérica mientras se sacudía en el suelo.

Kiko estaba pasmado y Martica decepcionada.

—Una de las leyendas más ancestrales de la humanidad se derrumba ante mis ojos... qué aburrimiento.

Poco a poco, el cuerpo de Idolatra se convirtió en polvo, hasta esfumarse en el ambiente.

—¡La mataste! —gritó Kiko con los ojos desorbitados.

—¿Qué esperabas? ¿Una despedida?

Kiko aún mantenía la boca abierta y apresaba con un puño sus gritos de espanto. Martica lo único que hizo fue tomar la estaca y guardarla en un cajón.

—¿Por qué la guardas?

—Por si llegan más vampiros. —Molesta, se sacudió la ropa que se había llenado de hollín y se dirigió hacia Kiko—. Ahora, vamos.

Él la miró confundido, aún con los ojos agrandados por el impactante final de la vampiresa.

—¿A dónde?

—A la habitación. Te he aguantado por cinco años, ¿y es con otra mujer con quien pasas noches ardientes? A mí lo único que me has entregado son tardes frías, aburridas y monótonas.

Al hombre casi le dio un soponcio a causa de aquella orden. Su Martica nunca había mostrado interés en él y ahora parecía estar... ¿celosa?

—¡Muévete! —vociferó, haciéndolo saltar del susto.

Aquel derroche de autoridad despertó el efecto vampírico en Kiko. Sus colmillos se afilaron hasta el extremo y todo el cuerpo se le endureció. No sabía lo que había hecho la noche anterior, pero de alguna manera lo repetiría, y solo con su Martica.

El vampirismo sacaba lo peor de cada persona, pero él no tenía nada malo que sacar... a menos que su chica se lo ordenara.




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